18 agosto 2020 –
Por: Deutsche Welle DW – Alemania –
La relación entre los políticos y la prensa siempre ha sido ambivalente. Por una lado, la necesitan para lograr la aceptación del público y resultar elegidos. Por otro, temen el escrutinio de su gestión cuando gobiernan y tratan de controlar lo que se publica. Pero en los últimos tiempos, especialmente en América Latina, esa relación parece más tensa que nunca. Una tendencia que con la pandemia se ha acrecentado.
Los ataques sistemáticos por parte de los políticos, el veto a medios no afines en las ruedas de prensa oficiales, las denuncias de periodistas que se ven señalados con nombre y apellido, así como el uso de la publicidad institucional como forma de premiar o castigar a la prensa y el espionaje y la persecución a periodistas son prácticas cada vez más habituales. Y no ya solo en Cuba, Nicaragua o Venezuela, sino en prácticamente todos los países.
«El ambiente de hostilidad contra la prensa y los periodistas en América Latina se ha intensificado desde hace un par de años», explica Artur Romeu, desde la oficina de Reporteros sin Fronteras en Río de Janeiro, a DW. Un hostigamiento amplificado por las redes sociales e «impulsado por grupos políticos que utilizan un discurso de estigmatización y las fake news para destruir la credibilidad del periodismo y de toda crítica».
De norte a sur, en países grandes o pequeños
Casos se pueden encontrar en Brasil, como el de Patricia Campos Mello, que destapó el origen de una campaña de mensajes masivos en apoyo al entonces candidato Bolsonaro, pero también casi en cada país. Desde Argentina, como el de Luis Majul, que ha denunciado una campaña de asedio orquestada, según él, desde el kirchnerismo, o el espionaje ilegal de centenas de periodistas por parte del gobierno anterior de Mauricio Macri, hasta El Salvador, donde se ha recurrido incluso a denuncias falsas de acoso sexual contra reporteros incómodos para el poder.
Allí, El Faro publicó recientemente un editorial con el significativo título ‘Bukele amenaza al periodismo’, que es casi un catálogo de todo lo que un gobierno puede hacer para presionar a la prensa. «En El Faro hemos enfrentado antes situaciones de amenazas y campañas de acoso. Lo que es distinto en esta ocasión es que estamos frente a un presidente que están superando todos los límites», explica José Luis Sanz, director de este prestigioso medio de periodismo de investigación salvadoreño.
La «amenaza latente» y el «clima de miedo» que genera un gobierno «arbitrario» como el del presidente salvadoreño obliga a los periodistas como Sanz «a tomar extremas medidas de seguridad» en sus comunicaciones, desplazamientos e instalaciones… «a pesar de ser un medio muy pequeño». La incertidumbre y la inseguridad jurídica afectan, sin duda, a su día a día: «El equipo es muy consciente de nuestra misión profesional como periodistas, pero, lógicamente, logran que tu trabajo sea más lento, que tengas mucho más cuidado protegiendo a las fuentes, y que trabajes con mucha preocupación por el futuro».
Sin embargo, al menos en su caso, no logran amedrentarlos. A pesar de que intenten implantar esta idea de que «no existen principios, sino que lo que hay son causas, y tú tienes que elegir de qué lado estás», en realidad «la motivación se refuerza, porque quienes creemos que el periodismo tiene que fiscalizar al poder creemos que nuestra tarea es, por desgracia, más necesaria que nunca».
Una estrategia metódica y consciente
«Estamos monitoreando el discurso público del presidente Bolsonaro y su círculo más cercano, y de media, cada tres días lanza ataques contra la prensa», explica Romeu, coordinador de asistencia a periodistas para Latinoamérica de Reporteros sin Fronteras. «Es interesante porque se ve que no son ataques aislados, sin intención, sino que detrás de ese tipo de hostigamiento hay un método que tiene que ver con la construcción de un enemigo para restar credibilidad a las críticas», concluye.
Estudios similares se han hecho en México, donde la revista Proceso contabilizaba en un artículo los ataques del presidente López Obrador contra el empresariado o las voces críticas entre la prensa. O en el propio El Salvador, donde la Asociación de Periodistas registró hasta 61 ataques directos a la prensa desde que Bukele asumió el poder.
¿Qué hacer para que cesen los ataques?
Estos ataques se han generalizado siguiendo la estela del éxito electoral de Donald Trump en Estados Unidos. Parece que es una estrategia que funciona para obtener el apoyo de los votantes. Pero si estos se dieran cuenta de que los políticos atacan a la prensa para tratar de ejercer control sobre ellos y sobre sus opiniones, empezarían a interpretar esos ataques como ataques contra su propia libertad de opinión y de acceso a la información, y no como meros ataques a periodistas.
Como medidas concretas, Romeu apuesta, primero, por exigir a los políticos que cumplan su deber de prevención de delitos contra la prensa absteniéndose de hacer ataques contra la libertad de expresión y defendiéndola sin ambages cuando estos se producen. Y, en segundo lugar, por promover la «alfabetización mediática»: «Sensibilizar a la sociedad, desde las escuelas, pero también en otros espacios, sobre cómo utilizar los medios, las redes sociales, cómo interpretar los medios…». Quizá incluso a Trump, esta vez, deje de funcionarle electoralmente la estrategia de atacar a la prensa.