Crculo de Periodistas de Bogot

Archivos agosto 2018

El poder de las nuevas tecnologías en la comunicación y el marketing

La importancia de las nuevas tecnologías y su repercusión en las comunicaciones y el periodismo, fue el punto central del 4to. Seminario de Comunicación Estratégica y Marketing Digital, que contó con la alianza del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB). Leer Más

La crema al pastel

La presencia de cruceros en Colombia se hace cada día más fuerte. El país se perfila como un destino con amplias posibilidades de fortalecerse en los catálogos de viaje, convirtiendo el segmento en una apuesta que contribuya al desarrollo de las zonas costeras. Aunque las cifras de viajeros que desfilan por los puertos nacionales resultan bajas, su expansión es interesante y abre todo un mar de oportunidades dentro de la economía globalizada.

Del medio centenar de empresas internacionales que promueven este segmento turístico, 33 operan por nuestras costas y jalonan el tráfico de pasajeros en curva ascendente. Hace un par de décadas la demanda anual apenas sobrepasaba los 25.000 turistas, pero se incrementa año por año, subiendo la tendencia por encima de niveles del 10%. En 2017, desembarcaron 343.000 pasajeros, y las perspectivas para lo que viene son interesantes.

Como estrategia turística esta industria comenzó a vislumbrarse en el país hacia finales del siglo pasado. A comienzos del actual, hacia 2005, se lanzó al agua de la mano de Procolombia, y hoy en día presenta resultados visibles y le soplan buenos vientos. En 2017 los ingresos generados por los consumos de tripulantes y pasajeros, en tránsito o en embarque, alcanzaron los US$59 millones.

Cartagena es el más importante punto de referencia, por contar con infraestructura para buques de alta capacidad, hasta para 5.700 personas. De ahí que el 95% de los cruceros que nos visitan lleguen a la capital de Bolívar, ciudad que en 2014 recibió de la OEA el reconocimiento marítimo como Puerto de Destino Turístico Sostenible. En Santa Marta recalan algunas embarcaciones, mientras que en las islas de San Andrés y Providencia se paga el costo de sus restricciones para el servicio de cruceros de gran tamaño. En el Pacífico, en las costas de Utría y Bahía Solano, se avistan ocasionalmente pequeños barcos.

La industria comenzó a navegar en el mundo desde los veranos de los años 60, reportando un crecimiento inusitado tras el paso de las últimas temporadas. Se ha convertido en un renglón dinámico con significación como factor económico, que se expande en permanente conquista de mercados, gracias a la ampliación de las flotas de las navieras y a la capacidad de respuesta para innovar en el diseño de las embarcaciones, con mejores servicios y una variada gama de actividades a bordo.

El creciente tráfico de pasajeros le pone cierta dosis de picante a las expectativas de la industria, para la que se perfila un horizonte despejado como potencial de negocios. Según uno de los más recientes informes de la Cruise Line International Association (CLIA), en 2017 se movilizaron 26,6 millones de pasajeros en el mundo, y este año bien podrá cumplirse la meta de 28 millones. Su impacto económico empieza a ser significativo, pese a las recientes crisis económicas que han azotado el planeta y que no han sido obstáculo para su excelente despegue.

El país reúne ingredientes necesarios para mostrarse y, de paso, afianzarse en el mapa global de este segmento, gracias a los atributos históricos y culturales y la irresistible tentación tropical y caribeña de sus puertos. Pero para acariciar el objetivo deberán enfrentarse retos, y el primero será ponerle el ojo al desarrollo de una infraestructura portuaria viable, que permita garantizar el acceso y permanencia de las navieras y capitalizar mayor cantidad de recaladas.

En Colombia y en el mundo, el negocio de estos hoteles flotantes, clasificados entre tres y seis estrellas, representa solo una pequeña parte del gran pastel de la industria turística. Pero las fuertes inversiones de las navieras y el aumento de la demanda, particularmente en sectores medios de países emergentes, le van untando la crema, haciéndola tan provocativa y tentadora como un inolvidable crucero del amor.

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@Gsilvar5

 

Esta opinión es responsabilidad única del autor, y no compromete al Círculo de Periodistas de Bogotá

Por naturaleza

NOTAS AL VUELO
La falta de cultura ambiental es un factor determinante que incide en la destrucción de nuestros recursos naturales, comprometidos por el manejo irresponsable que originan ciertas prácticas productivas y criminales. Actividades que buscan beneficios particulares, como la ganadería extensiva, la tala de bosques, el tráfico de especies silvestres, la minería ilegal, el narcotráfico y los asentamientos irregulares en áreas de conservación, generan consecuencias imprevisibles.

