Crculo de Periodistas de Bogot
Podéis ir en paz
Daniel Coronell. Foto: John Caslon

Ante la Asamblea General de Naciones Unidas, en 2003, el entonces presidente de Colombia Álvaro Uribe dijo una frase elocuente: la paz definitiva es la mejor justicia para una nación en la cual varias generaciones no han conocido un día sin actos de terror.

Por Daniel Coronell

Lo que pretendía ser un milagro político del Papa quedó convertido en una pequeña lagartada. Un trámite subalterno para lograr una foto que no tiene propósito, ni significado. Una anécdota más que sólo vale para confirmar lo que ya todos saben: El ex presidente Álvaro Uribe no va a hacer nada que favorezca la consolidación del proceso de paz porque eso no le sirve a su propósito de volver al poder en 2018. Cualquier cosa que le ayude a la “paz de Santos” lo perjudica a él.

Si el proceso de paz con las FARC funciona, Colombia no necesita más a Uribe. Tan fácil como eso.

Por eso la apuesta cotidiana del uribismo ha sido el desprestigio del proceso, el menosprecio de sus logros, la divulgación de mentiras sobre sus alcances y la explotación machacona del miedo según el cual Colombia se dirige hacia el infierno castrochavista por atreverse a acabar con un conflicto de 52 años.

El propio gerente de la campaña del No, Juan Carlos Vélez Uribe, lo reconoció en una entrevista con la periodista Juliana Ramírez de La República. “Estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca”, dijo el doctor Vélez Uribe en esa entrevista. (Ver Larepublica1.jpg)

En la era de la postverdad, la campaña del No entendió pronto que la viralidad estaba por encima de la realidad. “Descubrimos el poder viral de las redes sociales”, señaló el gerente de campaña con orgullo. “Individualizamos el mensaje de que nos íbamos a convertir en Venezuela”. (Ver Larepublica2.jpg)

Dentro de esa lógica, lo de menos era el verdadero alcance del trato con las FARC “Unos estrategas de Panamá y Brasil nos dijeron que la estrategia  era dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación. En emisoras de estratos medios y altos nos basamos en la no impunidad, la elegibilidad y la reforma tributaria, mientras en las emisoras de estratos bajos nos enfocamos en subsidios”. (Ver Larepublica3.jpg)

La prédica sobre la elegibilidad y la impunidad de hoy, contradice lo dicho por el mismo Uribe y por miembros de su equipo cuando en 2003 abogaban por la no imposición de penas a miembros de grupos armados promoviendo una ley de alternatividad penal para iniciar el proceso de paz con los paramilitares.

Ante la Asamblea General de Naciones Unidas, el 30 de septiembre de 2003, el entonces presidente de Colombia Álvaro Uribe pronunció una frase elocuente “la paz definitiva es la mejor justicia para una nación en la cual varias generaciones no han conocido un día sin actos de terror” (Ver video ONU)

 

Unos días después, el 3 de octubre de 2003, el Alto Consejero de Paz Luis Carlos Restrepo le dijo a la periodista Pilar Lozano, corresponsal de El País de España, que era fundamental buscar que quienes se sometieran a un proceso de paz no fueran a la cárcel.

– ¿No acepta que al menos paguen parte de la condena?- preguntó la periodista.

-No –respondió contundentemente el doctor Restrepo- nuestra idea es que haya una alternativa a la pena de cárcel. (Ver ElPais1. Jpg)

El Alto Comisionado Restrepo explicó “Sin esto no puede haber una negociación efectiva y sólo queda la opción militar. El mundo nos pide que exploremos la salida negociada. Estos señores no van a negociar para ir a la cárcel” (VerElPais2.jpg)

El proyecto de ley que defendían en ese momento tanto el entonces Presidente como los miembros de su gobierno, quedó radicado en el Senado como “Proyecto de ley estautaria 85 de 2003”. La presentó Fernando Londoño Hoyos, Ministro del Interior y Justicia de ese momento. Está en semana.com para quien quiera leerlo completo.

La norma establecía que no habría un solo día en la cárcel para los miembros de los grupos armados que se sometieran a un proceso de paz.

El ministro Londoño señalaba en la exposición de motivos: “para que haya plena justicia tendríamos que profundizar la guerra hasta límites inconcebibles para derrotar a todos los enemigos de la democracia y llevarlos a las cárceles, o explorar fórmulas audaces que no contrapongan la paz a la justicia. Fórmulas que permitan superar un concepto estrecho de justicia que se centra en el castigo al culpable para acceder a un nuevo concepto de justicia que nos permita superar de manera efectiva el desangre y la barbarie a fin de reinstaurar plenas condiciones de convivencia”. (Ver Exposiciondemotivos.jpg)

Ahora el ex presidente Uribe argumenta que algunos paramilitares fueron a las cárceles y otros fueron extraditados. Lo que omite decir, convenientemente, es que el proyecto de ley que presentó su gobierno consagraba que no pasarían ni un día en prisión.

Una realidad que está a la vista del Papa, del mundo y de casi todos los colombianos.

Tomado de:Semana.com

Periodistas colombianos debemos crear un clima de paz: Javier Darío Restrepo
Javier Darío Restrepo. Foto: Ana Cristina Vallejo / FNPI

Luego del triunfo del No en el plebiscito donde los colombianos manifestaron su posición respecto a lo acordado entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC durante el proceso de paz de La Habana, muchos tratan de entender todavía qué fue lo que sucedió.

A fin de analizar el papel de la prensa colombiana antes y después del plebiscito, la Red Ética Segura contactó al maestro Javier Darío Restrepo para conocer su opinión sobre cuál debería ser la labor del periodismo en este momento de incertidumbre que vive el país.

“Un medio de comunicación o periodista que esté vinculado a un partido político, debe dejar eso a un lado, y pensar que el único partido legítimo ahora es toda la sociedad, y que la única preocupación del periodista en esta coyuntura debe ser la creación de un clima de paz”, afirma el director del Consultorio Ético de la FNPI en entrevista telefónica concedida a Hernán Restrepo, gestor de contenidos de la Red Ética Segura.

En la entrevista, el maestro Javier Darío ofrece su visión sobre el papel de los medios tras el triunfo del No, la crisis de credibilidad en la que quedaron las firmas encuestadoras, y la manera en que reaccionaron los principales líderes políticos del país tras conocerse el resultado de las votaciones.

