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En tiempos de la posverdad, las fake news y el apogeo de las redes sociales, se hace necesario entender qué es opinión y qué es agresión para prevenir el acoso y el matoneo sistemático.
”Mi libertad termina donde empieza la tuya”, formuló en vida Jean Paul Sartre, filósofo francés y premio Nobel de Literatura, quien dedicó buena parte de sus obras y pensamientos a hablar sobre la libertad de los individuos a mediados del siglo XX. Sin duda una época muy diferente a la de hoy, en pleno apogeo de los totalitarismos en Europa, los horrores de la Segunda Guerra Mundial y la ansiada posguerra. La sociedad de ese entonces intentaba dejar atrás la barbarie de la guerra y el holocausto. No en vano, en ese mismo periodo nació la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, en sus 30 artículos, tuvo el firme propósito de impulsar la convivencia pacífica entre los seres humanos y la no repetición de los enfrentamientos que dejaron al mundo sumido en la miseria.
Dentro de estos, se incluyó el derecho al pensamiento, a la conciencia y todo lo referente a las libertades políticas, que quedaron contenidos en los artículos 18, 19, 20 y 21. “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”, asegura el documento publicado en 1948.
El idealismo y las buenas intenciones de esta declaración con efectos internacionales hoy vuelve a ser tema de debate y discusión por la aparición de las nuevas tecnologías y la transformación de las relaciones humanas a raíz de su expansión. No podía ser de otra forma: con el surgimiento de redes sociales como Twitter, Facebook, YouTube e Instagram, donde hay una tendencia en exceso a las opiniones y los juicios de valor, la cuestión ahora es cuál es el límite de la libertad de expresión. Los tiempos han cambiado y con ellos llegaron los insultos, las amenazas, las bromas pesadas, las injurias y las calumnias en forma de mensajes, tuits y comentarios públicos en los que las personas vierten sus valoraciones más misóginas, discriminatorias, xenófobas, homófobas y racistas contra cualquiera que piense y sea diferente por razón de su procedencia, género, orientación sexual o clase social.
Por citar solo un ejemplo en el panorama nacional, el año pasado, la escritora Carolina Sanín tuvo que enfrentarse contra la página de Facebook ‘Cursos y Chompos Ásperos Reloaded’, conformado mayoritariamente por estudiantes de la Universidad de los Andes, en la que se publicó una imagen de ella, que para ese entonces era profesora de la institución, con el ojo morado que decía: “Cuando el heteropatriarcado te pone en tu sitio”. En palabras de la columnista Catalina Ruiz, debido a que Carolina es una mujer que desafía el statu quo, “la manera de ‘devolverla a su puesto’ fue reducirla a un objeto, y todo esto bajo la excusa de que era ‘solo un chiste’”.
El choque entre Chompos y Sanín generó reacciones en contra y a favor de las diferentes partes. Las confrontaciones escalaron hasta los medios de comunicación, que difundieron día a día los pormenores de esta situación, y la propia Universidad de los Andes organizó debates pedagógicos sobre la libertad de expresión y los límites del humor. Los integrantes del grupo llegaron a presentarse con pistolas y bates de plástico en las instalaciones de la institución de educación superior para protestar contra esta circunstancia y reivindicar que la violencia de los memes que ellos mismos habían divulgado se quedaría en la web y no saldría a la calle. Los jóvenes alegaron entonces que se trataba de “solo unos chistes” y que la libertad de expresión en internet los amparaba. Por su parte, el rector, Pablo Navas, a través de una carta, rechazó las agresiones de las redes y defendió la libertad de expresión, siempre y cuando el intercambio de ideas estuviera sustentado por el respeto.
Marco jurídico de la libertad de expresión
Pero, ¿se puede hablar de respeto en el caso de los “chistes” de Chompos dirigidos Sanín? A pesar de los vacíos legales que existen todavía en relación con la publicación de opiniones en la red, la Corte Constitucional de Colombia es clara. Para el Alto Tribunal, las expresiones que incitan a la violencia no se encuentran enmarcadas dentro de la libertad de expresión. De acuerdo con la académica de la Universidad de Harvard Susan Benesch, que ha estudiado la violencia del lenguaje y acuñó el término “discurso peligroso”, hay que analizar los mensajes según su contexto. Lo más probable es que no todos los miembros de Chompos hayan estado dispuestos a dejarle el ojo morado a Carolina Sanín en la vida real, pero el punto está en no normalizar la violencia y justificar en este tipo de contenidos y discursos, al margen de su origen digital.
