6 marzo 2020 –
Por: 070 –
Ser periodista y mujer en América Latina es ir en contra de la corriente. Es en pleno siglo XXI seguir defendiendo, defendiéndonos como mujeres capaces de interpelar al poder, de poner agenda, de defender la igualdad, de tomar decisiones editoriales, de llegar a cargos directivos, de acabar con la idea de que la política y la justicia son temas exclusivos y reservados para los hombres.
No sólo nos enfrentamos a un gremio históricamente dominado por ellos (como muchos otros gremios), nos enfrentamos también a medios cooptados por intereses capitalistas dominados por hombres y en lo más básico de nuestro ejercicio nos enfrentamos a fuentes, a entrevistados, a hombres que ostentan el poder y que nos deslegitiman como periodistas por el simple hecho de ser mujeres.
Por esto, porque estamos en una profesión desigual, como muchas otras, hoy 8 de marzo, quisimos que mujeres periodistas de ocho países de América Latina nos contaran a qué se enfrentan, qué reprochan, qué no aguantan y en contra de qué luchan en su ejercicio periodístico diario.
Estefanía Avella
Periodista de 070
La violencia sexual es el segundo crimen que más se comete en el país y es uno de los crímenes que ubica a Colombia en el deshonroso segundo lugar de países del hemisferio donde más se cometen crímenes en contra de la mujer, después de México. En nuestro país, las mujeres periodistas son, de manera sistemática y tipificada, víctimas de esa violencia sexual.
Lo primero que tenemos que entender es que la violencia sexual no se limita únicamente a la violación, incluimos también el acoso, el abuso, la acción de extralimitarse de poder por el hecho de ser hombre o querer imponer ese poder a través del acoso. En Colombia son muy pocas las periodistas que se han atrevido a hablar de los que ha ocurrido en su condición de mujer en el ejercicio del periodismo. Hace algunos años ni siquiera era posible pensar que las periodistas pudieran denunciar que habían sido víctimas de acoso o de alguna otra manera de violencia sexual. Pero lo cierto es que hoy queda a luz pública que en las redacciones, y sobre todo en el ejercicio de su profesión, las mujeres sufren este tipo de violencia. Como en todos los casos los cuerpos de las mujeres son usados para conseguir favores, para suministrar información o para negarla. Pero también para aprovecharse de la condición de mujer de las periodistas. Hay más casos de los que pensamos de violencia sexual y violación, sobre todo en las regiones rurales del país.
El problema es que el acoso está normalizado. Es difícil pensar en una política que esté enfocada solamente a las mujeres periodistas. Colombia necesita una política pero sobre todo acciones para proteger a todas las mujeres. Lo que sí es claro es que las cabezas de los medios, las juntas directivas o los directores o directoras, deben tener unas políticas claras sobre cuál debe ser el comportamiento y sobre todo el cuidado de las periodistas. En No Es Hora de Callar, una iniciativa que busca darle una voz a las víctimas de violencia sexual, hemos hecho talleres para entrenar a los periodistas sobre la manera apropiada de cubrir la violencia sexual. Pero también hemos trabajado para hacerle entender a los periodistas en las redacciones que esos comportamientos de los que hablan en sus notas muchas veces se replica en el ambiente laboral. Lamentablemente los varones periodistas muchas veces no miden su comportamiento y tienen actitudes que terminen siendo acoso o que terminan siendo una invasión del espacio íntimo y privado de las periodistas.
Yo creo que una de las mayores conclusiones que nos deja este trabajo es que los periodistas naturalizaron el acoso. Creen que las practicantes tienen que dejarse manosear o que tienen que acceder a ciertas propuestas para mantener su práctica o su trabajo. La capacitación de ‘No es hora de callar’ ha llegado a hablarles claramente de cuál es ese límite pero también hacerles entender que eso que hacen en la redacción es lo que muchas veces plasman en sus textos y por eso terminamos con notas con un lenguaje revictimizante, con textos que llevan siempre a descargar todo el peso de la responsabilidad de un hecho de violencia de género en la víctima y no en el victimario.
El periodismo me permite hoy estar en un lugar privilegiado, como mujer y periodista, en el que puedo no sólo observar y reflexionar sobre la lucha del movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y trans, sino también contarla y sentirme un ínfimo granito de arena en esta ola de feminismo en la Argentina que logró, como primer paso, visibilizar las problemáticas de género.