Red Ética Segura (RE): ¿Cuál es su opinión respecto al resultado del plebiscito?

Javier Darío Restrepo (JDR): A mí me parece que el resultado abrió los ojos a gran parte del país respecto a esta realidad: los políticos resultan siempre inferiores frente la causa de la paz. Cada uno tenía una visión del problema de acuerdo a su puja por el Sí o por el No. Pero una vez se vio con toda claridad la realidad de una votación, y por consiguiente la voluntad del pueblo colombiano, los políticos comprendieron que tanto el Sí como el No resultaban como algo muy frágil, si se miraba desde el punto de vista netamente partidista.

Aquí ya se comenzó a ver que hay algo mucho más grande que los partidos políticos: la voluntad de tener paz. Por lo tanto, es muy emotivo que las reacciones del presidente Santos, el expresidente Uribe y la guerrilla tuvieron un elemento en común: hay que defender la paz. Habría que ajustar algunos aspectos, pero coincidieron en lo fundamental, que es la defensa de la paz. Ninguno de ellos tomó una posición que se pudiera considerar en defensa de su punto de vista, pase lo que pase. Incluso la guerrilla manifestó su voluntad de paz, afirmando que la única arma que utilizarán será la palabra.

El presidente Santos habló acerca de la necesidad de reunir a todos los partidos políticos para buscar un camino. Lo mismo vino a decir el expresidente Uribe. Eso no se había visto antes. Es consecuencia del resultado electoral. En ese sentido, yo creo que el país quedó ganando. Ganó su voluntad de tener la paz, por encima de los intereses partidistas.

RE: Los medios de Colombia y el mundo han dicho que el resultado refleja que el país está dividido. ¿Le parece que es acertado decir esto?

JDR: Es un hecho. El país está dividido, casi que en 50 y 50 por ciento. Si miramos el mapa electoral, vas a encontrar una cosa muy interesante: el centro está muy del lado del No, mientras que la periferia está a favor del Sí. Hay una comprobación allí, y es que en los lugares donde más ardió la violencia, la gente hastiada por la violencia votó por el Sí. En cambio la gente que menos ha sufrido, que es la del centro, es la que se da el lujo de analizar, de condenar, de proponer otras alternativas.

Lo curioso es que Colombia se dividió en torno a un tema que debería unirla, la paz. Pero la paz significa algo muy distinto para el campesino que ha estado hostigado por la violencia, que para la persona que la ha mirado a la distancia y que no tiene mucho que reclamarle a la paz.

Lo que esto le plantea a los periodistas es que nosotros tenemos que mirar como una unidad a Colombia. Esa unidad tiene que hacerse alrededor de la paz y de los elementos que la construyen. Entre esos elementos están la reconciliación, comprensión y respeto del otro, que es algo que históricamente no hemos tenido nosotros. Casi desde el momento de la Independencia, los colombianos comenzamos a combatir unos con otros.

RE: ¿Le parece que fallaron en algo los medios en la etapa previa al plebiscito?

JDR: Nosotros como periodistas tenemos que cambiar nuestro ADN, pues los medios de comunicación colombianos tienden siempre a apoyarse en una adhesión. En este caso nuestro ahora, esa adhesión fue evidente. Fue evidente que gran parte de los medios estaban del lado del Sí, y era una mínima parte la que estaba apoyando el No. Tanto así que las mismas encuestadoras llegaron a pronosticar con grandes cifras el triunfo del Sí. La sorpresa que el país se llevó se debió a que tanto medios de comunicación como encuestadoras resultaron sorprendidos con un resultado que nunca se habían imaginado.

Esto hace que el periodismo nuestro llegue a ser más parte del problema que de la solución. El gran reto que se plantea ahora es hacer parte de la solución, a partir de una información que sea menos extraída desde el sentimiento y más apegada tanto a la verdad como a la voluntad de servir. Y servir no a una parte de la población, sino a toda ella. Ahí es donde estaría el gran desafío ético para los periodistas de nuestro país.

RE: Menciona usted el tema de las encuestadoras. Ninguna acertó con sus pronósticos. ¿Debería cambiar algo en la relación entre los medios de comunicación y estas encuestadoras, y la credibilidad que solemos depositar en ellas?

JDR: Sí, yo creo que tiene que cambiar esa relación. Primero porque está muy quebrantada la credibilidad de esas firmas. Segundo, porque los periodistas no hemos cumplido con las normas que hay para el manejo de las encuestas. Una de esas normas es tener en cuenta que esos porcentajes que dan las encuestadoras son apenas un indicio de la realidad. Por lo tanto, es sobredimensionarlas el estarlas utilizando para hacer titulares y ponerlas en el centro de las noticias que publicamos. Los resultados de las encuestas no se pueden tomar como hechos, son solamente indicios.

Me parece que este fracaso que han tenido las encuestadoras es una buena oportunidad para revisar la forma en que se están utilizando estas encuestas. Uno tiene la impresión de que se están utilizando más como propaganda que como información, con todos los vicios que esto implica.

RE: ¿Cómo podemos los periodistas evitar que con nuestra forma de informar terminemos polarizando más al país?

JDR: Yo creo que podemos trabajar sobre varios valores que son indispensables para hacer un periodismo de calidad. Inicialmente recomendaría centrar todo el esfuerzo informativo en el apoyo y fortalecimiento del bien común. En este momento el bien común es la paz. Esto implicaría varias cosas concretas. Primero, trabajar por encima de los partidos. Un medio de comunicación o periodista que esté vinculado a un partido político, debe dejar eso a un lado, y pensar que el único partido legítimo ahora es toda la sociedad, y que la única preocupación del periodista en esta coyuntura debe ser la creación de un clima de paz. Como resultado de esto, debe haber un gran compromiso con la verdad, con el rigor informativo para toda clase de noticias que se vayan a dar. Esto reemplazaría al afán por la ‘chiva’ que suele ser el motor de nuestro periodismo. Nos importa ser los primeros en informar, sin importar si la noticia fue bien investigada, si está completa, o si es oportuna. Eso nos ha hecho mucho daño como sociedad.

