NOTAS AL VUELO
Por: Gonzalo Silva Rivas, Socio CPB
A raíz de la competencia real que desató el proceso de liberalización del transporte aéreo han salido del mercado algunas de las grandes aerolíneas que en el siglo pasado fueron carta de presentación de sus países alrededor del mundo. Sucedió con Pan Am, Swissair, Viasa, Mexicana y AeroPerú, que cayeron en bancarrota, o con Air France, KLM, American, Iberia y British Airways que se fusionaron para sobrevivir. Avianca, la de estas tierras, sostiene airosa el vuelo, después de bailar varios años en la cuerda floja.
La crisis de las llamadas aerolíneas bandera, acostumbradas al viejo sistema de regular la oferta y fijar los precios, sigue tocando puertas. Por estos tiempos, Alitalia, la compañía insignia de Italia, se encuentra en quiebra y arrastra un futuro incierto, en tanto que Air France, una de las más reconocidas y legendarias compañías de aviación, no encuentra en la fusión con la holandesa KLM la tabla salvadora que la proteja de las fuertes turbulencias financieras y laborares que sacuden, con alto nivel de riesgo, su estructura empresarial.
Desde que Air France y KLM sumaron esfuerzos en 2003 para asumir, al lado de su mayor competidor, Lufthansa, el liderazgo aéreo de Europa, la aerolínea francesa no enfrentaba un escenario tan azaroso como el que vive hoy en día. Tras una dulce luna de miel que se extendió durante un quinquenio, en 2008 empezó a registrar sus primeras pérdidas –por más de US$1.100 millones– y a recorrer una trayectoria de sobresaltos e incertidumbres que la conducen por un horizonte encapotado.
El panorama laboral que enfrenta es igualmente borrascoso. La empresa recortó 9.000 empleos, tiene congelados los salarios de sus trabajadores desde hace siete años y sufre una recurrente pero, quizás, consecuente cascada de paros que se ha vuelto cíclica y reduce aún más sus bajas posibilidades de maniobra. El último cese parcial de actividades se vivió la semana pasada y parecería que hace tocar fondo con la renuncia de su presidente, Jean-Marc Janaillac, debido al revés sufrido, cuando los empleados, en consulta pública, le derrotaron una restringida propuesta salarial para los próximos cinco años. Su retiro dejó sin un interlocutor directo a la compañía, dilata las conversaciones y ahonda la incertidumbre.
El grupo empresarial, en el que el Estado francés detenta un paquete minoritario de acciones del 14%, flaquea en los distintos frentes. A la vez que la implementación de sus estrategias para reducir costos y ganar productividad peca por ineficacia, su nivel de competitividad se reduce drásticamente como consecuencia del vertiginoso envejecimiento de su flota y de las dificultades para conquistar mercados estratégicos. Todo ello lleva a una situación preocupante, reflejada en cuentas financieras tachadas con rojo.
Air France, una reconocida compañía fundada en 1933, ha sido la emblemática embajadora de Francia por los cielos del mundo desde su estatización, en 1946. Su nombre ha estado vinculado con grandes avances de la aviación. Hizo parte de la fundación de la SITA (Société Internationale de Télécommunications Aéronautiques), proveedora de servicios tecnológicos a empresas de la industria aeronáutica. Y, junto con British Airways, marcó historia con la operación comercial del majestuoso Concorde, aquel colosal avión de velocidad supersónica que durante sus 24 años de servicio, en la última mitad del siglo pasado, conmocionó la aviación y fue elevado a maravilla de la ingeniería aeronáutica.
La liberalización de la industria aérea, hace unas cuatro décadas, cambió las reglas de juego del mercado, y la competencia desatada obligó al forzoso y definitivo aterrizaje de la mayor parte de las populares compañías bandera de entonces, que gozaban de la protección de sus Estados. La suerte les fue cambiando. En el caso de Air France, el Gobierno le cerró la llave de privilegios y anuncia que no asumirá sus nuevas deudas. Entre tanto, la compañía vuela en caída libre y su acéfala directiva es enfática: advierte a los trabajadores que no hay recursos y que la única manera de evitar su desaparición es manteniendo el cinturón abrochado.
Esta opinión es responsabilidad única del autor, y no compromete al Círculo de Periodistas de Bogotá.