17 febrero 2020 –
Por: Yolanda Ruiz –
Foto: Revista Semana –
Hay días que tienen la virtud de compensarlo todo. Alegrías sencillas y al mismo tiempo contundentes. Es lo que me ha pasado dos veces en la última semana. He compartido la alegría de dos premios de periodismo que he celebrado y disfrutado como si fueran míos. Porque son el reconocimiento a dos tremendas reporteras ante quienes me quito el sombrero: Herlency Gutiérrez y Carolay Morales. Un premio CPB, un premio Rey de España y un mismo esfuerzo: hacer buen periodismo cuando el mercado nos pide emociones y pocas razones.
Herlency viajó a Ecuador a cubrir las protestas de los indígenas. Lo hizo desde la calle, caminando con ellos escuchando sus palabras, tratando de entender sus angustias, sus dolores. Carolay tuvo el olfato de encontrar una historia universal en una esquina de Bogotá cuando escuchó en la voz de un migrante venezolano un milagro del destino.
Herlency viene de Valledupar, trabajó también en Cartagena y se quiso jugar su suerte profesional en Bogotá porque siempre quiere llegar más allá. Cuando viajó a Ecuador tenía todavía los ojos frescos de quien viene de ciudades más pequeñas y pudo sorprenderse con las duras realidades que encontró en las calles de Quito.
A Carolay la conocí hace 10 años cuando volví a RCN Radio. Trabajaba entonces en la producción del turno de los trasnochadores. Un carácter fuerte es lo que más la identifica. Es una mujer tan recia que algunos tienen al comienzo dificultad para descubrir el alma sensible que tiene y que se sale por los poros aunque ella quiera atajarla.
Herlency y Carolay son contadoras de historias por naturaleza. Mujeres de esta nueva generación que batallan por conquistar sus metas sin miedos. Mujeres hechas a pulso, mujeres valientes, decididas. Periodistas con mayúscula que hacen su trabajo con rigor, por vocación y con la claridad de que nuestro oficio es por encima de todo un servicio público.
Me siento feliz cuando las veo llorar de alegría porque a las dos las he visto en momentos de tristeza. Carolay lloró una y otra vez contando la historia de ese cantante venezolano a quien se le cumplió un sueño. Le ví la impotencia cuando le cerraron la puerta en una de esas decisiones administrativas que no entienden de periodismo ni de vida. No había presupuesto para acompañar a Alexander a México y poder terminar la historia. Ella lloró, se quejó y al final decidió meterle sus ahorros y sus vacaciones para viajar y terminar la historia. Habla bien de ella, habla mal de quiénes deberían entender que el buen periodismo necesita recursos y apoyo.
A Herlency la vi sorprendida y dolida cuando cubrió por primera vez una marcha en Bogotá y no entendía por qué la insultaban mientras ella hacía su trabajo contando lo que estaba pasando en la calle. Pude sentir su impotencia y su tristeza cuando escribió por el chat de trabajo el impacto que le produjo sentir el odio que no merece. Un odio nacido del prejuicio.
A las dos las ví llorar de nuevo cuando supieron que eran ganadoras de un premio de periodismo. Alguien desde afuera les reconoció lo que sus colegas que compartimos con ellas el día a día tenemos claro desde hace tiempo: que son buenas en lo que hacen, que son grandes, que merecen aplausos. Buen periodismo sí hay, no importa lo que digan los que quieren acabar con este oficio.
Hoy hablo de estas reporteras, pero la lista de quienes le ponen el pecho a la brisa con convicción, entrega y decencia, es más larga. Destaco también a Jairo Tarazona quien recibió otro premio del CPB en medio de amenazas de violentos que lo quieren callar. A pesar de los sobres y las llamadas agresivas Jairo renueva su compromiso con la reportería. Lleva décadas recorriendo el país para dar a conocer las voces de los excluidos, de los invisibles. Y aplaudo de pie el premio Rey de España para el colega Ricardo Calderón de la revista Semana, el periodista investigador por excelencia que nos ha mostrado lo que el poder quiere ocultar. También lo han querido callar y sigue firme en la tarea.
Muchos no quieren que los periodistas serios hagan su trabajo porque una prensa mediocre es más fácil de manejar, de censurar y de acabar. Gracias a Carolay y a Herlency por mostrarnos el camino, gracias a todos los colegas que hacen un trabajo con ética y rigor por esta felicidad sencilla que me regalan: el buen periodismo tiene presente y tiene futuro.