Por: Editorial Espectador
La semana pasada hubo dos noticias que dan testimonio del buen camino que lleva la implementación del Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc, pero que también son un recordatorio de que todavía pueden salir muchas cosas mal en el trayecto y que el discurso violento en la política no ayuda a la reconciliación. Nos referimos al inicio de la etapa de dejación de las armas y a la entrega de los menores de edad que están en las filas de la guerrilla.
Ayer, en El Espectador, Sergio Jaramillo, alto comisionado para la Paz, le dio a Cecilia Orozco una advertencia que debería estar presente en la mente de todos los colombianos: “La firma del Acuerdo fue el verdadero comienzo, y no el fin, del proceso. El que crea que todo está resuelto porque las Farc entraron a las zonas, no ha entendido nada. Detener definitivamente cincuenta años de guerra va a tomar una generación”. Ha sido interesante ver cómo el debate nacional parece haberse olvidado de la guerra para concentrarse en los problemas estructurales ignorados históricamente en Colombia, como la corrupción, pero no podemos permitir que se asuma que ya todo está solucionado en el proceso con las Farc. Al contrario, son muchos los retos, internos y externos a la etapa de reintegración a la sociedad de los guerrilleros, que persisten.
Por ejemplo, si bien se anunció que ya comenzó la etapa de la dejación de las armas, un hecho de innegable magnitud histórica, también se supo que las Naciones Unidas están retrasadas en el cronograma de creación de los contenedores. Algo similar ocurrió con el proceso de concentración de los guerrilleros en las zonas veredales, que se vio retrasado, entre otros motivos, por las fallas del Estado en la construcción de los campamentos. Hay algo que quisiéramos que todos los colombianos tuvieran presente en este punto: cumplir la promesa realizada por el Gobierno al firmar el Acuerdo es un compromiso de todos, no sólo de la administración de Juan Manuel Santos. Lo que está empeñado ahí es la palabra del país entero, algo que no parecen recordar quienes todavía quieren mandar al traste el proceso. Sí, es un acuerdo entre enemigos que ha dejado incómodos a muchos, pero tiene que verse como una apuesta nacional.
Especialmente porque las Farc están cumpliendo. La entrega de los menores de edad en sus filas, un caballito de batalla de quienes han dudado del proceso en todo momento, empezó con éxito. Una muestra más de que el escepticismo es sano, pero cuando se convierte en terquedad con fines políticos le hace daño al futuro del país. Qué bueno sería oír de los voceros de la oposición reconocimientos sobre lo que se está haciendo bien en el proceso, que ha sido mucho.
Por supuesto, queda mucho trecho. Enrique Santiago, asesor jurídico de las Farc, ha denunciado que la demora en el proceso de amnistías genera dudas entre las filas de la guerrilla y que esto puede causar incredulidad hacia lo acordado y hacia quienes negociaron. “Estimular disidencias en las Farc es jugar con pólvora”. No podemos correr ese riesgo, así como tampoco permitir que en la campaña electoral que arranca el tema de la paz se convierta en un comodín para la polarización y la movilización de las personas a partir de la rabia. Estamos ante un punto de quiebre en la historia del país y todavía queda mucho por hacer. Sugerimos empezar devolviéndole el foco de la atención al proceso de paz.
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