Circulo de Periodistas de Bogota

Archivos 2020

La conexión Polinesia – Sudamérica: un innovador estudio de ADN sugiere una migración nunca antes estudiada

15 julio 2020 –

Por: Carl Zimmer – Infobae – Argentina –

Hace unos 3.000 años, algunas personas en el extremo oriente de Asia comenzaron a navegar hacia el este y cruzaron miles de kilómetros de océano hasta llegar a unas islas deshabitadas. Sus descendientes, unos 2000 años después, inventaron la canoa de doble casco para viajar aún más al este y llegaron a lugares como Hawái e isla de Pascua (Rapa Nui en lengua nativa).

Los arqueólogos y los antropólogos han debatido durante mucho tiempo: ¿hasta dónde los llevaron las canoas polinesias? ¿Acaso llegaron hasta América?

El resultado de un nuevo estudio sugiere que sí. Hoy, las personas de Isla de Pascua, y otras cuatro islas polinesias llevan pequeñas cantidades de ADN heredado de personas que vivieron hace unos 800 años en lo que hoy es Colombia. Una explicación: los polinesios llegaron a América del Sur, y luego llevaron a los sudamericanos en sus botes para el viaje de regreso.

Este nuevo informe refuerza el trabajo que los arqueólogos y antropólogos han hecho durante años. Estudios genéticos previos también habían insinuado que las personas en Rapa Nui tenían algunos antiguos ancestros sudamericanos. Pero el nuevo estudio ofrece un caso más convincente, porque los investigadores analizaron a más de 800 personas utilizando una serie de nuevas y sofisticadas herramientas estadísticas.

“Esta es la evidencia más convincente que he visto”, dijo Lars Fehren-Schmitz, genetista antropológico en la Universidad de California, Santa Cruz, que no participó en el estudio.

El nuevo estudio surgió de un proyecto de una década para crear un mapa de la diversidad genética en los latinoamericanos modernos. Después de que los asiáticos cruzaron el puente de Beringia hace 16.000 años, se esparcieron por América, y llegaron al extremo austral de América del Sur hace unos 14.000 años.

Desde entonces, las poblaciones de América Latina han adqurido mutaciones genéticas únicas, que se han mezclado a medida que se reproducen. Cuando los colonos europeos trajeron africanos esclavizados a la región, el panorama genético de América Latina cambió una vez más.

Andrés Moreno Estrada, genetista, y su esposa, Karla Sandoval, antropóloga, han trabajado con poblaciones indígenas en América Latina para comprender su composición genética. Debido a que la mayoría de los estudios genéticos están basados en personas de ascendencia europea, a menudo se pasan por alto variantes que podrían ser médicamente importantes para otras poblaciones.

El año pasado, por ejemplo, Estrada, Sandoval y sus colegas publicaron un estudio sobre el asma. Descubrieron mutaciones en un gen que coloca a ciertos grupos de latinoamericanos en mayor riesgo de desarrollar la enfermedad.

En 2013, Estrada y Sandoval comenzaron a colaborar con científicos chilenos para estudiar Rapa Nui. La isla, que se encuentra a más de 3300 kilómetros al oeste de Chile, fue anexada por el país en 1888.

Estrada y Sandoval viajaron a Rapa Nui y se reunieron con los residentes para describirles el proyecto. Ochenta isleños eventualmente se unieron a la investigación, curiosos por conocer su ascendencia.

“Estaban interesados en saber si realmente pertenecían a las islas polinesias”, dijo Sandoval, quien ahora trabaja con Estrada en el Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad en Irapuato, México.

En un estudio anterior sobre Rapa Nui, dirigido por Anna-Sapfo Malaspinas de la Universidad de Lausana, los investigadores analizaron el ADN de 27 isleños. Encontraron evidencia de que los participantes tenían una mezcla de ascendencia polinesia y nativa americana.

Al parecer, parte de su ADN nativo americano había sido heredado de inmigrantes recientes de Chile. Pero otras piezas eran diferentes, lo que sugiere que se originaron de los nativos americanos muchas generaciones antes.

Para probar ese hallazgo, Estrada, Sandoval y sus colegas compararon el ADN de 809 personas de Rapa Nui y otras islas polinesias, así como de países a lo largo de la costa del Pacífico, desde México hasta Chile.

Los investigadores descubrieron que la mayoría de las personas en Rapa Nui tenían algunos antepasados chilenos recientes. De ellos heredaron tanto el ADN nativo americano como el europeo.

Pero seis personas no tenían ninguna ascendencia europea. Su ascendencia nativa americana tenía una fuente distinta: la población zenú de Colombia. Luego, los científicos hallaron algunas de las mismas piezas de ADN en personas en otras cuatro islas al este de Polinesia.

“Cuando vi eso por primera vez, pensé que algo iba mal y que necesitábamos corregir lo que hacíamos”, dijo Alexander Ioannidis, investigador postdoctoral en la Universidad de Stanford y coautor del estudio. “Entonces nos sumergimos más profundamente. Llevó un tiempo darnos cuenta de que esto era real”.

Los investigadores pudieron entonces estimar cuánto tiempo atrás vivieron esos ancestros nativos americanos, midiendo el tamaño de los fragmentos de ADN. Las extensiones de ADN compartido se hacen más pequeñas con cada generación que pasa.

Los investigadores hallaron que todos los tramos de ADN tipo zenú en los polinesios tenían aproximadamente el mismo tamaño. Calcularon que provenían de parientes zenú que vivieron hace unos ocho siglos.

“Es bastante sorprendente que puedan encontrar esta evidencia del contacto entre estas poblaciones”, dijo Malaspinas.

Lisa Matisoo-Smith, antropóloga biológica de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda que no participó en el nuevo estudio, advirtió que la historia de Polinesia es tan compleja que los nuevos resultados podrían no reflejarlo con precisión.

“¿Es posible? Sí, ciertamente lo es”, dijo. Pero, agregó, “no estoy convencida”.

Matisoo-Smith dijo que el estudio habría sido más sólido si los investigadores hubieran comparado a los polinesios con otras poblaciones, como las personas en China continental. Eso ayudaría a descartar la posibilidad de que lo que se parece a la ascendencia de nativos americanos en Polinesia sea en realidad solo ADN heredado de los ancestros comunes en Asia de ambos dos grupos.

Si la investigación se sostiene frente a un examen más exhaustivo, muchos expertos dijeron que la mejor explicación sería que los polinesios llegaron a América del Sur y luego llevaron a los sudamericanos en sus barcos para navegar de regreso.

Malapinas dijo que dado que los polinesios ya habían viajado tan lejos a través del Pacífico, no había razón para pensar que no podrían ir a América del Sur. “Este último paso habría sido más fácil para ellos”, dijo.

Patrick Kirch, arqueóloga de la Universidad de Hawái, dijo que este escenario encaja con otras líneas de evidencia, incluida la comida que consumen los polinesios.

Un alimento básico importante en toda Polinesia es el camote (también llamado batata), que se originó en América del Sur. Kirch y sus colegas encontraron restos de camote de siglos antes de que los europeos llegaran al Pacífico.

Pero los autores del nuevo artículo enfatizaron otra posibilidad: que los sudamericanos viajaran por su cuenta a una isla polinesia, donde los polinesios que navegaban desde el este los encontraron.

Estrada argumentó que la corriente Ecuatorial del Sur podría llevar a los botes fácilmente lejos de la costa del Pacífico de Colombia.

“Sucede hoy”, dijo. “Tenemos muchas historias de pescadores en México que deben ser rescatados por barcos pesqueros japoneses”.

En su artículo, Estrada y sus colegas trazan paralelos entre este escenario y las afirmaciones de Thor Heyerdahl, el explorador noruego que navegó en una balsa en 1947 desde América del Sur a Polinesia. Heyerdahl defendió la idea de que Polinesia fue colonizada por sudamericanos.

En un correo electrónico, Haunani Kane, investigadora postdoctoral en la Universidad de Hawái, criticó a los científicos por defender tales ideas “obsoletas”.

Kane ha navegado miles de kilómetros en canoas de doble casco como coordinadora científica de la Sociedad de Navegación Polinesia. Ella estaba en desacuerdo con la “suposición del autor de las capacidades o la falta de ellas, de los pueblos de las islas del Pacífico para migrar deliberadamente a través del Pacífico”.

Kirch también descartó el escenario de un naufragio. Si los sudamericanos terminaron en las islas Marquesas, habrían traído consigo algunas cosas que los arqueólogos podrían haber descubierto más tarde. “No hay evidencia de eso”, dijo.

Una forma de resolver esta disputa puede ser encontrar ADN en los primeros restos humanos en las islas del este de Polinesia. Un hijo de padres polinesios y sudamericanos tendría una clara firma genética.

El ADN antiguo de América del Sur también podría ayudar. Fehren-Schmitz ha buscado ADN polinesio en los antiguos restos humanos en los Andes que ha estudiado. “Pero nunca he visto ningún rastro”, dijo.

Es posible, dijo Fehren-Schmitz, que otros lugares en América del Sur sean mejores para buscar a los polinesios perdidos. Es concebible, por ejemplo, que algunos polinesios que llegaron a América del Sur hayan optado por vivir en las islas cerca de la costa.

