La vacuna del optimismo

6 mayo 2020-

Por: Gonzalo Silva, Socio CPB -El Espectador.

Las cifras que el país venía alcanzando en materia de turismo en los últimos años resultaban históricas. El sector consolidaba un rápido crecimiento y su incidencia en el desarrollo de la economía era estratégica. La actividad se mantenía ascendente dentro del PIB con un aporte cercano al 3.8%, y mejoraba puestos en el índice de Competitividad en Viajes y Turismo del Foro Económico Mundial en el que en 2019 trepó de la posición 62 a la 55, entre 140 naciones monitoreadas.

El año pasado sus indicadores se encontraban en alza y el horizonte se mostraba despejado. Llegaron 4’516.000 visitantes no residentes, la ocupación hotelera alcanzó el 57.8%, las agencias de viajes crecieron un 3,7%, la conectividad internacional sumó 17 nuevas rutas internacionales y se movilizaron 41 millones de pasajeros nacionales y extranjeros.

Con el impulso de los buenos vientos, las cifras previstas para el año 2020 sonaban optimistas y la ocasión, incluso, las hacía realistas. El Ministerio de Industria, Comercio y Turismo proyectaba para la vigencia un aporte de $37,3 billones, cifra que, de lograrse, sería la más alta de los últimos tres quinquenios. Se esperaba, entonces, confirmar el turismo como el nuevo “petróleo” colombiano, tal como lo bautizó el presidente Duque desde el inicio de su administración.

Pero la pandemia del COVID-19 que asola al mundo, llenó el cielo de nubarrones y echó por tierra las pretensiones impidiéndole a la industria seguir creciendo con porcentajes superiores a los de la región. El año pasado, esta última decrecía en un 3,5% mientras Colombia subía al 2,7%.

La emergencia global desbarató el tablero, revolvió las fichas y perfiló un escenario crudo, difícil y complejo como lo es el de toda la economía nacional. La parálisis, que completa mes y medio, ha sido devastadora. Según sus gremios, numerosas empresas, pequeñas y medianas, han caido abatidas por la quiebra y más de 50.000 empleos se encuentran en condición de riesgo. Pero lo más grave es que todavía existe un alto nivel de incertidumbre sobre cuándo se acabará el confinamiento y hasta cuándo se habrá de resolver el problema sanitario vigente para emprender el retorno gradual y seguro de los turistas.

El transporte aéreo, factor clave para la conectividad del país, no podrá prestar servicio de pasajeros antes del 30 de mayo (cuando vence el decreto de emergencia sanitaria expedido por el presidente Duque), y cabría la posibilidad de que su prórroga se extienda por un tiempo más (de no alcanzarse, para la fecha, el pico de la pandemia) y se empiece a aplanar su curva.

Por ahora, aerolíneas, hoteles, restaurantes, bares, agencias de turismo, guías y decenas de empresas afines refieren pérdidas millonarias y lanzan un llamado de auxilio al gobierno -metido en camisa de once varas, de lleno en las fauces de la peor encrucijada económica y social de las últimas décadas-. La actividad turística nacional, como se retrata en el planeta entero, está hundida en la más profunda recesión.

El turismo se ha convertido en impulsador esencial de la economía colombiana y si el gobierno le mantiene su voto de confianza, empoderándolo como el “nuevo petróleo”, debería asegurar medidas prontas y eficaces para su reactivación. El Estado tendría que canalizar su ayuda hacia millares de empresas de todos los tamaños y subsectores, que han quebrado o están al borde de la desaparición, con créditos condonables que permitan sortear pérdidas y garantizar nóminas. Preservar la actividad facilitará el resurgimiento económico de regiones turísticas vulnerables, hoy más empobrecidas que nunca, abriéndoles paso a la sostenibilidad e inclusión social.

La conectividad aérea y terrestre será factor fundamental para hacer competitiva la industria mediante la promoción de flujos internos que impulsen el turismo doméstico, por donde se deberá trabajar para que, una vez se alivie la crisis, se marque el rumbo de la reactivación total. La construcción y reparación de vías secundarias y terciarias fomentarán empleo, redimirán mano de obra local, estimularán el desarrollo regional y acercarán destinos.

El nuevo escenario marca la hora para repensar el sector y dar el giro hacia un nuevo esquema en el que juegue la innovación, diversificando el producto, mejorando la oferta y desterrando el viejo modelo de la masificación. El turismo invasivo tendrá que sustituirse por uno social,  consciente, responsable y sostenible con el medio ambiente y las comunidades. Modalidades como las de naturaleza, ruralidad y bienestar deberán contener una apuesta renovadora y ambiciosa y ser el centro de una atractiva estrategia comercial.

La industria turística tardará tiempo, quizás años, en recuperarse, estimular confianza y volver a sus anteriores niveles de participación, entretanto deberá rediseñarse y sacarle enseñazas a la obligada parálisis. Su impulso debería liderar el despegue de la economía en su conjunto y fortalecer la menguada demanda creciendo de manera sostenida y responsable.  Al sector, sin duda, le costará recuperar el ritmo, pero tendrá que seguir adelante, inmunizado, eso sí, con la promisoria vacuna del optimismo.

Posdata. “La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado”. Albert Einstein.

[email protected]

@Gsilvar5