5 diciembre 2019 –
Tomado de: El Tiempo.
Muchas cosas han cambiado en Colombia desde que, en 1513, Pedrarias Dávila, yerno de Vasco Núñez de Balboa, fundó el primer hospital del país en Santa María La Antigua del Darién, que para la época contaba con 50 camas, dedicadas casi todas a atender enfermedades del clima tropical que afectaban, principalmente, a los primeros conquistadores.
Después vinieron otros hospitales, como el García de Lerma, en Santa Marta, en 1528, con apenas seis camas; el San Sebastián, en Cartagena de Indias, en 1537; o el San Pedro, en Bogotá, en 1564; que dieron pie para que comenzará a consolidarse la educación médica en Colombia y estructuraron las primeras escuelas de medicina en el territorio nacional.
Con los nombres de José Celestino Mutis, José Fernández Madrid, José Félix Merisalde, José Joaquín García y otros, se sentaron las bases de un gran desarrollo en el estudio y tratamiento de enfermedades propias de la región, alimentados con conocimientos de profesionales que comenzaron a llegar, sobre todo de las escuelas europeas.
Poco a poco, los médicos colombianos empezaron a tener nombre y prestigio en la región y ya entrado el siglo XX eran considerados entre los mejores del continente, en un proceso creciente que aún se mantiene.
“Hoy, los profesionales egresados de las escuelas colombianas son bien recibidos para continuar estudios en el extranjero por su calidad, al punto de que muchos de ellos terminan quedándose como maestros, fortaleciendo procesos de enseñanza para el mundo”, comentó esta semana Gustavo Quintero, presidente de la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame), durante un foro en la Universidad del Rosario.
Los hay en todas las áreas: investigadores, clínicos, cirujanos que, de tanto en tanto, producen información en trabajos individuales y colectivos que dejan en alto esta profesión en el mundo entero.
Por eso, esta semana, cuando se celebró el Día del Médico, vale la pena destacar avances médicos que tienen nombres individuales y han marcado una pauta a nivel mundial.
Madre canguro
En 1979, Édgar Rey Sanabria y Héctor Martínez Gómez, médicos del Hospital Materno Infantil en Bogotá, ligado a la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional, tomaron como base el proceso natural que tienen los canguros para completar el desarrollo de sus crías después de nacer para aplicarlo en el manejo de bebés prematuros o con muy bajo peso al nacer, de tal forma que pudieran salir de manera temprana de los hospitales y continuar sus controles ambulatoriamente.
Como era de esperarse, la estrategia se denominó programa madre canguro y consiste de manera simple en mantener a los recién nacidos pegados al cuerpo de la madre y al padre de manera permanente debajo de la ropa y en contacto directo con la piel mientras se alimenta con leche materna, todo dentro de un proceso de adaptación, educación y seguimiento.
El programa no fue ideado como un experimento controlado, sino que surgió como una alternativa ante la carencia de recursos para atender a los recién nacidos y a las madres en ese momento. Los resultados fueron tan significativos que la misma Organización Mundial de la Salud (OMS) la convirtió en una estrategia para aplicación global, no solo en países en vías de desarrollo. Hoy sigue mostrando su efectividad y en el país tiene seguidores que han consolidado el programa no solo en un contexto de asistencia, sino académico, como en el Hospital Universitario San Ignacio.
Bolsa de Borráez
Oswaldo Borráez, profesor.
Foto: Archivo particular
En marzo de 1984, el cirujano Oswaldo Borráez, quien para entonces era residente de segundo año, recibió en urgencias del Hospital San Juan de Dios a un paciente al que se le había caído un carro encima cuando lo estaba manipulando. Al hombre se le estalló parte del hígado y no tenía las vísceras lesionadas. Después de operarlo, hubo necesidad de reintervenirlo porque presentó focos de infección.
En el cuarto procedimiento se detectó un aumento de la presión abdominal con un significativo edema del intestino que impedía cerrarlo. Ante la imposibilidad de tener una malla por las limitaciones económicas del hospital, “eché mano –dice Borráez– de la bolsa de los sueros y se la fijé con puntos a manera de pared abdominal”.
