Crónica

9 Agosto 2019.

Foto: Pixabay.

Por: Juan José Toro Montoya / Los Tiempos.

En el pasado era una narración cronológica; es decir, contada en el orden temporal en el que ocurrieron los hechos, y por eso recibió ese nombre. Hoy en día, en medio de un periodismo cada vez más desafiado por las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC), es un género periodístico ubicado a medio camino entre el reportaje y el ensayo.

En la crónica del siglo XXI, la narración cronológica es deseable pero no imprescindible. La fuerte influencia de la literatura –en la que cada vez son más frecuentes los planos superpuestos– motiva a jugar con el desarrollo temporal de las acciones que se narra. Por tanto, hay ocasiones en que se abandona la secuencia lógica del tiempo y se emplea otros recursos. ¿En qué se diferencia, entonces, del reportaje? En la extensión, pues la crónica es todavía más larga, y la importancia del testigo; es decir, que el autor del texto haya participado de manera directa o indirecta en los hechos.

Pero, a consecuencia de las TIC, incluso la extensión de la crónica tiene que adaptarse a los nuevos formatos. Un texto de 50.000 caracteres, por ejemplo, ocupará todo el espacio que un blog puede asignarle a un artículo pero su lectura no será atractiva. Para que la generación digital de hoy lea es necesario que los textos sean cortos y estén acompañados de recursos multimedia (videos, animaciones y ramas afines).

Todo es sujeto a debate: la conceptualización de la crónica, sus similitudes y diferencias con el reportaje; extensión, estructura, etc. pero existe una característica de este género que no ha cambiado ni parece que vaya a hacerlo… es periodismo de calidad.

Por mucho talento que tenga, un periodista bisoño o un recién egresado de alguna carrera de ciencias de la comunicación podrá desarrollar un buen reportaje pero muy pocos alcanzarán al promedio de una crónica porque ésta, en definitiva, forma parte del buen periodismo, aquel en el que es necesario tener la experiencia suficiente como para discernir la información acopiada para un producto periodístico y el olfato, o la intuición, de cuál es el camino a seguir o el enfoque que se le debe dar.

Por eso es que la crónica es casi un ejemplar en vías de extinción en Bolivia y, para subsistir, requiere de premios. El Deber, de Santa Cruz, ya lleva más de seis años convocando a uno y Página Siete ha debutado exitosamente con la primera versión del denominado “Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela”.

Es un periodismo de calidad que los medios bolivianos ya no pueden pagar debido a que este, para ser tal, necesita libertad y libertad significa, también, que no esté afectado por la asfixia económica.