Uno de esos lugares es la isla Mocha, justo frente a la costa de Chile. En 2010, Matisoo-Smith y Jose-Miguel Ramírez de la Universidad de Valparaíso publicaron un estudio sobre cráneos que fueron desenterrados en la isla. Los cráneos, dijo ella, “lucían muy polinesios en su forma”.

La isla del olvido

15 julio 2020 –

Por: Gonzalo Silva Rivas, Socio del CPB – El Espectador –

El controvertido y no muy bien explicado viaje del fiscal general a San Andrés, hace una semana, puso otra vez en los titulares de prensa a este hermoso rincón insular, que poco sonaba desde hace ocho años, cuando un fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya confirmó que Colombia tenía el control soberano sobre este archipiélago.

Fue aquella una decisión con cierto tufillo agridulce, por cuanto la Corte, al trazar una nueva línea de delimitación con Nicaragua, despojó al país de 75.000 kilómetros del territorio marino, y el Gobierno, entonces, consciente de la profunda deuda histórica que el Estado tenía con los habitantes de la región insular, anunció un plan de inversiones, materializado con la ejecución de algunas obras, que rápidamente se agotó.

Tras aquel granito de arena, la voluntad política para promover el desarrollo del archipiélago se desvaneció y la interminable lista de necesidades insatisfechas, provocada por la desidia oficial, ha venido creciendo con el paso de los años. La pérdida del 40 % del mar territorial afectó a centenares de pescadores artesanales y la base del sustento familiar se concentró en el comercio, pero particularmente en el turismo, el pilar de la economía isleña.

La ausencia de turistas desde hace cuatro meses, derivada por la emergencia del coronavirus, ha complicado los frentes de ingresos y la isla se encuentra literalmente aislada, con riesgo de rotura de su tejido empresarial y ad portas de desatar una profunda crisis económica que podría desencadenar en toda una tragedia social. El 90% de los habitantes no perciben ingresos, dado que su subsistencia depende de los recursos del turismo, actividad que se tomará su tiempo en llegar y recobrar los flujos de años anteriores.

San Andrés, Providencia y Santa Catalina, y los demás cayos e islas que conforman el archipiélago, han perdido más de $11.000 millones de pesos durante esta emergencia sanitaria, tienen la ocupación hotelera en ceros y sufren parálisis en la circulación de dinero por falta de servicios y alternativas laborales. Los créditos anunciados por el Gobierno han cobijado a menos del 1% de los empresarios, porque los banqueros —como sucede en todo el país— se abstienen de otorgarlos, por considerar que el turismo —el nuevo “petróleo” colombiano, según el presidente Duque— es un sector de alto riesgo.

No son fáciles, pues, los tiempos que se viven en San Andrés, donde no hay huéspedes para los hoteles ni comensales para los restaurantes ni compradores para los locales comerciales. Los isleños viven con hambre, el abastecimiento es escaso, los productos básicos de la canasta familiar crecen a ritmo inesperado, las tarifas de los muelles están dolarizadas y los empresarios no soportan la carga salarial derivada de sus negocios.

La pandemia ha hecho estragos en la economía insular, arrinconada desde hace cuatro meses, mas no en la salud de la población, pues este lugar ha sido privilegiado frente a la arrasadora amenaza del virus. La isla es un territorio bajo de COVID-19, en el que —hasta hace dos días— solo se registraban 29 casos y ni un solo muerto, reto que deberán sostener sus autoridades, que apenas cuentan con una decena de camas UCI para atender la eventualidad de una emergencia sanitaria.

La bella isla del Caribe colombiano, declarada por la Unesco como Reserva de Biosfera Seaflower —la más grande del planeta—, ha sido arrasada por una clase política local depredadora, inútil e incapaz y un Gobierno Central sordo y ausente. Su actual gobernador, Everth Julio Hawkins, tiene medida cautelar de suspensión por la presunta omisión de sus deberes en el manejo del sistema de salud del departamento y la Procuraduría lo investiga por presuntas irregularidades en un contrato de suministros de material sanitario para enfrentar la pandemia. Hace dos años, el entonces titular del despacho, Roland Housni, fue enviado a la cárcel al verse involucrado en diversos actos de corrupción.

La prolongada cuarentena que vive el archipiélago debería marcar una pausa para iniciar la batalla contra la politiquería y restituir la legitimidad institucional, así como para reorientar su modelo de desarrollo económico, de manera que involucre a la población, aumente la calidad de vida, promueva crecimiento y garantice la conservación del entorno natural y cultural, su materia prima para la sostenibilidad y progreso del destino. Pero, al parecer, no hay voluntad ni material humano para proyectar una nueva hoja de ruta.

Haría bien el Gobierno Nacional en dirigir mirada y esfuerzos hacia el archipiélago, un territorio orgullosamente colombiano, en el que la economía y el turismo naufragan al ritmo de la ausencia estatal, el desgobierno y la corrupción, que le niegan su futuro. La inútil presencia del viajero y bravucón fiscal Francisco Barbosa no dio luces, siquiera, sobre las irregularidades que desde hace un año rodean del proyecto hotelero Grand Sirenis, propiedad de la familia Gallardo y del señor Álvaro Rincón, esposo de la vicepresidenta de la República, Marta Lucía Ramírez.

La reapertura turística de esta isla del olvido podría estar entre las últimas en darse y, en el entre tanto, bien se pudiera incubar un desastre si la crisis de su débil economía se dispara, como un chorro de agua, de esos que durante los fuertes oleajes arroja su hoyo soplador.

Posdata. En los últimos tres años, San Andrés superó el millón de visitantes, flujo que les ha dado vuelo a sus servicios de alojamiento y de comida, que representan el 24,7%. Entre 2012 y 2019 la llegada de extranjeros no residentes al archipiélago representó en promedio el 4,3 % del total nacional.

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@Gsilvar5

Trabajo en casa: furia que progresa

15 julio 2020-

Por: Arturo Guerrero, Socio del CPB – El Colombiano –

El trabajo en casa es un acelerador a fondo hacia el quiebre de la lucidez. No solo para el empleado sino en especial para los clientes que intentan contactarse con las oficinas. El aislamiento en las viviendas derrota la eficiencia. La virtualidad deshumaniza y hace enmarañada la comunicación.

Marca usted un conmutador y una grabación le ofrece cinco posibilidades que supuestamente adivinan su necesidad. Si una de ellas acierta en su requerimiento, usted marca el numerito y de nuevo una máquina le explica exactamente aquello que no buscaba.

La última opción informa que un ser humano le responderá en breves instantes. Usted se ilusiona, por fin habrá alguien con quien dialogar. Y una de dos, o la llamada se corta abruptamente pi pi pi o la voz sintética se excusa porque los operadores andan congestionados. Y así, llamada tras llamada.

Entonces usted acude a la página web de la compañía o despacho oficial o privado. Ingresa a “Contáctenos” donde se despliega la posibilidad de escribir en el chat una pregunta, reclamo o lágrima, que será transmitida para jamás retornar con una respuesta.

De milagro figura un celular y de prodigio responde una voz perteneciente a la especie inteligente. Sí, es un funcionario que quizás lo sacará del apuro. Vana esperanza. La voz tiene de fondo llanto de niño y ladrido. A veces contesta desde la calle y señala que cuando llegue a casa devolverá la llamada y lo atenderá con gusto.

A estas alturas usted habrá echado al basurero de la historia varias horas de su tiempo. Además, en su mente habrá aumentado la presión que lleva al estallido. Como es adivinable, nadie llama. Usted repite la operación, el empleado atiende y pide requisitos, cifras, fechas, firmas, huellas -que estarán borradas de tanto lavado con jabón-. “No se preocupe, estamos para servirle”.

Al siguiente contacto, aquellas exigencias habrán cambiado “son cuestiones de la pandemia. Hemos variado las reglas”. Parece que el correo electrónico y el wasap son más efectivos. Es pura apariencia. Al otro lado de estas vías de mensajería hay un cruce permanente de cables. ¿A quién creerle?

La oficina virtual es un caos real. Desde sus viviendas los ejecutivos y auxiliares carecen de un tiempo de trabajo y otro de descanso. No hay colegas ni compañeros con los cuales tertuliar cada dos horas. La cabeza de todos, a ambos lados del hilo, es una exasperación. En vez de trabajo en casa hay furia que progresa.

Reactivar en orden

15 julio 2020 –

Por: Juan Álvaro Castellanos, Socio del CPB – El Nuevo Siglo –

La semana pasada una decisión de la inquieta alcaldesa Claudia López cerró tres estaciones de Transmilenio entre ellas, Patio-Bonito, Biblioteca El Tintal y Transversal 86. Una línea primordial para el sur.

El motivo obedeció, a que los tres puntos fueron detectados como lugares de contagio de Covid-19. Para los usuarios conocedores de la ruta, el cierre es incoherente, porque quienes utilizan ésas tres estaciones, tienen que llegar o a Banderas o al Portal de las Américas y, en consecuencia, habrá más aglomeración.

Ese es el conflicto en el servicio, que aquí, se califica como decisión -cegatona- que no mide el aumento del peligro contagioso. Tapa en un lado y crece problema en el otro.

Es que los usuarios formarán congestión para ir a sus casas, o para llegar a sus trabajos, en otros sectores de la capital.

Este testimonio, revelado por los confundidos pasajeros, afirma a esta columna, que el cambio demostró que advertir contagio, debe ser ratificado por las autoridades de la Secretaría de Salud, sin afectar a otros cientos de personas que se movilizan a diario.

