17 Abril 2020 –
Tomado de: El Espectador-
La circulación permanente de especulaciones sobre un mundo agobiado por el Covid-19 reclama que la profesión de comunicar la verdad sea tan necesaria, exigente y delicada como si de una situación de guerra se tratara.
Perseguí las noticias del conflicto armado en Colombia por más de 25 años y creo que el desafío que le plantea al periodismo la pandemia que vivimos es el equivalente a otra guerra. Amerita que reflexionemos sobre cómo ejercemos la profesión a partir de los cambios sociales que ha producido en todo el mundo el nuevo coronavirus.
El periodismo ha enfrentado transformaciones históricas, desde la invención de la imprenta hasta la del cine, la radio, la televisión, la internet. Ahora la metamorfosis informativa se da por la sumatoria de todos los factores que están poniendo en riesgo a la especie humana, como la crisis climática y la sobreexplotación de los recursos naturales -no olvidemos que el Covid19 surge en una plaza de mercado y por el tráfico animal en China-. Eso, sin olvidar potenciales guerras médicas -ya hay amagos por las vacunas contra el coronavirus-, nucleares y por recursos vitales como el agua.
Y para informar sobre un mundo en ese nivel de riesgo, más que volvernos activistas del llamado “periodismo de soluciones”, debemos reivindicar los valores esenciales del oficio que nos enseñaron en el diario El Espectador maestros como don Guillermo Cano, don José Salgar, Gabriel García Márquez: investigar, ir al lugar de los hechos, confrontar todas las versiones, cuestionar al poder y acercarnos lo más posible a la verdad siempre al servicio de los ciudadanos.
La tecnología, las redes sociales, los documentos o testimonios audiovisuales de los que hay que dudar hoy más que antes hasta constatar su veracidad, no son más que sismógrafos que nos envían alertas instantáneas sobre el volcán en el que estamos parados. Los vulcanólogos se valen de todos los medios científicos y no por eso dejan de caminar la montaña, de la falda hasta el cráter, antes de dar un diagnóstico. En el largo plazo los periodistas podremos informar desde el planeta Marte. ¿Con qué herramientas? ¿No sabemos? Aprenderán a manejarlas los profesionales de ese momento, pero el tema de fondo siempre será lo que hay en el cerebro de ese comunicador para que un habitante de la tierra le agradezca por mantenerlo bien informado.
Uno de los problemas de hoy en las redacciones de los medios de comunicación ultradigitalizados es que abundan noveles periodistas idóneos en tecnología, que hablan varios idiomas y, sin embargo, no dominan su idioma nativo ni hablado ni escrito, no leen buena literatura, consumen pero no aprenden de otras formas de narración -televisión, series, cine, música, artes plásticas- para ser mejores intérpretes de una realidad agobiante. Sacrificio, persistencia, la experiencia de los años ellos las quieren reemplazar por fama y dinero rápido. Reporteros de trayectoria han caído en la trampa. En cambio de revisar cada hora cuántos seguidores tienen en redes sociales deberían preguntarse cuánto tiempo se les va en ese narcisismo que podrían dedicar a la reportería. Los veteranos tenemos la responsabilidad de guiar las redacciones hacia una madurez más acorde con un punto de quiebre como el que afrontamos.
En el Consultorio Ético de la Fundación Gabo leo esta pregunta que recobra sentido: ¿Debería reformarse la comunicación para el siglo XXI? Y cito la respuesta que dejó el año pasado el maestro Javier Darío Restrepo (1932-2019): “La comunicación en el siglo XXI se debe orientar de modo que cumpla efectivamente con la función que le señala su naturaleza: la de acercar y unir para propiciar el intercambio de bienes, de toda clase de bienes. Es de observar que mientras crece la acumulación de bienes en pocas manos, crece la incomunicación entre los humanos. La tecnología digital ofrece todas las posibilidades para hacer una comunicación así, de modo que un uso positivo e inteligente de sus aplicaciones, puede obtener los cambios que requiere la sociedad, entre otros, el cierre de la brecha que separa a los info-ricos de los info-pobre, tarea que corresponde a los poderes públicos. También será necesaria una revisión de los usos que se hacen, individual y socialmente, de la tecnología digital: por ejemplo, el uso de las redes sociales para el aprendizaje del diálogo democrático y del intercambio civilizado de las ideas; o para ampliar las oportunidades de conocimiento de los avances de la ciencia y de la técnica alcanzados en materia de comunicaciones y que pueden aplicarse o para el progreso o para la degradación humana. Se convierte así, en responsabilidad de los humanos, la dirección que se les dé a los progresos en tecnología”.
En los años 60 del siglo pasado se habló del nuevo periodismo, porque admirables escritores como Truman Capote, Tom Wolfe o Norman Mailer encontraron otras formas de narrar nuestra existencia. Hoy, más que técnicas innovadoras de contar, que renovamos día a día gracias a la era audiovisual, convoco al periodismo humanitario, mucho más humanitario que antes, más preocupado por acercarse y darle voz a las personas de carne y hueso que a esta hora piden auxilio por que algo no funciona bien y nuestro deber es acudir a investigar y denunciar.
A los lectores de El Espectador les digo que completamos un mes trabajando desde casa, siendo responsables con las medidas de confinamiento y también pensando en estrategias de investigación para que ustedes se sientan los mejor informados desde el nivel científico hasta las páginas de opinión. Estamos contentos porque muchos de ustedes han refrendado la confianza en nuestra marca a través de suscripciones y, con esa ayuda, seguiremos trabajando sin pausa para no traicionar su confianza.