Fotografía: Ricardo Trotti en Twitter | Javier Darío Restrepo ante la SIP
Discurso de Javier Darío Restrepo en la Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Antigua, Guatemala. Abril 2 de 2017.
Entre los datos que aparecen en nuestros periódicos llama la atención la evolución de los índices de percepción de la corrupción, donde la calificación 1 corresponde a los más limpios y 100 a los más altos niveles de corrupción.
Observo los niveles correspondientes a mi país (Colombia) que van desde 70 puntos de 2008 hasta llegar a los 90 de 2016, o sea una línea ascendente de corrupción en estos últimos 8 años.
Comentaba algún calificado columnista nuestro: “se seguirá consolidando la percepción de que Colombia está perdiendo el combate contra la corrupción”. (Armando Montenegro. El Espectador).
Al mismo tiempo el de la corrupción ha sido uno de los temas preferidos por los medios y casi el tema exclusivo de las unidades de investigación de la prensa, lo cual me permite plantearles varios interrogantes.
Preguntas incómodas
• Sobre la influencia que están ejerciendo los medios alrededor de este tema. ¿Es acaso una influencia capaz de cambiar algo en materia de corrupción? A juzgar por el crecimiento de los niveles de corrupción en nuestros países, la información periodística sobre este fenómeno social ha sido inocua.
• ¿Es esto lo que se espera de la prensa: información para entretener y reportar, pero no para influir?
• Si se quiere que influya, ¿qué es lo que tendría que cambiar?
Pienso que tendría que cambiar mucho de lo que hay. Y esto es lo que hay:
• Una prensa, con excepciones, desde luego, instrumentalizada por los políticos y gobernantes que ven en la corrupción ajena un argumento de ataque a los contrarios quienes, a su vez, se defienden con la misma arma de modo que las audiencias, eso que llamamos opinión pública, han de concluir que unos y otros son corruptos y que nada hay que hacer. Mientras tanto la prensa en vez de asumir un papel crítico creíble, se alindera para amplificar las voces acusadoras de unos o de otros.
• Cuando estalla uno de los frecuentes escándalos de corrupción la prensa se moviliza en busca de nuevos datos, de nuevas denuncias, de nuevos acusados, edición tras edición, emisión tras emisión, hasta darle al tema un asfixiante aire de saturación y al receptor una sensación de hartazgo que apaga su interés y le da al tema el tono de lo trillado y repetido.
• Como consecuencia el hecho de la corrupción se banaliza y adquiere ese color amarillento de lo que o se olvida o se archiva. O lo que es peor, se asimila, como sucede con los alimentos que, digeridos, entran a hacer parte del organismo.
• Este proceso de asimilación de la corrupción se intensifica con la información digital, que ha llegado a ser la menos costosa de las fuentes, la de más rápida y amplia difusión y la que da la apariencia de ser el resultado de la mayor actividad investigativa. Son informaciones condensadas bajo titulares que en pocas palabras pretenden resumir un hecho sin análisis, sin pluralidad ni diversidad de fuentes y sin mayores esfuerzos para analizar ni para usar una mirada crítica.
• Los hechos de corrupción y el fenómeno mismo se pueden ver bajo la luz del sol cansado y ambiguo de la postverdad que a veces presenta la corrupción como un hecho más, como sucede también con la guerra, las inundaciones o las epidemias: que aparecen como otros hechos que rompen la monotonía de la historia diaria, que pasan por el frente y que se ven como otra calamidad, como parte de la regularidad cíclica de los males inevitables de la humanidad.
• De ese enorme aparato digestivo capaz de asimilar y convertir en rutina cualquier hecho de corrupción, hace parte el sentimiento de estar desbordados e impotentes ante el crecimiento y el ímpetu al parecer irresistible de las aguas de la corrupción. De modo que la prensa, aparentemente resignada, se limita a registrar hechos y a renunciar a cualquier tentativa de cambiar la historia que sucede.
En ese papel de testigo pasivo la prensa abandona su deber ser de agente activo de la conciencia de una sociedad que no se resigna, que no se puede resignar y que en cada evento catastrófico no solo reacciona para salvar lo que puede salvar, sino para prever futuros eventos con la consigna del “Nunca más”. Ante la corrupción no parece haberse oído esa consigna, o porque no se cree en ella o porque se da por hecho e inmodificable que la humanidad es así y que nada ni nadie podrán modificar esa condición.
Atacar la raíz del problema
Sin embargo no toda la prensa está adoptando esa lacrimosa postura de derrota. El seguimiento hecho a los más sobresalientes protagonistas notifica y revela a los lectores que el delito no paga y estimula la denuncia y el rechazo de los actos de corrupción, lo mismo que la investigación independiente sobre esos hechos.
Algunos columnistas han compartido sus reflexiones sobre el origen de la actual ola de corrupción y han dejado al descubierto sus envenenadas raíces en las prácticas de los políticos y en la ambigüedad de los reglamentos electorales en lo que corresponde a la financiación de las campañas.
Se echa de menos en cambio la consideración y exposición pública de la existencia de los honestos y de sus razones para mantenerse honestos como si algún misterioso mandato ordenara mantenerlos a la sombra o fuera de la categoría de lo noticioso. No parece bueno que del panorama que se despliega a diario ante los receptores de información, se descarte sistemáticamente a esta parte luminosa de la sociedad.
Las audiencias, convocadas un día y otro también a conocer el rostro y las actividades de los corruptos, sufren un doble impacto: el de la ubicua presencia de los corruptos en la actividad pública, y el impacto de la conclusión de que la corrupción lo domina todo, con la natural notificación de que se debe abandonar toda esperanza.
Un enfoque distinto
Informar sobre los honestos, promover la admiración a estos personajes, generalmente silenciosos y desconocidos, crea un efecto contrario al anterior: demuestra que ser honesto es algo posible y plausible y exponerlos como el ejemplo de una inspiradora posibilidad.
Se puede sumar a esta propuesta la de considerar la forma de presentar la información sobre corrupción de modo, que despojada de todo sensacionalismo y revestida de sobriedad y acompañada con datos contextuales, de antecedentes y proyecciones hacia el futuro por el estilo de ¿qué le pasaría a usted y a su país si la corrupción se convirtiera en ley informal? O sea hacer evidente y tangible el profundo impacto negativo de la corrupción en la vida personal y en la de la sociedad.
Se trata, además, de poner en evidencia esa forma de corrupción que es el acostumbramiento. La corrupción no puede llegar a ser una costumbre, debe ser una consigna de los equipos periodísticos. La indiferencia, y su hermano el acostumbramiento, pueden ser desterrados mediante una campaña informativa de invitación al rechazo público y de invitación a la sanción moral a los corruptos.
No se debe olvidar, por otra parte, que la prensa es la conciencia moral de la sociedad, título que podría sonar pretensioso si no se tuviera en cuenta que lo nuestro no es un negocio sino un servicio público de promoción y defensa del bien de todos al que cada acto de corrupción amenaza y ofende.
Esa vieja definición del periodismo como servicio público es la que, aplicada garantiza a la vez la dignidad de esta profesión y su papel en la sociedad de defensor del bien de todos.