Los usuarios observan que el cierre mencionado se asumió porque la movilización entre semana es más alta a la de los días feriados.  El fenómeno relatado deja en claro, que se decide, más con el criterio de los expertos en el manejo de rutas y servicios, sin tener en cuenta a los pasajeros.                

En iguales circunstancias en medio de las medidas de prevención contra el Coravid-19- los ‘vivos´ que no faltan, han inventado el sistema de llamar a apartamentos y residencias, en general, pidiendo ingreso para hacer revisiones técnicas al suministro de gas y estufas.       

Los usuarios advierten frente al no abrir sus puertas, que, bien se justificaría, si fuese una solicitud de -Vanti- empresa generadora del servicio siempre certificado por escrito de la compañía, de lo contrario hay conflictos en conjuntos residenciales en los que se considera una aparición de ‘rebuscadores´ de dinero, toda vez que reactivación económica no hay.   

No se desconoce la persistente orientación del Gobierno Nacional para una efectiva campaña de salud, siguiendo las medidas anti-contagios y que, también se establezca, qué y quienes, hacen parte de la reactivación económica en servicios u oficios.

Se trata es de fortalecer cultura ciudadana, junto con nuestros amables lectores, necesitados de debate limpio, sin caer en los rincones de corrupción incluido engaño y trampa. 

La afilada pluma de Gossain contra la corrupción

13 julio 2020 –

Por:  Juan Gossain – El Tiempo – 

Cuando mis amigos de Intermedio Editores me propusieron que recogiéramos en un libro las crónicas sobre la corrupción que he escrito en los últimos años para el periódico EL TIEMPO, estuve tentado a decir que no, porque me pareció que era un acto casi petulante y jactancioso. Es como creer que ya uno es sujeto de colección.

Pero sucedió un episodio que me hizo reflexionar y cambiar de opinión. Resulta que, como a esta edad ya uno se pasa el día entero visitando la farmacia, fui a comprar un remedio. En la puerta estaban dos señoras hablando en voz alta, que es como hablan las mujeres en las farmacias.

El tema de su charla era evidente con solo oírles unas cuantas palabras: los escándalos cotidianos que la corrupción provoca en nuestro país. Al final, como si estuviera pensando en un epílogo que redondeara lo que habían hablado, la una se quedó mirando a la otra y le dijo:

—Ay, mijita, ¿qué país le vamos a dejar a nuestros hijos?

En ese preciso instante comprendí que era conveniente dejar una constancia de estos años desgraciados a través del libro que recogiera las crónicas. Porque tengo la impresión de que aquella señora, como suelen hacer los colombianos, estaba pensando que la culpa no es de ella, sino de los otros, del resto del país, de los demás.
Su pregunta, para empezar, tenía que haberla hecho al revés: “Ay, mijita, ¿qué hijos le vamos a dejar a nuestro país?”. Porque la experiencia mundial nos enseña, en países que se han vuelto ejemplo, como Singapur, que es la gente la que tiene que cambiar. Lo que quiero decir es que los colombianos no podemos seguir pensando que solo somos espectadores de la corrupción que nos agobia, sino que tenemos que convertirnos en actores contra ella, en sus enemigos, en sus combatientes.

De manera, pues, que el verdadero sentido de este libro es desafiante. Consiste en retarnos a nosotros mismos. No podemos seguir, como hasta ahora, creyendo que la corrupción es competencia únicamente de los jueces y que solo se castiga con la cárcel.

Hoy la corrupción no respeta ya ni a pobres ni a ricos, ni a seres encumbrados o personas anónimas. Antes salía una vez al año la noticia de un desfalco bancario o en una oficina pública. Pero en los últimos años la descomposición moral del país ha adquirido un carácter social, en el peor sentido de la palabra. Es decir: antisocial.

Ahora se roban el presupuesto para la salud, el dinero destinado a la alimentación de los niños más pobres, los menguados centavos para comprar el medicamento de los enfermos de cáncer, el contrato para adquirir bastones para los inválidos. La corrupción ya no es un caso aislado. Se ha vuelto una forma de vida.

Entre otras cosas porque, desgraciadamente, la realidad es perversa y cruel: la justicia también se corrompió y hoy en día están presos hasta los magistrados de supremos tribunales, junto con empresarios encumbrados y funcionarios de campanilla. Pero no son tantos como debieran serlo. A muchísimos otros les dan la casa por cárcel cuando, más bien, tal como escribí alguna vez y lo sugiere el título de este libro, tendrían es que darles la cárcel por casa perpetua.

A propósito: los ciudadanos de Colombia tienen que entender, aunque ya sea un poco tarde, que la corrupción no solo se castiga en las cárceles sino también en las urnas. El que elige a un corrupto, sabiendo que lo es, resulta tan culpable como él.

Mire usted: el alcalde que desfalcó a Bogotá está preso, pero los domingos suele almorzar en los clubes sociales más refinados de esa ciudad. Del mismo modo, su cobrador de comisiones aparece en las fotos de los periódicos mientras baila feliz en las cumbiambas del Carnaval de Barranquilla.

En este lodazal de inmundicias, ya uno no sabe qué es peor: si la inmoralidad, la impunidad o la indiferencia de la propia víctima, que es la sociedad entera. En medio de tanta pestilencia, ya uno no tiene tiempo ni de taparse la nariz.

De todas las infamias humanas que se cometen a diario en Colombia, la corrupción es la única que destruye de manera simultánea la riqueza física y la riqueza moral del país. Porque la corrupción acaba, al mismo tiempo, con el progreso y el alma, arrasa por igual con la pureza de la gente y con el desarrollo, con la decencia humana y con el presupuesto para el hospital, con la moral del empleado público pero también del empresario privado, con la conciencia del joven y del viejo, del hombre y de la mujer.

Los antiguos griegos, que tenían un concepto tan elevado de la moral, afirmaban sus principios con estas palabras: el que cree que por obtener dinero se puede hacer cualquier cosa, acabará haciendo cualquier cosa para obtener dinero. La Colombia de hoy, nuestra Colombia, es un ejemplo de ello, desgarrador y doloroso.

Cicerón, el gran pensador romano, exclamó un día ante el Senado que el crimen más abominable consiste en servirse de un cargo público para el enriquecimiento personal. Lo que quiero decir es que la corrupción es una plaga más destructiva que el coronavirus, porque la corrupción destroza lo visible y lo invisible, lo tangible y lo intocable, lo físico y lo espiritual.
De manera, pues, que, para volver a lo que dije al principio, mi único propósito al autorizar la edición de este libro, y el de los editores al publicarlo, es que quede como una constancia histórica de lo que ha sido para Colombia esta época penosa. Que sea un testimonio, aunque nos duela.
Martín Caparrós lanza «Cháchara», en crítica al ‘periodismo Gillete’

13 julio 2020 –

Por: Caracol Radio –

Tras dejar el New York Times porque le decían “qué escribir” en algunas ocasiones, Martín Caparrós lanza su “medio medio” cháchara.org que se vuelve su “cuarto propio” para escribir y que nadie limite lo que puede y no puede decir. “Por más que tenga muy bonitas letras góticas, yo me voy”, dijo Martín sobre dejar NYT.

Caparrós inaugura su “medio medio” con un artículo titulado ‘Pura cháchara’ en el que critica que “el periodismo escrito ha caído en la política del rating. No había manera de conocer cuanta gente accedía al contenido, eso no existía hasta la revolución digital. Ahora desde sus redacciones siguen estas notas y cambian el artículo, le cambian el nombre tres o cuatro veces para revisar qué da más clics”.

El periodista también resalta el ‘fenómeno’ del fact checking detallando que se supone que esa es la tarea del periodista, “informar e informar bien. No se entiende por qué se llegó a situación del fact checking. Sería como que luego de que él cirujano termine una cirugía, venga otro a revisar si no se quedó nada adentro o sin hacer”.

Caparrós también recuerda que, para lograr que se informe bien “se necesita son buenos periodistas, formarlos bien, tratarlos bien y pagarles bien”. En su crítica reitera que muchas veces se da la ilusión de que los artículos se escriben solos, que es la realidad y se crea solo y se olvida “que es alguien que estudió el que hace estos artículos. Uno no puede contar desde una nube porque vivimos en la tierra y uno siempre se para desde un lado para contar las cosas”.

El mundo es plano

13 julio 2020 –

Por: Martín Caparrós – The New York Times –

MADRID — Era cierto: el mundo, al fin y al cabo, es plano. Ahora, tras tanta desmentida, lo sabemos. No tiene volumen, no se puede tocar, está todo en pantallas: televisores, computadoras, telefonitos varios. Nos dicen que es 3D porque solo tiene dos dimensiones. Este mundo plano es un relato permanente, historias que nos cuentan sobre nuestra historia. Ahora somos eso, somos esos.

Encerrados, solo sabemos lo que nos dicen otros. Dependemos de las redes y los medios. Nuestro barrio se ha transformado en un país lejano, que solo conocemos a través de ellos, nuestros corresponsales extranjeros. Es cierto que suele sucedernos pero, en general, mantenemos un pequeño porcentaje de experiencia propia, de mirada de primera mano; con el confinamiento lo perdimos. Y entonces nos queda esa caricatura del mundo que los medios ofrecen: lo que llama la atención, lo extra-ordinario. Eso es lo que miramos ahorita.

