La contaminación es un problema que afecta las playas en el mundo, sin que se adviertan acciones firmes y contundentes por parte de gobiernos y autoridades ni tampoco cambios mayores en la conciencia ciudadana para evitar el deterioro del entorno y el desastre de la biodiversidad. Sus perversas consecuencias recaen sobre residentes y turistas, pero además sobre numerosas especies marinas que están siendo llevadas a su extinción.
La basura en todas sus características inunda mares y océanos, sepulta playas, atenta contra la fauna silvestre, pone en peligro la salud humana y exige millonarios recursos económicos en operaciones de limpieza. Un reciente estudio sanitario promediaba la presencia de más de 3.000 elementos de impurezas en estado de degradación por cada kilómetro de playa, tomando como referencia un centenar de destinos turísticos de alta concentración en diferentes países del planeta.
En Colombia el fenómeno de la contaminación es preocupante y siguen siendo tímidos los esfuerzos por imponer controles adecuados que eviten agravar los riesgos. En diversas zonas la problemática se origina en las corrientes servidas de ciudades y balnearios turísticos aledaños, que descargan en la franja costera aguas residuales sin tratamiento. Sin embargo, turistas y residentes son actores incidentes en el avance del problema por su arraigada ausencia de responsabilidad medioambiental.
Noticias conocidas en los últimos días no dejan de alarmar. Sendas jornadas de limpieza en el Parque Natural Marino Corales del Rosario y de San Bernardo –entre Bolívar y Sucre– y en las exclusivas playas de Agua Azul y la paradisiaca ciénaga de Cholón –en la isla de Barú– permitieron recolectar 220 sacos de basura en tierra firme que pesaron 2,75 toneladas y 27 sacos en mar que pesaron 0,33 toneladas. Meses atrás, otra jornada de limpieza terrestre y submarina realizada en playas de Santa Marta terminó con el retiro de 38 toneladas de basura, incluidos residuos sólidos reciclables, inservibles terrestres, desechos submarinos y remanentes de construcción y demolición.
El impacto de los efectos contaminantes se extiende por ambos litorales. En el Atlántico varias playas recogen desechos contaminantes arrastrados por el río Magdalena y esparcidos por actividades turísticas e industriales. San Andrés es legendaria víctima de la gradual destrucción de los recursos naturales, provocada por las deficiencias en la infraestructura de servicios públicos y en el tratamiento de las aguas residuales y por la saturación de basuras. En la olvidada costa Pacífica la situación tiene alcances de mayor preocupación ante la remota mirada del Estado.
La contaminación ambiental, desde la producida por el agua expuesta y la filtración de suelos hasta la polución del aire, es un asesino silencioso, tan peligroso como cualquier guerra. Combatirlo exigirá programas de control y medidas efectivas que reduzcan los factores contaminantes y le pongan freno a esa devastadora realidad, causante de más de siete millones de muertes al año –según la OMS–, del deterioro de la salud de amplios sectores de la población, de la desaparición de especies de fauna y flora y del oscurecimiento global.
Acciones aisladas, como las que en Barú promovió Parques Nacionales Naturales con el apoyo de sectores productivos empresariales, o la que en Santa Marta adelantaron entidades público-privadas, deben fomentarse para convertir las zonas turísticas en áreas limpias y atractivas, si se pretende hacer del turismo el nuevo petróleo de Colombia, como lo prometió en campaña el presidente Duque, quien por ahora no le ha apuntado a su catálogo de compromisos.
Los residuos plásticos abandonados en las playas o que flotan en el mar son el principal peligro para la destrucción del ecosistema. Según Naciones Unidas, 13 millones de toneladas de residuos de este material llegan a los mares del mundo, lo que equivaldría a arrojar cada minuto un camión repleto. Y el mar no solo es hábitat de 700.000 especies marinas, sino fuente de una actividad económica esencial para la humanidad.
Promover el cuidado y protección de los entornos turísticos mediante acciones pedagógicas debe ser el acento de una campaña institucional que sensibilice a las comunidades –residentes, turistas y prestadores de servicios– sobre los compromisos de responsabilidad ambiental. De lo contrario, las aguas contaminadas nos llegarán al cuello y desaparecerán las playas. Hoy, como nunca antes, el mar azul del planeta verde está en alerta roja.