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Los Presidentes, Gobernantes y Mandamases de Colombia. Por Amílkar Hernández
En un concurrido y sentido encuentro al que asistieron familia, amigos, allegados, miembros de junta directiva del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB), de la Asociación de Periodistas Económicos (APE), representantes de la Confederación General del Trabajo (CGT) y otros delegados de sectores públicos y privados, se lanzó el libro: Los Presidentes, Gobernantes y Mandamases de Colombia, del socio Amílkar Hernández, escritor y periodista.
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Hacer el fracking
El ministro del Mincit, José Manuel Restrepo, estuvo el fin de semana con la caravana presidencial en Antioquia, y durante su paso por Jericó, ese bello pueblo patrimonio que combina naturaleza, cultura y religión, destacó la importancia del turismo como motor de desarrollo económico. Este es un tema recurrente en su discurso, y por la frecuencia con la que lo transmite y el valor que le da el Gobierno, es consecuente imaginar que será considerado un pilar estratégico en las políticas económicas del presente cuatrienio.
El turismo ha sido tradicionalmente un renglón marginal dentro de los programas presidenciales, en buena parte debido a factores objetivos y subjetivos que han marcado la historia del país. Pero la súbita trascendencia adquirida en los últimos años lo convierten en una alternativa de primera mano para promover progreso, gracias a la positiva influencia que ejerce sobre el PIB, la balanza de pagos, la generación de empleo, la redistribución de rentas y la recuperación de las economías regionales.
Desde la campaña presidencial, el jefe de Estado lo incluyó entre su baraja de intereses, y dijo confiar en ser el presidente que le ponga el acelerador para transformarlo en “el nuevo petróleo de Colombia”, una frase que acuñó y que como objetivo a cumplir se repite en todos los talleres semanales que -como en Jericó- realiza con la comunidad. Ahora, con la posesión del viceministro del ramo, el sector entra a la era Duque, reacomoda el decorado y su compromiso alimenta las expectativas de los gremios y el país, en particular de aquellos territorios que esperan integrarse a una actividad que las redima de los golpes de la pobreza y la violencia.
A lo largo de la última década el mercado colombiano mejoró sus señales en el exterior, lo que le permitió redimir imagen e incentivar la llegada de visitantes extranjeros, entrando a figurar en los catálogos internacionales de viaje como una oferta interesante. El sombrío escenario de otros lustros atrás se ha venido diluyendo y dentro del paisaje cotidiano de nuestras grandes ciudades, resulta habitual descubrir turistas recorriendo sus calles.
El turismo receptivo en este lapso dio un salto largo y alcanza una cifra histórica. De 2.5 millones de visitantes del exterior hacia finales de la última década, se llegó a más de 6 millones al cierre de 2017. Para este primer semestre los ingresos por servicios concentraron en las categorías de viajes y transporte el 78% de sus exportaciones, con total de USD 3.530 millones. Al término del año el sector podría aproximarse al 15% de las exportaciones y superar los US$7 mil millones en divisas, lo que significa que si no le respira en la nuca, sí le sigue fuertemente el paso al petróleo y sus derivados, que a julio pasado registraron ingresos por US$9 mil millones.
El Gobierno tiene el encargo de potenciarle los motores al turismo y de paso darle el empuje de industria estratégica. El desafío estará en mejorarle las condiciones y reforzarle el empujón para mantenerle su línea de tendencia. Lo logrado hasta la fecha es significativo y el boomturístico que se vive, consecuencia de una suma de esfuerzos público y privado, se debe impulsar y priorizar.
Tanto presidente como ministro parecen tener claro que el turismo es una oportunidad y que para mejorarle el desempeño habrá que construir sobre lo construido, implementar ajustes e innovar. El viceministro, Juan Pablo Franky, viene del sector, donde ha ejercido varios cargos gerenciales, y puede orientar la brújula hacia un nuevo norte.
El país dispone de suficiente materia prima en recursos naturales y culturales para extender su gama de ofertas más allá de los tradicionales destinos turísticos, donde regiones como Caquetá, Meta, Guainía, Guaviare, Vaupés y Vichada apalanquen beneficios para sus comunidades. Sus atractivos dan para multiplicar los doce corredores turísticos ya reglamentados, los que habrá que seguir fortaleciendo y promoviendo.
