El feminismo es necesario, como lo han reivindicado durante décadas figuras referentes como Clara Campoamor, Simone de Beauvoir o Kate Millet. En la actualidad, el movimiento feminista se encuentra en un auge sin precedentes a nivel internacional. El #MeToo tras el caso Weinstein, el ‘Ni una menos’ o el surgimiento de la lucha por el aborto legal en varios países de Latinoamérica han evidenciado un movimiento que representa una cuarta ola imparable.
Todos estos casos significan un paso adelante en la lucha por los derechos humanos y, principalmente, de las mujeres. Pero esta oleada de revoluciones tiene que ir de la mano de una cobertura en los medios, un periodismo feminista. Así lo desarrolla la periodista y profesora doctora de la UOC Ana Bernal-Triviño en su nuevo libro Hacia una comunicación feminista: cómo informar e informarse sobre violencia machista.
La también colaboradora de Público enfatiza en cómo informar sobre los asesinatos machistas y las situaciones de violencia de género, una vulneración de derechos humanos ante la cual la autora asegura que no se puede ser neutral ni mirar hacia otro lado, con una perspectiva feminista transversal, que actúe también sobre el resto de informaciones. La periodista analiza la cobertura mediática de casos como el de Juana Rivas o la víctima de ‘La Manada’, aportando herramientas para los y las profesionales que trabajan en los medios de comunicación para luchar contra una comunicación machista.
Este libro, cuyo prefacio está escrito por la directora de este medio, Ana Pardo de Vera, y el prólogo redactado por la filósofa Ana de Miguel; se suma a la reveladora trayectoria que ha llevado a algunos medios a reconocer a Bernal-Triviño como una de las periodistas que más ha contribuido a la revolución feminista.
Al inicio del libro, hablas de cómo te introdujiste en el feminismo radical y comenzaste a comunicar a través de él. ¿Cuáles son tus motivaciones para escribir de feminismo?
Llevo años reflexionando profesional y académicamente sobre la comunicación feminista, y es insoportable que se siga dañando a las víctimas de violencia machista. Lo ves en el día a día. Sobre todo lo que me ha llevado a escribir el libro es el hecho de que en las tertulias de TV, hay programas donde expertos de otras materias opinan de feminismo con un vocabulario y una mirada muy machista, o bien dejando ausente a la mujer.
La principal motivación era derribar errores en cuanto a esa interpretación de los estereotipos, de los mitos. El gran problema es que la comunicación feminista realmente no está siendo transversal. Lo tremendo es que se está desarrollando un periodismo en el que todo vale, en el que valen todas las fuentes, en el que existe una filosofía por el click y en el que vende más la polémica que la verdad.
Además, la comunicadora de género ya carga la etiqueta de feminista, como si sólo pudiera aplicarse a las informaciones sobre los derechos de las mujeres.
«El periodismo ha tenido siempre esa dinámica porque, como tantas otras instituciones, es patriarcal»
Exacto, la periodista de género ya carga con esa etiqueta, como si sólo pudiera hablarse de nuestros derechos en la sección Mujer o en temas de violencia machista y no en política, por ejemplo. El feminismo siempre se ha ridiculizado desde la prensa. Sólo hay que ver las publicaciones, viñetas, noticias que se redactaban de las sufragistas o cómo se burlaban en la prensa de Clara Campoamor. El periodismo ha tenido siempre esa dinámica porque, como tantas otras instituciones, es patriarcal. Es importante que en las redacciones no sólo entren mujeres, sino que entren mujeres feministas que rompan con esa visión. Esto también sucede porque, cuando se tratan los derechos de la mujer, asesinatos o violaciones, se siguen informando como sucesos desde el punto de vista sensacionalista. Y cuando se trata como un suceso, se transforma en un caso individual en el que se intenta tratar de forma individual a ese agresor, incluso se intenta justificarle. Eso implica que se deje de analizar toda la estructura que sustenta la violencia contra las mujeres y la violencia patriarcal.
El machismo sigue instalado en las redacciones y la perspectiva feminista no está siendo transversal. Se está realizando un periodismo en el que todo vale, sigue perdurando el periodismo que ridiculiza y hace burla del feminismo, cuando realmente lo necesitan toda la sociedad y todas las generaciones.
En una sociedad patriarcal y, por tanto, una educación universitaria y un mercado laboral machistas, ¿cómo se forma una periodista de género?
Una periodista feminista se forma con mucha autocrítica, porque lo que nos enseñaron como objetividad siempre fue el mundo masculino. A esto hay que sumar mucho análisis y también leer a otras compañeras precedentes. Lo fundamental para hacer un periodismo feminista pasa por conocer el machismo, sus estrategias, sus transformaciones para sobrevivir incluso en cuestiones que nos venden como feminismo. Hay que estar alerta ante cualquier indicio.
