30 Septiembre 2019.
Tomado de: El Mundo.
El autor analiza los «perversos efectos» que está produciendo el poder político en un periodismo «condenado a la precariedad y de la «malversación» de dinero público creando «innecesarios» departamentos de comunicación.
Es un tema recurrente en las reuniones de muchas Asociaciones profesionales, que ha sido también tratado en varios libros recientemente publicados e incluso ha dado lugar a la elaboración de alguna tesis doctoral, lo que se ha venido en llamar el «acoso al periodista». Con este término no me estoy refiriendo a ninguna amenaza o agresión de tipo físico, como las que podrían sufrir los corresponsales o enviados especiales en zonas de guerra, sino a un más sibilino acoso económico -y de medios de trabajo- causado fundamentalmente por la creciente precariedad laboral y por las múltiples presiones que se reciben por parte de los poderes políticos y económicos. Aparte de la crisis de un modelo de prensa no digital y de los problemas de caja que están atravesando muchas empresas editoras, cuestiones sobradamente conocidas y comentadas desde hace años, me interesa poner hoy el acento en un tema mucho menos aireado por los medios en general, como es el de los perversos efectos que está produciendo el poder político en un periodismo condenado a la precariedad por el declive imparable de la prensa en papel.
He tenido ocasión de conocer -de primera mano- las terribles presiones que están sufriendo, desde hace tiempo, algunas redacciones amenazadas por ERE, despidos a puro voleo, recortes salariales y de recursos, presiones políticas, vaivenes empresariales y algunos personalismos y egos injustificables. Y, cuando se alcanza a contemplar ese gran drama en toda su pavorosa extensión, es cuando uno vislumbra el grave peligro que está hoy encarando, por desgracia para todos, el antes llamado y tan necesario «cuarto poder». Uno de los acuciantes problemas del periodismo actual es que el recorte de ingresos y, consecuentemente, de medios humanos y materiales que afecta a casi todas las empresas de comunicación las coloca en una situación de máxima vulnerabilidad frente a los poderes económicos y políticos más agresivos y más carentes de escrúpulos. Y con esa condición tan debilitada, especialmente desde un punto de vista económico, muchos medios no pueden ejercer en forma adecuada su función de «contrapoder», imprescindible para evitar abusos y denunciar arbitrariedades de los gobernantes y de las grandes corporaciones. Cuando eso se combina, además, con una inmoral y abusiva inversión de dinero público destinada a crear innecesarios departamentos de «comunicación» en diferentes Administraciones públicas se genera la tormenta perfecta. Aquí tienen un ejemplo que todos entenderán: cuando un organismo público ficha con el dinero de todos -a 50.000 euros por cabeza, duplicándoles su anterior sueldo- a varios de los periodistas más destacados del medio de comunicación que más crítico se ha mostrado con su gestión, y se paga con fondos públicos una eficaz construcción de su «relato» desactivando a sus mayores detractores, ¿está actuando de una forma correcta? Esa clamorosa competencia desleal, financiada con dinero de nuestros impuestos, coloca a la profesión periodística y, en definitiva, a todos los ciudadanos -que somos los destinatarios últimos de su labor- en una gran situación de inferioridad.
La obsesión por construir a su medida el hoy llamado «relato», y por manejar de forma sectaria las políticas de comunicación, está llevando a muchos políticos a invertir ingentes cantidades de nuestro dinero en pagarse una permanente campaña electoral, que les sale gratis y a costa de todos. Para comprobarlo no hace falta ir mucho más lejos que contemplar a diario la actividad de nuestro Presidente en funciones, Pedro Sánchez, o analizar lo que está sucediendo en los últimos tiempos en varias Consellerias del Govern de les Illes Balears. Esas que están ocupadas por partidos que pidieron -y obtuvieron- la condena de un periodista que había sido contratado para escribir unos excelentes discursos al hoy denostado Jaume Matas. Fortalecer las virtudes propias y debilitar las del adversario constituye la regla básica de toda competición, y la política no deja de ser una más, tal vez la contienda humana por excelencia. Pero, conforme a las reglas de toda competencia, se supone que cada contendiente debe pelear con sus propios medios, y no empleando las ilícitas armas que le proporciona el arbitrario manejo del dinero de los demás. Como sucede cuando uno pasea caprichosamente por el Mar Mediterráneo una flamante y costosa fragata de la Armada para pagarse un par de días de campaña mediática a costa de quince pobres náufragos del Open Arms.
El periodismo actual presenta hoy en día también algunos otros graves problemas, que tienen gran relación con el anterior. La precariedad, la crisis del papel y las presiones políticas y empresariales de todo tipo están produciendo un preocupante fenómeno paralelo: bastantes buenos y reconocidos periodistas van abandonando los medios tradicionales y han tenido que recluirse en un amplio abanico de pequeños medios digitales, que bastantes de ellos han ido creando, mientras una importante parte va sucumbiendo al dinero fácil y abundante que suponen las tertulias y el espectáculo mediático que generan algunas poderosas cadenas televisivas, pasando a formar ya una peculiar parte del propio «sistema» que acaba desactivando las funciones clásicas de la profesión periodística.
De todo lo anterior se deduce fácilmente una estremecedora conclusión: el poder político y económico está tratando, por todos los medios a su alcance, de acallar a la prensa crítica y de domesticar completamente a la profesión periodística. Y cuando los recursos privados flaquean y sólo florecen los públicos la causa de la libertad -y con ella la sana crítica- corren serio peligro. Periodistas pésimamente pagados y en posesión de escasos medios materiales y humanos no pueden ejercer bien la imprescindible función de contrapoder que requieren los auténticos regímenes democráticos. Y los retribuidos con dinero de las diferentes Administraciones está claro que tampoco lo van a hacer. Nos encontramos en la misma terrible encrucijada a la que aludía el famoso editor estadounidense Joseph Pulitzer, creador de los premios que llevan su nombre e inventor del llamado infotainment, la mezcla de información y entretenimiento que tanto se ha desvirtuado hoy en día, cuando escribió que «una prensa cínica, mercenaria y demagógica producirá un pueblo tan vil como ella».