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La ética pública vale un comino en Colombia.
Por: Cecilia Orozco Tascón
Por el contrario, quienes la respetan solo les inspiran compasión a los matones que siempre les ganan, al menos en las esferas oficiales: prosperan las carreras de los personajes más cínicos del mundo político y judicial dominado por estos, sus protectores y, desde luego, sus protegidos, que los suceden para continuar su línea corruptora. Así ha ascendido un hombre de pasado oculto cuyos velos sellados aún tal vez esconden actuaciones perversas que lo harían impresentable ante los electores. Pero, ¿a quién le importa eso? Interesa tener éxito a costa de lo que sea, incluso, de la manipulación de las instituciones de la Justicia para beneficio propio. Un desconocido Alejandro Ordóñez saltó de la provincia al Consejo de Estado después de haber asistido a reuniones oscurantistas que —de acuerdo con noticias no desmentidas ni aclaradas— alguna relación tuvieron con los hechos conspirativos que precedieron el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, una de las mayores tragedias del partido Conservador en su historia reciente.
Vea usted la paradoja: Ordóñez se proclama precandidato presidencial de la colectividad de Gómez Hurtado sin decirlo abiertamente, sino de manera estratégica, en la convención partidista del pasado domingo cuando en medio de un discurso populista de baja factura -esa que apela a las emociones primarias de la gente en lugar de su inteligencia-, se declaró como “un auténtico conservador” al que no le da “pena” reivindicar esa condición. Miente Ordóñez. Mintió en su discurso puesto que él no es un conservador decente como otros. Es un extremista que aprovechó el poder disciplinario que le concedieron dos cortes postulantes y un Senado elector (empeñados o “enmermelados” con los cargos que les entregó en la Procuraduría), para manosear las leyes y la Constitución con el fin de ponerlas a su servicio, tal como lo estableció el fallo del Consejo de Estado que anuló su segundo periodo en el Ministerio Público, justo por incurrir en esos vicios.
Vea usted la paradoja: el mismo Ordóñez se ha encargado de deslegitimar las inhabilidades y destituciones que impuso en la Procuraduría. En momentos en que el periodo para el que fue reelegido todavía no ha llegado a término, y cuando no han pasado tres meses de la sanción pública con que se le castigó, él no tiene empacho en presentarle al país —que vio el raponazo que les propinó a sus contradictores quitándoles sus derechos políticos y hasta laborales, y el gangazo que les regaló a sus amigos culpables con absoluciones y archivos—, su aspiración de político que no de juez, de ser presidente de la República. Cínico. Un sujeto como él, que tiene la cachaza de criticar a otros por “eliminar de la política la búsqueda del bien común”, no puede ser sino un adicto a la procacidad y vea usted la paradoja: ¡lo aplaudió una audiencia imbuida con la certezade que llegó la hora de la ultraderecha discriminadora sin considerar si también les resultará criminal!
En últimas, vea usted la paradoja del partido Conservador: está a punto de aclamar a un matón de corte más uribista que alvarista, más uribista que pastranista, más uribista que belisarista, por encima de figuras leales a su colectividad y, por sobre todo, impecables en su conducta, entre estas Juan Camilo Restrepo y Marta Lucía Ramírez. En cambio, vea usted la paradoja, permite que al lado del sancionado Ordóñez, culpable de violar la Constitución, también se presente como precandidato suyo otro anulado judicial: Francisco Ricaurte, igualmente violador de la Carta y reconocido clientelista y repartidor de puestos en los altos tribunales. Como si fuera poca la vergüenza que pasarán los convencionistas con quienes aspirarán, a su nombre, al máximo cargo del Estado, se subió al estrado uno más que parece tener calificaciones similares o si se quiere peores que las de Ordóñez: ¡Pablo Victoria! ¿Glorioso partido Conservador? ¡Hágame el favor!
Tomado de: El Espectador