“Por petición unánime de los asistentes presidió provisionalmente la sesión la señorita Emilia Pardo Umaña, quien la declaró oficialmente abierta”. Así quedó registrado el comienzo de la reunión de un grupo de periodistas, celebrada 11 de febrero de 1945, para fundar el Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB).
El 20 de febrero de 1946, el Ministerio de Gobierno le otorgó la personería jurídica al CPB, mediante resolución que dice en su parte inicial: “Vista la solicitud elevada a este Ministerio por conducto del Ministerio del Trabajo, Higiene y Previsión Social por los señores Enrique Santos Castillo, Álvaro Gómez Hurtado, José Salgar, Oliverio Perry, Eduardo Zalamea Borda, Emilia Pardo Umaña, Luis Camacho, Manuel Rafael Jiménez y otros…”
Estos dos documentos dan cuenta de la importancia de Emilia Pardo Umaña en su época. La que no se limitaba por ser una de las pocas mujeres que trabajaban en la prensa, sino porque era una columnista reconocida, una periodista con influencia, una comunicadora a la que se respetaba y se leía todos los días, porque, casi siempre, o se estaba a favor o en contra de lo que expresaba de manera clara y precisa. Y nadie quería quedar al margen de las discusiones que generaba.
Su primer trabajo
Un día de 1934, Emilia Pardo Umaña llegó al vespertino liberal El Espectador y fue contratada como periodista de planta, para hacer la página de ‘Vida Social’, convirtiéndose en la primera mujer en trabajar en la redacción de un periódico. Escaló posiciones por su forma de escribir y por las fuentes privilegiadas que manejaba. Tal vez por eso, cuando se reunieron notables periodistas y familiares de dueños de periódicos a fundar la primera organización gremial de la prensa escrita bogotana, ella fue convocada y tratada con gran deferencia.
Como lo fue durante toda su carrera. El Espectador, el diario más antiguo del país, por ejemplo, al celebrar sus cincuenta años hizo publicidad de ser el único medio escrito que tenía a una mujer en su planta de redacción.
Casi nadie creía, incluidos sus padres, que esa señorita de rancia estirpe bogotana, soltera, de 27 años, enfermera de profesión, podría hacerse a un nombre en una prensa partidista, como en ninguna otra época, en la que sus dueños, sus columnistas y sus redactores eran políticos de profesión, escritores de tradición y jóvenes osados dedicados día y noche a sus periódicos. La personalidad, inteligencia y consagración de Emilia Pardo Umaña demostraron a sus contradictores todo lo contrario. No solo logró brillar como reportera sino que, con gran ingenio creó personajes y los consolidó dándoles un perfil muy particular hasta colocarlos como referentes indispensables a sus lectores.
La Doctora Ki-Ki, cuya idea original no fue suya sino del consagrado Klim, pero que Emilia adoptó como si fuera su criatura, desarrollándola de forma tal que lectores y oyentes le consultaban todo tipo de situaciones, a las que ella respondía con agudo sentido común y desconcertante frialdad para que los abrumados lectores actuaran tal y como ella les indicaba. Este fue el primer consultorio sentimental de la prensa escrita y de la incipiente radio nacional.
‘Ruperta Cabezas’, columna en la que escribía y opinaba como una trabajadora doméstica, que no vacilaba en criticar el poder, a sus patronos y a las familias notables de la capital.
Fue la primera mujer en atreverse a escribir sobre toros y toreros de manera muy particular y con gran sapiencia por ser una aficionada de tradición. Su columna taurina fue también exitosa y una de las más influyentes en ese medio.
Fue reportera in situ. Es famoso su reportaje sobre las condiciones de vida de las prostitutas de Bogotá, cuando fue detenida por deambular al amanecer por una calle del centro y confundida como trabajadora de la noche. Confusión que no quiso aclarar para poder conocer ese mundo que, para la época, era misterioso.
Se ocupó también de los temas de la ciudad, como bogotana de pura cepa, que conocía y le dolía la capital, y no vaciló en escribir contra funcionarios venales e incapaces.
Trayectoria
Su primera casa periodística fue El Espectador, a donde llegó de casualidad. Una amiga le contó que en ese periódico estaban buscando una muchacha “avispada” para registrar la actividad social de la capital, de la que siempre se ha dicho era nula o muy aburrida. De ese encargo salió airosa. Sus ilustres apellidos Pardo, Umaña, Carrizosa, Camacho y Santamaría daban por sí solos innumerables notas de primeras comuniones, presentaciones en sociedad y, claro, defunciones. En esa época, los novios cuyos matrimonios no aparecían en las sociales seguían solteros y los nacimientos que no eran anunciados no se bautizaban. Su círculo de amigos fue fundamental para escribir esa página. De modo tal que todos los días debía desechar acontecimientos porque no le cabían. Pronto se aburrió de ese inventario que le parecía insustancial y que no le permitía expresarse a sus anchas.
Pero, cuando el jefe de redacción le encargó una pequeña nota sobre una colecta de los boys scouts para la navidad de ese año de 1934, la vio muy complicada. Años después, confesaría que le había costado mucho trabajo redactar dos párrafos y que los primeros intentos le habían salido “perfectamente cochinos”. Con el correr de los días fue mejorando su escritura. Se había enamorado de la profesión hasta volverse, como la mayoría de sus compañeros, una adicta a la noticia, que trabajaba diez horas sin parar, sin almorzar, y salía del periódico a tertuliar hasta el amanecer en los cafés de la zona, hablando siempre de la actualidad, comentando lo que ocurría y departiendo con sus colegas de tú a tú, quienes siempre la buscaban porque manejaba información confidencial y por esas carcajadas que calentaban las heladas noches bogotanas.
