17 Abril 2020 –
Por: Arturo Guerrero, Socio CPB – El Colombiano –
La alcaldesa de Bogotá Claudia López afirma en entrevista para El Tiempo del domingo pasado que luego del coronavirus “vamos a salir siendo mejores seres humanos y mejores ciudadanos”.
El historiador israelí Yubal Harari en entrevista de hace una semana para Efe es más arriesgado: “estamos reescribiendo las reglas del juego económico y político… las decisiones que tomemos tendrán un impacto durante años y décadas y reconfigurarán el planeta”.
Cuando la dirigente y el pensador desmenuzan sus palabras sobre la pospandemia, se enfocan en medidas de sustento a familias vulnerables, ayuda a la clase media, suministro de dinero a los ciudadanos durante la crisis, el futuro del empleo ante la competencia de los robots, el peligro de que se implanten regímenes totalitarios y la competencia egoísta entre países.
Economía y política, salpicadas de disposiciones sociales. En general estos también son los horizontes vislumbrados por políticos, empresarios, analistas, academia, en una palabra, por la intelligentsia. El hombre, proveedor del hombre.
Es como si la gente viviera de puertas para adentro con el fin de llenarse el estómago, y de puertas para afuera preocupada porque sus gobernantes no sean como Trump. Nada más.
De ahí que solo interese que el virus traiga mercados básicos incesantes, respiradores para hospitales, rápida resurrección de las empresas, ah y claro, que la polución ambiental y las quemas desaparezcan como por hechizo. El hombre, mejor amigo del hombre.
En medio de esta fertilidad de horizontes materiales, palpables, pocas voces anotan que los seres humanos no son solo fríjoles y buen resuello. Son también conceptos e imaginación, sueños y temblores, atrevimientos y amores. Y que la reconfiguración del planeta y la emergencia de mejores seres humanos dependen de algo sutil, más allá del bolsillo contento.
Ese algo está encerrado en una palabra: cultura. Antanas Mockus hace veinte años asomó la cultura ciudadana a la capital de la República y todo el país comprendió los gestos de sus mimos callejeros. Les dieron sentido de pertenencia a los ciudadanos, que respetaron las cebras aunque no hubiera cebras pintadas en todos los asfaltos.
Y eso que la cultura ciudadana era apenas una prueba de la cultura. Una muestra gratis. La puntica no más .