1 Noviembre 2019.
Por: Arturo Guerrero, El Colombiano.
Si el domingo pasado antes de cerrar las urnas un duende le hubiera dibujado a alguien el mapa de los resultados próximos a divulgarse, ese alguien se habría muerto de la risa. Habría creído que el geniecillo lo estaba tomando por ingenuo o que le hablaba de otro país, no de Colombia.
De ese tamaño fue el batatazo en las elecciones regionales. ¿Que se cayeran al unísono Uribe y Petro, jefes de los extremos políticos? ¿Que una mujer gritona y diversa -da quemazón decir lesbiana- alcanzara la mayor votación de cualquier antecesor en el segundo cargo del país? ¿Que una agrupación de juguete, la Alianza Verde, se empinara por encima de los reventados partidos de toda la vida? ¡Inconcebible!
Hay más. ¿Que el cantante de vallenatos de la guerrilla sea el nuevo alcalde de ese apéndice de Cartagena, llamado Turbaco? ¿Que el millón y medio bogotano de Petro en las anteriores presidenciales se hayan reducido a los 440 mil de Hollman? ¿Que los mil y un pastores cristianos de Uribe Turbay solo consiguieran del cielo sufragios para el último lugar de la derrota? ¡Inesperado!
Y varias ñapas. ¿Que el elegido en Medellín no haya sido “el que diga Uribe”, sino uno de los paladines de la paz con la guerrilla? ¿Que las encuestas hayan colapsado hasta el punto de que el columnista Coronell habla del “profesor” Guarumo, en honor de una de las firmas en fiasco? Y la tapa: ¿Que las portadas de los diarios de aquí y allá desplieguen el beso con ojos cerrados, de las dos primeras damas capitalinas? ¡Inaudito!
Pues bien, hoy se sabe que ese país de fantasía, anticipado por el gnomo del domingo no es otro país. Ese país es nuestra Colombia. Esta Colombia que salió a votar con dos espadas de fuego: conciencia e indignación. Los jóvenes, las mujeres, los pegados a las redes sociales, los hastiados de tanta historia patria sin patria y de tanta tinta tonta.
La conciencia analizó, aclaró, comprendió que la polarización es un caballo loco sobre el que los líderes treparon al viejo país, para sacar provecho de esta guerra. La indignación fue el combustible que elevó a 60 por ciento la proporción de los votantes, como nunca antes. Era preciso darle una vuelta canela a la tristeza de esta vida asustada. Entonces la gente fluyó en multitudes a hacer la tarea del futuro. Y el duende tuvo la razón, Colombia no es otro país pero comenzó a ser otro país.