En las altas cumbres se tiene la mira puesta en el problema, pero falta mayor contundencia para enfrentar las amenazas depredadoras que atentan contra la estabilidad de un patrimonio que resulta de gran valor estratégico para garantizar el desarrollo nacional y el futuro de las próximas generaciones. Contener la dilapidación de estos recursos vitales exige tanto de educación ambiental y de conciencia cívica, como de un ejercicio de autoridad, con control y vigilancia permanentes.

La conservación de la biodiversidad biológica es una tarea en la que se avanzó durante el anterior gobierno, mediante la delimitación de páramos y la ampliación de áreas protegidas, medida que deberá complementarse con presencia efectiva del Estado para conseguir resultados tangibles. En los últimos cuatro años se integraron 5,5 millones de ha de áreas protegidas, y el país consolidó un total de 29 millones de ha, algo así como el 14% del territorio nacional. Colombia adquirió un compromiso internacional para 2020 de proteger por lo menos el 17% de las zonas terrestres y de aguas continentales, y el 10% de las zonas marinas y costeras.

Dentro de las estrategias para la conservación de aquellas áreas que tienen vocación turística las actividades ecoturísticas juegan un papel importante, como lo han demostrado otros países. El ecoturismo resulta ser un inmejorable aliado económico que irriga beneficios tanto para el sostenimiento de las reservas naturales, como para el de las comunidades locales, incluyendo aquellas localizadas en sus zonas de amortiguación.

Parques Nacionales viene implementando algunos programas de ecoturismo comunitario que arrojan positivos resultados en la consecución de tales propósitos, al igual que en la apropiación de los territorios por parte de viajeros que encuentran motivos para sensibilizarse, respetar y proteger los recursos naturales y culturales. Varias alianzas suscritas con organizaciones locales para la prestación de servicios y actividades ecoturísticas generan oportunidades laborales, de ingresos económicos, valoración de territorios y divulgación del patrimonio.

El número de visitantes que participan en actividades de ecoturismo en las áreas protegidas del país es relativamente bajo, pero se incrementa de manera constante, particularmente en razón a las nuevas condiciones de acceso que en algunas de ellas permite el proceso de paz con las Farc. Entre junio de 2017 y mayo de este año se registró algo más de 1’700.000 visitantes, y concesiones como las de los PNN Corales del Rosario y Tayrona, además de irrigar empleo y beneficios a ciertas comunidades, caso Cañaveral, Santa Marta y La Revuelta, le han reportado $10.600 millones a Parques Nacionales.

Las negociaciones de paz trajeron frescos vientos y permitieron formalizar 189 convenios sobre cierre de frontera agrícola con familias que viven o colindan con nueve áreas protegidas, ubicadas dentro de los 65 municipios priorizados en el Acuerdo. También facilitaron un proceso de restauración ecológica de áreas afectadas por cultivos ilícitos. Es el caso de la regeneración natural de 30 ha en el Santuario de Flora y Plantas Medicinales Orito Ingi Ande, al sur del país, en el piedemonte amazónico, pactada con trece familias campesinas.

La batalla por garantizar la protección de las áreas de reserva natural es compleja, y para ganarla se deberá priorizar una política de Estado que conduzca a su sostenibilidad y que sirva, como el ejemplo que nos da Costa Rica, para hacer del turismo de naturaleza una industria exitosa. En este país vecino y sosegado el 2% de territorio declarado parque nacional está abierto al turismo, y de esta franja aprovechable económicamente sale el 40% del presupuesto para mantener la totalidad del sistema.

Aumentar las áreas protegidas, liberándolas de los depredadores, es un primer paso para asegurar la conservación de la biodiversidad, y abre un abanico de posibilidades para mirar hacia las orillas del turismo sustentable, a través de políticas públicas que reporten frutos a los ecosistemas, las comunidades, los turistas y el país. Seguir buenos ejemplos internacionales permitirá disfrutar de nuestros recursos a través de un desarrollo turístico sostenible, que, como se ha demostrado, suele producir buenos dividendos… por naturaleza.