“El rechazo de los colegas fue inmediato, pero ante el pronóstico desfavorable decidieron dejarle la bolsa en cuidados intensivos”, le contó el cirujano a este diario.
El paciente evolucionó favorablemente y la bolsa permitió hacerle monitoreo, hasta meses después de estar a salvo. Por ese entonces, algunas autoridades médicas de Estados Unidos visitaron el hospital y se sorprendieron por este recursivo adelanto que fue presentado en congresos mundiales. Hoy, la Bolsa de Bogotá o de Borráez sigue siendo usada y ha salvado a miles de pacientes comprometidos por el aumento de presión abdominal después de muchas afecciones.
Síndrome de Yunis
Entre 1978 y 1980 el profesor Emilio Yunis, considerado el padre de la genética en Colombia, se encontró con tres familias no relacionadas en las cuales existían niños afectados por alteraciones genéticas únicas no descritas hasta el momento. Estas se manifestaban con alteraciones óseas en el cráneo, ausencia de clavículas, algunos dedos y huesos en manos y pies y depósitos de sustancias en algunas células.
Después de analizar los cuadros en el laboratorio y configurarlos clínicamente, llegó a la conclusión de que eran únicos y se denominaron como el síndrome de Yunis-Varón, en razón a que el radiólogo Humberto Varón lo acompañó en esta hazaña. Se trató de una descripción completa de una nueva enfermedad que fue incluida en todos los libros de medicina del mundo. Yunis falleció en marzo del año pasado.
“Este aporte desde un país subdesarrollado y en una época en la que se realizó fue un paso gigante en la genética”, comentó su hijo Juan Yunis, también genetista.
Válvula de Hakim
Salomón Hakim, fallecido en el 2011.
Foto: Archivo EL TIEMPO
En 1957, después de regresar al país de especializarse en Estados Unidos, el médico e investigador colombiano Salomón Hakim comprobó en un paciente de 16 años que había sufrido un trauma craneoencefálico severo en un accidente de tránsito que tenía un aumento del líquido cefalorraquídeo y que a pesar de tener una presión dentro del cráneo normal, mejoraba cuando se le drenaba. Con esto confirmó su teoría de que existía una hidrocefalia con presión normal intracraneana que pasó a denominarse síndrome de Hakim.
No contento con eso, en 1966, el profesor Hakim desarrolló una válvula unidireccional para regular el drenaje de dicho líquido. Esto ocurrió después de haber probado con diversos materiales hasta encontrar el diseño definitivo en un taller personal ubicado en la calle 93 de Bogotá.
En su momento, este aparato consistía en un cono de acero inoxidable, una esfera de zafiro sintético y un resorte con el que regulaba la válvula y que a diferencia de otras resultó ser más eficiente y segura, al punto de ser patentada en Estados Unidos. Al principio fue fabricada en el mismo taller y luego cedió sus derechos para su producción mundial.
Con el tiempo, su hijo Carlos perfeccionó y mejoró el diseño hasta convertirla en lo que es hoy. El profesor Hakim falleció en mayo del 2011.
La vacuna sintética
El profesor Manuel Elkin Patarroyo.
Foto: Archivo EL TIEMPO
Hasta 1987 las vacunas eran elaboradas a partir de las partículas de los microorganismos o de estos en su totalidad que provocaban reacciones de defensa en el cuerpo. En otras palabras, se necesitaba de bacterias, virus u hongos para buscar una respuesta inmunológica en el cuerpo.
Pero a partir de ese año el inmunólogo colombiano Manuel Elkin Patarroyo, después de identificar las partículas en algunos parásitos, fue capaz de replicarlas en el laboratorio a partir de su composición molecular básica. Es decir, los elementos que reaccionan en el cuerpo y dejan memoria en el sistema inmune para defenderse ante un ataque por primera vez fueron elaborados a partir de la síntesis molecular.
Este principio desarrollado en su totalidad por la Fundación Instituto de Inmunología de Colombia (Fidic) involucra el conocimiento a nivel atomístico de las partes importantes de los microbios (cualquiera de ellos) en el proceso de infección al individuo, al igual que el análisis al mismo nivel de las moléculas del sistema inmune de humanos y animales.
Su diseño teórico fue considerado en el 2014 como uno de los aportes más significativos de la ciencia colombiana para el mundo.