Deberán superarse los puntos débiles en frentes como infraestructura, inversión pública y privada, promoción, diversificación de productos, emprendimiento y seguridad, este último determinante en la transformación del mercado turístico. Las perspectivas sobre el fin del conflicto han sido clave en su crecimiento y para sostenerlo será necesario dejar mezquindades y mantener viva la ilusión de paz. Nuestro turismo avanza a buen ritmo, pero para convertirlo en el “nuevo petróleo” habrá que hacerles el respectivo fracking a los enemigos de la reconciliación.
@Gsilvar5
Esta opinión es responsabilidad única del autor, y no compromete al Círculo de Periodistas de Bogotá
Por partida doble
A cuatro horas de Bogotá y dos de Tunja se localiza Santa Sofía, un pequeño y apacible pueblo de rasgos particulares, de esos que abundan entre las montañas y valles boyacenses. Su estrecha cabecera municipal está encunada en un frío brazo de la cordillera Oriental, pero sus diez veredas se desgranan sobre un mosaico de pisos térmicos que pincelan variedades de climas y paisajes.
Santa Sofía tiene ese sabor entrañable que da la vida en el campo, donde gente de trato cercano y cordial estrecha la convivencia. Es un municipio agrícola y pecuario que orienta la producción de sus cultivos al vaivén de las crisis económicas. Produce curuba de Castilla, fruto tradicional, casi silvestre, que durante décadas reinó como principal medio de sustento, pero quedó relegado ante la inestabilidad de los precios. Sus tierras se abrieron para las siembras extensivas de tomates bajo invernadero, producto que pisa fuerte en el mercado nacional y traspasa fronteras con rumbo a México, Costa Rica y Panamá
Cuenta con 3.000 habitantes, la mitad de la población que pocos años atrás desbordaba sus calles y que se diezma por falta de oportunidades. Su migración hacia Bogotá y Tunja crece, y mientras miles de sofileños cumplen sus sueños por fuera, el pueblo se achica y amplias casonas se cierran hasta las concurridas fiestas parroquiales que lo transforman en bullicioso hervidero de visitantes.
El pintoresco municipio está enclavado en un variopinto y fértil territorio y conforma una ruta turística de increíbles lugares ancestrales con Moniquirá, Gachantivá, Villa de Leyva, Sutamarchán y Saboyá, poblaciones con las que comparte límites. Sobre la compleja topografía de montañas, páramos y valles boyacenses se enlazan estos pueblitos campesinos y artesanales, cargados de historia y de hermosas postales, que proponen descanso y contemplación.
Las especiales características prodigan a Santa Sofía de varios recursos naturales convertidos en atractivos turísticos. A lo largo de su encumbrada superficie de 78 km2, se descubren múltiples opciones para el turismo ecológico, en actividades de senderismo, montañismo, torrentismo, barranquismo, espeología y escalada.
Por sus alrededores se encuentra el Paso del Ángel, un sosegado camino rural que —en un trecho de dos metros— reduce su senda a 20 centímetros sobre el filo de una montaña rodeada de dos profundos abismos, uno de ellos sobre el río Moniquirá, a 160 metros de altura. Muy cerca está el Hoyo de la Romera, con una caída de 40 metros, donde, según la leyenda, los indígenas arrojaban a las mujeres infieles, y en cuyos terrenos funciona una espléndida finca turística que se dedica a la práctica de rapel y camping.
Desde otros puntos de salida, y tras cortos recorridos, aparecen el Salto y Cueva del Hayal, una magnífica formación rocosa que descarga portentosas aguas desde 25 metros; la cascada cristalina de la Juetera; la Cueva de la Fábrica, antiguo templo indígena que aún conserva estalactitas; la Cueva del Indio, apreciada por su relieve kárstico, y una singular roca movible de tres metros de diámetro, conocida como la Piedra Movida.
Su patrimonio culinario y cultural marca una indisoluble relación con la vida rural. El recurso gastronómico está basado en la tipicidad de sus platos de fritanga dominguera, mute de mazorca y gallina campesina, y las tradiciones culturales se expresan en el Reinado Nacional del Tomate, las Fiestas Religiosas de Santa Rosa de Lima, el Festival del Burro y la Feria Equina y Bovina, eventos locales que adquieren madurez en el calendario folclórico nacional.
Como su vecino Toca, Santa Sofía tiene la dispensa de contar con dos iglesias, condición que le agrega fortaleza a su propuesta cultural. Una antigua construcción tallada en piedra, con un siglo de existencia, y un moderno y espacioso templo de arcos aerodinámicos, edificado 50 años después gracias a los generosos dineros de la comunidad, acercando los rasgos de su diseño a la imponente Basílica de Constantinopla. Pero contrario a Toca, sus dos parroquias celebran oficios religiosos y no reposan juntas en la misma acera del parque principal.
