Una guerra no se acaba con un clic, y estamos cerrando un proceso doloroso de confrontación para entrar a uno nuevo, el del posconflicto.
No sé si es lástima o indignación lo que siento al repasar los artículos y declaraciones de ciertos ‘analistas’ y dirigentes políticos cuando hablan de una supuesta debacle del país, por cuenta de las negociaciones y la implementación de los acuerdos paz con las Farc.
En declaraciones que destilan amargura y rencor, estos personajes hacen hasta lo imposible por ignorar a propósito y con total descaro los logros obtenidos gracias al nuevo clima de paz que –gústeles o no– nos está dando un respiro a todos.
Expresidentes, columnistas, congresistas, candidatos y precandidatos que se han opuesto hasta con los dientes a la negociación con las Farc buscan en cada etapa un pretexto para sembrar el pesimismo, minimizar el alcance de lo negociado o desinformar de manera abierta y descarada. Recuerdo las cadenas que ya en 2012 ponían a circular por WhatsApp con el texto íntegro de las supuestas concesiones del Gobierno a la guerrilla.
Sin importarles que a lo largo de esos meses y años de extenuantes negociaciones los avances los iban dejando sin argumentos, dichos detractores del proceso insistían en buscarle un problema a cada solución. Y en vista de que las Farc dejaron de atacar a la Fuerza Pública, de secuestrar, de tomarse pueblos, etcétera, esos profetas del desastre insisten en buscar otros caballitos de batalla y tratan de justificar su mala leche cuando se habla de los inconvenientes –unos reales, otros exagerados y otros ficticios– que se han presentado en las zonas veredales donde se concentran los guerrilleros.
Como su principal pasatiempo es magnificar lo negativo, ellos se frotan las manos y se convierten en caja de resonancia de las noticias que hablan de deserciones e insubordinaciones entre la ‘guerrillerada’, o de las supuestas desavenencias entre representantes de las Farc y voceros del Gobierno; eso sí, sin verificar ningún dato. Lo importante es salir a pescar en río revuelto. Por fortuna, y pese a los innegables tropiezos logísticos, los dirigentes de las Farc han respondido con sensatez, aclarando que siguen comprometidos con la dejación de las armas, la reincorporación a la vida civil y el cumplimiento de todos los acuerdos firmados.
Y como les conviene más tener razón que tener paz, esos ‘desinteresados observadores’ tratan de echar mano de cuanta triquiñuela se les ocurra y les da igual seguir apelando al coco de la revolución bolivariana o acudir al “fantasma del proceso de paz de El Salvador”; así el propio Joaquín Villalobos, exdirigente de la guerrilla salvadoreña, aclare que la nuestra y la de ellos son situaciones incomparables.
En ese afán, también les es muy útil una carta de militares retirados que reclaman seguridad jurídica o el informe antidrogas de Estados Unidos, según el cual los cultivos de coca en Colombia se han duplicado los últimos años.
Da rabia ver cómo muchos de esos consabidos ‘analistas’ se regocijan diagnosticando una hecatombe en el país, como con ganas de que todo se vaya al traste, mientras desconocen, para empezar, que hace meses no mueren soldados a manos de las Farc; ni ingresan heridos al Hospital Militar; ni tenemos más mutilados, como ocurría hasta no hace mucho. ¿No les bastará? Parece que no, porque como no eran ellos ni sus hijos los que ponían el pecho en los campos de batalla…
Claro que hay problemas, claro que hay dificultades, claro que hay inconsistencias; pero no hay que olvidar que una guerra no se acaba con un clic y que estamos cerrando un proceso doloroso de confrontación para entrar a uno nuevo, el del posconflicto, en el cual todos tenemos que aportar.
Debería ser una oportunidad para construir una nueva y mejor sociedad, un mejor país; pero con tanto veneno será más difícil.