Las obstinaciones del miedo

29 febrero 2020 –

Por: Arturo Guerrero –

El miedo suele venir encadenado. Cada día trae su cuota renovada de miedo y esta cuota se enlaza con la de antier. La de mañana se emparejará con idéntica fidelidad a las dos anteriores. Y así, hasta la consumación final en el infierno.

Nuestro presente es fértil en rebrotes del miedo. Por momentos creímos que la guerrilla mayor se había por fin cansado de ser la principal fuente de miedo. Pero no, bastó un cambio de gobierno para que ahora no haya una sola Farc sino muchas. Las llaman disidencias y en dos parpadeos sus efectivos suman casi la mitad de los reclutados por la vieja insurrección.

La segunda guerrilla, experimentada en crecer, esconderse, reducirse al mínimo, para a continuación resurgir con más botas, anda desatada ejecutando paros ´nacionales´. Su miedo, así, abarca el territorio entero. Y se hace un solo miedo al lado de los que generan grupos con nombres de novela negra, los caparrapos, las águilas negras.

No hay mañana en que las noticias radiales no griten los centenares de desplazados en las antiguas zonas de desplazamiento, las decenas de amenazados con la sentencia de ser objetivos militares, los muertos graneados y bien seleccionados entre la gente más despierta.

La guerra, la guerrita, la guerrilla, se han repotenciado en año y medio. Sus furores volvieron a ser el surtidor inmarcesible de los miedos nacionales. Pero en los paréntesis en que merma el ruido de sus bocas de fuego, está a la orden la pavorosa crisis climática. Es cuando suben la voz los expertos para ilustrar cuánto nos perjudican los incendios de aquí y allá, los camiones chimenea, las minas con su mercurio.

En recientes tiempos el miedo vino de China. La palabra pandemia se queda chiquita para definir la peligrosidad del coronavirus, una infección con corona, la reina de las infecciones. Gota a gota este veneno ha esparcido su pánico por tres continentes.

Cómo será de incisivo el miedo, que hace olvidar por completo las pestes de los recientes años, cuyos efectos no pasaron de ser globos de alarma sin oxígeno. Sida, ébola, dengue, SARS, gripa H1N1, gripa aviaria, cada una con una denominación más abstrusa que la anterior y una vigencia que se llevó el viento.

Estos miedos de origen biológico surgen esporádicamente, ponen a temblar y a enmascararse a los humanos y se evaporan en una fecha que todos olvidan. Se trenzan con los miedos de origen político y militar –casi siempre asociados-, que son los preferidos en estos trópicos desiguales y matarifes.

“No hay mal que por pior no venga”, promulgó el fotógrafo de naturaleza colombiano Aldo Brando, en un rapto de crudeza muy colombiana. Tiene razón, los males profetizados por los primitivos videntes de la religión –limbo, purgatorio, infierno- apagaron sus calderas y a pocos espantan. Entonces han surgido los mencionados males “piores”.

Guerras, epidemias, Dirección de Impuestos, atracadores de puente peatonal, médicos con tiro al blanco, entrevistadores desgañitados, polemistas deportivos, el surtido de generadores del miedo es inagotable. Y da miedo pensar en los monstruos sustitutivos.