Uno de los principales errores que se cometen es que no se intenta comprender a la víctima, tanto a la asesinada como a la que se transforma en superviviente. La gran asignatura pendiente es comprender el proceso psicológico de la víctima y hacer un periodismo feminista para las víctimas de violencia machista.
¿Cuál es la situación laboral real de una periodista feminista?
La misma que cualquier periodista, pero para algunos medios, tertulianos y articulistas, con la carga del viejo estigma de ‘la feminista’. A mí me gusta centrarme en el feminismo de los suelos pegajosos y no tanto en el de los techos de cristal, que es importante, pero yo he vivido el primero. Y en un contexto de precariedad es muy complicado hacer periodismo feminista, porque precisamente no todas las redacciones tienen la voluntad de dejar ejercer este tipo de periodismo sobre los derechos de la mujer, y menos a compañeras que son colaboradoras externas y que son autónomas.
Si nos encontramos con un medio patriarcal, es muy complicado que a la periodista, por mucho empeño que tenga, le permitan realizar una información con este enfoque. Es pelear contra molinos prácticamente. Sobre todo quiero exponer la situación de precariedad de compañeras que son autónomas, que trabajan con cientos de colaboraciones y que prácticamente el dinero que llegan a reunir es para pagar el autónomo, y cuando llega el dinero con mucho retraso. Esa es la realidad.
Además hay otros obstáculos. También hay compañeras que trabajan en redacciones, con más trayectoria, que miran por encima del hombro a las que son colaboradoras, que están fuera de los circuitos. Las colaboradoras están más desligadas, no se utilizan tanto de referentes, cuando hay compañeras que hacen un trabajo buenísimo en esta línea y, además, con bastante independencia. A veces se produce un desprecio de las compañeras que trabajan en el periodismo local y por eso siempre pido reconocimiento a esas compañeras que, además, en ocasiones tienen muchísima más presión por trabajar en el ámbito local. Hacen un trabajo de generación de conciencia fundamental, esas pequeñas semillas que al final suman un todo.
¿Por qué la importancia del feminismo transversal?
No sirve utilizar la comunicación feminista para cubrir sólo noticias sobre los derechos de la mujer o cuando hay un asesinato. Esa perspectiva se tiene que aplicar en economía, en política, en deporte, en justicia, etc. El periodismo feminista no puede ser un encasillamiento. Una periodista con una mirada feminista puede trabajar en cualquier campo, porque se necesita esa mirada en las diferentes especializaciones.
Yo llevo años haciendo ‘Sociedad’, sobre cómo las decisiones políticas afectan a la aplicación de los derechos humanos. Afortunadamente, en La Mañana en TVEconfiaron en mi trabajo y he estado en la mesa de política hasta ahora. Pero, ¿por qué, por ejemplo, en las mesas de política durante estas elecciones no se ha puesto a una compañera con formación feminista que puede reivindicar, desde la política, nuestras necesidades? También sabemos hablar de encuestas y de pactos, y de lo que está más a favor de nuestros intereses. En cambio, cuando en una tertulia política surge un tema feminista, todos se permiten el lujo de hablar sobre feminismo aunque no tengan ni idea. Otros, al menos, se documentan, pero a veces es muy descarado que han usado un artículo tuyo o el de otra compañera y ni lo citan. Se hace escaso reconocimiento de las compañeras que aportamos esa mirada feminista y que podríamos estar en tertulias políticas, pero se hacen tertulias con temas feministas con voces de Inda o Marhuenda o tantos otros y otras que este tema les queda demasiado lejos.
¿Has encontrado obstáculos en los medios de comunicación a la hora de escribir sobre violencia machista o feminismo?
Como mujer sí me he encontrado, y más en mi etapa de periodismo local. Hubo un tiempo donde la empresa en la que trabajé me atacó mucho la autoestima. Algunos incluso se burlaban de que seguía en la facultad con mi doctorado. En una prueba me dijeron que la cámara de televisión «no me quería». Yo no me presentaba para ser Miss, sino a presentar un informativo local, y quien me dijo aquello desde luego estaba muy lejos de ser un Míster.
También me ha costado mucho trabajar desde Málaga, desde la periferia, sin vivir en Madrid y sin esa dinámica de asociaciones, de reuniones, de conferencias, de contactos que se acuerden de ti. Ser independiente, sin vinculación a partidos ni asociaciones, no es algo que ayude, pero es algo que yo he decidido y no me arrepiento.
¿Y el odio en las redes?
Estamos completamente vendidas. Conozco a periodistas que han denunciado en los últimos meses, sobre todo en esta temporada de campaña electoral, cómo les trataban los de ultraderecha. No les falta razón, pero las periodistas feministas llevamos soportando eso desde hace años. ¿Quiénes son nuestros principales trolls sino seguidores de la ultraderecha y misóginos confesos, que han hecho acciones y campañas de acoso y derribo contra nosotras? En unas redes sociales que, además, les dan impunidad, que refuerzan su mensaje y les dan respaldo.
