Nada más que la verdad

Cada vez es más difícil juzgar la calidad del mensaje o la idoneidad de la fuente.

Columna dominical de Rudolf Hommes 

Se ha vuelto un lugar común decir que la verdad ya no existe, que lo que gana es la distorsión y la falsedad; y que el que no se someta a esto y aprenda a decir mentiras no tiene futuro, ni en política ni en su vida profesional. Son numerosos los artículos que han salido de periodistas que se dan golpes de pecho por la forma como han evolucionado la prensa y, en general, todos los medios que por ser dependientes de los ratings y de la publicidad, y por estar opacados por la avalancha informativa que circula en las redes sociales, han tenido que dejar de cubrir las noticias importantes y los hechos. Les hacen eco a políticos oportunistas, a lo que brilla y a lo que se mueve en las redes.

A tal punto ha llegado la desorientación que el No, el ‘brexit’ o Trump fueron sorpresas, triunfos electorales de excesos en el abuso del lenguaje, la mendacidad y el atropello a la buena fe. Los políticos tradicionales, y en general los que se consideraban líderes de opinión, ya no saben cómo comportarse o qué decir, porque han perdido su credibilidad.

Dice un artículo del periódico ‘The Guardian’, que hace una reseña del libro ‘Enough Said’, de Mark Thompson, jefe (CEO) de ‘The New York Times’, que “el ruido se ha magnificado y el contenido se ha infantilizado. El argumento se ha vuelto más crudo, más polarizado y menos anclado en los hechos… En gran medida, la manera como manejan los medios el debate político ha tomado ese mismo camino, reduciendo cada vez más los espacios en los que la gente razonable puede intervenir en una discusión racional…” (4 de septiembre del 2016).

Los periodistas que han terminado de leer este libro no cesan de elogiarlo porque le da un tratamiento moderno a la vieja preocupación sobre el abuso del lenguaje y el respeto a la verdad, que ha preocupado desde hace siglos a los que analizan la política. La tecnología ha hecho posible que internet ponga información abundante a disposición de millones de personas en fracciones de segundo. Se han amplificado los abusos del lenguaje y los atropellos a la verdad. Cada vez es más difícil juzgar la calidad del mensaje o la idoneidad de la fuente. La opinión de alguien que sabe compite con el chisme y la maledicencia. Hay información, pero no control de calidad ni forma de validación.

Los periódicos venerables y monumentos a la sobriedad como la BBC, que eran fuentes de las que la gente dependía para tratar de dilucidar la verdad, han perdido la compostura y, con ella, la credibilidad. Se han vuelto cámaras de resonancia de los políticos altisonantes, de los líderes carismáticos (charlatanes demagógicos) y de la información falsa que propagan en las redes sociales los intransigentes para ahogar las voces de los que están en desacuerdo con ellos.

Nicholas Kristof, de ‘The New York Times’, dice que los periodistas ya no escarban en búsqueda de la noticia. No confrontan a los políticos que mienten. “Son gozques que le ladran a cualquier carro”. En la campaña presidencial que culminó con el triunfo de Trump, no se les prestó mayor atención a los programas o a las ideas. Los periodistas “tuvieron que escoger entre complicidad (con Trump) o el desafío…”. Optaron por lo primero y volvieron la campaña un ‘reality’. (‘Lessons from the Media’s Campaign Failures’, NYT, 31 de diciembre del 2016).

Es más fácil repetir lo que dice Uribe o Trump que cubrir noticias importantes. Y estos políticos saben que por eso pueden hacer que los medios, sobre todo la radio, sean vehículos para hacer pasar lo que ellos dicen como si fuera verdad. Los medios serios tienen la oportunidad de recuperar su relevancia y detener la tendencia a decaer si verifican las noticias y publican lo que comprueban, nada más que la verdad.

RUDOLF HOMMES

Tomado de:El Tiempo.com

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