Nos dedicamos a recibir “información”: todo es drama, todo susto puro, todo virus. Veo en Twitter a “Tres clientas peleándose por un paquete de papel higiénico en un supermercado de Sídney” y casi extraño los tiempos primitivos en que jamás me habría enterado de que eso sucedió. El mundo plano es raro y duro, despojado del tedio confortable que llena nuestras vidas. “Las vidas están hechas de banalidad como los cuerpos están hechos de agua”, escribió un autor casi contemporáneo. Ahora todo lo espantoso se concentra en las pantallas —que nos cuentan un mundo muy distinto del que veíamos cuando también lo mirábamos con nuestros ojos propios—. Y nos aterra o nos deprime más, como si fuera necesario.

El mundo plano es un lugar totalitario, totalizado, copado por un todo. Vivimos vidas provisorias definidas por el virus: hablamos del virus y pensamos en el virus y los medios nos hablan del virus y el virus marca todo lo que hacemos: somos para el virus, por el virus. Es tan difícil hablar de cualquier otra cosa en estos días. También por eso el mundo se ha hecho plano. Y el miedo nos percute.

Con el miedo, el cuerpo volvió al centro de la escena: hacemos todo esto porque nuestros cuerpos peligran y debemos protegerlos. La Naturaleza ya no es nuestra víctima; es nuestra amenaza. El enemigo es físico —y nos hace físicos a todos—: el virus nos devuelve a nuestra condición de puros cuerpos.

Se nos acabaron los relatos que ofrecen excusas y coartadas: encerramos nuestros cuerpos porque tememos por ellos. Lo que sea para salvarnos, para sobrevivir. Hemos vuelto a ser lo que fuimos hace muchos milenios, lo que somos en los momentos más extremos: unidades mínimas de supervivencia, individuos intentando subsistir. Te ponen frente a la inmediatez de la muerte y pierdes las formas. Vives simulando que eso está muy lejos; ahora no se puede. La vida está en otra parte; la muerte, aquí muy cerca.

Entonces nuestros cuerpos tienen que estar guardados protegidos escapados del espacio común, lo más lejos posible de cualquier otro cuerpo. Cada cuerpo debe defenderse de todos los demás. Cada uno por su propio bien, amenazado por los otros. Poncio Pilatos se lavó las manos para decir que él no quería tener nada que ver con esa historia; nosotros tenemos que lavárnoslas, nos dicen, repetida, frenéticamente, para pelarnos de cualquier relación con el mundo exterior. El rechazo del mundo —lo exterior como amenaza, una de las grandes tendencias de nuestro tiempo— ha encontrado su apogeo absoluto en el peligro del famoso virus. Y el enemigo está en todas partes y no se ve y uno mismo puede ser su refugio, su plataforma, su cabeza de puente. Nos piden desconfiar de todos y, sobre todo, de nosotros mismos.

Es raro vivir tan entregados al miedo. Es casi un alivio: eso es lo que hay, la amenaza está clara, todo el resto queda silenciado, solo hay que ocuparse de sobrevivir, seguir viviendo, seguir vivos, un objetivo simple. O eso nos dicen, nos decimos.

El mundo plano es frágil. Creíamos que este mundo hipertécnico que vamos inventando en los países ricos era invulnerable, pero un bichito mínimo lo puso en jaque casi mate. Es raro ver, en estos días, cómo se desmorona todo lo que pensábamos tan sólido: industrias, bancos, poderosos varios, nuestras vidas. Aunque eso, gracias a dios, no nos impide buscar respuestas en la técnica, la ciencia: seguir confiando en ellas. Ante la amenaza nos entregamos a la ciencia, que nos dice que no puede hacer gran cosa; más que nada fijarnos reglas de conducta. Sobre todo cuando sus recursos están limitados por decisiones políticas, que recortaron la extensión y eficacia de los sistemas de salud.

Otra guasa del virus es que nos obliga a confiar un poco en gobiernos en los que nunca confiamos. Hacemos —más o menos— lo que nos dicen, pero declaramos héroes a los portadores de la ciencia porque se arriesgan a aplicarla en condiciones complicadas. Necesitamos héroes. “Tristes las tierras que no tienen héroes”, le decían a Galileo Galilei en la obra de Bertolt Brecht. “Tristes las tierras que necesitan héroes”, contestaba.

Pero al menos no nos entregamos al pensamiento mágico. El mundo plano es curiosamente agnóstico. Si algo ha mostrado esta epidemia es el derrumbe del poder religioso: unas décadas atrás un miedo como este habría sido ocasión de innumerables misas, rogativas, procesiones para implorar a algún dios que nos salvara. Ahora no solo no las hay; las iglesias de Roma se cerraron.

Y nos dicen que vivimos en guerra: la metáfora de la guerra está por todos lados. Si lo fuera, sería la ¿primera? guerra igualitaria: en su frente hay por lo menos tantas mujeres como hombres. Pero no lo es: en una guerra hay dos grupos que se creen con derechos y pelean por imponerlos; en esta solo hay, como en cualquier caricatura americana, buenos y malos, nosotros y los virus. Y en las guerras actuales no se puede estar a salvo en ningún lado, cualquier sitio puede ser bombardeado, la muerte está por todas partes, todos los momentos. Aquí, en cambio, te convencen de que en tu casa estás seguro, o casi: de que alcanza con no salir, con no mezclarte. Es, también, un privilegio de clase: muchos trabajadores no pueden permitírselo, necesitan ir a sus empleos. Esa es, si acaso, la guerra verdadera.

El mundo plano es, como el otro, desigual, injusto. Nos dicen que el virus nos iguala, que ha demostrado que todos somos iguales ante él, que todos tenemos que encerrarnos. Es verdad, pero es tan obvio que es distinto encerrarse con cinco más en dos cuartos escuetos oscuritos que tener una pieza para cada uno, su salón, su salón de la tele, su cocina supersport y, quién sabe, su jardín privado.

(El encierro nos pone en una situación tan desacostumbrada. Y los amigos y los medios se alarman y nos consuelan y protegen ante esta amenaza pavorosa: el tiempo libre. Lo sabíamos, pero estos días confirman brutalmente que la condición de nuestras vidas familiares, de nuestras vidas propias es que sean escasas, que haya muchas excusas para ejercerlas poco. Son días de estar desnudo; en muchos aspectos muy desnudo).

Y nos dicen que el virus ataca a todos por igual. Es cierto que, por ahora, ha atacado a los nuestros. Pero también es cierto que en los países ricos los de siempre, si se enferman, tienen pruebas inmediatas, cuidados especiales; los demás, apenas. Es feo decirlo ahora, en medio de dolores, pero esta vida amenazada es la normalidad de tantos sitios. Este tsunami de dolor y muerte es la normalidad de tantos sitios. Solo que, precisamente porque es normal, en ellos todo el resto sigue su camino. Solo que, en general, esos sitios están lejos de los nuestros.

El COVID-19 todavía es una enfermedad un poco igualitaria, que no se encarniza, como casi todas las demás, con los más pobres; no como la tuberculosis, la malaria, el sida, el hambre. No lo hace porque no se extendió en países pobres; cuando lo haga, pronto, puede ser terrible. Y sigue siendo igualitaria, por ahora, porque no se han descubierto vacunas y remedios; cuando suceda se marcarán las diferencias entre los que pueden y no pueden acceder a ellos —y todo volverá a su triste cauce—.

Mientras tanto, el mundo plano se vuelve nacionalista, paranoico —que son casi sinónimos—. Décadas de intentos europeos de abrir fronteras, disolver diferencias, se deshicieron ante la amenaza: lo primero que hicieron sus Estados fue cerrarlas. El Estado-nación volvió a ser, sin mascarillas, la unidad básica: la tribu prevalece. La salud es nacional, la economía lo es, las medidas lo son, la posibilidad de definir destinos. La unidad de respuesta, la unidad de conteo: cuántos en Italia, qué decide Alemania. Algunos lo hacen más brutal que otros, cuando dejan, por ejemplo, de vender material sanitario a otros países con los cuales, un mes atrás, no tenían fronteras comerciales. La ficción de que los bienes son comunes se derrumba ante el retorno de las banderitas. El desafío es global; las respuestas, locales.

Aunque está claro que sería mucho más eficaz y salvaría muchas más vidas montar operaciones conjuntas, supranacionales y compartir lo que cada cual tiene —medicinas, personal, aparatos— con los que más lo necesitan en la confianza de que otros se lo van a compartir cuando lo necesiten. Pero no: las patrias.

El mundo plano está muy quieto: aterra por lo quieto. La mejor novela argentina —¿la mejor novela argentina?— del siglo XX, Zama, de Antonio Di Benedetto, está dedicada “a las víctimas de la espera”. Él no sabía, entonces, que nos la estaba dedicando a todos.

Es lo que somos, ahora: víctimas de la espera, millones que esperamos. Nos han dicho que esperemos: que nos encerremos y esperemos. Uno de los rasgos más curiosos de estos días es que hemos suspendido el futuro. No está mal: puro presente extraño. Intentamos vestirlo con todo tipo de otras cosas, alivianarlo con todas esas cosas pero lo que hacemos, sin duda, es esperar. Lo raro es que no sabemos qué: el fin de esto, pero después quién sabe.