¿Quiénes son nuestros principales trolls sino seguidores de la ultraderecha y misóginos confesos?
Yo no entro en batallas, sólo silencio o bloqueo, porque hay muchos que viven de chequear constantemente tu perfil y criticar cualquiera de tus artículos; no tienen vida más allá. Por ejemplo, en el día de la madre recordé unos datos de ‘Save The Children’ de que una de cada cuatro madres solteras viven en situación de pobreza. Recibí comentarios de todo: de mala hija, de que si yo he tenido una infancia infeliz, de que tendré a mi madre en una residencia y que ese día solo le llevaba flores, de que tan feminista no sería si hoy sólo me acuerdo de mi madre… Oigan, que mi madre está conmigo, no en una residencia, que le compro flores cuando me apetece y que yo me volqué dos años con ella para cuidarla durante su cáncer.
¿De qué habla esta gente? Todos eran hombres. Uno de ellos, cuando revisé su timeline, reclamaba sexo con una “tía buena”. Y ese sigue siendo el nivel. Un compañero que se dedica a política podrá recibir una crítica, pero la política al menos siempre se considera un tema más serio; mientras que las compañeras que somos señaladas como ‘las feministas’ siempre somos objeto de burla, de ridiculización y encima somos mujeres, juzgadas además por nuestro cuerpo o aspecto, por nuestra vida personal. La palabra “puta” es rara la semana que no la lees. Estamos completamente vendidas y mucho más expuestas. Y no vemos por parte del resto de compañeros que, incluso siendo acosados por esa ultraderecha, nos muestren su apoyo. Y eso sí es algo que echo en falta; hay días en los que te sientes más sola que la una.
Actualmente en España, ¿se ejerce un periodismo feminista?
Están en camino. Hay determinados medios que lo están haciendo muchísimo mejor, que están más preparados. Otros, no. Se nota mucho el hecho de que haya directoras feministas dentro de esos medios de comunicación. En Público, con Ana Pardo de Vera y Virginia Pérez Alonso ha sido muy evidente el cambio.
Pero sobre todo hay una asignatura pendiente en este tipo de informaciones en el campo de la edición: tiene que haber una revisión de los contenidos que se publican. No se puede dar legitimidad a que se diga que se está haciendo un periodismo que respeta los derechos de la mujer y que no se utilicen fuentes de referencia. No se puede permitir un artículo sobre denuncias falsas en el que se cite como referencia un vídeo de un hombre hetero blanco o a un abogado que defienda a agresores o que esté en contra de los derechos de la mujer de forma manifiesta. Todo el mundo con el infarto de Iker Casillas sabía que había que contactar con cardiólogos para saber más del tema. Si alguien hubiese llamado a un traumatólogo, se habría extrañado, ¿no?
Revisar y editar no significa censurar, sino cumplir con el código deontológico del periodismo, en el que no vale una vulneración de los derechos humanos y hay que respetarlos. Se está permitiendo todo por la venta y por la polémica, todo para incendiar a las redes. Se produce un ataque en el que muchos articulistas escriben contra el feminismo para que les hagan casito, revalidar su autoridad, su discurso y su hombría. No pueden imaginarse el inmenso ridículo y la gran ignorancia que muestran. Hay que utilizar fuentes de referencia, porque si no, no estamos haciendo un periodismo serio. No es aplicar censura, es sencillamente contar la realidad, supervisar, rectificar y, por lo tanto, no mentir. En periodismo no se puede generar una desinformación que termine confundiendo a la opinión pública. Hay medios a los que les vale más un click de sensacionalismo que respetar a las víctimas, que es el pilar fundamental de la comunicación feminista.
Los casos de ‘La Manada’, Juana Rivas o el hilo de denuncias por abusos y violaciones tras el caso Weinstein han tenido mucha cobertura y un gran alcance mediáticos. ¿Consideras que se hizo un tratamiento adecuado de las informaciones?
Los casos de ‘La Manada’ o Juana Rivas son los más representativos que se pueden utilizar en las facultades como ejemplos de comunicación no feminista. A ambos casos les he dado mucho espacio en este libro. En el caso de Rivas vimos desde el principio cómo hubo una campaña de descrédito y de juzgar a Juana antes de tiempo. Están ahí los titulares. Ya se la sentenciaba como “mala madre”. Todo ello ha creado un imaginario sobre la figura de Juana Rivas. Una de las personas que se han encargado de hacer una noticia sobre las resoluciones en Italia en su caso, no tiene ningún tipo de especialización de género y da a Italia la veracidad absoluta en el caso de Juana Rivas, pero no menciona que es uno de los países que fue señalado por parte de Estrasburgo como uno de los que peor lucha contra la violencia machista.
