Entonces a veces nos quedamos sin palabras. Nada qué decir, nada qué pensar, nada para proponer cuando la indignación lo copa todo y el dolor se mete en las entrañas y se nos vuelve náusea
Por: Yolanda Ruiz
A la pequeña Yuliana la mataron de manera brutal y paso la noche en blanco intentando meterme en su historia, en su piel. Yuliana de siete años, Yuliana nacida en el Cauca, Yuliana que acababa de izar bandera, Yuliana que iba a pasar a segundo de primaria. No logro imaginar su miedo, su terror, su dolor. No puedo ir más allá de las lágrimas porque de nuevo, como siempre, en todas las niñas veo a mi hija y me estremece pensar, me da miedo pensar, imaginar siquiera el horror que vivió.
Busco entonces ir más allá, como hago a veces, intento entender lo que nos pasa, buscar el por qué, el cómo, el camino, el rumbo y pienso en los cientos de niñas y niños abusados, maltratados pero solo veo la sonrisa de Yuliana en su camisa rosada, posando para una foto en la que la vi sonriente y viva cuando ya estaba muerta. Yuliana que existió para el mundo desde la atrocidad. Yuliana que se suma a una lista interminable, que nos avergüenza.
Escucho en el fondo los gritos de “no más”, “ni una más”, “ni una menos”, y las voces hablan de feminicidio, de cadena perpetua, de castración, de caminos jurídicos y de escena del crimen alterada pero nada de eso tiene sentido porque una niña secuestrada, violada y asesinada a sus siete años no puede tener sentido. Y los indignados tiran piedras para todas partes y nos acusan a todos y descargan su rabia por donde pueden y otros hacen política y unos más son incapaces de dejar lo suyo por un instante y pescan en el río revuelto del dolor que nos consume.
Y se repite un nombre una y otra vez que nos indigna y nos genera odio: Rafael Uribe Noguera, acusado de la brutalidad. Nos cuesta verlo como ser humano, lo linchan en las redes y varios abogados se niegan a asumir su defensa. La justicia es corta, no es suficiente, no es rápida y nos preguntamos si habrá castigo suficiente pero pronto el caso entrará a la historia. Y mientras Yuliana nace como símbolo después de muerta, mis palabras y mis ideas siguen caminando en un laberinto sin salida y pierdo este espacio para gritar algo que sirva.
De nuevo recuerdo que son más, muchos más, cientos, miles de niños arrancados por la fuerza de su infancia, agredidos, asesinados, otros vivos que quedan con la violencia sembrada. Son tantos que todo lo demás sobra, todo estorba, todo es superfluo cuando vivimos en una sociedad podrida que mata a sus niños, que los estalla con bombas, los manda a la guerra o los ve morir de hambre. Y el criminal es igual si es el violador estrato seis que queremos ver por siempre en una cárcel o el ladrón que se roba la plata con la que debemos alimentarlos. Agresores de niños, todos, que nos muestran la peor cara de nuestra especie.
Nada me sale coherente, no hay una idea que aporte, nada que sirva, nada de nada. Escribo, borro y lloro sin que pueda ponerle sentido a lo que no tiene sentido. La indignación está ahí, la siento, me camina por el cuerpo y por el alma pero es un grito ahogado que no encuentra salida.
Y es que hemos dicho tanto… son años y años de gritos y de debates, de propuestas fallidas, de batallas perdidas porque los niños siguen muriendo. En mi vida de periodista he informado tantas veces de niños violados, torturados, asesinados, que las palabras no bastan porque ya sabemos que no sirven. Lo único cierto es que Yuliana no está, que no volverá a su casa y el violador es responsable pero todos los demás también un poco por permitir que esto pase todos los días con nuestros hijos.