Nuestra profesión, sin embargo, no escapa a la violencia y discriminación machista que por siglos caracteriza a esta sociedad patriarcal. En la Argentina, nuestra profesión está precarizada (como muchas otras) y las mujeres somos quienes más lo padecemos. En las radios, seguimos siendo convocadas mayoritariamente para decir la hora y la temperatura o, a lo sumo, para hablar de moda y cocina; en la televisión siguen teniendo mayores posibilidades las caras bonitas y en los medios gráficos las firmas de varones siguen llevando la delantera a las escasas de mujeres. En los altos mandos de las empresas periodísticas, los nombres femeninos prácticamente no figuran.
Es este un contexto duro para ser mujer y periodista en la Argentina. Pero también fascinante y no menos desafiante El movimiento feminista también logró marcar agenda no sólo en los medios sino en la política: en Argentina, estamos viviendo un hecho histórico, resultado de años de lucha y reclamos, que es el debate del aborto legal, seguro y gratuito. Y estar en el momento y en el lugar justos para contarlo es un privilegio. Un bálsamo para tantos “gajes” del oficio.
Sociedades machistas, como la guatemalteca, sufren por su necesidad de restringir a las mujeres. Intentan controlarlas para que no crezcan, no se muevan, no hablen, no piensen fuera de lo que el machismo tolera. Una manera de ejercer y mantener este poder es con ideas culturales sobre qué tipo de mujeres existen y cómo se posicionan ellas dentro de la lógica de la sociedad machista.
Son dicotómicas y se les califica según su movimiento en el espacio privado-público, la hora, el lugar, su maquillaje, su vestimenta, su estilo, su forma de hablar, sus interlocutores. La mujer a la que violan en su casa califica como tragedia. La mujer a la que violan una noche que regresa de una fiesta en la noche como responsable por buscarlo a esa hora, con esa falda. Por ser mujer.
Las periodistas mujeres por definición salimos de esta dicotomía. Estamos afuera todo el tiempo. Buscamos meternos y estar en el lugar y el momento en el que pasan las cosas. No hablamos sólo con mujeres ni sólo de ciertos temas. Es una provocación total, y necesaria, a la cultura machista. Cuando trabajo con fuentes de información que son hombres, esto se manifiesta en ciertos juegos de poder.
Un ejemplo fue cuando solicité información pública a un oficial de una unidad de la Policía Nacional Civil que había entrevistado en un par de ocasiones. Era sobre un asesinato relacionado a las extorsiones y pandillas en Guatemala y la información, tanto escrita como visual, era fuerte.
Antes de entregarme la información, el oficial me dijo: “ojalá no le vaya a afectar su sueñito, señorita, no le queremos dar pesadillas”.
Me pregunto si esto también le pregunta a mis colegas hombres. ¿Si el oficial fuera mujer, me hubiera hecho la misma pregunta? Lo dudo. En ambos casos, lo dudo.
Por dentro me río por lo absurdo de que alguien considera prudente verbalizar tal comentario y por lo ridículo que me resulta el autor. Pero soy yo quien tengo que tomarme la molestia de considerar realmente qué contestarle, una consideración que no creo que haya hecho él.
Otro ejemplo son fuentes-hombres que traducen el interés en su historia o la información que te proveen en una oportunidad íntima. De repente recibes mensajes fuera del tema, preguntas personales, o invitaciones. Como si a cambio de ser o hacerse fuente una tiene que pagar con dejarse ser ‘conquistada’. Como si fuera un intento desesperado a recuperar el control de una situación después de haberse expuesto o haberte compartido información y la única manera es regresar a su convicción de que las mujeres somos objetos a conquistar.
En ambos casos lo que está en juego, pienso, es que no cuadramos. Como mujeres no cuadramos dentro de uno de los tipos de mujeres que hacen sentir cómodos al machismo. En ningún caso te toman en serio; no pueden, porque este tipo de igualdad sería amenazante.
El mensaje, en fin, es que una como mujer no debería estar allí en sus cabecitas machistas.
Como yo lo escogí, ¿soy yo la que tengo que aguantarlos? No, ellos que tienen que cambiar.