Disponer de dos iglesias es un privilegio poco común en las pequeñas poblaciones, pero Santa Sofía, una afectuosa comunidad conservadora, tradicional y religiosa, se da el lujo de tenerlo, pese a que —por estragos de la emigración— no es que le sobren muchos fieles para llenarlas. Dos bellas parroquias en las que Dios atiende ruegos y que, por partida doble, apetece repetir antes de un suculento plato de fritanga dominguera.
Esta opinión es responsabilidad única del autor, y no compromete al Círculo de Periodistas de Bogotá
El poder de las nuevas tecnologías en la comunicación y el marketing
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La crema al pastel
La presencia de cruceros en Colombia se hace cada día más fuerte. El país se perfila como un destino con amplias posibilidades de fortalecerse en los catálogos de viaje, convirtiendo el segmento en una apuesta que contribuya al desarrollo de las zonas costeras. Aunque las cifras de viajeros que desfilan por los puertos nacionales resultan bajas, su expansión es interesante y abre todo un mar de oportunidades dentro de la economía globalizada.
Del medio centenar de empresas internacionales que promueven este segmento turístico, 33 operan por nuestras costas y jalonan el tráfico de pasajeros en curva ascendente. Hace un par de décadas la demanda anual apenas sobrepasaba los 25.000 turistas, pero se incrementa año por año, subiendo la tendencia por encima de niveles del 10%. En 2017, desembarcaron 343.000 pasajeros, y las perspectivas para lo que viene son interesantes.
Como estrategia turística esta industria comenzó a vislumbrarse en el país hacia finales del siglo pasado. A comienzos del actual, hacia 2005, se lanzó al agua de la mano de Procolombia, y hoy en día presenta resultados visibles y le soplan buenos vientos. En 2017 los ingresos generados por los consumos de tripulantes y pasajeros, en tránsito o en embarque, alcanzaron los US$59 millones.
Cartagena es el más importante punto de referencia, por contar con infraestructura para buques de alta capacidad, hasta para 5.700 personas. De ahí que el 95% de los cruceros que nos visitan lleguen a la capital de Bolívar, ciudad que en 2014 recibió de la OEA el reconocimiento marítimo como Puerto de Destino Turístico Sostenible. En Santa Marta recalan algunas embarcaciones, mientras que en las islas de San Andrés y Providencia se paga el costo de sus restricciones para el servicio de cruceros de gran tamaño. En el Pacífico, en las costas de Utría y Bahía Solano, se avistan ocasionalmente pequeños barcos.
La industria comenzó a navegar en el mundo desde los veranos de los años 60, reportando un crecimiento inusitado tras el paso de las últimas temporadas. Se ha convertido en un renglón dinámico con significación como factor económico, que se expande en permanente conquista de mercados, gracias a la ampliación de las flotas de las navieras y a la capacidad de respuesta para innovar en el diseño de las embarcaciones, con mejores servicios y una variada gama de actividades a bordo.
El creciente tráfico de pasajeros le pone cierta dosis de picante a las expectativas de la industria, para la que se perfila un horizonte despejado como potencial de negocios. Según uno de los más recientes informes de la Cruise Line International Association (CLIA), en 2017 se movilizaron 26,6 millones de pasajeros en el mundo, y este año bien podrá cumplirse la meta de 28 millones. Su impacto económico empieza a ser significativo, pese a las recientes crisis económicas que han azotado el planeta y que no han sido obstáculo para su excelente despegue.
El país reúne ingredientes necesarios para mostrarse y, de paso, afianzarse en el mapa global de este segmento, gracias a los atributos históricos y culturales y la irresistible tentación tropical y caribeña de sus puertos. Pero para acariciar el objetivo deberán enfrentarse retos, y el primero será ponerle el ojo al desarrollo de una infraestructura portuaria viable, que permita garantizar el acceso y permanencia de las navieras y capitalizar mayor cantidad de recaladas.
En Colombia y en el mundo, el negocio de estos hoteles flotantes, clasificados entre tres y seis estrellas, representa solo una pequeña parte del gran pastel de la industria turística. Pero las fuertes inversiones de las navieras y el aumento de la demanda, particularmente en sectores medios de países emergentes, le van untando la crema, haciéndola tan provocativa y tentadora como un inolvidable crucero del amor.
