29 febrero 2020 –
Por: The New York Times –
Por mucho tiempo el periodismo escrito estuvo libre de la lógica del rating. Eso cambió en los últimos años. Para entender la crisis del periodismo basta ver las listas de las notas “más leídas”.
MADRID — El chiste es malo, pero debo confesar que lo he repetido un par de veces. Un periodista me pregunta —me lo preguntan a menudo— qué le diría a un joven que quiere ser periodista y yo le contesto que mire la lista: “Que mire la lista de las noticias más leídas de cualquier diario”. Quizá valga la pena hacerlo; hoy, por ejemplo.
Durante toda su historia, el periodismo escrito estuvo libre de la lógica del rating —que roía las entrañas de la tele y la radio—. Un editor o director o jefe de redacción publicaban un diario y el diario se vendía más o menos y ellos suponían: quizás era por esa nota sobre el nuevo de Boca o la investigación de esa mentira del ministro o esa foto en la tapa o la serie sobre actrices rubias o el suplemento de cocina y baño. No sabían —no tenían forma de saber—; creían. En cambio ahora, desde hace muy poco, saben con una precisión disparatada.
Las redacciones de los diarios, transformados en medios digitales, tienen pantallas donde los jefes pueden seguir al segundo —al segundo— la cantidad de personas que cliquea cada artículo. Lo cual, por un lado, suele hacer que “suban” los más cliqueados a los sectores más mirados de sus diarios, así se cliquean un poco más, y, sobre todo, que intenten producir más notas semejantes; así, imaginan, van a tener más lectores, más clics, más éxito, más plata. O sea que esas listas, modositas, comedidas, tienen un peso decisivo en la elaboración de nuestros diarios. Y, por otro lado, nos hablan de nosotros: quiénes somos, en la variante qué leemos.
Así que quizá valga la pena y hoy voy a intentarlo: quiero recuperar las listas de las noticias más leídas —o “más vistas”, según— de algunos de los diarios más leídos —o más vistos— de América Latina, para ver qué dicen de lectores y periodistas latinoamericanos. Lo hago este martes 25 de febrero a las 16 horas de Madrid, mañana o mediodía en América Latina. Quiero recordar que esta tarde el coronavirus parecía convertirse en una pandemia incontenible y las bolsas del mundo se derrumbaban por el miedo a los efectos de la enfermedad. Entonces, las noticias más leídas:
En Clarin.com de Argentina son:
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En Emol.com, el portal digital de El Mercurio chileno, son:
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En LaRepublica.pe de Perú son:
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En ElTiempo.com de Colombia son:
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Ni ElNacional.com ni ElUniversal.com de Venezuela tienen listas de más leídos.
En Nacion.com de Costa Rica son:
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En ElUniversal.com.mx de México son:
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En síntesis: las argentinas son todas —todas— historias de farándula, sus peleas y sus varias muertes; es, de lejos, la peor lista de la región. Las chilenas son dos faranduleras, una policial, una deportiva y una, sí, sobre la pandemia y sus eventuales efectos locales. Las peruanas son tres policiales duras, con sus videos saltones, un alud y un calendario que aparece en tantas páginas de internet. Las colombianas se ocupan —tres— del coronavirus; las otras dos son policiales. Entre las ticas dos son farándula —televisiva y deportiva—; dos son sociales y una política. Y las cinco mexicanas son policiales, aunque dos de ellas son poli-poli, política-policial o viceversa, ese género tan difundido últimamente.
Así que, sobre treinta noticias, once —más de un tercio— tratan de crímenes y nueve —casi un tercio— de lances de farándula, una sobre la economía. No hay una sola sobre un tema seriamente político, ni una sola sobre otros países o sobre los cambios sociales, ni un análisis, ni un reportaje, ni una investigación. Quiero decir: nada de todo lo que podría enorgullecer a un periodista.
Lo sospechaba pero quería verlo: esto es lo que hay. No es fácil. No querría ser el editor de un diario latinoamericano, sabiendo que mis lectores favorecen —¿esperan?— este tipo de notas. No quisiera ser un periodista latinoamericano, sabiendo que si hago este tipo de notas me va a ir mejor en mi carrera.
Pero el problema va más allá de orgullos y rezongos y conflictos. ¿De quién es la culpa si los lectores argentinos prefieren abrumadoramente leer sobre sus ancianas señoras del espectáculo y los chilenos sobre las jóvenes suyas? ¿De quién si los peruanos quieren sangre y genitalia? ¿De quién si ninguno elige esas notas de política nacional que, generalmente, son la tapa de los diarios que leen —y nos parecen, a menudo, lo importante de nuestros periódicos, de nuestro periodismo? Para quién canto yo entonces, se preguntaba una y otra vez Charly García, y es fácil echar culpas a nuestras sociedades cada vez menos educadas, más entontecidas. Es fácil y suena injusto pero no se me ocurren muchas otras opciones. Se puede, si acaso, preguntarnos qué responsabilidad tienen los medios en esa decadencia.
Por momentos parece claro que la famosa crisis del periodismo es, antes que nada, con perdón, la crisis de sus lectores. Lo que se ve al leer las listas de las noticias más leídas en nuestros diarios más leídos es que hay una distancia abismal entre lo que los periodistas solemos creer sobre nuestro trabajo y lo que muchos lectores esperan de él. Y supongo que hay que resolver esa distancia: acortarla, digo, de algún modo.
La primera tentación de muchos editores es acercarse a la demanda de sus lectores. Al fin y al cabo, trabajan para ellos y en sus preferencias están los clics y el dinero consiguiente. La tentación, entonces, de llenar nuestros diarios de notas cada vez más chabacanas o más sangrientas o más peloteras para seducir a su público. La otra elección es ignorarlo.
Alguna vez se dijo que hacer periodismo es contar lo que alguien no quiere que se sepa; en tiempos como estos se puede suponer que hacer periodismo es contar lo que muchos no quieren saber. Trabajar, de algún modo, contra el público: contra la demanda que estas listas muestran. Y ofrecerle lo que creemos que importa, lo que años de aprendizajes y experiencias nos enseñaron que debíamos contar, y seguir creyendo que algún día empezarán a valorarlo. Y, si no, al menos habremos hecho lo que creíamos que teníamos que hacer.
Aunque siempre queda la posibilidad de averiguar qué cenó Susana Giménez.