Sigamos provocando.
El periodismo político en Ecuador ha estado tradicionalmente reservado a los hombres. En los medios tradicionales, las figuras representativas en ese ámbito eran, en su gran mayoría, hombres. Hace menos de una década, se empezó a notar un poco más de presencia femenina en las coberturas de temas políticos, aunque incluso ahora en algunos grandes medios, la política está reservada para periodistas hombres e incluso mujeres que han expresado su voluntad de cubrir esos temas, son relegadas a la cobertura de temas ambientales, sociales o de farándula.
En un ámbito como la política, que ha sido dominado por hombres, es un terreno hostil para mujeres periodistas. A los políticos hombres les cuesta ser abordados, cuestionados, preguntados y repreguntados por mujeres. Tienden a tratarnos con condescendencia, a hacer bromas o emitir comentarios sobre nuestro aspecto, nada de eso hacen con otros hombres. Muchas veces me han considerado “grosera”, “insistente”, “agresiva” o “mandona” por hacer el mismo trabajo de cualquier periodista hombre.
Es un enorme reto para las mujeres periodistas enfrentarse a ese ambiente masculino, sobre todo cuando ellos se sienten amenazados por una periodista bien informada, lista para hacer preguntas acuciosas y dispuesta a insistir para obtener respuestas. Esa actitud, necesaria en el ejercicio del periodismo, es vista como “agresiva” si es que viene de una mujer. Incluso hay hombres y mujeres que se sorprenden e incomodan (no siempre conscientemente) de que una mujer aborde con frontalidad temas políticos, sobre todo cuando eso incluye entrevistar sin concesiones a políticos hombres.
Para mí es un reto constante poder afrontar esos escenarios e incluso abrir más espacios para otras periodistas más jóvenes y demostrar que las mujeres somos tan capaces de cubrir política como cualquier otro ámbito que nos interese.
En mi experiencia personal, al igual que ocurre en la sociedad en general, el primer obstáculo para una mujer periodista es ser mujer. Ser mujer tanto por su género y físico como por el constructo social que se ha normalizado sobre lo que ella debe ser -históricamente-. Por lo breve del testimonio, sólo voy a dar unos ejemplos de lo que me incomoda -y considero irrespetos- como mujer periodista.
Así como me he sentido incómoda cuando camino por la calle y un hombre desconocido enfoca sus ojos sobre mi cuerpo o me tira besos o me llama “amor” o “muñeca” para llamar mi atención, sin yo permitirlo o aceptarlo, también me he sentido incómoda cuando un político o funcionario público me sonríe y pasa una mano sobre mi hombro sin siquiera haber mediado -nunca- una palabra con él; o cuando ya sentada para iniciar una entrevista le explico que la conversación será entre ambos sin importar la dirección de la cámara que graba, y el diputado responde: ‘No lo necesito, usted es muy bonita para no mirarla’; o cuando días después de una conversación en la que cuestionas a un parlamentario por el conflicto de intereses que puede existir entre ser dueño de una empresa o negocio y su función pública, viene y desde lejos te lanza besos como forma de saludo.
Ellos se toman una potestad que la periodista mujer (creo que hay que cambiar el orden porque no importa el género, cuando se es periodista se es y punto) no le ha dado. No te estás sentando con un amigo o un hombre que te invita a una cita para cortejarte, a quienes por decisión propia puedes permitirles hacerlo, te estás sentando con un funcionario para preguntarle por qué sus políticas son ineficientes o por qué tiene una riqueza de más de un millón de dólares que no proviene de su salario como diputado. Por lo tanto, así como la periodista lo trata de usted y toma la distancia debida, por respeto a su persona y al cargo que ostenta, el entrevistado debe hacer lo mismo.
Una periodista mujer no está esperando que la traten como –únicamente– una mujer, sino como un(a) periodista”.