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Esta opinión es responsabilidad única del autor, y no compromete al Círculo de Periodistas de Bogotá

Voluntad política

Dentro de los claro-oscuros de la administración Santos, vale la pena rescatar los avances que registró el turismo, un sector que fue relevante en el desarrollo de la economía nacional. En los últimos años la actividad cruzó umbrales insospechados, que eran poco previsibles después del prolongado período de aislamiento internacional que en razón del conflicto armado vivió el país, y que tuvo hacia finales del siglo pasado una inusitada complejidad.

El balance fue satisfactorio en líneas generales. Se marcó récord en llegada de turistas y de ingresos, se volteó la balanza y se mejoró la imagen del país. Los nuevos vientos tocaron a los viajeros colombianos que lograron obtener la exención de visado en todo el territorio Schengen, en los países que integran la Alianza del Pacífico, e inclusive en República Dominicana y Curazao.

A lo largo de la década el crecimiento de visitantes precipitó la llegada de aerolíneas y multiplicó las rutas y frecuencias aéreas, comprometiendo al Gobierno en la ejecución de obras de infraestructura aeroportuaria. De 2.6 millones de viajeros internacionales que se trasladaban hasta estas tierras en 2010, la cifra se trepó el año pasado a 6.5 millones, marcando un aumento aproximado del 150% durante el período. Las condiciones del mercado permitieron extender las conexiones aéreas en un 40%, a 81 destinos internacionales, y conformaron una variopinta propuesta de servicios integrada por 34 aerolíneas.

En infraestructura se dio un sacudón, con inversiones cercanas a los cien billones de pesos que, además de aeropuertos e instalaciones turísticas, cubrieron frentes viales, puertos marítimos y líneas férreas, con los que se ha beneficiado el desenvolvimiento de la actividad. Siete billones de pesos fueron directamente destinados para intervenir 90 terminales aéreas, y $565.000 millones se ejecutaron en 166 proyectos turísticos, entre ellos algunos embarcaderos, centros de convenciones, senderos y señalización.

La hotelería vivió su propio boom, luego de la moderada inversión en infraestructura que por US$1.700 millones se registró en 2010. En los últimos años las cifras se triplicaron, facilitando la apertura de 218 hoteles de reconocidas marcas internacionales, que consolidaron una oferta de 25 mil nuevas habitaciones. El despegue hotelero comenzó a labrarse desde 2003, a raíz de una suma de factores claves, como reglas claras en la inversión, los incentivos tributarios aprobados durante el Gobierno Uribe, los cambios en la percepción en seguridad, el tamaño del mercado colombiano –el tercero en Latinoamérica- y el TLC firmado con los Estados Unidos.

Los ingresos por divisas turísticas también se destacaron en lo corrido de la década. Entre 2010 y 2017 crecieron un 68%, al pasar de US$3.440 millones a US$5.787 millones. Una tendencia parecida a la que se registró en el caso del empleo, en el que se alcanzó una meta cercana a los dos millones de trabajadores, en su gran mayoría con ocupaciones formales.

El turismo atraviesa por su mejor momento histórico y es tal su impulso que se convierte en la segunda fuente de divisas del país, después del petróleo y los hidrocarburos, saltando por encima de las tradicionales exportaciones de café, banano y flores. Su media de crecimiento del 12% triplica el promedio mundial, y construye un atractivo escenario que le permite a Colombia incursionar en los catálogos internacionales y en los principales medios de comunicación del exterior como un destino turístico recomendado. Resultado de ello es también el regreso e incremento de cruceros a nuestros más emblemáticos puertos caribeños.

El despegue se viene haciendo a buen ritmo, pero falta un largo trayecto para llegar al destino. Diversos problemas deberán solucionarse en materia de planeación, gestión e infraestructura, si se le quiere sacar frutos a la privilegiada posición geográfica de Colombia y a la competitiva diversidad cultural y de naturaleza que tienen las multifacéticas regiones del país.

Colombia es hoy en día una interesante apuesta turística, con un enorme potencial latente que soportaría gran peso de la economía de persistirse en la necesidad de consolidar la paz para rescatar y proveer de bienes públicos antiguas y actuales zonas de conflicto armado y hacer un aprovechamiento sostenible de sus valores agregados. Gran parte del éxito alcanzado por el turismo se debe a los diálogos con la guerrilla, que mejoraron las condiciones de seguridad y la confianza hacia el país. Sembrar bonanza, sin embargo, exigirá además de buenos vientos mucha dosis de voluntad política.

