La acrobacia aérea o vuelo acrobático es un deporte internacional que contempla varias categorías de exigencia de acuerdo con la experiencia de los pilotos y el grado de dificultad de las rutinas. La escala empieza desde la elemental, para graduados, y termina en la ilimitada, exclusiva para verdaderos pájaros voladores con alto nivel de pericia y destreza. Sus orígenes se remontan hacia la primavera de los años 90, cuando se formalizó con el primer campeonato del mundo en la ya desaparecida Checoslovaquia.
Los campeonatos mundiales se alternan con los europeos y estadounidenses y causan furor por la rigurosidad y precisión de los ejercicios acrobáticos. Pero, sin duda, el evento más competitivo, en donde se combina acrobacia con velocidad, se realiza desde 2003, cuando prendió motores el Red Bull Air Race World Series, espectacular circuito aéreo de tres kilómetros de área, que transformó la actividad en un showvistoso y de alto impacto.
La Red Bull recoge a 15 de los mejores pilotos de avión de carreras del mundo en un original desafío, en el que las pequeñas aeronaves se desplazan a ras de tierra o de mar —según la clase de circuito—, con velocidades cercanas a los 370 kilómetros por hora, mientras sortean pilonas infladas de 25 metros de altura. Sobrevuelan con maniobrabilidad extrema, zigzagueando entre los obstáculos para franquearlos limpiamente, en una deslumbrante demostración de habilidades de los avezados pilotos, que replican en esta prueba la versión aérea de la exclusiva Fórmula Uno del automovilismo.
Se aparta del tradicional espectáculo de enfilar aviones para enlazar figuras exactas en sugestivas coreografías. Es una competición de alto riesgo en la que no hay lugar al error o a la confusión y que usualmente resuelve sus clasificaciones en décimas e incluso centésimas de segundo. Este circuito de gladiadores desafía la gravedad y roza la superficie del suelo con velocidad de flecha en vuelos artísticamente agresivos.
El fin de semana concluyó en Austria la antepenúltima ronda del particular evento, en el que Martin Sonka, un expiloto de caza de la Fuerza Aérea de la República Checa, salió victorioso ante una expectante asistencia. La prueba estelar se cumplirá en Indianápolis y el portentoso final se celebrará en Texas a mediados de noviembre, para elegir al sucesor del actual monarca, triunfador en 2017, el japonés Yoshihide Muroya, un veterano piloto de acrobacias.
Actividades como estas hacen que la aviación adquiera una atractiva faceta lúdica y festiva que le abre paso a un desbordado frenesí de emociones y adrenalina. El vuelo acrobático es una práctica que exige condiciones especiales de valor, capacidad física, disciplina, habilidad, destreza y competitividad; y enseña cómo traspasar límites y tomar decisiones milimétricas ante situaciones complejas. Para los pilotos, a quienes se les premia su perfecta sincronía con los aviones, es un sentimiento y una necesidad convertida en una adictiva pero indulgente droga.
La modalidad deportiva se impone entre las naciones más industrializadas, especialmente aquellas que aprovecharon las guerras mundiales para fortalecer su cuerpo militar e innovar su industria aeronáutica. Pega fuerte en Estados Unidos, Canadá, Japón y varios países europeos, en particular Francia e Inglaterra, donde existe una arraigada cultura aeronáutica y se inculca su importancia tanto en el segmento civil como militar. Allí la aviación dejó de ser un simple servicio de transporte y se integra a la cotidianidad como industria, pero también como disciplina deportiva gracias a una avanzada tecnología que les permite medir la capacidad de bólidos y pilotos en pruebas donde se juega el orgullo nacional.
En Latinoamérica, con excepción de Brasil, la escasa cultura aeronáutica aleja a los países del mapa global del sector. En el caso colombiano, la baja conciencia sobre su valor estratégico y su débil peso social y mediático alejan sus posibilidades de crecimiento. Algún día habrá que impulsarlo, crear afición e incluirlo dentro del promisorio palmarés deportivo. Por ahora tenemos madera. Una miríada de pilotos expertos y corajudos que han aprendido de las lecciones del conflicto armado en medio de una desafiante topografía, a la que solo le faltarían pequeñas dosis de Red Bull para coger alas, como reza la propaganda.