Soy Macarena Gallo, tengo 36 años, soy periodista y he entrevistado alrededor de 200 hombres en doce años de oficio. Debido a mi contextura delgada, no maquillarme y representar menos edad –la raja por mí, debo decir -, siempre, cuando me ha tocado entrevistar a gente ligada a la cultura –que es mi especialidad, supuestamente resguardada de todos los males del mundo, donde se supone a uno le toca lidiar con gente bienpensante y bla bla bla– he tenido que demostrar que no soy una cabra chica, como le decimos a las jóvenes en Chile, que viene saliendo de la universidad. O sea, una ridiculez que no se le exige a ningún hombre. Incluso a periodistas que se ven muchos menores que yo. A ellos se les trata de igual a igual y nada de esto es tema y no está en su radar. Pero para nosotras sí. Porque, así como yo, hay muchas que les pasa lo mismo. Se vean más jóvenes o no. Es una cosa de género, lamentablemente.
Aún recuerdo una entrevista que le hice a la Raquel Correa, una seca, la mejor en el arte de entrevistar. Ella siempre se caracterizó por su carácter rudo y frontal. Hasta el Mamo Contreras, el director de la DINA, la policía secreta del dictador Pinochet que exterminó a cientos de chilenos en la dictadura militar, tembló frente a ella. Bueno, ella cuando no estaba entrevistando, era el ser más tímido del planeta. No mataba ni una mosca. Pero, ella me confesó, que cuando entrevistaba tenía que sacar la actriz que llevaba dentro para hacerse valer. O sea, no me lo dijo, pero se transformaba en una real bitch. Ella ha sido mi ejemplo todo el tiempo.
Todo el tiempo me han tratado de ver como una cabra chica sin experiencia periodística. Eso cansa, de verdad. Es agotador que siempre te estén cuestionando profesionalmente sólo por ser mujer y más encima feminista. Porque, querámoslo o no, uno siempre tiene que demostrar, aunque no lo quiera y no tenga por qué ser, que uno está preparada para hablar con ellos –seres del otro mundo: tus entrevistados.En este sentido, nunca ha faltado el entrevistado que me pregunta apenas lo saludó: “¿y usted, de verdad, es periodista? Yo pensaba que estaba estudiando recién”. Y se ríen los idiotas. Y yo pongo cara de jijiji. Porque tampoco uno quiere quedar como la periodista grave y cabrona en primera instancia. O sea, uno tiene que aceptar huevás y hacerse la tonta. Una actitud paternalista de los entrevistados que raya en lo insólito, actitudes que lamentablemente también muchas veces he visto entre mis propios compañeros de oficio y amigos progres.
Más de alguna vez me he visto en situaciones en que el entrevistado, alguien respetado culturalmente hablando, me ha mansplaineado. No sé si la palabra existe, pero en fin: me ha hecho sentir como hueona y han dedicado minutos extensos en demostrar que se las saben todas y que yo no cacho ni una. Un examen ridículo. Debo reconocer que tan hueona no soy – tampoco me voy a victimizar- y me he aprovechado de esas situaciones para conseguir que los tipos hablen y digan estupideces para después publicarlas (bitch forever). A ellos les sigo la corriente, les digo que no entendí la explicación que me dieron y hago que me hablen como hueones durante minutos. Esa, creo, que ha sido mi manera de sobrevivir a esa estupidez y hacerme camino. Es heavy admitirlo. Pero así es. Eso por un lado. Porque para qué hablar de cuando tienes que tratar pautas que atañen a tu propio género. Llámese denuncias de abusos sexuales y de ese tipo. No falta que te digan “es que no se vaya armar una caza de brujas y terminemos apuntando a todos los hombres” y todas esas explicaciones insólitas que uno escucha. O sea, una mujer periodista, y que además se identifica con el feminismo y toca temas ligados a la causa, siempre está puesta en duda. Es decir, pierde “objetividad”, su trabajo a veces es cuestionado y pierde validez. Esa huevá me enchucha.
El periodismo en Nicaragua es una labor llena de limitaciones y dificultades. Todos los poderes están monopolizados por el gobierno actual y sus funcionarios tienen prohibido brindar declaraciones a la prensa independiente. En lugar de las respuestas, que por ley tienen que brindarnos, se limitan a insultarnos y desacreditarnos. Pero las mujeres nos enfrentamos a una barrera más grande; cuando una periodista ha cuestionado a funcionarios como Mario Valle, diputado de la Asamblea Nacional, o Bayardo Arce, asesor económico de la presidencia, estos responden con comentarios como: “Mándeme a un periodista varón y le respondo” o “Sos una pobre chavala manipulada”.
