13 Agosto 2019.
Foto: Archivo Particular.
Tomado de: El Tiempo.
‘Si Jaime Garzón estuviera vivo hoy, ya lo habrían matado’
El director periodístico del programa ‘Quac’, Antonio Morales, describe lo que significó la muerte de Garzón para el contexto del momento.
Durante tres años, de 1995 a 1997, fui el guionista y director periodístico de Quac, el noticero, parodia semanal de un noticiero que tuvo una de las mayores audiencias entre los programas de opinión en toda la historia de la televisión colombiana. Jaime Garzón era el protagonista.
Semana tras semana, vivimos hombro a hombro esta experiencia profesional y personal. Pero, simultáneamente, logramos criticar las estructuras presentes y pasadas del poder en el país, hasta el punto de influenciar muy seriamente la opinión y, de contera, el poder.
El proyecto con Garzón como presentador-actor lo asumió RTI, programadora que emitió el primer capítulo de Quac en febrero de 1995.
Durante dos años y medio decenas de personajes “reales” o emblemáticos desfilaron por Quac, al punto que para los televidentes colombianos sus interpretaciones eran más certeras que la realidad misma. Ningún sector del país se salvó de la sátira, pues desde un principio se consideró que su éxito dependería del equilibrio proveniente de darles palo, democráticamente, a todos los protagonistas.
Esos libretos puestos en escena por Garzón, ya reconocían lo que José Obdulio Gaviria llamaría “la doctrina” o el “Estado de Opinión”, o sea la anti democracia, como lo estamos viendo hoy.
Lo cierto es que el ejercicio en ese momento fue totalmente premonitorio.
Lo curioso del humor político es que termina siendo más real que la propia realidad. Cuando hacíamos Quac, el programa se convirtió en un referente pedagógico en la medida en que fue formando políticamente a quienes lo veían.
Estábamos entonces creando una mínima cultura política en el país, porque queríamos burlarnos de una manera crítica y muy puntual de lo que significa esa macro estructura histórica que es el poder. La risa y la burla necesitan del poder y viceversa.
Sabíamos, con Garzón, que no había cosa más imbécil y más siniestra al mismo tiempo, que la gente del poder. Y por eso nos convertimos en un elemento de oposición generalizada contra el poder.
Es el humor un vórtice de la identidad del país y sus expresiones individuales y colectivas, buscadas o simplemente intuidas, son tan vastas que se manifiestan en cada esquina.
Hecho por la gente, el humor no sólo está a la vista. Hay que buscarlo y encontrarlo en el mimetismo de la sociedad. No es tan sólo el afiche jocoso, el payaso convocador, el mimo o el aviso con el título delirante. Es cada expresión que cambia metro a metro, de cara en cara… El humor anda con los oídos, los ojos, con todos los sentidos dispuestos a palpar la ironía, la carcajada, la mamadera de gallo, la parodia, el chascarrillo que muta, que se mueve.
El humor en Colombia es una enorme amiba que todo lo envuelve y que da risa, que complace, que tranquiliza y que produce identidades. Y buena parte de ese humor que hoy nos hace falta para poner en evidencia el proceso en el que estamos metidos, era Jaime Garzón. Con él, vivo, estaríamos riéndonos pero al mismo tiempo sabríamos más y por ello tendríamos miedo de lo que viene.
Garzón, viniendo de las capas medio-bajas de la sociedad, gracias a un talento desbordante logra llegar paulatinamente a ser parte del poder, a ser parte de la corte.
El bufón es la válvula de escape necesaria para que la corte se mire a sí misma de una manera risible. El bufón la hace “democrática”.
¿Qué pasa en este caso siniestro de la historia colombiana? Generalmente las cortes no matan al bufón, porque es matar la estructura “tolerante” de la corte misma. Pero en Colombia la corte mató al bufón. A Garzón lo mató el poder, porque cometió un error, táctico y político: el embolador-entrevistador Heriberto de La Calle, dejó de ser un elemento de la ficción y se metió en la realidad del país.
Y con él, Garzón entró a hacer parte de eso que podríamos llamar un proyecto político, que lo condujo luego a ser un facilitador humanitario en el problema del secuestro, el ojo del huracán del problema de la violencia en Colombia. Pierde Garzón el blindaje que le ofrecía la ficción y por eso lo matan. Además, Garzón quería pasar a la historia, vivo, muerto, bufón, concejal, presidente, lo que fuera; y lo logró.
Los signos de la muerte merodeaban por Colombia y, claro, Garzón era una expresión muy colombiana. ¿Quiénes lo mataron? Esos «autores ideológicos» del magnicidio en Colombia, que no son ni el autor material, el gatillero, ni el actor intelectual que da la orden de matar, sino esos círculos múltiples donde se juzga y se condena y se da una opción asesina, para que los otros dos autores hagan el horrendo trabajo.
Jaime tocó sensibilidades de la extrema derecha, señaló con su crítica mordaz y no le perdonaron nada. Ni la vida. Haber matado al bufón hizo reaccionar momentáneamente a todo un país, que reconocía en el humor el paliativo de las crudezas diarias.
Humor que ha sido no pocas veces el ejemplo de una refundida identidad cultural. La muerte de Garzón les hizo ver a los colombianos que por primera vez el conflicto armado había tocado algo sagrado y tabú: la risa.Si Jaime Garzón estuviera vivo en estos tiempos, también lo habrían matado.