El último eslabón

NOTAS AL VUELO
Por: Gonzalo Silva Rivas, Socio CPB

Se conoció el informe final de la Aeronáutica Civil sobre el accidente del avión de LaMia, en el que se confirma la hipótesis preliminar, que atribuía a factor humano el siniestro que costó la vida a 71 de sus 76 ocupantes. El incumplimiento de los requisitos mínimos de combustible y la mala gestión de riesgo durante el procedimiento fueron causas determinantes para que la aeronave boliviana impactara trágicamente, a tan solo 17 kilómetros del aeropuerto Rionegro de Medellín, el 28 de noviembre de 2016.

Año y medio tomó la investigación, a la que se vincularon cinco países y con la cual, según su vocero, se buscó establecer responsabilidades técnicas y no personales. Sin embargo, dentro de las conclusiones se recomienda a las autoridades bolivianas revisar sus políticas de vigilancia aérea para evitar accidentes inauditos, como el que aquella noche segó la vida del plantel titular del club de fútbol brasileño Chapecoense.

Pero más allá de los resultados de la investigación, que enfatiza sobre la falta de planeamiento y mala ejecución del vuelo, el trasfondo del fatal desenlace de la aeronave está cubierto de largas sombras, no solo por el cúmulo de manejos empresariales inapropiados por parte de la aerolínea, sino también de procedimientos administrativos irregulares de las autoridades bolivianas que le han sacado el bulto a las responsabilidades.

LaMia era una intrascendente empresa fundada en Mérida, Venezuela, en 2009, por el empresario venezolano de origen español, Ricardo Albacete, controvertido por sus polémicos negocios y relaciones comerciales. Dependía de un helicóptero que utilizaba hábilmente para prestar favores a políticos regionales, con la intención de incursionar en un ambicioso proyecto turístico que nunca prendió motores. Después de largo lobby el Instituto Nacional de Aeronáutica de ese país le negó su solicitud de permiso de vuelo por carecer de parámetros de seguridad adecuados.

Como consecuencia del fracaso, en 2014 dio el salto hasta Bolivia, de la mano de empresarios locales, el principal, Gustavo Vargas -expiloto del presidente Evo Morales-, cuyo hijo ejercía para la fecha la dirección de Registro de la DGAC, ente rector de la aviación de ese país. Bajo su alero, LaMia se formalizó sin el lleno de requisitos básicos y con el compromiso de ofrecer una flota de doce aeronaves. Al final solo matriculó tres viejos aviones ingleses, dos de ellos inactivos y sin vigencia aérea. El accidentado era el único que funcionaba y, a falta de fallas técnicas, registraba inconvenientes con los seguros de aeronave y pasajeros.

En medio de las irregularidades, LaMia, cuya nómina de quince empleados se redujo a ocho tras el percance, encontró en los servicios chárter para actividades deportivas su mejor mercado. Gracias a su economía de precios fue requerida por diversos equipos de fútbol de la región, como el Nacional de Medellín, y selecciones como las de Argentina, Venezuela y Paraguay. Un informe de Univisión denunciaba que, en el último semestre de 2016, previo al desastre, la aeronave puso en riesgo la vida de otros tres equipos de fútbol, al incumplir la normativa de reserva de combustible. La historia se repitió con el fatídico vuelo entre La Paz y Medellín.

El gobierno boliviano, enfrentado a eventuales sanciones de la OACI que afectarían su calificación en seguridad, esquivó sus responsabilidades. Un mes después del accidente emitió un informe “administrativo y técnico” -rechazado por Colombia-, en el que puso el dedo inquisidor sobre la empresa y el piloto. Ordenó el retiro temporal de un par de directivos de DGAC y formuló cargos penales contra Vargas y la funcionaria que autorizó la salida del vuelo. El presidente Morales, quien utilizó sus servicios en viaje internacional a Trinidad, aseguró no tener conocimiento sobre la existencia de la empresa, ni sobre su nacionalidad ni sobre su legalización.

El mortal accidente del único avión en servicio de Lamia fue el último eslabón de una acumulada y determinante cadena de errores humanos, dolosas prácticas administrativas, irregularidades burocráticas e intereses políticos, que enlutaron la aviación mundial y ensombrecieron el sueño de gloria deportiva de un modesto equipo de fútbol, finalista de la Copa Suramericana. Cadena macabra que advierte sobre las buenas prácticas que debe tener una industria de máxima seguridad, en la que los errores no solo cobran imagen y reputación sino vidas humanas.

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