20 Junio 2019.
“Mi abuela la tomó del hombro y le dio las felicitaciones por el gran esposo que tenía. Lina esbozó una sonrisa y le respondió: ´¿Lo quiere? Se lo regalo´”
Por: Iván Gallo, Las 2 Orillas.
Es paradójico y muy elegante que la esposa del presidente más popular de la historia sea la de más bajo perfil. Es que ni siquiera un uribista furibundo, de esos que creen que la marihuana es una especie de cilantro salvaje que le hace crecer las tetas a los hombres, la reconocería si se la encuentra en la calle. Su discreción es absoluta. Al principio de todo, por allá en el 2002, le dio entrevistas a Germán Santamaría y a Juan Gossaín. Santamaría escribió un perfil que fue portada de Diners y que tituló, con su machismo ramplón, La mujer del presidente. En ella se mostraba a una mujer a la que le incomodaba el poder. Con Gossaín fue más explícita cuando dijo “Es que la Casa de Nariño es un lugar muy aburridor para vivir”.
Después Lina no volvió a aparecer más. Muchos pensaron que le había sacado jugo a su condición de esposa del hombre más poderoso de Colombia para entregarse de lleno a su pasión: el estudio de la obra de Baruch Espinosa y Ludwig Wittgenstein, los dos genios de los que se enamoró desde los primeros semestres de filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. No, a Lina le preocupaba lo social y por eso se enfrascó en silencio en un programa descomunal orientado a prevenir las altas tasas de embarazo entre niñas y adolescentes. En eso estuvo entre 2004 y 2010. En esa labor contó con el apoyo incluso de la entonces primera dama de Alemania Eva Kohler. Con ella viajó a Donmatías, un pueblito escondido entre las montañas de Antioquia en el 2007. Allí mostró, acompañada de muy pocos medios de comunicación, como la estrategia de crear microempresas para dárselas a mujeres entre 16 y 19 años, funcionaba a cabalidad. El proyecto contaba con 58 fondos rotatorios que financiaron 1.109 proyectos en 58 municipios en 5 departamentos. Era un éxito y las tasas de natalidad bajaron dramáticamente. Todo iba bien hasta que en el 2010 Santos, el solapado, decidió vengarse contra Uribe cortando de tajo iniciativas exitosas como la que promovió la señora Moreno.
En su época de Primera Dama no le gustaba andar con escolta y,
cuando veía que la seguían, les echaba madres en la calle.
Comía en un corrientazo cerca de Palacio y se atiborraba de libros en Chapinero
En su época de Primera Dama no le gustaba andar con escolta y, cuando veía que la seguían, les echaba madres en la calle. Comía en un restaurante de corrientazos a la vuelta del Palacio de Nariño y se atiborraba de libros cada vez que lograba escaparse a librerías en Chapinero. Pocas veces se le vio acompañando a su esposo. Nadie la preguntaba, nadie la extrañaba. Uribe era un prócer y no necesitaba de una gran mujer atrás. Para sus seguidores era tan eterno como el cielo y el agua.
En los ocho años en los que su esposo intentó desestabilizar al país desde el Congreso con su partido, el Centro Democrático, Lina Moreno, increíblemente, respaldó tácitamente el Proceso de Paz con las Farc. El 6 de septiembre del 2018, en un evento en el Museo de Antioquia llamado Imaginemos un país reconciliado, en donde se buscaba poner sobre la mesa la importancia de la reincorporación de la guerrillerada de las Farc, Lina Moreno era una de las asistentes. Martin Cruz, excomandante del Bloque Efraín Guzmán y quien estuvo 40 años en el monte, agradeció públicamente su asistencia. Imagino que su esposo no le pudo reprochar nada. Lina tiene alto poder sobre Uribe en algunos temas, sobre todo en lo social. Machistas inveterados como el temible Rito Alejo del Rio se lo reprochaban al entonces presidente.
Creí que al escribir esta columna tendría alguna epifanía que me revelara uno de los grandes misterios de la Colombia contemporánea: ¿cómo hace una humanista como Lina Moreno soportar a un tipo como Uribe?, ¿Cómo hace alguien intelectualmente activa para compartir con un hombre que se ufana de no leer, de no ir al cine, de no tener tiempo para la contemplación, de un adicto al trabajo, plano espiritualmente? La respuesta no la encontraré en Wittgenstein sino en Rocío Durcal: tal vez la costumbre es más fuerte que el amor.