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El nuevo petróleo

En medio del entusiasmo y el escepticismo que genera la crisis político-partidista y el alto grado de polarización que divide a los colombianos, el presidente Iván Duque asumió las riendas del país. El posesionado mandatario cabalgará sobre sus propuestas de campaña y serán varios los frentes de gobierno en los que marcará distancia con su antecesor. Sin embargo, por los lados del  turismo se alimentan las expectativas de que no habrá mayores cambios de libreto y que –al contrario- en el próximo cuatrienio podría dársele un estratégico empujón.

En las últimas etapas de su campaña el presidente Duque se comprometió con fortalecer el rol de este sector de la economía, y aunque descartó de plano la posibilidad de crear un Ministerio para centrar allí el eje de la actividad, se mostró dispuesto a brindarle apoyo oficial y planteó un acercamiento con los gremios. Les anunció una interlocución fluida a través del MCIT, y les ofreció participar en la toma de decisiones de las juntas directivas de Procolombia, Bancoldex y Fontur, con la intención de trazar planes conjuntos que mitiguen riesgos e impulsen el desarrollo de este renglón económico.

Su plataforma para el turismo mantiene una visión tradicional y continuista, se enmarca en la transparencia pública y enfatiza en el fortalecimiento institucional. Serán temas claves a tratar, la exención de impuestos a inversionistas, la vinculación de esfuerzos públicos y privados, el fortalecimiento de la oferta turística y la promoción de nuevos mercados. Pilares sobre los que el Gobierno pretende definirle condiciones al sector, a fin de posicionarlo como instrumento que contribuya a apalancar el desarrollo regional.

Durante la última asamblea de Anato, Duque expuso un catálogo de siete medidas para articular políticas públicas que faciliten el desenvolvimiento de la actividad, denominado las ‘Siete íes’. Se basa en los conceptos de industria, infraestructura, información, integración, instrucción e inspiración, encaminados a formalizar el turismo como industria. En Colombia el turismo es un proveedor de servicios que se autodenomina industria y que se ha materializado como tal. De asumir ese modelo y adquirir dicha categoría recibiría mayores estímulos, crecería más rápido y tendría mejores opciones de desarrollar su potencial. Los empresarios hoteleros, por ejemplo, por no ser usuarios industriales cargan a cuestas una gravosa sobretasa a la energía.

Duque considera coherente que el sector sea reconocido como industria dada su importancia económica, y en aras de reforzar el papel protagónico que desempeña hoy en día, propone recoger y disponer de suficiente información para acertar en la toma de decisiones, trazar Planes de Ordenamiento Territorial Turístico, crear un banco de proyectos de infraestructura prioritaria y buscar mecanismos para que las pequeñas empresas tengan acceso a la tecnología.

Para potenciar el turismo el Gobierno requerirá abordar varios caminos e integrar la actividad a los planes nacionales de desarrollo y a estrategias gubernamentales, dentro de un marco de gobernanza que esté enfocado en políticas novedosas y eficaces. Habrá que apropiar recursos en infraestructura física y vial, crear exenciones tributarias para el desarrollo de megaproyectos, estimular la inversión, ofrecer incentivos tributarios hoteleros en las zonas del posconflicto, reducir la informalidad e impulsar el emprendimiento para que el turismo, como lo sugiere el mismo presidente, se consolide con visión global y equitativa. El 85% de las empresas dedicadas a esta actividad en Colombia son de nivel micro, y solo cuatro de cada diez logran sobrevivir en los primeros cinco años.

Mantener y consolidar la paz será una decisión crucial para el nuevo gobierno. El acuerdo con las Farc mostró evidentes resultados para el sector: consiguió mejorar la imagen del país a nivel internacional, atrajo mayores flujos de inversión extranjera, multiplicó turistas, aportó divisas, y convirtió el turismo en una formidable oportunidad para acelerar el desarrollo. Superada la encrucijada de hacer trizas el acuerdo y para evitar su fracaso, el presidente tendrá que hacer las modificaciones que anuncia con precisión quirúrgica, y mantener de paso las puertas abiertas con el ELN y con otras organizaciones criminales que podrían someterse a la justicia.

Las expectativas gremiales sobre el futuro del turismo las refuerza la designación del economista José Manuel Restrepo como titular del Ministerio del ramo, con quien, por su perfil académico, podría tenerse una interlocución amable, cercana y serena. Fijar una agenda conjunta y construir sobre lo construido, le permitiría al turismo contar con las condiciones apropiadas para soñar –como lo confesara el presidente Duque- con que esta industria sea “el nuevo petróleo de Colombia”. Así, podría soñar el gobernante con barriles de dólares entrando a “borbotones”.

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