Y es que, como enunció Sartre, cada uno de los derechos fundamentales a nivel personal encuentra su límite en los derechos fundamentales de los demás. Para la Corte, “la libertad de expresión no puede convertirse en una herramienta para vulnerar los derechos de los otros o para incentivar la violencia”. La Constitución colombiana de 1991 también coincide con este epígrafe y estipula, por ejemplo, que “no se pueden realizar insinuaciones sobre una persona ajenas a la realidad, con el único propósito de fomentar el escándalo público”.
Opinar se convierte entonces en un derecho y respetar, en un deber. Y no por ello el debate y la controversia son situaciones que haya que evitar. “Los colombianos deben aprender a convivir a pesar de que sus opiniones sean contrarias. La discrepancia es una fuente inagotable de enriquecimiento en la medida que se manifieste y se acepte. Tener a alguien delante, poder expresar una opinión y que esta sea escuchada y se reciba con respeto y prudencia es un auténtico tesoro”, sentenció el gurú y maestro espiritual Ravi Shankar cuando visitó Colombia durante la Macrorrueda para la Reconciliación, un evento para gestionar conocimientos y recursos en pro de la reconstrucción del tejido social en el país.
Otras posturas más radicales sugieren la censura para evadir el derecho a la libertad de expresión. Lo vemos en canales de televisión y emisoras de radio que cancelan programas. Pero en anular al otro no está la respuesta. Para Catalina Botero, exrelatora para la Libertad de Expresión en la Corte Interamericana de Derechos Humanos y profesora de la Universidad Externado de Colombia, los gobiernos en América Latina no están respondiendo como se debería respecto a este derecho. “Si bien regular a los medios de comunicación es una necesidad de hoy, tenemos que escuchar a quien no queremos hacerlo. Pasa lo mismo con los gobiernos, pues ellos deben aprender a tolerar y no censurar las ideas, como, por ejemplo ,pasa en Ecuador”. Lo mejor es saber convivir con el otro a pesar de las diferencias, pues es ahí donde los límites se anulan. Ya desde el siglo XVIII el filósofo e iluminista francés Voltaire lo defendía desde su moral: “No comparto tus ideas, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlas”.
No son solo chistes, es cibermatoneo
El empleo de la libertad de expresión en internet en colegios, universidades y en cualquier contexto, incluso el laboral, con el objetivo de agredir a una persona de manera sistemática se le conoce como cibermatoneo. Según una investigación de Naciones Unidas y la Fundación Telefónica, el 55 % de los jóvenes latinoamericanos ha sido víctimas de este tipo de delitos. Por su parte, la empresa de investigación de mercados Datexco alertó en su estudio ‘Uso y apropiación de internet’ que en Colombia el 30 % de los usuarios en internet han sido intimidados de alguna u otra forma a través de las redes sociales. Esta cifra se incrementa hasta el 41 % para la población comprendida entre los 12 y los 17 años. El 66 % de los padres de familia reconoció que no considera que su hijo esté seguro mientras navega en la red.
Este tema del cibermatoneo del que son víctimas muchos estudiantes se manifestó de forma muy gráfica el año pasado con el caso de Sol Fonseca, una bogotana de 18 años que, luego de no poder reunir los 140 millones de pesos que requería para costear su educación en la Universidad de Arizona en Estados Unidos el primer año, entró, gracias al programa Ser Pilo Paga, a estudiar en la Universidad de los Andes. El rumor de que Fonseca transitaba por los pasillos de esta institución no se hizo esperar: otro joven publicó su horario en internet, lo que provocó que varios jóvenes la siguieran durante sus clases con la clara intención de intimidarla. En un comentario que circuló por la red, una persona se comprometió a patearla si su ‘post’ sumaba un determinado número de ‘likes’.
Estas agresiones que muchos enmarcan dentro del argumento de que “son solo cosas de niños” pueden llegar a afectar la salud de quien es víctima. Según la psicóloga Sandra González de la Universidad Javeriana, los ataques pueden llegar a generar consecuencias físicas muy serias como desórdenes alimenticios, consumo de sustancias y estrés postraumático. Este acoso también puede desencadenar en depresión y hasta intentos de suicidio. “De cada cinco víctimas, tres demuestran tendencias depresivas y dos han intentado suicidarse”, concluyó. En otras palabras, la libertad de expresión no es un juego y depende del ciudadano hacer un buen o mal uso de este derecho.
Tomado: Semana