Es que en Nicaragua hemos crecido dentro de un sistema patriarcal que normaliza conductas misóginas extremas. Aquí, prácticamente a diario, escribimos noticias sobre violaciones o femicidios atroces. Y las periodistas no estamos exentas a vivir esto, dentro y fuera de las salas de redacción. Somos minimizadas por cómo nos vestimos, qué decimos y cómo lo hacemos, la forma de nuestro peinado, con quién salimos, qué subimos a nuestras redes sociales, entre otros factores que serían irrelevantes si se tratara de periodistas hombres.
Los resultados del último Monitoreo Global de Medios, publicado en 2015 y donde incluyen a Nicaragua, indican que solamente el 41 % de las personas que se leen, ven o escuchan en toda Latinoamérica son mujeres. En Nicaragua, aunque no hay estadísticas, el porcentaje es todavía más bajo. Cuando este pequeño número de mujeres dentro de los medios alcanzamos posiciones de poder como productoras o editoras -posiciones donde no existen muchas mujeres -, por más méritos que tengamos, se nos acusa de acostarnos con el jefe para obtener la posición o no se respeta nuestra autoridad. Además, el acoso sexual por parte de jefes, colegas y fuentes nos dificulta más el trabajo; cuando se les rechaza, se ofenden e intentan sabotearte.
Ser periodista mujer en Nicaragua, sin duda, es un gran desafío para mí y mis colegas. Sin embargo, las mujeres seguimos produciendo periodismo de calidad, informando lo más cercano a la verdad, abriéndonos espacios que históricamente se nos han intentado cerrar y, sobre todo, amando nuestra profesión. Por ese amor que sentimos, solo nos queda luchar. Luchar y triunfar.
Cuando era una periodista que apenas me iniciaba viví una de las experiencias más violentas de mi vida. Al salir embarazada y sumarme a la lucha por reivindicaciones salariales de mis compañeros en un pequeño diario donde trabajaba fui sometida a una calificación de despido, hostigada y hasta “descendida” de una reciente promoción que me habían otorgado por mi desempeño. Eso fue hace 25 años. Ya afortunadamente a las mujeres periodistas no nos castigan por salir embarazadas, no obstante, en las redacciones venezolanas se mantiene que pese a la gran cantidad de mujeres reporteras aún la mayoría de los altos cargos están en manos de hombres.
Eso lo he visto en la práctica y también lo corroboró un estudio realizado en 2015 por Luisa Kislinger
Según cifras que reporta la investigadora Kislinger las juntas directivas de medios venezolanos sólo incluyen un 17,9 % de mujeres. Yo fui la primera mujer directora de un medio de alcance nacional en el país, El Diario 2001. Hoy, en Venezuela sólo cuatro o cinco mujeres son directoras de un medio de comunicación, todos ellos del interior del país.
También hay rasgos que hemos normalizado. Por ejemplo, en otro estudio de Monitoreo Global de Medios, 98 % de las presentadoras de televisión se encuentran en el segmento de 19 a 34 años, lo cual refuerza el estereotipo de mujer joven frente a las cámaras. Este estereotipo es aún peor en la fuente deportiva de medios televisivos, en donde “se puso de moda” contratar mujeres más como modelos que como periodistas.
A las pocas mujeres que hacemos análisis político, en muchas oportunidades, en vez de atacarnos por el contenido, lo hacen por nuestro género. También hay acciones menos frontales: ponen en duda nuestros argumentos o hacen que nuestra nota tenga menos repercusión que el equivalente de un colega hombre.
Pero lo más común es que en Venezuela hay un fenómeno normalizado: el galanteo. Muchas fuentes hombres asumen una posición de poder sobre las mujeres reporteras: creen que tienen el derecho de hacer comentarios inapropiados o invitaciones mientras ellas están haciendo su trabajo. Lo viví cuando era reportera de la fuente política y cuando estuve en rol de supervisora muchas veces las periodistas me comentaban del trato inapropiado de algunos dirigentes. Una vez una joven reportera fue a entrevistar a un diputado y este puso los pies sobre un escritorio y se acariciaba la zona de los testículos. Le dije que lo describiera en su texto, pero ella se sintió atemorizada de las posibles represalias. En esta cultura, donde está permitido el galanteo y el piropo, este tipo de acoso se disfraza mucho.