La noticia nos llenó de indignación y le dio la vuelta al mundo: un joven de la alta sociedad bogotana violó y asesinó a una niña indígena de siete años.
Por: Hernando Gómez Buendía
La actuación del presunto criminal resulta incomprensible, y las reacciones de la gente y de los dirigentes nos remiten a cuestiones muy profundas acerca de qué es un ser humano… y acerca del país donde vivimos.
El único aspecto comprensible de este suceso atroz fue la indignación que todos sentimos. La violación-asesinato de Yuliana fue una bofetada a casi todos los valores primitivos y esenciales de la especie humana —los tabúes, el sexo, la niñez, el honor, la familia, el poder, la indefensión…—. Este crimen es una afrenta personal a cada uno de nosotros y el sentir rabia es el modo natural, diría que automático, de reafirmarnos como seres humanos.
Pero por eso mismo la indignación es parte del suceso, y como tal no necesariamente ayuda a comprenderlo… ni a remediar el daño. Así es que quedan solo las cuestiones profundas que han debido salir a la luz en este caso:
—La cuestión insoluble de la responsabilidad penal. ¿Será que el criminal actuó de modo deliberado y libre como exige la ley, o será que la misma atrocidad de su conducta indica que en efecto ese acto no fue “libre”? Pues cada vez que se condena —o que se absuelve— a alguien por cualquier delito, el Estado en nombre de nosotros está haciendo un juicio que nadie más que un dios podría formular.
—La cuestión complicada de la prevención. Apellidos distinguidos, educación de elite, inexistencia de antecedentes penales, secuestro a la luz del día, captura-entrega sin mucha planeación…Este crimen no se le puede achacar a la pobreza, ni a la mala educación, ni al descuido de la víctima o de las autoridades. No cabe en los modelos de prevención “social” o “situacional” del delito.
Lo cual remite a una doble y difícil tarea para cualquier sociedad. La de admitir su impotencia: hay crímenes que no se pueden prevenir. Y la de aprender a razonar desde la lógica estadística: las políticas públicas deben basarse en probabilidades, no en hechos particulares, por llamativos o escandalosos que sean.
—La cuestión asociada —y acuciante— de para qué es la política. Como muestra el debate sobre parejas gay, aquí y en todo el mundo la política no se limita a resolver problemas sino a expresar valores o emociones y a reafirmar la superioridad moral de unos sobre otros. Pues este crimen atroz fue un motivo perfecto para ejercer en Colombia esta forma de política simbólica.
—La cuestión indecorosa del político. Discursos del presidente y del alcalde, amenazas del fiscal, llamado a la reforma constitucional, proyectos de ley, pena de muerte, cadena perpetua, castración química… Explosión previsible de la política simbólica, pero también del populismo punitivo que todo lo confunde y no resuelve nada.
—La cuestión lamentable de los periodistas que simplemente actuaron como buitres.
—Y la cuestión moral de un país indignado que reclama el castigo implacable para este crimen repulsivo al mismo tiempo que encubre, o que ignora o que perdona las violaciones y los asesinatos de otras muchas Yulianas en esta noche triste que es la historia de Colombia.
*Director de la revista digital Razón Pública.