Algunos insisten en la metáfora del paréntesis: suponen o quieren suponer que cuando termine la epidemia, cuando dejemos de esperar, las cosas volverán lentamente a “ser como antes”. Que era un paréntesis: había un relato que estábamos contándonos, se interrumpió, lo retomamos. Creo que subestiman la fuerza de estas semanas, estos meses. Subestiman la potencia transformadora de haber palpado la fragilidad de todo, de haber vivido la detención de todo este sistema que suelen llamar capitalismo global. Y de haber visto, por supuesto, su incapacidad para lograr algo tan relativamente simple como salvar a unos miles de ciudadanos enfermados: el fracaso de sus elecciones.

No sé qué producirá pero, en medio del tedio, vale la pena preguntárselo, pensarlo: ¿cómo será el mundo cuando vuelva a ser redondo, cuando podamos tocarlo, cuando dejemos de pensar todo el tiempo en lavarnos las manos?

Hablan de paréntesis para no tener que aceptar lo obvio: que al final de la pandemia el mundo será otro. Es probable que haya, en el principio, una crisis social y económica brutal: millones y millones de personas sin ingresos, sin trabajos quizá, sin muchas esperanzas. Los Estados ricos ya tratan de contenerla con subsidios. En algunos, incluso, puede ser la ocasión para lanzar la famosa renta universal, esa manera de redistribución ante los cambios que esperábamos más graduales, más debidos a la mecanización y digitalización de nuestras producciones.

Pero los países más pobres no tendrán esas opciones. En América Latina la mitad de los trabajadores son “informales”: no tienen salarios fijos, no tienen garantías, viven de lo que pueden arañar con sus faenas de ocasión. Que ya dejaron de funcionar con las cuarentenas y tardarán mucho en retomar: millones y millones sin ingresos, con sus necesidades, hambre y furia. Si esto sigue así, sería raro que no hubiera estallidos, y nadie sabe adónde llevarán.

Cuando llegue la calma —si llega la calma—, habrá consecuencias de más largo plazo. La crisis ha realzado el papel de los Estados: mostrado cómo, pese a todo, hay momentos en que el Estado se vuelve indispensable. Y cómo estos Estados han sido socavados por ciertos partidos y ciertas ideas: el deterioro de la salud pública en los países ricos que la tuvieron mejor es un ejemplo claro. Es notable la cantidad de veces que Pedro Sánchez, jefe de gobierno español, jefe de un partido centrista, repitió, para sostener la pelea contra el virus, la fórmula “estado de bienestar”, que su partido, últimamente, proclamaba tan poco. Aunque siga sin mostrarse muy dispuesto a establecer una de sus bases: los impuestos progresivos necesarios para que los más ricos paguen proporcionalmente por ese bienestar.

El Estado tiene, como todo, muchas versiones: el peligro es que su necesidad en esta crisis lleve a muchos a pensar que debe ser más y más fuerte. Yuval Noah Harari teme que, al grito de la salud es lo primero, el susto nos lleve a permitir a nuestros gobiernos unos niveles de control nunca antes vistos.

Para compensar, quizás estos días en que vivimos con tanto menos nos convenzan de que podemos vivir con tanto menos: que la locura de la producción y el consumo siempre mayores, la fábula del crecimiento, nos desastra. Aunque habrá que ver, por supuesto, qué queda cuando el susto pase.

En este mundo plano hemos aprendido lo que ya sabíamos: que todos dependemos de todos los demás. Los momentos fuertes de la historia son aquellos en que el destino no es individual sino común. O, mejor: esos momentos en que no hay forma de negar que el destino no es individual sino común.

Y que por eso habría que cuidar a los que nunca cuidamos. Hace 2500 años pasó algo que después llamaron “revolución hoplítica”. Ciertos griegos cambiaron las formas de la guerra: en esos nuevos pelotones formados en cuadrados, donde todos sostenían su escudo codo a codo, la defección de cualquiera mataba a todo el resto. Allí, por fin, cada hombre valía lo mismo que el de al lado; de esa conciencia, cuentan, nació la democracia. Ahora, en la lotería del contagio, también pasa: cualquier infectado puede joder a tantos, cada hombre vale lo mismo que otro. Parece obvio; es una idea que nuestros tiempos se empeñan en negar.

Ahora lo vemos. Quizá se hable, alguna vez, de la “revolución virósica”. En todo caso, cosas pasarán. Y será, como dicen, para alquilar balcones si no fuera, más bien, para salir a las calles.

Pero habrá también un efecto casi inevitable, una certeza: si nos pasó una vez puede pasarnos otra. Una pandemia así ya se ha vuelto posible: será parte de nuestros peores miedos. Sería tristísimo que influyera en nuestras vidas como influyó, por ejemplo, el 11 de septiembre: como otro modo de instalar el terror, la paranoia, los controles. Aunque no alcanzaría con temer solo a los virus espontáneos, a los diversos pangolines. Se pensaría, también, en los virus de laboratorio. El fantasma de la guerra o el terrorismo bacteriológico estará, sospecho, muy presente en el mundo que viene. Será, imagino, una epidemia horrible.

Pura cháchara

13 julio 2020 –

Por: Martín Caparrós –

Hace unos días me fui del New York Times. Hoy empiezo a publicar en este espacio propio, chiquito, modesto, donde nadie me va a decir qué puedo escribir y qué no. Me parece que no hay nada más valioso –y, a veces, más difícil.

Estamos, como siempre, en un momento raro. Más allá de la confusión momentánea del virus, los diarios tradicionales, ya digitalizados, siguen buscando sus maneras. La mayoría cae presa de la lógica del rating: una nota importa menos por lo que ve que por cuántos la miran. Muchos medios se someten a esa dictadura del número, donde los que definen qué vale la pena publicar son los miles o millones que cliquean o no sobre un título más o menos engañoso: el Periodismo Clic. Por algo la palabra clic significó, durante siglos, la comitiva de lameculos que festejaban todas las ocurrencias de algún jefe –y ese sentido sigue vivo en la clica centroamericana, otro nombre de la banda mara.

Aquí, para lamer consumidores y anunciantes, las notas se vuelven cada vez más banales, cada vez más amarillas, cada vez más necesitadas de cariño; no pensadas para contar lo que creemos que debe ser contado sino la cantidad de lectores que las miran. Para lo cual abundan las preguntas en lugar de títulos, los títulos falaces, el chisme irrelevante, la sangre pegajosa: como si sus autores, que ahora llaman editores, asumieran que sus lectores son idiotas y que solo se interesarán por materiales ídem.

Por eso hemos dicho, tantas veces, que importa escribir contra el público –o, por lo menos, contra esa idea desdeñosa del público que se hacen muchos editores. Porque esa idea es eficaz: crea lo que imagina. Cuanta más mierda se les dé a las moscas, más querrán las moscas comer mierda –digo, para mostrar que no he olvidado mi francés. Más se acostumbrarán, más la pedirán: mejor, entonces, podrán cagarlos los que siempre lo han hecho.

Y que si alguna vez se dijo que hacer periodismo es contar lo que alguien no quiere que se sepa, ahora se puede suponer que hacer periodismo es contar lo que muchos no quieren saber. Escribir a favor del público, pero un público utópico, entendido como una legión de inteligencias exigentes, movilizadas. A favor de un público que quizá no exista, pero que solo puede llegar a existir si creemos que sí –y trabajamos para él.

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Muchos medios, muchos editores se debaten en este problema: ¿hacerlo bien o ganar plata? Y algunos de los más serios, de los mejor intencionados caen, creo, en una trampa para bisontes. Se ha difundido por el mundo –y, mucho, por Latinoamérica– cierto modelo de periodismo americano. Cada vez me apena más la influencia que alcanzó en nuestros países ese periodismo atildado, pasteurizado, tan seguro, tan satisfecho de sí mismo, tan bien afeitado que podríamos llamarlo Periodismo Gillette. Es ese periodismo que llega con ínfulas de superioridad moral porque les preguntan las cosas a dos o tres personas y balancean lo que dicen las unas y las otras y usan mucho la palabra fuente y, en general, escriben como si se aburrieran. Disculpe, señora Rosenberg, ¿usted qué opina del señor Hitler? Perdone, señor Hitler, ¿usted qué piensa de la señora Rosenberg?

Es un periodismo paranoico, donde los medios más copetudos ya no confían en los periodistas que contratan y les hacen fuck-checking, la famosa verificación de datos. Durante siglos se supuso que los periodistas trabajaban de conseguir información correcta; ahora sus jefes no lo creen –no les creen– y ponen a alguien a controlarlos. Se quejan de que no tienen dinero, echan gente con ganas pero se gastan lo que dicen que no tienen en seguridad: en paranoia. Es, con perdón de las camareras de los hoteles, lo mismo que hacen algunas cadenas cuando las obligan a limpiar de a dos cada habitación, para garantizar que cada una, al estar sola, no se tiente y robe. La práctica paranoica es coherente con este mundo de hipercontrol construido a partir de los miedos. Sería lógico que el ejemplo del periodismo se difundiera: que, por ejemplo, en cirugía se impusiera el cut-checking, donde un colega más bisoño vuelve a abrir al paciente para ver si el primero no se olvidó una gasa sucia o un pedacito de tumor.

