Vitamina N

Buena parte del patrimonio de fauna, flora y paisajes, que hacen de Colombia un país privilegiado en materia de recursos naturales, está concentrado en los 20,7 millones de ha que suman el total de áreas protegidas administradas por Parques Nacionales Naturales (PNN), entidad que trabaja con las uñas en la promoción y ejecución de estrategias para impulsar su conservación.

El empeño del Gobierno, comprometido en avanzar en las metas de la Agenda 2020 de desarrollo sostenible, está en asegurar la implementación de políticas de conservación de la biodiversidad, sin restarles posibilidades a proyectos con potencial competitivo, como es el caso del ecoturismo, cuyos intereses se integran a los atractivos que ofrecen dichos territorios. La naturaleza forma parte del imaginario popular como escenario de contemplación y remanso de paz y tranquilidad.

En Colombia existen 59 áreas protegidas, de las cuales 30 tienen vocación ecoturística, pero solo 23 están abiertas para prestar este servicio, a través de actividades de esparcimiento que van desde el avistamiento de aves y ballenas, hasta buceo, espeleología, senderismo, escalada y alta montaña. Su enfoque está dirigido a crear conciencia sobre su valor ambiental, bajo un concepto de modalidad turística especializada y sostenible.

En varios países el ecoturismo resulta ser un aliado estratégico para salvaguardar la estructura ecológica y, de paso, para transformarla en opción de ingresos con retornos económicos para su mantenimiento y para elevar las condiciones de vida de las comunidades aledañas. Ejemplos exitosos de la región, gracias a la aplicación de planes de manejo y zonificación, se acaban de exponer en el Foro Internacional sobre Gestión de Ecoturismo en Áreas Ambientales Estratégicas, organizado por Parques Nacionales Naturales en el Jardín Botánico de Bogotá.

Mientras en ciertos destinos el ecoturismo perfila un nivel de crecimiento por encima del turismo convencional, en Colombia despunta y se proyecta como inmejorable posibilidad para armonizar la riqueza ambiental y cultural con el desarrollo económico y social. El país ya empaqueta propuestas de interés, canalizadas bajo el sistema de concesiones, que empieza a mostrar positivos resultados en distintos frentes.

El ecoturismo planificado irriga beneficios a los operadores y a las comunidades locales y regionales; plantea eficiencia en los servicios y estimula la competitividad, pero también minimiza el deterioro ambiental, garantiza la conservación de otros servicios ecosistémicos y construye conciencia entre los visitantes sobre la necesidad de valorar las áreas protegidas con criterio educativo y recreativo.

Desde el inicio de la década, el incremento de visitantes a las áreas protegidas del país dio un salto considerable. De 682.000 turistas registrados en 2010, la vara se elevó a 1’654.000 en 2017. El salto a la barrera del millón de ingresos se produjo en 2016, y durante el primer semestre de este año la tendencia mantuvo el alza, con un registro de 940.000 turistas, 16% más que los recibidos durante el mismo período de 2017.

Si el Acuerdo de Paz con las Farc supera las inquietantes incertidumbres actuales y las negociaciones con el Eln toman vuelo, el posconflicto daría una oportunidad histórica para llevar presencia estatal e inversión privada a los parques degradados por el conflicto interno. Su recuperación, liberándolos de las amenazas de la ilegalidad y visibilizándolos con ofertas ecoturísticas para aliviar, de paso, las condiciones de vida de millares de campesinos y reinsertados, requiere de firme voluntad política.

Un paso prioritario será optimizar la labor de PNN apostándole a su fortalecimiento institucional. La precariedad de su presupuesto le reduce posibilidades de financiación en acciones de vigilancia y saneamiento de predios, restauración, construcción y mantenimiento, y afecta el trabajo que debe adelantarse para acercar a las comunidades.

Las áreas naturales son un patrimonio invaluable de la nación que merece visitarse y conocerse, no solo con el pretexto del disfrute personal, sino para generar ingresos en las economías locales y producir desarrollo sostenible. Recetar Naturaleza –como lo plantea la campaña institucional– es recetar vida para estos antiguos territorios de violencia. La cura está, entonces, en prescribir, a través del turismo, dosis suficientes de la llamada Vitamina N, de Naturaleza.

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