En segundo lugar, tenemos que trabajar para ayudar a construir un país distinto. Esto parece una fórmula ya muy repetida, pero lo cierto es que dadas las nuevas circunstancias en donde un grupo violento ha manifestado su deseo de dejar las armas, nos enfrentamos al proyecto de un nuevo país. Es un país donde tendrá que imponerse primero la tolerancia, es decir, ese clima donde crece la verdad del otro y la actitud de respeto hacia el otro. Y luego, tendremos que persistir en algo que los medios de comunicación colombianos ya están haciendo muy bien, promover el tema de la reconciliación.

Así las cosas, tendremos que comenzar a hacer un periodismo muy distinto, atento al uso de su poder para llegar a la conciencia de la gente todos los días. Será necesario dejar a un lado la editorialización y los sermones, para permitir que los hechos se desplieguen en todo su potencial. Que se puedan leer los hechos. Lo que los lectores buscan en los medios es cómo poder interpretar lo que nos acaba de suceder. Nuestra labor será ayudarlos a ver las cosas en clave de reconciliación. Como ves, todo se resume en una simple frase: tenemos que hacer un periodismo distinto, y ese periodismo distinto debe ser de una alta calidad, en razón del servicio que tiene que prestarle a la sociedad.

Tomado de la Fundación  Gabriel  García Márquez para el nuevo periodismo iberoamericano,fnpi.

Guillermo Cano
Foto de Verbien magazine

Macrolingotes

Por: Óscar Alarcón 

Como buen periodista, Guillermo Cano era adicto a los noticieros radiales. Por la sala de redacción de su periódico siempre estaba con el transistor oyendo “extras” y cuando ésta se producía buscaba al reportero correspondiente para alertarlo sobre el hecho. Por eso no me cabe duda que hace 30 años, cuando las balas del narcotráfico atentaron contra su vida, el radio de su carro quedó encendido dando las noticias de las siete de la noche y minutos después de la tragedia esas mismas ondas debieron emitir el “extra” que conmocionó al país. Lo habían matado frente al edificio de El Espectador. 
Era la noche del 17 de diciembre de 1996. La guerra contra los carteles de la droga estaba en su punto más alto porque cuatro días antes la Corte Suprema de Justicia —que entonces era la guardiana de la integridad de la Constitución— había tumbado el tratado de extradición que Barco, como embajador en Washington, había suscrito con el gobierno norteamericano. Entonces el mismo Barco, como presidente, expidió unos decretos para revivir la extradición por vía administrativa. Esa noche los colombianos, tratando de buscar una escapatoria a la guerra que el narcotráfico había declarado, acudían prestos a sus casas para las novenas navideñas con la esperanza de que esa oración sirviera para combatir la delincuencia. Al director de El Espectador también lo esperaba su esposa, sus hijos, sus primeros nietos y otros miembros de la familia, con alegría y con panderetas, para cantar los villancicos frente al pesebre y el árbol. No pudo llegar. Las balas asesinas pusieron fin a ese hombre bueno, impoluto, periodista vertical que frente a esa guerra luchaba con su pluma.
Quienes fuimos sus discípulos y los muchos lectores que lo seguían en El Espectador no dejamos de lamentar su ausencia en este país que 30 años después no ha podido llegar a la paz con la que soñaba. A ese inolvidable director lo queremos mucho. Es que a su periódico llegamos muy jóvenes y ya estamos Canos.
Colombia adulterada: una serie web que hace la radiografía de un flagelo
Colombia adulterada: una serie web que hace la radiografía de un flagelo

La serie web que ya está disponible, y que presenta Mario Duarte, relata cómo funcionan las redes criminales detrás de un negocio que genera casi tantas utilidades como la droga.

Conducida por Mario Duarte, ideada por Daniel Samper Ospina y dirigida por Álvaro Perea, la más reciente creación de Productora Semana relata cómo funcionan esas redes criminales que generan casi tantas utilidades como la droga e información nunca antes revelada sobre esa industria mortal. La Policía Fiscal y Aduanera entrega sus testimonios, como también lo hacen expertos en el tema, personas involucradas en el ciclo de la adulteración y personajes como Antanas Mockus, Ricardo Silva, Santiago Moure y Claudia López, entre otros. La serie de cinco capítulos puede verse en internet por medio de la página www.colombiaadulterada.com.

Tomado de:Semana.com

 

 

La plegaria por la paz que escribió Guillermo Cano hace 35 años

Por Guillermo Cano.

26 de julio de 1981

Una solución política

Los últimos acontecimientos, dolorosos, sangrientos, amedrentadores y amenazantes, tienden a indicar que la situación de violencia de variada índole que padece el país no tiene, por lo menos a plazo inmediato, una solución definida ni definitiva. Las Fuerzas Armadas, en cumplimiento de deberes que nadie les desconoce como guardianes del orden interno y externo, combaten a las fuerzas que se han levantado en armas contra el orden legítimo constituido. Y estas, a su vez, combaten a las instituciones con sistemas que abominamos y censuramos

En estas acciones, con diferencias de todos conocidas, llevamos ya más de tres décadas de constante desangre que desgarra nuestros sentimientos en lo más profundo, porque, como lo dijo el maestro Luis López de Mesa ya hace muchos años, nos duele Colombia, nos sigue doliendo Colombia y mucho nos tememos que nos seguirá doliendo Colombia. Jamás en este periódico hemos dicho una palabra en apología del delito atroz de la subversión. Jamás lo diremos. Esto nos permite plantear —ante el amenazante futuro la inquietud a todos los colombianos, a quienes defendemos la democracia y la libertad y participamos en contiendas ideológicas sin tener siquiera una navaja para pelar naranjas— las discusiones para lograr una Colombia en donde la sangre de los compatriotas no corra para esterilizar su porvenir. Y a quienes utilizan otros medios de buena o de mala fe, con unos sistemas anticristianos y crueles para alcanzar sus objetivos, si no ha llegado la hora de buscar, fuera de las soluciones de fuerza —que el gobierno emplea en legítimo y obligatorio derecho defender la legitimidad del Estado de derecho y que emplea la supresión para modificar las situaciones colombianas—, soluciones políticas que acaso, por nuevas, encuentren senderos posibles para solucionar el interminable diferendo.

