Embajador de Gabo en esta semana de homenajes, el cronista colombiano cree que lo revolucionario sería volver a los fundamentos del oficio.
Por las páginas de sus libros pasea Socorrito Pino, la niña más odiosa del mundo, se escucha a Chivolito, el bufón de los velorios, El Chato, el árbitro que echó a Pelé, recuerda su juventud, y un juglar entona «La gota fría».
Alberto Salcedo Ramos es uno de los cronistas más destacados de Hispanoamérica, un docente con aula itinerante, una pluma errante de relatos que hace audibles las voces de tantas personas que no tienen espacio en los medios de comunicación. Fue en su Caribe natal, usina planetaria de historias, donde aprendió su oficio. El colombiano suele destacar que en esas coordenadas se registra un curioso fenómeno: los chismes no se narran en pasado, sino en futuro. Así, no se especula con los amoríos de un donjuán, si se acostó o no con tal muchacha, sino que se precisa lo que hará cuando ella le reclame en breve ser el padre de su hijo.
Ganador de los premios Rey de España y Ortega y Gasset, Salcedo Ramos llegó a la ciudad en el marco del 50° aniversario de la primera y única visita de Gabriel García Márquez a Buenos Aires, que derivó en la publicación de Cien años de soledad. Por estos días, además, su crónica El oro y la oscuridad: la vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé, convertida en una serie de TV de 80 capítulos, se emite en el horario central de la TV colombiana.
-¿Hay un segundo «boom latinoamericano» con la crónica?
-Creo que es una etiqueta editorial con fines comerciales. Sin duda resulta bastante exagerada. En todo caso estoy seguro de que ciertos autores de no ficción son cultores de la mejor literatura que se ha hecho en América latina recientemente, por su potencia narrativa y por su calidad estética.
-Parecería que la crónica ya no es «fronteriza», como decía Tomás Eloy Martínez, sino que es mainstream. Martín Caparrós acaba de ganar el premio Maria Moors Cabot…
-¡Enhorabuena por Caparrós, un grande con todas las letras! El periodismo narrativo de calidad nos permite entender ciertos fenómenos sociales que no pueden ser descifrados a través de los meros datos. Además nos ayuda a comprender la naturaleza humana y nos hace sentir como propios ciertos sucesos que la distancia geográfica nos hacía sentir ajenos.
-¿Cuáles son los riesgos del periodismo propios de América latina? No sólo los físicos, como en México, sino los editoriales.
-El más grande es el de sucumbir a la tentación de mirar y contar la realidad como si fuera un circo lleno de pobres, de excéntricos y de locos. Tal vez nuestra realidad sea un circo, no te lo niego, pero debemos proponer ante ella una mirada que vaya más allá de los estereotipos facilones. Somos muy dados a ver los conflictos sociales desde la obviedad, y a engolosinarnos con la favela miserable o violenta, porque eso produce un efecto fácil e inmediato.
Nos falta explorar los ámbitos de poder, pues creo que la cobertura de quienes rigen nuestros destinos no puede ser un asunto exclusivo de los reporteros de denuncia. Caparrós dice que la crónica es política porque se rebela contra la idea de que el periodismo consiste en decirles a muchos lo que les sucede a pocos. Es cierto que debemos volver visibles a los excluidos, pero no como protagonistas de un circo lleno de lugares comunes. En todo caso, no puede ser que no hagamos memoria acerca de ciertos poderosos que generan transformaciones importantes en nuestras sociedades.
-¿Qué opina de los periodistas «militantes»?
-Sólo usaría esa palabreja para decir que quiero «militar» en el bando de quienes creen en el periodismo de excelencia.
-¿De qué modo benefician o perjudican las redes sociales la tarea del periodista?
–El buen periodista no se deja afectar por la histeria del día en las redes sociales ni permite que éstas le impongan la agenda. Hace poco coincidí con un periodista de esos que están poseídos por el sarampión de la tecnología. Ojo, no descreo de la tecnología: lo que sí digo es que el periodismo lo hacemos los periodistas, no los aparatos que utilizamos. Este periodista me preguntó qué es lo más moderno que se podría hacer hoy en el oficio. Le dije: tienes el último iPhone, sabes usar todas las plataformas habidas y por haber. Lo único que te está faltando es salir otra vez a la calle, a ensuciarte los zapatos de polvo.
En estos tiempos de periodistas que se reconocen más como community managers que como reporteros, en estos tiempos en que todo el mundo anda con los ojos enterrados en una pantalla sin prestarle atención a lo que sucede en la calle, lo verdaderamente revolucionario es volver a los fundamentos del oficio, es decir, al encuentro cara a cara con la gente.
Tomado: LA NACIÓN AR.