Los espacios de opinión en Colombia refuerzan las voces de los extremos, en detrimento del diálogo.
Por: Laura Gil
Para el filósofo español Manuel Arias, las emociones, cada vez más preponderantes en la articulación de la opinión pública, han privado a las sociedades de deliberación.
Hemos caído en la trampa. Los espacios de opinión en Colombia hoy refuerzan las voces de los extremos, en detrimento del diálogo que crea espacios para el consenso. De poco sirven para formar la opinión informada y crítica que toda democracia requiere.
Los formatos radiales y televisivos de opinión están en deuda. Abiertos, eso sí, a una pluralidad de voces, prima en ellos la emoción y no la razón. De los títulos de los programas a la campana de un cuadrilátero de boxeo que se escucha en una radio, se percibe la sed de confrontación. Un debate de opinión hoy en día parece un enfrentamiento de gladiadores en un circo romano. La aproximación a la opinión como si fuera un combate de opuestos entroniza la discusión ideologizada y dificulta la conversación. Si queremos una democracia participativa, necesitamos construir una democracia deliberativa.
Todas las expresiones pacíficas tienen cabida en una democracia y no se trata de callar las posiciones más radicales. Pero cuando son ellas las que dominan el discurso público, se le hace más daño que bien a la democracia.
No por ser opinión este tipo de periodismo debe alejarse de la ética. Los hechos continúan siendo la columna vertebral del periodismo. En estas épocas de posverdad, está en las manos de editores y moderadores asegurarse de que las polémicas se planteen en el marco de un apego a los hechos. Un analista no debería estar en libertad de decir mentiras. ¿Cuántas columnas no ha leído, cuántas controversias no ha escuchado el lector en los cuales se niegan unas realidades o se inventan otras?
El planteamiento de razones consume tiempo, un bien escaso en radio y televisión, y la simplificación alimenta los extremos y da rienda suelta a la emoción. En busca del rating, los productores promueven argumentaciones enfrentadas y, cuanto más blanco y negro, mejor. El ‘sí pero no’ o ‘no pero sí’ resulta demasiado gris para ellos. Es una lástima, porque la ponderación de un argumento permite el diálogo que conduce a posiciones intermedias entre maximalismos.
A punta de exageraciones, los espacios de opinión logran audiencias pero fracasan en su objetivo social porque no provocan conversación entre los participantes y entre lectores, televidentes y oyentes. El grupo humorístico Actualidad Panamericana lo hizo evidente cuando, del programa de opinión más importante de la radio colombiana, escribió: “Panelista de Hora 20 escucha a contradictor en la mesa, reflexiona, sopesa sus argumentos y cambia su punto de vista”.
La prensa escrita no se queda atrás. Los columnistas estamos cada vez más desconectados de nuestros lectores y nos estamos convirtiendo en escritores de nicho. Nada tiene de sorprendente. Los estudios de consumo de noticias muestran que la gente prefiere leer, ver o escuchar aquello en lo que cree. Es nuestra responsabilidad ir más allá y entablar el diálogo con contradictores.
“La calidad de la conversación pública se deteriora a ojos vista con el desarrollo de las redes sociales: empezamos pensando que podían conducirse debates razonables al pie de cada artículo y acabamos por concluir que lo mejor era prescindir de la sección de comentarios”, escribió Manuel Arias en La democracia sentimental. Hagámosle frente a este fenómeno. Indignémonos menos y conversemos más.