Esta opinión es responsabilidad única del autor, y no compromete al Círculo de Periodistas de Bogotá
Por naturaleza
NOTAS AL VUELO
La falta de cultura ambiental es un factor determinante que incide en la destrucción de nuestros recursos naturales, comprometidos por el manejo irresponsable que originan ciertas prácticas productivas y criminales. Actividades que buscan beneficios particulares, como la ganadería extensiva, la tala de bosques, el tráfico de especies silvestres, la minería ilegal, el narcotráfico y los asentamientos irregulares en áreas de conservación, generan consecuencias imprevisibles.
En las altas cumbres se tiene la mira puesta en el problema, pero falta mayor contundencia para enfrentar las amenazas depredadoras que atentan contra la estabilidad de un patrimonio que resulta de gran valor estratégico para garantizar el desarrollo nacional y el futuro de las próximas generaciones. Contener la dilapidación de estos recursos vitales exige tanto de educación ambiental y de conciencia cívica, como de un ejercicio de autoridad, con control y vigilancia permanentes.
La conservación de la biodiversidad biológica es una tarea en la que se avanzó durante el anterior gobierno, mediante la delimitación de páramos y la ampliación de áreas protegidas, medida que deberá complementarse con presencia efectiva del Estado para conseguir resultados tangibles. En los últimos cuatro años se integraron 5,5 millones de ha de áreas protegidas, y el país consolidó un total de 29 millones de ha, algo así como el 14% del territorio nacional. Colombia adquirió un compromiso internacional para 2020 de proteger por lo menos el 17% de las zonas terrestres y de aguas continentales, y el 10% de las zonas marinas y costeras.
Dentro de las estrategias para la conservación de aquellas áreas que tienen vocación turística las actividades ecoturísticas juegan un papel importante, como lo han demostrado otros países. El ecoturismo resulta ser un inmejorable aliado económico que irriga beneficios tanto para el sostenimiento de las reservas naturales, como para el de las comunidades locales, incluyendo aquellas localizadas en sus zonas de amortiguación.
Parques Nacionales viene implementando algunos programas de ecoturismo comunitario que arrojan positivos resultados en la consecución de tales propósitos, al igual que en la apropiación de los territorios por parte de viajeros que encuentran motivos para sensibilizarse, respetar y proteger los recursos naturales y culturales. Varias alianzas suscritas con organizaciones locales para la prestación de servicios y actividades ecoturísticas generan oportunidades laborales, de ingresos económicos, valoración de territorios y divulgación del patrimonio.
El número de visitantes que participan en actividades de ecoturismo en las áreas protegidas del país es relativamente bajo, pero se incrementa de manera constante, particularmente en razón a las nuevas condiciones de acceso que en algunas de ellas permite el proceso de paz con las Farc. Entre junio de 2017 y mayo de este año se registró algo más de 1’700.000 visitantes, y concesiones como las de los PNN Corales del Rosario y Tayrona, además de irrigar empleo y beneficios a ciertas comunidades, caso Cañaveral, Santa Marta y La Revuelta, le han reportado $10.600 millones a Parques Nacionales.
Las negociaciones de paz trajeron frescos vientos y permitieron formalizar 189 convenios sobre cierre de frontera agrícola con familias que viven o colindan con nueve áreas protegidas, ubicadas dentro de los 65 municipios priorizados en el Acuerdo. También facilitaron un proceso de restauración ecológica de áreas afectadas por cultivos ilícitos. Es el caso de la regeneración natural de 30 ha en el Santuario de Flora y Plantas Medicinales Orito Ingi Ande, al sur del país, en el piedemonte amazónico, pactada con trece familias campesinas.
La batalla por garantizar la protección de las áreas de reserva natural es compleja, y para ganarla se deberá priorizar una política de Estado que conduzca a su sostenibilidad y que sirva, como el ejemplo que nos da Costa Rica, para hacer del turismo de naturaleza una industria exitosa. En este país vecino y sosegado el 2% de territorio declarado parque nacional está abierto al turismo, y de esta franja aprovechable económicamente sale el 40% del presupuesto para mantener la totalidad del sistema.
Aumentar las áreas protegidas, liberándolas de los depredadores, es un primer paso para asegurar la conservación de la biodiversidad, y abre un abanico de posibilidades para mirar hacia las orillas del turismo sustentable, a través de políticas públicas que reporten frutos a los ecosistemas, las comunidades, los turistas y el país. Seguir buenos ejemplos internacionales permitirá disfrutar de nuestros recursos a través de un desarrollo turístico sostenible, que, como se ha demostrado, suele producir buenos dividendos… por naturaleza.