A los dos años de haberse iniciado en las lides periodísticas, el director, Luis Cano, le dio autorización para que escribiera una columna de opinión en su página de Vida Social, que firmó como Emilia, característica que mantuvo hasta el final de sus días en todos los medios escritos en los que trabajó. Sus comentarios tuvieron tanto éxito que su columna pasó a la página editorial, anuncio hecho en la primera página del periódico, y la relevaron de sus funciones como editora de sociales.
Conservadora por familia y por opción, Emilia Pardo Umaña gozó de absoluta libertad en El Espectador, pero un día, por allá en 1944, Luis Cano la conminó a abandonar su puesto porque todo el día se quejaba de los “liberales”, del gobierno y ensalzaba a sus copartidarios “godos”. No lo pensó dos veces. Escribió una extensa y sentida carta de despedida, publicada en el vespertino, agradeciéndoles a los Cano la oportunidad y dándoles el mérito de que era una periodista reconocida y leída gracias a ellos. Columnistas como Klim y Ulises, así como sus colegas, hicieron también sendas columnas lamentando su partida y esperando que regresara rápidamente.
No acababa de empacar sus corotos cuando estaba trabajando en El Siglo y su llegada se anunciaba en primera página, con una nota en la que se resaltaban sus cualidades como escritora de la cotidianidad con un estilo original y coloquial. Se hacía énfasis en que no cubriría política sino temas cotidianos. Aunque estaba entre sus copartidarios, no duraría mucho tiempo en el periódico de Laureano Gómez.
Un asilo en la Embajada de Ecuador y un exilio, de unos meses a ese país, por motivos políticos, en compañía de cuatro periodistas y del propio director, Laureano Gómez, la retiraron de la sala de redacción de El Siglo, pero cubrió, con pelos y señales, estos dos acontecimientos en columnas que son unas deliciosas crónicas de vida. A su regreso de Ecuador, en noviembre de 1944, fue detenida, conducida a las instalaciones militares de Muzu y llevada a un sumario consejo verbal de guerra. El primer consejo a una mujer en el país, en el siglo XX, del que salió declarada inocente dos días después. Sus crónicas en El Siglo y las de sus compañeros en los otros periódicos de la capital dan cuenta de este hecho.
Volvió a su periódico, pero ya las cosas no fueron iguales. El país entraba de lleno en la Violencia, y el sectarismo de la prensa conservadora y liberal fue virulento. En ese ambiente polarizado, el talante liberal de Emilia Pardo Umaña salió a flote. Se quejaba con sus compañeros de la manera como registraban los asesinatos de los conservadores y el silencio ante los de los liberales. Escribió, cuando pudo, sobre esta situación. Esta actitud irritó a su jefe, quien le dijo que parecía que estaba en el lugar equivocado. De nuevo Emilia no lo pensó dos veces y se fue a trabajar a EL TIEMPO. Su llegada también fue anunciada en primera página.
Al poco tiempo, Emilia emigró a Europa y se convirtió en corresponsal de este periódico en Francia y en España.
Volvió en los años 50 y trabajó en El Mercurio mientras EL TIEMPO estuvo cerrado. Su influencia como una de las columnistas más leídas disminuyó un poco, aunque fue siempre una de las plumas más leídas. Sus reportajes ocuparon primera página y notable extensión. Escribió de todo y sobre todo.
Una muerte prematura la sorprendió en diciembre de 1961 en su apartamento del centro de Bogotá.
La trayectoria de Emilia Pardo Umaña, sin embargo, fue clandestina durante un período. Por unos pocos años se conmemoró su muerte y se recordó su legado. Luego, su nombre desapareció y su huella se borró de las páginas de la historia del periodismo nacional. En muchas antologías no aparece. Hasta 1976, cuando Daniel Samper Pizano la incluyó en Antología de grandes reportajes colombianos.
En los años 80 volvió a tomar fuerza. Tesis de grado en las facultades de periodismo de Bogotá y Medellín reivindicaban su historia, le devolvían el lustre a su carrera. Se señalaba a Emilia Pardo Umaña como la primera periodista y como una de las más innovadoras y amenas escritoras de la prensa nacional.
Emilia Pardo Umaña no solo trabajó en prensa. Hizo incursiones en radio con su consultorio sentimental y en la HJCK, con columnas y en el radioteatro, a pesar de que tenía una dicción enredada.
Escribió una novela que tituló Muerte en la Legación, sobre un crimen en la embajada de Colombia en España, que ya no se consigue sino escondida en las bibliotecas de familias muy bogotanas.
La lectura de sus columnas, su voz, su libro, su historia son fascinantes no solo por la época en que vivió sino por la fuerza y originalidad que le imprimió a toda su actividad.
Cada día, Emilia Pardo Umaña cobra más vigencia. Impuso un estilo que no es fácil de imitar y logró, no obstante su estirpe conservadora, trabajar en la prensa liberal. Logró también que le reconocieran su talento en un medio en el que las mujeres estaban conminadas a ser monjas, maestras o esposas abnegadas. Y ella siempre se resistió al clero, al magisterio y al matrimonio.
La autora de esta nota lleva años investigando la vida de Emilia Pardo Umaña y escribió una breve biografía, bajo el título de La señorita Emilia, que concursó en el pasado Premio de Periodismo Simón Bolívar. Sin éxito alguno.