Soluciones políticas se han logrado en varias oportunidades. Y casos hubo donde alcanzaron mejores efectos que los de la guerra, declarada o no, entre dos Colombias que empuñaban las armas para combatirse la una contra la otra. Bajo el gobierno del doctor Alberto Lleras Camargo, valga el ejemplo, el país pudo volver a pescar de noche, como lo dijera el maestro Echandía. Pero comenzaron a trabajar las fuerzas subterráneas que volvieron a enfrentar el Estado de derecho con el estado de subversión. Y regresamos así al pasado violento y nos embarcamos en un futuro idéntico que llega hasta nuestros días. Hoy no estamos, ciertamente, mejor que hace treinta años, con la agravante de que el enfrentamiento de fuerzas encuentra estímulos extraños al mismo país con todos los gravísimos riesgos que esto implica.

¿Cuáles soluciones políticas sugeriría usted, “pontífice” que escribe pero que no soluciona? Repito que no soy el llamado a darlas, sino a pedirlas a quienes tienen de un lado y de otro los medios para formularlas, negociarlas, concretarlas y realizarlas. Estamos ya en plena campaña electoral para corporaciones públicas y para elegir nuevo presidente de la República. Y salvo el obvio respaldo que los partidos que están en el Gobierno le reiteran en declaraciones, que son una repetición interminable de otros tantos documentos de solidaridad para con la autoridad legitimada y de protesta por los actos abominables de cruenta violencia que realizan los subversivos, no conocemos realmente pronunciamientos de fondo ni de los precandidatos a la presidencia ni de los aspirantes a las corporaciones públicas donde se diga a los colombianos, a todos los colombianos, cuál sería el manejo que ellos le darían al más grave problema nacional de estos momentos en el caso de recibir el mandato claro o no tan claro para dirigir nuestros destinos.

Nosotros, honestamente, vemos que la situación de orden público no se inclina hacia una tendencia próxima a disminuir las tensiones que a todos nos afecta, y al decir todos incluimos tanto a quienes defendemos la democracia como la concebimos como para quienes la entienden de otra manera. Se nos dirá que estamos desenfocados al afirmar que hay síntomas de un agotamiento de la capacidad ciudadana para recibir informaciones, no solo periodísticas y no oficiales y hasta forzadas, como las suministradas por uno de los grupos subversivos a dos periodistas retenidos, secuestrados y como quiera llamarse el acto ocurrido a mediados de la semana, de tanta gravedad como la que a lo largo de este año nos ha conmocionado. Y que son una escuela de las del pasado y el antepasado. Un día el optimismo cunde; al siguiente el terror se derrama sobre el país. Vivimos entre la esperanza del fin de la violencia y el miedo a su aterrador renacimiento.

Entonces, ¿no ha llegado el momento de que —sin debilitar de manera alguna el Estado de derecho que la mayoría de los colombianos hemos escogido y elegido, y paralelamente a la acción preventiva y represiva, si fuese absolutamente necesaria— se busquen nuevas fórmulas ya que ni la preventiva ni la represiva han dado los resultados que la inmensa mayoría de los colombianos desean? Pero sobre todo, cuando dentro de un año habrá un cambio de gobierno en la Presidencia de la República, en las corporaciones públicas, ¿no sería hora que los aspirantes a ser protagonistas de ese cambio comenzarán a decirles a los colombianos cuáles son sus programas y hasta dónde puede llegar su poder para devolver a Colombia la paz que ha perdido en un interminable combate de más de treinta años? Es posible que si se va haciendo claridad, cuando llegue el momento de las decisiones democráticas, el país nacional encuentre más y mejores argumentos para participar decididamente en la gran batalla incruenta por la pacificación de Colombia.

Estos apuntes, es cierto, no tienen más importancia que la espontaneidad, la honestidad y casi que la desesperada intención con que se escriben. Bien pueden interpretarlos quienes quieran y de la manera que ellos les venga a bien hacerlo. Pero acaso sirvan para una meditación menos ligera que la de sindicarnos temerariamente a estar participando como “viajeros útiles” en alguna maniobra que de alguna manera pueda beneficiar a movimientos que incurren en actos subversivos y plantear situaciones que nos repugnan ideológica y moralmente.

Porque la verdad es que nos da miedo. Físico miedo de que entre escalada y escalada de la lucha cruenta, el país se descomponga, se desangre, caiga en el caos impredecible de la opresión. De las opresiones de cualquier índole. Y porque nos negamos a creer, aun en momentos tan complejos, difíciles, críticos, graves y hasta contradictorios, que no puedan existir salidas a este laberinto temible, distintas a las que durante más de tres décadas se han buscado sin hallarlas.

Tomado de: Semana.com

 

El Nobel comprado y la posverdad
Foto: AFP

La pregunta de una periodista en una rueda de prensa que el mandatario compartía con la primera ministra noruega, Erna Soldberg, luego de recibir el Premio Nobel de Paz, causó escándalo, tanto por su contenido como por el regaño posterior del presidente Santos a la comunicadora, en privado, que se filtró.

No sobra preguntarnos, como medio y como periodistas, si servir de megáfono a evidentes falsedades no es perder relevancia en un escenario de posverdad.

Por: El Espectador

El 11 de diciembre en Oslo, Noruega, un día después de que el presidente Juan Manuel Santos recibiera el premio Nobel de la Paz, la pregunta de una periodista de RCN en una rueda de prensa que el mandatario compartía con la primera ministra noruega, Erna Soldberg, causó escándalo, tanto por su contenido como por el regaño posterior del presidente Santos a la comunicadora, en privado, que se filtró. Más allá de las consideraciones particulares sobre este caso, que son necesarias, es una oportunidad para preguntarse por el rol que los periodistas deben cumplir en esta época de la “posverdad”, que no es otra cosa que la proliferación del populismo y las mentiras como estrategia política.

Karla Arcila, de Noticias RCN, intervino en la rueda de prensa para preguntarle lo siguiente al presidente: “¿Qué les dice usted a sus oponentes, especialmente al expresidente Uribe, que han dicho que el premio Nobel de Paz se compró por intereses petroleros de Noruega?”. Después, Arcila aclararía que la pregunta fue consensuada con el grupo de periodistas presentes y que la había traído a colación a propósito de una entrevista que el primer mandatario le dio a la cadena Al Jazeera. Al contestar, el presidente Santos dijo que esa clase de comentarios, junto con otras mentiras (como que pertenece a las Farc), no ameritan respuesta de su parte. La primera ministra de Noruega aprovechó para explicar lo obvio: “Uno no puede comprar un premio Nobel de la Paz ni los premios Nobel académicos. El escrutinio lo hace un comité independiente y lo hace con un altísimo nivel de integridad”, dijo.