Esta opinión es responsabilidad única del autor, y no compromete al Círculo de Periodistas de Bogotá
Voluntad política
Dentro de los claro-oscuros de la administración Santos, vale la pena rescatar los avances que registró el turismo, un sector que fue relevante en el desarrollo de la economía nacional. En los últimos años la actividad cruzó umbrales insospechados, que eran poco previsibles después del prolongado período de aislamiento internacional que en razón del conflicto armado vivió el país, y que tuvo hacia finales del siglo pasado una inusitada complejidad.
El balance fue satisfactorio en líneas generales. Se marcó récord en llegada de turistas y de ingresos, se volteó la balanza y se mejoró la imagen del país. Los nuevos vientos tocaron a los viajeros colombianos que lograron obtener la exención de visado en todo el territorio Schengen, en los países que integran la Alianza del Pacífico, e inclusive en República Dominicana y Curazao.
A lo largo de la década el crecimiento de visitantes precipitó la llegada de aerolíneas y multiplicó las rutas y frecuencias aéreas, comprometiendo al Gobierno en la ejecución de obras de infraestructura aeroportuaria. De 2.6 millones de viajeros internacionales que se trasladaban hasta estas tierras en 2010, la cifra se trepó el año pasado a 6.5 millones, marcando un aumento aproximado del 150% durante el período. Las condiciones del mercado permitieron extender las conexiones aéreas en un 40%, a 81 destinos internacionales, y conformaron una variopinta propuesta de servicios integrada por 34 aerolíneas.
En infraestructura se dio un sacudón, con inversiones cercanas a los cien billones de pesos que, además de aeropuertos e instalaciones turísticas, cubrieron frentes viales, puertos marítimos y líneas férreas, con los que se ha beneficiado el desenvolvimiento de la actividad. Siete billones de pesos fueron directamente destinados para intervenir 90 terminales aéreas, y $565.000 millones se ejecutaron en 166 proyectos turísticos, entre ellos algunos embarcaderos, centros de convenciones, senderos y señalización.
La hotelería vivió su propio boom, luego de la moderada inversión en infraestructura que por US$1.700 millones se registró en 2010. En los últimos años las cifras se triplicaron, facilitando la apertura de 218 hoteles de reconocidas marcas internacionales, que consolidaron una oferta de 25 mil nuevas habitaciones. El despegue hotelero comenzó a labrarse desde 2003, a raíz de una suma de factores claves, como reglas claras en la inversión, los incentivos tributarios aprobados durante el Gobierno Uribe, los cambios en la percepción en seguridad, el tamaño del mercado colombiano –el tercero en Latinoamérica- y el TLC firmado con los Estados Unidos.
Los ingresos por divisas turísticas también se destacaron en lo corrido de la década. Entre 2010 y 2017 crecieron un 68%, al pasar de US$3.440 millones a US$5.787 millones. Una tendencia parecida a la que se registró en el caso del empleo, en el que se alcanzó una meta cercana a los dos millones de trabajadores, en su gran mayoría con ocupaciones formales.
El turismo atraviesa por su mejor momento histórico y es tal su impulso que se convierte en la segunda fuente de divisas del país, después del petróleo y los hidrocarburos, saltando por encima de las tradicionales exportaciones de café, banano y flores. Su media de crecimiento del 12% triplica el promedio mundial, y construye un atractivo escenario que le permite a Colombia incursionar en los catálogos internacionales y en los principales medios de comunicación del exterior como un destino turístico recomendado. Resultado de ello es también el regreso e incremento de cruceros a nuestros más emblemáticos puertos caribeños.
El despegue se viene haciendo a buen ritmo, pero falta un largo trayecto para llegar al destino. Diversos problemas deberán solucionarse en materia de planeación, gestión e infraestructura, si se le quiere sacar frutos a la privilegiada posición geográfica de Colombia y a la competitiva diversidad cultural y de naturaleza que tienen las multifacéticas regiones del país.
Colombia es hoy en día una interesante apuesta turística, con un enorme potencial latente que soportaría gran peso de la economía de persistirse en la necesidad de consolidar la paz para rescatar y proveer de bienes públicos antiguas y actuales zonas de conflicto armado y hacer un aprovechamiento sostenible de sus valores agregados. Gran parte del éxito alcanzado por el turismo se debe a los diálogos con la guerrilla, que mejoraron las condiciones de seguridad y la confianza hacia el país. Sembrar bonanza, sin embargo, exigirá además de buenos vientos mucha dosis de voluntad política.
Esta opinión es responsabilidad única del autor, y no compromete al Círculo de Periodistas de Bogotá
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