Es, está claro, un periodismo elaborado en los Estados Unidos para ciertas características del pensamiento americano, con perdón del oxímoron. Un periodismo –¿un pensamiento?– que busca, básicamente, la verdad, porque cree que existe una verdad, porque viene de un país que cree en la verdad porque usa unos billetes que dicen que In God we trust, y quien confía en Dios se cree que existe la verdad: Una Verdad. Es la base de la conducta religiosa, contra los incrédulos que pensamos que no existe la verdad sino miradas, diversidad, conflicto. Que la verdad se aplica a hechos tan banales como dónde estaba usted ayer a las ocho menos cuarto –aquí o allá, no en tres lugares– o que si dijo digo no dijo diego, pero nunca a las cuestiones realmente complejas, las que importan, donde lo que hay, siempre, son relatos, visiones.

.(O se aplica, en su defecto, a las cuestiones definidas por la ley: si hay una ley que dice que no se puede conducir a más de 100 por hora, conducir a 104 contraviene esa ley. Si otra ley dice que las naranjas de una frutería son propiedad del dueño de la frutería, llevarse una naranja contraviene esa ley. Si otra dice que un funcionario público no debe obtener beneficios económicos de su puesto más allá de su sueldo, obtenerlos contraviene esa otra. Por lo cual el Periodismo Gillette se siente muy cómodo en ese terreno bien señalizado de la corrupción: hay una verdad visible, está muy claro cuándo algo es malo y cuándo no. En cambio, cuando ese mismo ministro decide gastar legítimamente la plata del Estado en una autopista en lugar de un hospital –tomar una decisión, hacer política–, ya no hay verdad; todo se vuelve cuestión de opiniones, de visiones del mundo: todo se complica.

Es la causa principal de esa tendencia a presentar la política como un relato policial: quién roba, quién no roba, quién es el culpable. La información poli-poli se ha asentado porque permite juzgar sin pensar: ciñéndose a las leyes que todos decimos aceptar. Allí el Periodismo Gillette hace su agosto, y es una mirada que sí comparte con el resto de la sociedad: lo que alguna vez llamamos honestismo.)

Las escuelas de periodismo ofrecen el Periodismo Gillette como la forma canónica de hacerlo, igual que las escuelas de economía enseñan a sacar plusvalía y las de derecho a usar la ley en beneficio de los dueños. El P.G. sirve, antes que nada, para definir lo que es noticia: lo que pasa en el poder –político, más que nada, no vaya a ser– y sus alrededores. El P.G. decidió hace unas décadas que debía dedicarse a “fiscalizar el poder”, y se empeña en formar parte de él para vigilar sus errores y excesos. Honestista a fondo, se jacta sobre todo cuando consigue cargarse a un funcionario –sus gunners se van marcando ministros en las cachas– porque cree que esa es la mejor manera de purificar el sistema y conseguir que siga funcionando, pero se presenta como neutro: evita preguntarse si su trabajo no sirve, sobre todo, para mantener este sistema funcionando, y qué es este sistema, cómo y a quiénes beneficia, cómo y a quiénes condena.

Gracias a esa política de mantenimiento del poder constituido, el Periodismo Gillette funciona en diálogo permanente con los demás poderes constituidos, los gobiernos que le cuentan sus cositas, los políticos que le entregan a sus compañeros en desgracia, los empresarios que le compran sus buenas voluntades, los riquísimos que –incluso– lo subvencionan para lavar sus conciencias y, sobre todo, para ayudar a que ese sistema que los hizo riquísimos no se desmorone.

Sus medios y sus periodistas, mientras tanto, condenan a esos colegas que llaman activistas porque muestran “una ideología”. Así postulan que lo que ellos despliegan no es ideología: defender la economía de mercado y la propiedad privada y la delegación del poder no lo es; eso es pelear por la verdad, la libertad, la democracia, todo eso que no se puede cuestionar.

Pero, mientras tanto, el Periodismo Gillette y el Periodismo Clic –¿quién no oyó hacer clic a una gillette?–, ambos dos, están perdiendo el monopolio. Hasta hace unos años quien quisiera difundir una noticia, una opinión, dependía de ellos: ellos tenían el papel, las imprentas, los circuitos de distribución, la plata; sin ellos no había forma de circular palabra escrita. Ya no: ahora el intermediario diario no es indispensable. Puede seguir funcionando como garantía de cierto cuidado: si Juan Pepe publica sus palabras por ahí sueltas muchos podrían no creerle; en cambio, si Juan Pepe las publica en tal o cual medio, entonces sí. Pero para un periodista con algún recorrido esa legitimación no es indispensable; los medios, ahora, en general, se necesitan como gerencia de recursos: oficinas que recauden el dinero necesario para trabajar, para vivir de ellos. Nada que no se pueda reemplazar con cierto esfuerzo.

Así que muchos medios se preocupan. Están en crisis y, como mantienen algún poder de difusión, nos quieren convencer de que su crisis es la crisis del periodismo. Nada más falaz: en muchos lugares, de muchas formas, se está haciendo muy buen periodismo; a menudo, no se publica en los grandes periódicos. Yo acabo de salir de uno porque no quería seguir haciendo lo que tuve que hacer demasiadas veces en mi vida: pelearme con editores que ejercían su pequeño poder para tratar de mantenerme dentro de sus estrechísimos esquemas. Siempre me interesó, dentro de mis estrechísimas posibilidades, romper esos esquemas, buscar formas.

Así que ahora volveré a hacer algo que los periodistas sudacas conocemos bien: trabajar por nuestra cuenta y riesgo, invertir horas y esfuerzos en hacer lo que nos interesa más allá de que, en principio, no haya quien lo pague. Digo: trabajando en otras cosas para poder trabajar en las cosas que nos importan. Así trabajé tantos años; así se hace, todavía, mucho del mejor periodismo.

Ahora, entonces, quiero armarme un lugar donde no tenga excusas: donde pueda pensar y publicar lo que quiera, donde pueda acompañar y jalear esa búsqueda, aprender, participar. Cháchara, entonces, ahora: medio medio, un cuarto propio. Aquí publicaré/subiré, de ahora en más, lo que se me cante. Una columna, una crónica, un poema en arameo –ojalá un poema en arameo–, fotos propias y ajenas, un comentario breve, los dibujitos de un amigo, los desastres de Messi, un video si me atrevo, lo que pueda. Supongo que lo haré por lo menos una vez por semana; a veces será más. Y, cuando lea o vea por ahí cosas que me interesen, también lo registraré en la columna del costado, por si les interesa a otros. Y a veces, ojalá, invitaré a algún amigo.

Esta es su casa de usted, como dicen los mejicanos, porque es mi casa de mí: un lugar para andar a sus anchas, a nuestras anchas. Así que aquí nos veremos, espero, sin regularidad, sin garantías: cháchara, pura cháchara. Por alguna razón, la palabra cháchara se usa mucho unida a la palabra pura; es otro infundio que, de ahora en más, voy a tratar de desmentir.

 

Juan Manuel Lucero: “Las herramientas de Google son o pueden ser esenciales para los periodistas, tanto ahora como en un futuro”

13 julio 2020 –

Por: AGUSTINA HEB – Laboratorio de Periodismo – España –

La llegada de la pandemia agudizó a nivel mundial la pérdida de ingresos publicitarios en los medios de comunicación y, al mismo tiempo, aceleró los procesos de transformación digital. Paralelamente, por el aumento de la desinformación, los sitios de noticias recuperaron credibilidad de las audiencias y las visitas a sus portales crecieron.

Ante ese escenario, las redacciones de medios emergentes y tradicionales de América Latina vieron este acercamiento de los lectores como una oportunidad. Para aprovecharlo, necesitaron usar herramientas para detectar mejor las tendencias en los buscadores y, a la vez, crear contenidos de calidad e innovadores, que generen una mayor permanencia de tiempo en sus sitios. Y perfeccionar el análisis de los datos que arrojan las plataformas.

Muchos periodistas y editores aprendieron a dar respuesta a las necesidades más urgentes a través de las capacitaciones del equipo News Lab, de la Google News Initiative (GNI), que trabaja con medios de comunicación, periodistas y organizaciones que los nuclean, haciendo alianzas y desarrollando programas de innovación y capacitación.

En Hispanoamérica, por ejemplo, capacitaron a más de 20.000 periodistas de manera presencial en los últimos tres años. En algunos países hay un Líder de este área, que se encarga del desarrollo de programas y alianzas, y en otros, cuentan con Teaching Fellows, que son periodistas que dan las capacitaciones en grandes y pequeñas redacciones. Además, dictan seminarios en sus oficinas o realizan capacitaciones en vivo, en las llamadas GNI Live.

Desde el Laboratorio de Periodismo entrevistamos al argentino Juan Manuel Lucero, coordinador del News Lab para Hispanoamérica, para saber qué les demandan las redacciones de Latinoamérica, si por la crisis del COVID-19 tuvieron más interés de los periodistas en sus cursos y si debieron adaptar sus contenidos para colaborar con los desafíos actuales.

(P) ¿Cómo diseñan las capacitaciones? ¿Hacen encuestas entre periodistas, editores y directivos de medios?

