Hoy Bhuiyan lidera la organización Un Mundo sin Odio, que busca reducir los crímenes por razones de raza y odio.
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Nancy LaLanne
El musulmán que luchó para que se le perdonara la vida al hombre que quiso matarlo.
Por: Nicolás Busta,ante Hernández
Imagine que un millón de abejas le pican la cara al mismo tiempo. Haga el ejercicio: imagínelo. Así describe Rais Bhuiyan el dolor que sintió cuando Mark Stroman le disparó en la cara con una escopeta de dos cañones, a un metro y medio de distancia. Primero vio el fogonazo, luego oyó el estallido de la pólvora frente a él. Bhuiyan se llevó las manos al rostro y se dio cuenta de que le escurría sangre por el lado derecho. “Miré hacia abajo y vi que la sangre corría como de una fuente abierta. Puse una mano en la cabeza como para que mi cerebro no se fuera a salir”, narra.
El intento de asesinato ocurrió el 21 de septiembre de 2001, diez días después del atentado a las Torres Gemelas. Bhuiyan estuvo cerca de ser el segundo musulmán asesinado por Mark Stroman, un supremacista blanco, miembro de la Hermandad Aria, que después del 9-11 se dedicó a buscar a practicantes de esa religión para matarlos y vengar su país. Escogía a sus víctimas por su color de piel y sus rasgos árabes.
Seis días antes de ir por Bhuiyan, Stroman, de 32 años y con un amplio prontuario judicial –robos, posesión ilegal de armas, falsificación de cheques–, había matado de un disparo en la cabeza a Waqar Hassan, un inmigrante paquistaní que cocinaba hamburguesas en un restaurante de Texas. Bhuiyan sabía que un asesino andaba suelto. Por eso, cuando vio a Stroman entrar en la tienda de la bomba de gasolina donde trabajaba, con una gorra de béisbol y la cara cubierta con una bandana y unas gafas de sol, tuvo un mal presentimiento. “Vi que llevaba algo brillante en su mano derecha”, recuerda Bhuiyan.
Como ya tenía experiencias con ladrones, alcanzó a pensar que Stroman estaba ahí por dinero. Tal vez quería empeñar su arma, cosa frecuente en una tienda a la que la gente iba a ofrecer toda clase de artículos a cambio de unos pocos dólares. Pero con Stroman la historia era diferente.
–No me haga nada; por favor, no me dispare –le dijo Bhuiyan, al tiempo que daba dos pasos hacia atrás.
Stroman no miró los billetes que Bhuiyan había puesto en el mostrador. Su mirada estaba sobre los ojos del empleado.
–¿De dónde eres? –le espetó Stroman.
Un frío le recorrió la espalda y solo atinó a decir:
–¿Perdón?
Stroman apretó el gatillo…
Versión completa en: http://www.eltiempo.com/cultura/gente/hombre-que-perdono-a-su-atacante-67366