Sin embargo, y en medio del escándalo y las críticas a Arcila por haber formulado la pregunta, se filtró un audio en donde el presidente, de manera informal, le dice a la periodista que la pregunta “fue ofensiva” y que “usted no se imagina la indignación del gobierno noruego por esa pregunta”. Es decir, ¿los periodistas deben censurar sus preguntas para no afectar las susceptibilidades de los entrevistados? Claro que no, uno de los objetivos propios del periodismo es precisamente incomodar al poder. También preocupa la ligereza con que el presidente Santos le dice a una periodista cómo debe hacer su trabajo. Lo dijimos en su momento cuando ocurrió el escándalo con Vicky Dávila: cualquier manifestación del primer mandatario, mientras esté en la Presidencia, parte de un desequilibrio de poder entre él y sus interlocutores. Independientemente del contenido de la pregunta, Arcila estaba en todo su derecho de formularla.

Dicho lo anterior, no sobra preguntarnos, como medio y como periodistas, si servir de megáfono a esas evidentes falsedades no es perder relevancia en un escenario de posverdad. La pregunta de Arcila es síntoma de un periodismo muy practicado en Colombia y el mundo que se resigna a ser el mero portador de declaraciones: alguien lanza una acusación ridícula y, en vez de analizarla, cuestionarla o exigir pruebas, lo que hacemos es pedirle al acusado que responda. Así, el cubrimiento se reduce a titulares con frases incendiarias y triunfan quienes saben pescar en el río revuelto del populismo a punta de mentiras. El debate público, entonces, termina secuestrado por la pregunta de si, por ejemplo, el Nobel fue comprado o no, y todos caemos en el huracán de la violencia retórica que no se preocupa por los hechos o la complejidad de los retos que enfrenta el país.

Responder a esta nueva realidad, por supuesto, no es tarea fácil. Pero si los periodistas queremos dar evidencias de que somos relevantes ante una pluralidad casi inacabable de fuentes de información, tenemos que volver a las raíces del oficio: frente al facilismo de la viralidad y la mezquindad de quienes hacen política irracional, debemos responder con cuestionamientos e investigaciones; ser quienes le exijan al poder (y a quienes lo buscan) tener pruebas de lo que dicen; recuperar la confianza perdida demostrando que en este mundo todavía son importantes los hechos, no los eslóganes vacíos o las frases altisonantes.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a [email protected].

Tomado de:El Espectador.com

LA CORTE DIJO SÍ

BLANCO Y NEGRO

Por Gabriel Ortíz.

Según se escucha por todos los rincones, los colombianos en general, dicen amar la paz. Las gentes sensatas, que constituyen abrumadora mayoría, consideran que los Acuerdos de La Habana garantizan ese objetivo. Otros –muchos de los cuales patrocinaron el no- hicieron una campaña repleta de mentiras a través de algunos medios y las redes. Como lo dijo el jefe de la campaña por el no, querían que los votantes fueran furiosos a las urnas –enverracados- y repudiaran los acuerdos, sin importarles que siguiéramos en guerra, y la paz estable y duradera se aplazara.

Aprovecharon la extensión del documento -297 páginas- que muy pocos leyeron, para hacerle creer a la gente que se trataba de algo endemoniado, algo nocivo, algo pestilente. Con una precaria mayoría impusieron su voluntad y por poco nos devuelven a la lucha armada con todas sus consecuencias.

El Premio Nobel de la Paz, con un discurso muy conciliador, llamó a los ganadores del no, para que propusieran sus inquietudes que, en su inmensa mayoría, fueron admitidas. Pero eso tampoco satisfizo al uribismo que lideraba a los “noistas”. Otros de estos aceptaron los cambios porque vieron que la paz estaba cada vez más cerca.

El senador Uribe, entre tanto, viajó a Estados Unidos a denigrar –como se le ha vuelto costumbre- de Colombia y de los acuerdos. Se amangualó con dos o tres retardatarios congresistas gringos, para pedirles que le quiten el apoyo a la convivencia que estamos construyendo. Acusó de “dictador” al nuevo Premio Nobel de la Paz, olvidando lo que él hizo en aquellos tiempos del famoso “articulito”, las notarías y demás triquiñuelas le permitieron violar la Constitución para hacerse reelegir.

Por fortuna la Corte Constitucional, le abrió el camino a la “vía rápida”, alias “fast track”, basándose en que se trata de un mandato constitucional, porque para el máximo organismo la paz es un fin imperioso que requiere un mecanismo especial, excepcional y transitorio.

Así las cosas, en prudente tiempo, el Congreso evacuará la norma con las modificaciones que consideren los parlamentarios necesarias, para afianzar la convivencia en nuestro territorio. Esa es la democracia y esa la forma de hacerle la vida amable y placentera a los casi 50 millones que habitamos por estos lares. La sensatez de la Corte, nos permitirá acariciar la estable y duradera paz. La Corte dijo SÍ.

BLANCO: El nuevo gerente del Emisor Juan José Echavarría, llega a amansar el dólar y a controlar la inflación. Buen viento.

NEGRO: La ética que perdió la periodista que cayó en la trampa al creer que todo se puede comprar, inclusive un Nobel.