En el caso de ‘La Manada’ fue muy peculiar el tratamiento que se hizo de la víctima, cómo se la juzgó. Se permitían determinados programas y a determinados periodistas hacer encuestas en las redes sociales sobre si había sido sexo consentido o si realmente había sido una violación, como si esto fuera la final de la Champions o de Operación Triunfo. Era absolutamente vergonzoso, era la puesta en escena del espectáculo, de forma muy evidente y de una forma muy radical en la que no se respetaron ni los derechos ni los datos de la víctima. Fotografías de ella estuvieron en las redes sociales, en páginas de determinados foros. Son dos casos absolutamente vergonzosos, bochornosos y de los peores ejemplos que se pueden hacer de comunicación feminista.
En ocasiones has criticado a través de tus redes sociales la utilización del lenguaje ante las noticias sobre violencia machista. Como en los ejemplos de “muere una mujer a manos de su pareja…” o la utilización del término “violencia doméstica”. ¿Cómo se puede abordar la problemática que supone el tratamiento del lenguaje en estos temas en los medios?
Hay que tener autocrítica, especializarse, crear una mirada transversal en todos los temas, pero sobre todo tener interés. Ahora la pregunta es si realmente existe ese interés, que yo no lo tengo tan claro. Pero el lenguaje es fundamental: construye y destruye. E igual que puede construir el relato de la víctima, poniendo el foco en las acciones del agresor y no sobre las reacciones de ella; el lenguaje puede terminar por destruir a una víctima y dificultar su proceso de recuperación hasta transformarse en una superviviente. Se monetiza el tema, se rentabiliza, se quiere hacer caja con ese drama, en lugar de crear una conciencia social para evitar futuros casos y ayudar a esa víctima y a otras. Hay determinados medios de comunicación que contribuyen a que se produzca un efecto disuasorio y que lleve a muchas mujeres a no contar sus agresiones o situaciones, o que incluso lleguen a no denunciar.
Con el periodismo feminista, ¿llegará la perspectiva de género al resto de instituciones económicas y políticas?
Ese es uno de los objetivos. Yo siempre he creído en el periodismo con una función social, con una responsabilidad social. Y el periodismo que para mí no cumple eso y no cumple con el respeto de los derechos humanos, no es periodismo; es un fraude. Por lo tanto, es fundamental dar ese paso de la trascendencia que tiene nuestro ejercicio profesional; que ayuda a la gente a saber, a pensar, a ver las diferentes caras de la realidad, a poder interpretar. Hay que dar una dieta informativa sana en la que no entre nada tóxico y la desinformación no sea el campo de cada día. Porque eso además tiene un efecto narcotizante por un lado y por otro, de separación con la realidad, de hastío. Es muy peligroso porque afecta a todas las decisiones que podemos tomar en nuestro día a día.
En el capítulo final del libro abordas el tema de la prostitución. Los medios de comunicación no definen una posición ni marcan una línea editorial concreta ante esta problemática. ¿Cómo se debe abordar a través del periodismo?
Me choca mucho que algunos medios de comunicación tengan líneas muy definidas sobre determinados temas pero no lo tengan con la prostitución. Tenemos iniciativas por parte del Parlamento Europeo en las que se condena la prostitución, incluso demuestra la vinculación entre prostitución y trata, y somos el primer país de Europa y uno de los principales del mundo en el consumo de la prostitución. Por lo tanto, mirado desde el lado del periodismo, no posicionarse es adoptar una postura cómplice. O bien afrontamos el tema de la prostitución desde una perspectiva de los derechos humanos, pensando en la amplia mayoría de mujeres prostituidas y explotadas sexualmente, o no vamos a salir de esta típica dinámica tan tóxica. Porque realmente la prostitución es la desigualdad absoluta, pero además tiene otros muchos matices: no sólo es machista; es racismo, es colonización sexual. Hay que insistir en esa perspectiva de la prostitución como un campo de colonización sexual y un campo racista, porque se está utilizando a mujeres de multitud de procedencias para cubrir la demanda masculina.
Como dice Amelia Valcárcel: no hay puta para tanto putero. La demanda que genera en España es muy alta y los medios no pueden postergar más este tema; hay que ser determinantes ya. Hay varios estudios académicos disponibles que muestran los resultados nefastos de las políticas de regularización de la prostitución, que ni de lejos han ayudado a las prostitutas. Ya es hora, aunque sea algo complicado, porque esas mujeres que están sometidas en puticlubs y pisos, cada vez mayoría de menores, están esperando que les demos una respuesta. Mirar de lado esa realidad es uno de los mayores daños que le podemos hacer a ellas y al conjunto de la sociedad.