“Son como una masa deforme y gelatinosa en una superficie caliente”. Esa fue la expresión que utilizó, meses atrás, un alto oficial de la Policía cuando trataba de explicarle a un grupo de periodistas el fenómeno de las bandas criminales en Colombia, que van rumbo a convertirse ya en el principal factor de violencia en el país y, por lo tanto, en los blancos de más alto valor para las autoridades.
No se trata de un hecho menor, al menos por lo que se deriva del Censo Delictivo de 2016 que reveló la semana pasada la Fiscalía, según el cual en Colombia existen tres categorías de bandas criminales: tipo A, B y C.
A las primeras, que se supone son aquellas de operación nacional, el año pasado las autoridades le dieron duros golpes, especialmente referidos a 1.337 detenciones de presuntos integrantes, distribuidas de la siguiente manera: 1.158 capturas del “Clan del Golfo”; 167 de “Los Puntilleros” y 12 capturas de “Los Pelusos”.
De acuerdo con la Fiscalía, a las 24 bandas tipo B, es decir aquellas cuyo rango de operación es regional, las autoridades lograron capturarles 562 integrantes.
Entre estas bandas están la Diez Odine en Medellín (ligadas a Oficina de Envigado); Los Caqueteños (Amazonas); Los Rastrojos (Valle del Cauca); La Cordillera (Norte del Valle del Cauca y Eje Cafetero); La Constru (Putumayo); La Empresa (Buenaventura); y Los Pachenca (Costa Caribe).
Y, por último, están las bandas tipo C, a las que la Fiscalía golpeó el año pasado en muchos municipios. Fueron en total 1.594 de estas organizaciones las afectadas por los operativos de las autoridades. Es decir, 83 bandas más que en el 2015.
Según el ente acusador, esas bandas actúan en las ciudades, afectan sensiblemente la seguridad ciudadana y se dedican a delitos como el microtráfico, el narcomenudeo, el hurto, la extorsión y el homicidio.
Este tipo de clasificaciones sorprende, ya que hace apenas unos pocos años la mayor amenaza que tenía el país estaba concentrada en la guerrilla, antes lo eran los paramilitares (gran parte de su estructura desmovilizada en el gobierno Uribe) y con anterioridad a ellos los grandes carteles de la droga de Cali y Medellín.
Ahora que ya se firmó un acuerdo de paz con las Farc y se llevan varios meses, primero de tregua unilateral y ahora de cese bilateral del fuego, se pensaba que el Eln pasaría a ser el principal “blanco de alto valor”, sobre todo por su ofensiva terrorista y militar de los últimos meses para tratar de evidenciar una postura de fuerza antes de sentarse a negociar la paz con el Gobierno.
Sin embargo, sin que en modo alguno se haya bajado la guardia en la lucha contra los elenos, es claro que el foco de las autoridades está puesto en las Bacrim.
No en vano el hombre más buscado hoy en el país es Dairo Antonio Úsuga David, alias ‘Otoniel’, el máximo cabecilla del ‘Clan del Golfo’, antes conocido como el ‘Clan de los Úsuga’, y antes como “Los urabeños”. El año pasado estuvo a punto de ser capturado en varios operativos de los que huyó por cuestión de minutos, pero toda su cúpula de lugartenientes en distintas partes del país ha sido capturada o abatida, así como algunos de sus familiares.
¿Cómo se llegó a este punto?
Hay dos hipótesis al respecto entre los expertos. Una primera apunta a que, en realidad, no es que las bandas criminales hayan surgido por generación espontánea sino que simple y llanamente hacen parte de un reciclaje de otros fenómenos delincuenciales que no fueron erradicados de forma efectiva por el Estado.
No en vano, una porción importante de quienes hoy hacen parte de las bandas criminales (Bacrim) militaron años atrás en carteles del narcotráfico de distinta dimensión o en grupos paramilitares no desmovilizados o reincidentes.