[email protected]

La estrategia de la ira y el odio
Está probado: a Uribe y, por supuesto, a sus amigos sumisos no los mueve nada diferente a la ira y el odio.
Por: Cecilia Orozco Tascón

Con ira y odio actúan en política; con ira y odio se hacen elegir de otros que votan por ellos porque sufren de idéntico mal; con ira y odio llegan a la Presidencia, al Congreso, a la Procuraduría, a la milicia, a las cortes en donde contaminan la justicia con su ira y odio. Con ira y odio juzgan desde su inmortalidad a los mortales que no pertenecen a su cofradía y ven en estos una paja de corrupción mientras permanecen ciegos frente a su viga propia. Su modo de operar también es conocido: empiezan los insultos del jefe y continúan los de los áulicos. Quienes han adquirido mayor grado de cinismo y desfachatez, gritan sus improperios con el gesto de los que se consideran héroes… o heroínas entre las cuales hay unas que… ¡Ave María! Otros, se camuflan de periodistas abusando de la libertad de prensa y muchos más calumnian agazapados en seudónimos y cuentas falsas de las redes sociales, seguros de que nunca tendrán que responder por el delito de injuria, menos ahora cuando el exótico magistrado José Luis Barceló, de la Corte Suprema, se inventó la tesis —por cierto, violatoria de la Constitución—  de que se puede delinquir sin ser sujeto de sanción si se argumenta que la conducta fue “… más producto de la emoción que de la razón”. 

Así funciona el gran aparato publicitario del uribismo con su estrategia de pulpo que mueve, al unísono, sus multitentáculos para cazar todos sus objetivos. Y así lo desplegó desde cuando supo la noticia de que Juan Manuel Santos había ganado el Premio Nobel de Paz, un trago muy amargo para que Uribe y sus coros de iracundos y odiadores pudieran tragárselo, callados. La apoteosis de su táctica fue la pregunta que una insegura reportera formuló en la rueda de prensa del mandatario colombiano y su homóloga de Noruega, Erna Solberg: “señor presidente, ¿qué le dice usted a sus opositores, en particular al expresidente Uribe, que ha dicho que el Premio Nobel de Paz se compró por intereses noruegos?”. La respuesta de Santos ha sido difundida: “me siento avergonzado de oír eso”. Menos conocida es la que dio una molesta aunque diplomática señora Solberg: “No se puede comprar un Premio Nobel de Paz ni los Nobel académicos. El escrutinio (para elegir al ganador) lo hace un comité independiente con un altísimo nivel de integridad”.

Con independencia de lo que cada uno sienta o piense de Juan Manuel Santos, la reacción uribista contra él por haber obtenido una presea que es motivo de orgullo para los países de origen de los ganadores, tanto más cuanto que los antecesores del mandatario nacional son, entre otros, el Dalai Lama, Nelson Mandela y Martin Luther King, no salió bien esta vez porque dejó al descubierto su mezquindad y agravió a Noruega que no ha hecho otra cosa que apoyar a Colombia, incluida la época de las administraciones Uribe. Sin embargo, la pobre reportera cuya imagen quedó en el centro del “oso” internacional ejecutado ante miles de espectadores, era solo la actora final de la trama “informativa” desplegada por los resentidos, así ahora el expresidente, consciente de su embarrada, niegue su participación en ella. Un par de ejemplos para que ustedes calibren: una página web a cuyo nombre no le voy a hacer eco, se precia de ser la que “reveló” que el Nobel fue “prepagado” por Santos. Ese sitio está íntimamente vinculado a José Obdulio Gaviria. Hace unas horas se publicó, ahí, una supuesta entrevista con Alejandro Ordóñez quien dijo, de manera poco original: “Estamos ante una comedia que empezó en Cartagena y terminó en Oslo”; en el derechista diario español ABC, el neocolombiano con pasaporte nacional por cuenta de Andrés Pastrana, Ramón Pérez-Maura escribe: “¿(A Santos) le premian por mentir en campaña”? Y en otro portal colombiano, Las2Orillas, lo retoman como fuente… ¡Qué veneno! Si no lo expulsaban, iban a morir por sus efectos.

Tomado de: elespectador.com 
Vladdo: Buenas personas y malas conductas

Es hora de que todos, empezando por los periodistas, entendamos que la plata y la decencia no vienen de la mano.

Según el maestro polaco del periodismo Ryszard Kapuscinski, las malas personas no pueden ser periodistas, frase que tiene todo el sentido del mundo, pero que es aplicable no solo al periodismo, sino a cualquier trabajo u ocupación.

En Colombia, uno de los grandes problemas es que trastocamos los términos y confundimos a alguien ‘buena persona’ con una persona buena, conceptos que no son necesariamente equivalentes. Estamos llenos de ejemplos en los cuales individuos encantadores resultan protagonizando las más retorcidas historias relacionadas con corrupción o asesinatos; o protagonizando sonados escándalos políticos o financieros.

¿O es que alguien va a negar lo buenas personas que eran tipos como el exalcalde Samuel Moreno Rojas o Tomás Jaramillo, el de Interbolsa? Y ni hablar de Alberto Santofimio, que con su facilidad de palabra y su claridad mental descrestaba a cualquier contertulio… Sin duda, la familia de Pablo Escobar pensaba que él era un hombre ejemplar, cosa que también se ha dicho de muchas otras personas de oscuros antecedentes.

Y si esta proclividad a confundir la simpatía de alguien con su integridad resulta odiosa, es más detestable esa costumbre de algunos de catalogar a otros como ‘gente bien’. Por citar un ejemplo que duele y ofende, está el caso de Rafael Uribe Noguera, que está lejos de ser un ciudadano modelo pero que antes de saltar a los titulares de la prensa como asesino y violador de una niña de siete años, tenía fama de ser un ‘señor bien’, tranquilo y divertido, pese a los no pocos líos en los que se había visto involucrado, debido a su mala conducta.

Al hablar de semejante espécimen, algunos excompañeros de colegio y amigos lo describen con no poca benevolencia y comentan sus desenfrenos y sus excesos como si se tratara de inocentes pilatunas. Una rumba salida de control aquí, una tesis cuestionada por plagio en la universidad, una escena con prostitutas más allá, un altercado con los vecinos más acá, etcétera…

Por supuesto, toda esa condescendencia se debe a que todos se sienten de los mismos, ‘gente bien’ que no se explica cómo le pudo pasar eso a ‘Rafico’. Lo triste es que en situaciones como esta algunos medios también pequen y se presten para proteger la imagen de un delincuente, solo porque pertenece al estrato seis. A pesar de todas las evidencias que conectaban a Uribe Noguera con el crimen, en varios reportes noticiosos lo mencionaban al principio como “un conocido profesional” o “un joven arquitecto”, perteneciente a una “prestigiosa familia”, pero sin atreverse a divulgar sus nombres y apellidos.

