La crisis sociopolítica que sacude a Nicaragua le pasa cuenta de cobro a su sector turístico y lo pone en la cuerda floja, tal como sucedió con el de Venezuela, su vecino de la Alianza Bolivariana (ALBA). El pequeño país, que alcanza los 130.000 km2, atraviesa por una compleja situación interna, derivada de los problemas de violencia que lo azotan desde hace seis meses, a raíz de las protestas contra el controvertido presidente Daniel Ortega.
El coletazo de la crisis, fermentada por la corrupción e incentivada por la pretensión gubernamental de elevar las cuotas de seguridad social, sacude todos los frentes económicos y coloca a más de un millón de nicaragüenses en riesgo de caer en la pobreza. El turismo, que en los últimos años pasó a ser el rubro de mayor aporte a la economía y sobre el que se centran las grandes expectativas de ingresos, se convierte en la principal víctima.
La sangrienta violencia desatada desde abril pasado, dejando un luctuoso listado de medio centenar de muertos, transformó a este país en un destino fantasma. Las agencias de viaje reportan a diario cancelaciones de reservas para lo que resta del año, pero la situación corre el riesgo de extenderse hasta 2019 o más allá, de no encontrarle soluciones a una crisis que para algunos analistas solo será posible con el debatido anticipo de las elecciones presidenciales de 2021, posibilidad que hasta ahora no se baraja dentro de las cartas del Gobierno.
Nicaragua es un destino virgen, económico, con ciudades de interés histórico y cultural, y dos costas privilegiadas, en particular la Pacífica, por la que desfilan bahías rodeadas de manglares, varias de ellas auténticos paraísos, con playas de fina arena volcánica, bañadas por suaves oleajes del mar.
El turismo nicaragüense proyecta desde 2006 un crecimiento sostenible cercano al 10% anual y supera en ingresos a los tradicionales ejes del desarrollo nacional, la agricultura, la manufactura y la construcción. En el contexto del frágil modelo económico, el turismo se perfila como instrumento estratégico para impulsar la economía y reducir la pobreza.
En 2017 recibió un 1’800.000 visitantes extranjeros y US$700 millones en divisas, y se fijó la apuesta oficial para 2022 de atrapar a cuatro millones de turistas y doblar la entrada de divisas. Por eso, este año sobraban las expectativas. Captar 100.000 turistas nuevos y elevar las divisas a US$800 millones, de la mano de una campaña promocional en el exterior, que paradójicamente esgrimía el concepto de la seguridad como gancho para visitar el país más grande de Centroamérica.
Sin embargo, el clima de violencia ha dado al traste con los planes. El sector pinta un saldo en rojo de US$250 millones. Hoteleros y restauranteros entraron en apuros y enfrentan pérdidas superiores a US$100 millones. Los grandes hoteles bajaron sus niveles de ocupación hasta el 12%, y el 80% de los pequeños establecimientos de hospedaje cerró las puertas. Igual sucede con restaurantes y turoperadoras. El reconocido hotel Mukul Auberge Resorts Collection, en el Pacífico sur, que atrajo a famosos como Morgan Freeman, Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones, canceló operaciones, y la franquicia Tony Roma’s postergó indefinidamente su ingreso a Managua.
Los problemas de orden público plantean una difícil solución. Las pérdidas son acumulativas y las esperanzas de atraer turistas, garantizando un entorno seguro, se tornan distantes. El cierre de negocios le aumenta la carga de dinamita a la paralizada economía. El sector contribuye con el 9% de los empleos, cerca de 120.000 plazas, de las cuales 70.000 han quedado cesantes.
Es la segunda y la peor crisis del sector en el último cuarto de siglo, desde cuando Ortega y su familia empezaron a controlar Nicaragua, a través de una guerra sucia y silenciosa. Trance que, al igual que en Venezuela, responde al descontento popular por imposiciones de un mandatario opresor y corrupto que absorbe los poderes del Estado, elimina contrapesos institucionales, estigmatiza a la oposición, censura medios y reprime protestas, incluso con colectivos civiles de seguridad fuertemente armados.
Nicaragua se vuelve escenario de violencia y con la negativa a dialogar como salida política al conflicto sigue los pasos del gobierno bolivariano de Venezuela, país que tiene una economía fracturada, destruida y fuera de control, y un turismo desplomado. Ambos resumen la esencia de dos dictaduras que reciben las luces del ALBA, mientras sus industrias turísticas se oscurecen con los destellos del ocaso, el mismo que sobre los tiranos latinoamericanos retrata El otoño del patriarca.
Tomado de: El Espectador