El jurado destacó el intenso trabajo de los equipos negociadores para ponerle fin a una guerra de medio siglo y su empeño por incorporar con prontitud las sugerencias del país tras el plebiscito.
El galardón reconoció el desarrollo de una negociación innovadora y centrada en las víctimas.
Desde hace 18 años, las entidades que otorgan el Premio Nacional de Paz –y que en esta oportunidad son el Pnud, Fescol, Proantioquia, EL TIEMPO, Caracol Radio, Caracol Televisión y Alquería– han querido exaltar el especial esfuerzo y compromiso tanto de algunos individuos como de organizaciones sociales, de empresas e instituciones en favor de la construcción de paz en el país.
Para esta sesión XVIII del galardón, el jurado del Premio de Paz decidió hacerle un reconocimiento especial a las gentes de Bojayá, que, con su extraordinario ejemplo, le marcan al país el camino del perdón y la reconciliación.
Por ese gran corazón capaz de condonar lo aparentemente imperdonable, las mujeres y hombres de esta pequeña población del Chocó se constituyen en un viviente monumento nacional a la reconciliación, a la paz y al nuevo país en el que todos aspiramos a vivir.
Por otra parte, el jurado evaluó con detenimiento toda la lista de los candidatos al Premio de Paz. Son innumerables los colombianos que lo merecen. Muchos, muchísimos compatriotas y muy diversas organizaciones trabajan día a día en todos los rincones del país, en el anonimato y el silencio, en la construcción de la paz.
A ella dedican largas y duras jornadas de generosa solidaridad, volviendo a anudar uno a uno los lazos rotos de esta inmensa red de 50 millones de habitantes.
Reconocimiento a la tenacidad
De entre todos ellos, el pasado 12 de octubre, el jurado decidió otorgarle el Premio Nacional de Paz 2016 a los integrantes de la mesa de diálogo y negociación en La Habana, tanto a los representantes del Gobierno como a los voceros de las Farc, que desarrollaron una negociación innovadora centrada en las víctimas y en los problemas que han nutrido esta prolongada confrontación violenta.
Queremos exaltar así la ardua labor cumplida por ese amplio grupo de personas, que durante seis o más largos años han consagrado su mente y su corazón, sus días y sus noches, todos sus esfuerzos, a la difícil tarea de ponerle fin a un conflicto que nos ha destrozado sin piedad durante más de medio siglo.
Todos podemos imaginar los grandes sacrificios que han tenido que asumir: una muy prolongada distancia de sus familias, de los amigos y colegas, de los compañeros de ideales y de luchas; las inevitables dificultades de una tan larga convivencia; la fatiga y las tensiones de interminables horas de discusión sin resultados aparentes; la incomprensión y la crítica implacables, con demasiada frecuencia injustas.
Un reconocimiento aun mayor merecen ahora cuando, a pesar de que el resultado de sus ingentes esfuerzos de tantos años fue rechazado en las urnas, no vacilaron en retomar una vez más, con humildad y fortaleza, los arduos debates que ya creían superados y en volver a convertirse en aquellos jornaleros que, trabajando sin descanso, han desbrozado y allanado el abrupto camino hacia el cumplimiento de nuestro gran sueño nacional.
En tiempo récord, el Gobierno y las Farc han logrado un nuevo acuerdo para poner fin al conflicto armado, gesta histórica que hay que reconocer. Esa meta, por fin alcanzada el 12 de noviembre pasado, recoge buena parte de los aportes de sus críticos asentando así la primera piedra indispensable para la construcción de una paz estable y duradera.
Ningún acuerdo de paz satisface nunca plenamente a todas las partes. Mientras las distintas concepciones de los caminos hacia la paz nos siguen dividiendo aún, el ansia de paz nos convoca a todos sin distingos.
Colombia existe hoy como nación gracias a ese compartido anhelo de paz. Y unos y otros, delegados del Gobierno y de las Farc, le han cumplido al país pasando por encima de sus preferencias y deseos personales. Nos devuelven así los gérmenes de una nueva patria.
Urge ahora rodear del mayor apoyo posible ese nuevo acuerdo, consolidar el cese del fuego, la dejación de armas y avanzar con empeño en el arduo camino de la construcción y consolidación de la paz. En este anhelo tenemos que confluir hoy ciudadanos e instituciones, guerreros y civiles, campesinos y pobladores de las ciudades, obreros y empresarios, víctimas y victimarios.
Esa es hoy nuestra gran oportunidad y nuestra responsabilidad histórica. Se abre ante nosotros la extraordinaria posibilidad de construir entre todos los fundamentos de una nueva casa común, más justa, más transparente y más pacífica.
Premio al liderazgo
Las entidades otorgantes del Premio Nacional de Paz, que eligen cada año al destinatario individual del Premio de Liderazgo por la Paz, escogieron en esta ocasión a Gonzalo Sánchez por su labor al frente del Centro Nacional de Memoria Histórica.
Desde sus primeros trabajos académicos, el profesor Sánchez se dedicó con empeño a esa labor a veces ingrata, siempre exigente y pocas veces reconocida de una rigurosa investigación sobre la violencia en Colombia. Cada párrafo, cada hoja, cada libro suyo lleva a cuestas innumerables horas de búsqueda incansable, de madrugadas y desvelos, de fatigosa escritura y permanente corrección.
Tomado de: Eltiempo.com