(R) Hay un área específica que se dedica a investigar sobre los temas sobre los que se harán las capacitaciones. Muchas de ellas vienen de encuestas que hacemos entre los periodistas luego de las capacitaciones y que nos permiten entender cuáles son las necesidades en los distintos países y regiones. Un ejemplo concreto: por mucho tiempo nos pidieron una capacitación específica para periodistas sobre Analítica Web. Tuvimos muchísimo feedback sobre eso, hicimos una encuesta y eso nos sirvió de base para la capacitación que realizamos hace poco en vivo y que ya fue vista por más de cinco mil periodistas.

(P) ¿Hacen contenido exclusivo para determinadas redacciones o elaboran capacitaciones más globales?

(R) Tenemos algunas capacitaciones donde la lógica es global, como la de búsqueda avanzada, pero que adaptamos con ejemplos de cada país. Dado que se trabaja sobre cómo buscar dentro de Google, tiene sentido que sea la misma capacitación. Pero todos los ejemplos que usamos son locales, para que sea relevante. En otros casos, como la de Periodismo Medioambiental, la adaptamos completamente para que sirviera para Argentina, México y España.

(P) ¿Qué herramientas suelen demandar los periodistas freelances, las redacciones emergentes y las tradicionales o de grandes medios de América Latina para mejorar su trabajo mediante los recursos que ofrece Google?

(R) En general, la visualización de datos, así como el uso de Google Trends son los temas que más nos piden. Y como mencioné anteriormente, Analytics. Es decir, herramientas que complementan lo aprendido por los periodistas en la universidad y que les permiten acceder a formas nuevas de contar historias (Flourish, Data Studio, Google Earth Studio) o a obtener datos para esas historias (Data explorer, Trends). En cada encuesta que hacemos, o que vemos publicada, la necesidad de capacitación para hacer frente a los cambios que está experimentando la profesión y el modo en que contamos historias es permanente. Hay muchísimo interés, y particularmente en Hispanoamérica, por capacitarse.

(P) ¿Llevan una medición del impacto que hayan tenido sus capacitaciones en el trabajo de los medios? ¿Qué resultados han arrojado los estudios?

(R) ¡Sí! Google es una empresa donde para el desarrollo de los proyectos, la justificación de los mismos y la evaluación se hacen siempre en base a medir las acciones. Lo que para aquellos que no venimos de la ingeniería es siempre un aprendizaje maravilloso. En nuestras capacitaciones en vivo siempre pedimos feedback a través de un formulario de Google. Con eso buscamos entender si la capacitación valió la pena, si los ejemplos y la metodología sirven para aprender y ¡también llevamos un promedio de todas las capacitaciones! Relacionado con pedir feedback, Google tiene una cultura de pedir mucho feedback, aceptar los fallos y aprender de lo que no gusta o no sale como se esperaba. Sin embargo, en general nos ha ido bastante bien, ¡afortunadamente! Creo que tiene que ver con que el equipo de News Lab está compuesto por periodistas que vienen de muchos años de redacción, que han estado “del otro lado” y que aman el periodismo.   El impacto de la pandemia del COVID-19 en los medios.

(P) A raíz de la necesidad de los lectores de estar informados sobre el coronavirus, la mayoría de los sitios periodísticos registraron un incremento en las visitas. ¿Ustedes tuvieron que aumentar las capacitaciones online? ¿Notaron un mayor interés de los periodistas y medios latinos en los recursos del News Lab?

(R) ¡Sí! Multiplicamos las capacitaciones, las cuales tuvieron que, lógicamente, hacerse online. Partiendo, como comentaba, de una base de interés que en nuestra región y en nuestro idioma es muy alto, ese interés ha ido creciendo poco a poco, a medida que nos fuimos acomodando todos a esta nueva “normalidad”. Si bien en un principio pensamos que este interés podría decrecer debido a la enorme oferta de capacitaciones online, nos dimos cuenta de que muchas de estas herramientas son o pueden ser esenciales para los periodistas tanto ahora como en un futuro. Como referencia, en nuestras capacitaciones online abiertas este año estamos teniendo el doble de participación de periodistas que el año pasado. Teniendo en cuenta que estamos en casa, las capacitaciones que estuvimos brindando quedan grabadas en el canal oficial de GNI en YouTube, para que los periodistas puedan acceder y hacer el training según su disponibilidad.

(P) ¿La pandemia hizo que los periodistas y las redacciones de América Latina pidieran capacitaciones específicas que les sirvieran para la cobertura sobre el tema?

(R) En algunos casos sí, pero más que capacitaciones sobre la cobertura nos pidieron especificidades sobre datos de, por ejemplo, Trends. Los datos de Trends, que son un reflejo del interés, el deseo o la curiosidad de las personas al hacer una búsqueda en Google, han sido una muy buena fuente para detectar sobre los temas en los que el usuario pone la atención durante estos tiempos de pandemia. Y entender específicamente qué significa el crecimiento o decrecimiento de la búsqueda sobre un tema relacionado con la pandemia para poder después volcarlo en una nota ha sido esencial. También creo que han sido de mucha utilidad herramientas como la que hizo Latam Chequea, y la cual apoyamos, donde se puede buscar en una base de datos de miles de verificaciones si una información que está circulando es verdadera o falsa. En este sentido, aprender a utilizar el buscador, pese a que parece muy básico y simple, ha sido esencial.

(P) ¿Cuáles son las herramientas que hoy debe utilizar o tener un periodista para brindar información seria y segura, ante la amenaza constante de la desinformación?

(R) La primera de ellas y, como comentaba anteriormente, la más simple de todas es la de saber utilizar el buscador. Esto significa conocer los operadores de búsqueda que permiten expandir o restringir una búsqueda específica. Pero no solamente eso, sino que también se pueden buscar imágenes para comprobar si ya han sido utilizadas anteriormente, por ejemplo. U otra cosa que no muchos periodistas están familiarizados, como el buscador de referencias académicas, para, por ejemplo, ver todo lo que se haya publicado en revistas académicas, una fuente confiable de información, sobre Coronavirus, y poder segmentarlo: sólo en español, sólo de 2020. A veces, el uso avanzado de estos operadores de búsqueda puede parecer algo críptico al principio, pero una vez familiarizados con estos conceptos, podemos hacer uso de ellos para encontrar información fiable más rápidamente.

Carta abierta de la Sociedad Interamericana de Prensa

13 julio 2020 –

Por: SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) –

Las sociedades modernas reconocen la libertad de prensa y el trabajo de los medios periodísticos como pilares fundamentales para la democracia, el respeto de los derechos humanos, la contención de fuerzas autoritarias y para el ejercicio de una ciudadanía plena e informada.

La Sociedad Interamericana de Prensa tiene como principio fundacional la defensa de estos pilares, que necesitan encarnarse en organizaciones periodísticas que operen con sostenibilidad y autonomía.

En la última década, los cambios en la tecnología, al tiempo que aumentaron el alcance de los medios periodísticos, han generado enormes disparidades económicas con las plataformas digitales globales, poniendo bajo enorme presión la viabilidad financiera de los medios.

La ausencia de un modelo económico claro y universalmente sostenible pone en peligro el papel de los medios periodísticos como proveedores de información confiable y de calidad, contra plataformas tecnológicas globales donde pueden proliferar la desinformación y las noticias falsas.

Esta situación se ha vuelto aún más crítica con la pandemia de COVID-19 que afectó en forma dramática los ingresos y el capital de trabajo de los medios periodísticos.

Sin embargo, a pesar de las profundas dificultades económicas planteadas por la crisis de salud, los medios periodísticos, calificados como actividades esenciales, han intensificado su trabajo, facilitando la conexión esencial entre los gobiernos y los ciudadanos que necesitan información confiable.

La creciente importancia de la información confiable, generada a través de medios periodísticos, entra en conflicto con este paradigma de crisis económica. En resumen, la industria de los periódicos está actualmente navegando una tormenta perfecta, la cual representa una amenaza inmediata para la supervivencia del periodismo en la democracia.

Muchos países desarrollados, especialmente de la Unión Europea, han comenzado a abordar este problema global crítico mediante políticas públicas, cuyo resultado fortalecerá la sostenibilidad del periodismo. Ejemplos de estas políticas incluyen la introducción de incentivos fiscales y subvenciones para que las empresas locales permanezcan abiertas, el fortalecimiento de la regulación sobre propiedad intelectual, así como la inclusión de políticas fiscales más equitativas en el ecosistema digital. Una característica clave es que todas las políticas son transparentes, no discriminatorias y no afectan la libertad y la independencia editorial de los medios de comunicación.

La Sociedad Interamericana de Prensa considera que es esencial alertar a los gobiernos democráticos de este hemisferio sobre la importancia estratégica de este asunto y exhortarlos a avanzar rápidamente para debatir y adoptar enfoques similares.

En tiempos de crisis y emergencia, el periodismo independiente y los medios profesionales son esenciales para las naciones libres. Asegurar su viabilidad y permanencia es una responsabilidad de las sociedades democráticas.

Christopher Barnes

Presidente, SIP

La SIP es una entidad sin fines de lucro dedicada a la defensa y promoción de la libertad de prensa y de expresión en las Américas. Está compuesta por más de 1.300 publicaciones del hemisferio occidental; y tiene sede en Miami.

La SIP rechazó acusaciones contra la cadena Univision

13 julio 2020 –

Por: SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) –

Miami (9 de junio de 2020) – La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) rechazó las acusaciones del equipo de campaña del Partido Republicano contra Univisión, calificándolas de «falsas narrativas destinadas a desacreditar a los medios y periodistas».

