Foto:Archivo Torwai Suebsr
Pasar de cargar un fusil a aprender el oficio de salvar vidas es, en verdad, una redención.
En un país menos polarizado, menos preocupado por las noticias sobre sus políticos y menos cargado de rencores por resolver, la siguiente noticia no sería más ni sería menos que una muy buena noticia: “Cuba ofrece mil becas a exguerrilleros y personas afectadas por el conflicto para estudiar medicina en la isla”. Quizás la palabra no sea ‘buena’, sino ‘extraordinaria’, porque el fin de la guerra con las Farc –como el de cualquier confrontación de esa especie– de inmediato obliga a hacer la pregunta de cómo reincorporar a los combatientes a la sociedad colombiana. Y que una respuesta sea esta serie de becas para estudiar medicina en Cuba es esperanzador, por decir lo menos.
También resulta simbólico: pasar de cargar y disparar un fusil a aprender el oficio de salvar vidas es, en verdad, experimentar una redención. Suele decirse que el posconflicto es casi tan complejo como el conflicto, porque los antiguos soldados tratan de vivir una vida normal y de adaptarse a las reglas de la sociedad, cuando aún no se han cerrado las heridas ni se han disipado los resentimientos. Suele, así mismo, expresarse temor cuando se conoce la noticia de que muy pronto pasearán por la propia ciudad reinsertados de los grupos ilegales. Todos esos miedos quedan conjurados si se sabe que los exguerrilleros pagarán los daños a su país reparándolos y muchas víctimas sanarán sus traumas gracias a una oportunidad como estudiar una carrera en Cuba.
Se trata de reparar poco a poco, a fondo, como cuando se estudia o se construye, las vidas de cientos de miles de personas que vivieron en carne propia el horror.
Es importante hacer énfasis en ello: Cuba no solo ofrece quinientas becas a los soldados de las Farc, sino que promete entregar quinientas más a los civiles que se vieron truncados por la barbarie del conflicto. Se trata de reparar poco a poco, a fondo, como cuando se estudia o se construye, las vidas de cientos de miles de personas que vivieron en carne propia el horror. Nada mejor para ello que el hecho de que, en vez de mil damnificados, haya mil doctores más. Ojalá esta idea sea un ejemplo para otros centros de estudio, para otros proyectos importantes de este país que busca sobreaguar como mejor puede. Quizás esta idea contagie a nuestra propia sociedad, que debe ver y sentir que es mejor empuñar los lápices que las armas.