Pero ¡ay de que un sospechoso sea de Bosa, Fontibón o Ciudad Bolívar! Ahí sí las cámaras y los micrófonos penetran morbosamente hasta los más recónditos rincones de su intimidad, exponiendo a todos sus parientes, sin tener en cuenta “el drama de una familia que no puede responder por todos los errores de uno de sus miembros”.

Es hora de que todos, empezando por los periodistas, entendamos de una vez por todas que la plata y la decencia no vienen de la mano y que la perversión y la maldad no son exclusivas de ningún estrato social.

Colofón. Imposible no conmoverse hasta las lágrimas con la historia de Jeison Aristizábal, el colombiano de 33 años que acaba de ser declarado Héroe CNN 2016, por su trabajo en favor de cientos de niños en situación de discapacidad. “Sobra decirles que sí se puede soñar y sí se pueden cumplir los sueños”, dijo emocionado Jeison, quien nació con parálisis cerebral, pero que gracias a su mamá aprendió a valerse por sí mismo y ha salido adelante. Al concluir su corta intervención en Nueva York, el domingo pasado, el auditorio estalló en aplausos. Con toda razón.
@Vladdo

Tomado de:El Tiempo.com

Rusófilo o pragmático: la batalla por la confirmación del secretario de Estado
Tillerson con Putin. En vídeo, Trump defiende el nombramiento de su secretario de Estado. MIKHAIL KLIMENTYEV (AP) / VÍDEO: REUTERS-QUALITY

Trump anunció el cargo más relevante de su Gobierno, el que será responsable de proyectar la imagen de la nueva administración ante un mundo inquieto por los cambios en Washington, en plena tormenta política por la injerencia rusa en las elecciones del 8 de noviembre.

Putin concedió a Tillerson en 2013 la Orden de la Amistad, una condecoración reservada para los extranjeros que han contribuido a la mejora de las relaciones con Rusia. Al frente de ExxonMobil, Tillerson reforzó la presencia en este país, pero parte de estas inversiones están paralizadas por las sanciones que, auspiciadas por el presidente Barack Obama, EE UU y sus aliados europeos impusieron a Rusia tras la anexión de Crimea en 2014. En calidad de jefe de ExxonMobil, el nominado para la secretaría de Estado era contrario a las sanciones, perjudiciales para el negocio.

Tillerson necesita la aprobación del Senado para ocupar el cargo. Bastaría el voto contrario de la minoría demócrata y de tres republicanos para vetarlo. Y tres insignes senadores de este partido —los tres, candidatos fracasados, en un momento u otro, a la Casa Blanca; los tres, halcones en la política exterior— han señalado que quieren pensárselo bien antes de decidir. “Me preocupa su relación cercana con Vladímir Putin”, dijo John McCain, de Arizona. “Si has recibido un premio del Kremlin (…), tendremos que hablar, tendremos algunas preguntas”, dijo Lindsey Graham, de Carolina del Sur. “Ser amigo de Vladímir no es un atributo que yo desea ver en un secretario de Estado”, escribió en la red social Twitter Marco Rubio, de Florida.

Las relaciones con la Rusia de Putin pueden ser un problema mayor, en el proceso de confirmación, que la responsabilidad de ExxonMobil en el cambio climático o la promiscuidad de la empresa con regímenes autoritarios como los del golfo Pérsico o Guinea Ecuatorial. Rusia es el flanco por el que pueden atacarle los propios republicanos, ya incómodos por el papel de este país en la victoria del presidente-electo.

Versión completa en El País.com,de España

Las otras miles de Yulianas

El caso de Yuliana es trágico y repudiable, pero lastimosamente no es un hecho aislado. 21 niñas son agredidas sexualmente al día en el país.

El crimen contra la niña conmocionó al país y dejó ver un problema de fondo que parece no tener solución, ni siquiera si se aprueba la prisión perpetua.

La semana pasada toda Colombia sintió el dolor por la muerte de Yuliana Andrea Samboní. El escabroso crimen del que fue víctima la niña de siete años generó una solidaridad sin antecedentes en un país en el que la violencia contra los niños suele pasar inadvertida. El proceso penal se convirtió rápidamente en una novela con todos los elementos para despertar la indignación. Una niña desplazada, indígena, de bajos recursos, agredida de la peor forma por un hombre del establecimiento bogotano que también habría alterado de forma macabra la escena del crimen.

En medio de la marea de noticias alrededor de su muerte, algunas voces pidieron mirar más alto. Recordaron que en Colombia diariamente 21 niñas son agredidas sexualmente, en episodios igualmente dolorosos que pueden no costarles la vida, pero las marcan para siempre.

El caso de Yuliana es excepcional. La crueldad, la premeditación y el encubrimiento que rodearon el crimen no los habían visto ni siquiera los investigadores de la Fiscalía y la Policía que atendieron el caso. Paradójicamente porque, como recordaba Isabel Cristina Jaramillo, experta en género de la Universidad de los Andes, la mayoría de estos delitos no suceden con extraños, sino con miembros de las propias familias.

Colombia puede ser uno de los pocos países del mundo en los que el lugar más peligroso para los niños es su propio hogar. Según le dijo a Semana.com el director de Medicina Legal, Carlos Valdés, a octubre 31 de este año la entidad ya tenía más de 18.000 estudios sexológicos forenses realizados sobre menores de edad. “El 95 % de los agresores de estos niños son personas conocidas. Y dentro de ese 95 % los principales agresores son las personas que están en la línea directa del afecto: padres, padrastros, abuelos, hermanos mayores”, aseguró el funcionario.

No sólo los niños viven esa hostilidad, sino también sus madres. Según el estudio Forensis de Medicina Legal, fuera del hogar el 90 % de los asesinatos se cometen contra hombres, pero de puertas para adentro, la realidad es otra. Cada cuatro días, una mujer pierde la vida a manos de su pareja. “En Colombia más o menos el 15 % de las mujeres son abusadas sexualmente, y esto es solamente lo que llega al sistema”, alerta Jaramillo.

En ese contexto, el caso de Yuliana es trágico y repudiable, pero lastimosamente no es un hecho aislado. De acuerdo con Medicina Legal, según recogió en un informe el diario El Espectador, “en Colombia cada nueve horas asesinan a un niño, niña o adolescente; cada 25 minutos llega uno a Medicina Legal víctima de un delito sexual, y cada 50 minutos llega otro denunciando violencia intrafamiliar”.