El equipo de campaña que respalda las candidaturas del presidente Donald Trump y del vicepresidente Mike Pence para las elecciones de noviembre, calificó a Univisión de «máquina de propaganda izquierdista y un papagayo del partido demócrata», al tiempo de reclamar «la cobertura deshonesta» y de ocultar el «extremismo de izquierda» a los hispanos.

El presidente de la SIP, Christopher Barnes, advirtió que «es lamentable que se sigan utilizando este tipo de falsas narrativas destinadas a desacreditar a los medios y a los periodistas. Sin embargo, no es sorprendente porque provienen de quienes acusan a la prensa independiente y crítica de ser enemiga, adversario político, basura y mentirosa».

Barnes y Roberto Rock, presidente de la Comisión de Libertad de Prensa e Información, coincidieron en que Univisión tiene una trayectoria periodística cuya credibilidad y profesionalismo la ha ubicado como fuente confiable de noticias por lo que estas acusaciones caerán en saco roto. Sin embargo, dijeron, «nos preocupa que en un ambiente tan polarizado estas acusaciones puedan ser un combustible que pudiera poner en riesgo la integridad personal de quienes trabajan en ese medio.

Barnes, director de The Gleaner Company (Media) Limited, Kingston, y Rock, director del portal mexicano La Silla Rota, expresaron su esperanza de que «toda crítica contra medios y periodistas pueda hacerse dentro de una atmósfera de respeto y tolerancia con el objetivo de fomentar la libertad de expresión y construir democracia».

Univisión rechazó las acusaciones y afirmó que cubre la campaña electoral y al presidente Trump «con honestidad y rigurosidad periodística».

La SIP es una entidad sin fines de lucro dedicada a la defensa y promoción de la libertad de prensa y de expresión en las Américas. Está compuesta por más de 1.300 publicaciones del hemisferio occidental; y tiene sede en Miami.

¿Cómo los hackers corren tras la vacuna del coronavirus?

13 julio 2020 –

Por: Álvaro Montes – Revista Semana –

Netwalker es un grupo de ciberdelincuentes que el mes pasado logró cobrar 1,14 millones de dólares por devolver información clave de los avances en el desarrollo de una vacuna contra la covid-19, que tenía secuestrada y pertenecía a la Universidad de California, en San Francisco. En una operación conocida como ransomware, Netwalker encriptó los datos alojados en los servidores de la universidad y amenazó con borrarlos si no pagaba el rescate. La institución prefirió negociar en la web oscura con los secuestradores, pagó el rescate en bitcoins y recibió de vuelta las instrucciones para desencriptar su propia información.

Las páginas web que los usuarios navegan regularmente constituyen solo la punta visible del iceberg que es internet. Todo lo que hay bajo la superficie se conoce como dark web y es accesible mediante navegadores especiales. Allí se negocian semanalmente un millón de dólares en productos relacionados con la lucha contra la covid-19, según un informe de la firma de seguridad digital Sophos. Empire Marker, uno de los muchos mercados que operan en la web oscura, tiene más de 52.000 productos listados en 11 categorías, entre ellos, hidroxicloroquina, remdesivir y otros medicamentos con alta demanda por estos días. También se negocian, al por mayor, kits de pruebas rápidas y máscaras quirúrgicas, desinfectantes y otros elementos para la contención de la pandemia.

Entre mayo y junio hubo una escalada de la guerra tecnológica. Al menos 12 países participan en una carrera de hackers para conseguir a como dé lugar información sobre los desarrollos de vacunas contra el coronavirus. Ya no son solamente los de siempre –China, Rusia y Estados Unidos–; también Vietnam, Irán y las dos Coreas, entre otros, se han sumado a la afanosa búsqueda pirata de la vacuna o los tratamientos efectivos contra la enfermedad.

Hackers chinos vulneraron la información de grupos de investigación norteamericanos que trabajan en estos hallazgos. Agentes del FBI visitaron personalmente varios laboratorios y universidades para advertirles de los ataques y asesorar el blindaje tecnológico. Un comunicado del FBI y el Departamento de Seguridad Nacional norteamericano informó que ataques originados en China fueron “detectados intentando obtener datos valiosos de propiedad intelectual”. La respuesta china fue negar la acusación, apoyada en el hecho de que tiene grandes avances y “liderazgo mundial en el tratamiento para covid-19”, de acuerdo con la Embajada de China en Washington. Pero el ciberespionaje es una sombra antigua en la relación entre las dos naciones, con sonados casos como el ocurrido en 2009, cuando hackers chinos obtuvieron información sobre el diseño del avión de combate Lockheed Martin F-35. El director del Centro Nacional de Contrainteligencia de Estados Unidos, Bill Evanina, asegura que China saquea propiedad intelectual norteamericana por valor de 400.000 millones de dólares cada año.

Por su lado, hackers vietnamitas atacaron al Gobierno de Wuhan y al Ministerio de Emergencia de China buscando información acerca de la covid-19 desde enero pasado, según reveló la empresa internacional de ciberseguridad FireEye. La Organización Mundial de la Salud (OMS) también fue víctima de ciberespionaje: 450 cuentas de correo de sus funcionarios fueron vulneradas. Incluso entre países aliados hay espionaje mutuo. Corea del Sur estuvo husmeando en los servidores de salud norteamericanos, con la intención de verificar las cifras reales de penetración del virus en Estados Unidos. Y se sospecha que hackers coreanos están detrás de ataques para saquear información de la OMS, de Japón y de Corea del Norte.

Los ataques en busca de la vacuna, que se cuentan por centenares cada día, incluyen desde sofisticadas intrusiones a servidores hasta los populares ataques tipo phishing enviados a los correos de funcionarios de salud norteamericanos de alto rango, con mensajes que prometen cupones gratis de hamburguesas, para tenderles trampas que les permitan acceder a sus bandejas de correo. Todo vale con tal de obtener información valiosa sobre los avances de cada nación en la crisis sanitaria.

Piratas informáticos iraníes fueron descubiertos ingresando a los sistemas de Gilead Sciences, el laboratorio farmacéutico que fabrica remdesivir, probablemente el medicamento más promisorio en la actualidad y recién aprobado por la administración de drogas y alimentos de Estados Unidos para ensayos clínicos.

La guerra cibernética incluye saboteos a distancia de las infraestructuras sanitarias de países enemigos para arruinar sus estrategias de contención del virus. La inteligencia israelí informó que un ataque presuntamente originado en Irán intentó dejar sin agua a dos ciudades y afectar las medidas sanitarias en Israel. Los hackers iraníes han estado particularmente activos en la escena mundial, sobre todo después de que se descubriera en 2010 que la inteligencia israelí, con apoyo norteamericano, lanzó un ciberataque que paralizó más de 1.000 máquinas centrífugas de Irán que eran utilizadas para enriquecer uranio. Irán trata de devolver el golpe.

No solo información farmacéutica está en el blanco de los hackers, sino también datos sobre la compra de insumos de laboratorio, tasas reales de contagio y cualquier referencia que permita conocer el manejo interno que hacen las naciones de la crisis sanitaria. Han sido hackeados hospitales norteamericanos para obtener información sobre pacientes y tratamientos. Los hospitales han sido blancos relativamente fáciles porque carecen de sistemas sólidos de protección y están ocupados en la batalla contra al virus. Otro grupo de blancos fáciles que han sufrido ataques son los empleados de los laboratorios enviados a trabajar en casa, que utilizan redes privadas virtuales para conectarse con los servidores corporativos.

Es normal que nadie presente pruebas contundentes, porque implicaría reconocer la magnitud del daño, así que el tema viene acompañado de acusaciones mutuas, que cada país niega. Pero en algunos casos los autores han sido identificados. Por ejemplo, el grupo hacker chino APT41, conocido en el ciberespionaje mundial, ha dejado rastros de sus actividades en las redes norteamericanas. En los recientes ataques a la OMS fue acusado como presumible autor DarkHotel, una organización de ciberdelincuentes que comenzó actividades en 2007 hurtando información de huéspedes de hoteles de lujo en Asia y después evolucionó al secuestro de datos de grandes corporaciones. En el caso de la OMS, podrían estar trabajando por cuenta propia para vender información a alguna nación. El ciberespionaje creció de manera descomunal en los últimos cuatro meses, y este crecimiento gira en torno a la vacuna y la contención de la pandemia.

Y, como era de esperarse, al margen de objetivos políticos y de la búsqueda de la vacuna, el ciberdelito común se disparó aprovechando el interés de la población por el tema de coronavirus. El grupo de análisis de amenazas GTA, de Google, informó que llegan a los correos de Gmail 18 millones de mensajes con noticias sobre covid-19 que en realidad esconden malware y phishing, con propósitos de fraude económico. Adicionalmente, cada día circulan 240 millones de mensajes de spam con publicidad no deseada de productos para curar el virus, tapabocas y gel antibacterial. Ciberdelincuentes de casi todos los países tratan de hacer fiesta. Una notable actividad de este tipo se origina desde Nigeria y otras naciones usualmente invisibles en el mapa mundial del cibercrimen. El reporte de Google también menciona a un grupo hacker sudamericano, conocido como Packrat, que hace phishing falsificando la página de inicio de la OMS para cometer fraudes financieros.

El cibercrimen y la inseguridad digital constituyen otro personaje en la larga lista de estragos que vinieron con la pandemia.