2 Septiembre 2019.
Foto: AYUNTAMIENTO DE BENIDORM.
Tomado de: El País (España).
El periodismo de datos crece cada año en la prensa con secciones propias integradas por más y mejores especialistas. Sus espectaculares logros apasionan a los lectores, pero también les inquietan porque ven amenazada su privacidad. Acaba de pasar este agosto con la difusión de los lugares exactos de donde procedían los veraneantes de 56 destinos españoles; y ya pasó en abril y mayo con la difusión de resultados electorales “calle por calle”. Los lectores desasosegados merecen una explicación.
Hablamos de ese periodismo que capta grandes volúmenes de información con herramientas tecnológicas para presentarla en gráficos y mapas interactivos, infografías, aplicaciones… EL PAÍS presentó este mes pasado uno de esos mapas interactivos en el que se veía con detalle de qué distrito de España procedían quienes veraneaban en Benidorm, Cádiz, Cambrils…
La inquietud se disparó porque la información, decía el texto, procedía de los móviles de los turistas. ¿Eso es legal? Un lector comentaba en la web: “Lo que da miedo es que cualquier entidad tiene acceso a nuestro teléfono móvil sin permiso”. Otro añadía: “Interesante artículo para sacar de dudas a quien no tenga claro el control al que está sometida la población al llevar un dispositivo con la función localización activada”.
Daniele Grasso, líder del equipo de Datos, confirma que EL PAÍS elaboró ese mapa con parámetros de “movimientos de miles de móviles” de clientes de Orange, que los había cedido a Geoblink (asesora sobre dónde abrir un negocio), que a su vez los facilitó al periódico. El diario manejó información anónima, sin detalles de identificación de clientes (nombre, dirección, teléfono, correo electrónico…), tal como exige la ley.
Los resultados “calle a calle” de las elecciones generales y muncipales, presentados también en mapas interactivos, fueron elogiados, pero también criticados. El lector Edmundo Velasco transmitió sus “enormes dudas” sobre si ese tipo de mapas descubre “información privativa de los habitantes en esas calles de las que se dan los datos del voto de sus vecinos”.
En la web, hubo protestas: “Hay calles con un solo vecino y estáis publicando su voto”; “¿El voto no era secreto? Lamentable, peligroso”; “En democracia no vale todo, aunque no sea ilegal”; “Maravilloso mapa, ¿pero no era secreto el voto?”.
No hay levantamiento del secreto, sino un mejor uso de la tecnología. Lo describe Grasso: “Algún lector se ha preocupado: ‘¿cómo es posible que EL PAÍS sepa lo que vota la gente que vive en mi calle?’ ‘Y si vivo en un pueblo donde viven diez personas, y EL PAÍS publica que nueve han votado al PP y una al PSOE, ¡todo el pueblo sabrá quién es el votante socialista!’» “Correcto”, se responde el periodista. “Igual que podría saberlo acudiendo a la web del Ministerio del Interior”.
En efecto, el resultado de cada mesa y sección electoral —no de cada calle— está en esa web.
Se cumple la ley, pero el peligro existe. La abogada Paloma Llaneza, auditora de sistemas y consultora de seguridad, advierte de que “un estudio ha demostrado que con tres datos anónimos obtenidos de fuentes públicas es posible identificar al 81% de los afectados”. Autora del libro Datanomics: todos los datos personales que das sin darte cuenta y todo lo que las empresas hacen con ellos, Llaneza argumenta que ver en un mapa resultados de votación en tu calle origina un efecto de “invasión de la intimidad” que no lo da un mero listado en una página de cálculo.
“Las representaciones geográficas de datos generan una sensación de ser observados que no lo genera el uso de las redes sociales o de los móviles, que precisamente están diseñados para evitar sentirse controlados”, añade Llaneza.
Sí, y por eso mucha información que manejan las empresas se la regalamos los ciudadanos “al aceptar las cláusulas de privacidad de muchos servicios”, como alerta Fernando Sancho, consultor de seguridad y protección de datos.
Cuantos más datos, mejor periodismo, y hoy están más al alcance que nunca. Por eso, EL PAÍS seguirá explotando “las ingentes cantidades que se producen”, comenta Grasso.
Sin embargo, el rigor y la precisión deben ser en este terreno incluso más estrictos de lo habitual para evitar esa inquietud de los lectores. Los mapas electorales fueron lo suficientemente espectaculares como para no exagerar en los titulares: no eran resultados “calle a calle”, sino de mesas electorales. De otro lado, las fuentes y métodos de obtención de los datos deben ser transparentes para el lector, como lo han sido en los casos mencionados. Y por último, y como enfatiza Grasso, el respeto a la privacidad debe imperar siempre.
Ni los periodistas ni los lectores podemos bajar la guardia. Esto no ha hecho más que empezar.