El columnista de Semana.com Federido Gómez recogió el malestar de que la tragedia de otras tantas Yulianas no sea igualmente repudiada. Criticó que para que estos casos trasciendan a los medios de comunicación y generen el rechazo masivo de la sociedad tengan que estar involucradas personas adineradas. “¿Por qué no hicimos esto antes con tantos casos de violaciones? ¿Cuántas niñas en Colombia violan a diario y ni nos damos cuenta?”, escribió.

Versión completa en Semana.com

¿Un Nobel inmerecido? Hablan los críticos de Santos
Alejandro Ordóñez, Salud Hernández-Mora, Plinio Apuleyo y Álvaro Uribe. Foto: Archivo SEMANA

Distintas voces de diferentes sectores coinciden en recordarle al laureado presidente los resultados del dos de octubre en el plebiscito. Hay dardos hasta para la Academia Noruega.

Después de salir victoriosos del plebiscito celebrado el dos de octubre, que buscaba refrendar los acuerdos logrados entre el Gobierno y las FARC en La Habana, el siete de ese mismo mes fue una fecha especialmente traumática para los contradictores del presidente Juan Manuel Santos. El revés del mandatario en las urnas, quizá uno de los peores en toda su carrera política, fue aprovechado por la derecha para criticar duramente los acuerdos de paz y de paso su gobierno. Sin embargo, no había pasado ni una semana y sucedió lo que fue interpretado como un milagro.

El destino tenía preparada una carta que sacaría del limbo al presidente. El premio Nobel de Paz que le otorgó la Academia Noruega por sus “decididos esfuerzos para llevar a su fin más de 50 años de guerra civil en Colombia” llegó como un bálsamo y un espaldarazo para lo que se había logrado en materia de paz a pesar de la división que puso en manifiesto el resultado del plebiscito. Santos había llamado a la unidad, sin embargo, ese sentimiento no estaba cerca.

Santos recibió el Nobel en la mañana de este sábado y como lo había adelantado dedicó el premio a las víctimas del conflicto. Algunos no creen en sus gestos. Semana.com habló con varios líderes de la oposición y de la opinión pública que no están de acuerdo con el galardón. Estas son las razones de su descontento.

Alejandro Ordóñez, exprocurador

Este es un premio político. El comportamiento que el presidente ha tenido desdice del reconocimiento que le ha dado la Academia Noruega. El desconocimiento que él acaba de hacer de los resultados del dos de octubre no se compadece con su condición del Nobel de la Paz. El raponazo que Santos les hizo a las mayorías deslegitima su condición de Nobel”.

Plinio Apuleyo Mendoza, escritor

El premio fue precipitado por tres razones: cuando se le otorgó todavía no había un acuerdo de paz real. Cuando se sometió ese acuerdo a las urnas, la gente votó No. Y cuando se trataba de hacerle ajustes a ese acuerdo, a los voceros del No no se les mostró el texto completo y lo refrendaron por una vía que considero no es constitucional. El precio que se tuvo que pagar por tener un acuerdo fue excesivo y muy peligroso para la posteridad del país”.

Tatiana Cabello, representante a la Cámara

Santos se ganó ese Nobel teniendo a un país dividido y engañado. El presidente nos hizo conejo a los que votamos No y ganamos en el plebiscito. No se merece ese premio. No le encuentro absolutamente nada positivo”.

Salud Hernández-Mora, periodista

Es lo que buscó durante todo este tiempo y lo ha conseguido. Desde hace rato lo quería y se lo dieron. Es un Nobel para un político muy hábil y lo consiguió dividiendo el país en dos pero eso a él no le importa. No creo que sea un pacifista para nada, nunca lo fue, no creo que haya luchado toda la vida por la paz, jamás lo vimos en nada. Él ha luchado por sus objetivos personales. Ahora le va a ir muy bien el resto de su vida entonces que lo disfrute”.

John Milton Rodríguez, pastor Misión Paz a las Naciones

El Nobel debe reconocer la labor unida de un pueblo pero en este caso se entrega más por un concepto político. El acuerdo no incluyó a todos los colombianos, no se respetó la voluntad de la democracia. Más allá de los temas políticos ese Nobel debería representar un compromiso más fuerte de los gobernantes en escuchar al pueblo y no tomar a la paz como un arsenal político de intereses partidistas”.

Paloma Valencia, senadora

Llama la atención que gane el Nobel de Paz un presidente que ha logrado partir a un país en dos. Donde la mayoría ha rechazado unos acuerdos y él sin embargo desconoce la voluntad de las mayorías y en pocas semanas vuelve e impone unos acuerdos a la brava”.

Marta Lucía Ramírez, excandidata presidencial

El verdadero merecimiento de un premio Nobel debería venir de lograr la unidad del país. El verdadero logro de un acuerdo de paz no debería ser solamente una firma con las FARC sino lograr reunir a los colombianos”.

Ernesto Yamhure

A finales de esta semana, Juan Manuel Santos alcanzará la gloria. Logrará lo que siempre anheló: el reconocimiento y el aplauso mundial. Santos prometió que la última palabra frente al acuerdo de paz la tendría el pueblo. Convocó a un plebiscito amañado y lo perdió”, opinó Yamhure en su portal Los Irreverentes.

Álvaro Uribe Vélez, expresidente

Quizá una de las voces más extrañadas por estos días ha sido la del expresidente Álvaro Uribe. Esta vez no ha sido impulsivo, como en otras ocasiones, desde su cuenta de Twitter y más bien se ha mostrado distante. Desde Washington y cuestionado por una periodista española, Uribe rompió el silencio. En medio de su larga respuesta colmada de críticas hacia los acuerdos de paz dijo: “Dicen: ‘no, es que la paz debe prevalecer sobre la democracia’. Eso es lo que han dicho los dictadores. Los dictadores, en nombre de la paz, lo que han hecho es eliminar la democracia”.

Cada vez se hacen más agudas las críticas de este sector hacia Santos, el premio y la Academia. Y mientras en Oslo sigue la pompa y los homenajes al Nobel, en Colombia se prepara la brasa para fijar un esfuerzo noble pero controversial en el marco de la historia.

 Tomado de:Semana.com