“… Hay que ser sinceros, en Colombia por mucho tiempo la estrategia de las autoridades se dirigió a la captura de los cabecillas de los carteles, los paras y las guerrillas… Estos eran los objetivos de alto valor y el enfoque operacional estaba dirigido a neutralizarlos más que a debilitar sus estructuras… Por eso no es gratuito que hoy muchos de los que años o décadas atrás eran lugartenientes, escoltas o incluso ‘lavaperros’ de los capos, hoy estén de cabecillas de cartelitos, bandas y escuadrones armados que se alquilan al mejor postor”, explicó a EL NUEVO SIGLO un exalto oficial de la Fuerza Pública.
Una segunda hipótesis es que para algunos expertos las autoridades operativas y judiciales colombianas están cometiendo un error al “echar en el mismo costal” fenómenos delincuenciales que no necesariamente tienen los mismos modus operandi o sus objetivos, así sean en distinta escala, vayan en la misma dirección.
“… Muchas de esas bandas tipo C siempre han existido, es más, no pocas tienen como base clanes familiares en donde abuelos, hijos y nietos han delinquido por generaciones… Son delincuencia común y a lo sumo sicarial… No tienen nada que ver con las Bacrim derivadas de los paras y que ahora se alimentan de los guerrilleros que están desertando en zonas de alto flujo de narcotráfico… Sí hay una relación más directa entre las bandas regionales y las nacionales, porque las primeras están formadas de cabecillas medios y bajos que saben que en cualquier operación de gran calado tienen que llevar a los capos, so pena de ser declarados como objetivo enemigo… Esas nuevas clasificaciones de bandas tipo A, B y C le dan demasiado estatus a las pandillas y clanes delincuenciales locales y sectoriales que son un asunto más de tipo policivo y de golpe de mano, mientras que las primeras sí requieren estrategia, inteligencia e identificación de los distintos eslabones de la estructura”, dijo el exalto oficial de la Policía.
¿Qué hacer?
La peligrosidad de las bandas criminales de tipo A y B está evidenciada en que dentro del acuerdo de paz que se firmó con las Farc uno de los temas en que más insistió la guerrilla fue en la necesidad de que el Estado formulara y activara una estrategia focalizada a golpear a las Bacrim.
La urgencia de la subversión, según algunos analistas, no se sustenta sólo en que sabe que hay muchos líderes paras al comando de esas organizaciones criminales, sino porque es evidente que en las áreas en que las Farc han ido saliendo para poner rumbo a las zonas de concentración para su desarme y desmovilización, de inmediato las bandas han tratado de entrar a sangre y fuego para hacerse a su dominio.
“… Las Farc van a las zonas veredales, se desarman y desmovilizan, pero allí sólo van a estar por seis meses… Luego todo ese personal, que puede ser superior a 10 mil hombres y mujeres no se va a venir a las grandes ciudades, sino que tratará de retornar a las zonas que conocen y dominaron militarmente, esta vez con la idea de hacer política allí y hasta desarrollar proyectos productivos, pero no podrán hacerlo si hay nuevos líderes armados mandando”, precisó un congresista consultado días atrás a este respecto.
También parecieran intuir las Farc que muchos de los cabecillas medios que están desertando, en zonas precisamente de alta densidad de narcocultivos, laboratorios o rutas de embarques de drogas, no lo hacen porque quieran formar una disidencia subversiva, sino porque quieren montar su propio ‘cartelito’ o asociarse con las Bacrim. Ese es un riesgo de seguridad física y política muy alto para los jefes guerrilleros nacionales y regionales que sí se desarmen y desmovilicen.
Como se ve, las bandas criminales, sobre todo las de ámbito nacional y regional, tienen por qué estarse encaminando a ser los “objetivos de alto valor” del Estado, pues su peligrosidad va en aumento y si no se les golpea con más contundencia ahora, en poco tiempo serán un problema de seguridad nacional de primer nivel
Tomado de:El Nuevo Siglo.com