NOTAS AL VUELO
Por: Gonzalo Silva Rivas, Socio y Vicepresidente CPB
La singular cuna de Mahatma Gandhi es el séptimo país más extenso del planeta y una potencia demográfica y nuclear. La India tiene una superficie de 3’200.000 kilómetros cuadrados, por la que desfilan atractivos turísticos cargados de historia, que remontan al viajero por diferentes etapas de una rancia civilización, surgida 2.500 años antes de Cristo. Su biodiversidad marca un colorido mosaico de paisajes, un tapizado impactante que circunda maravillas naturales y culturales refundidas entre las enigmáticas alturas del Himalaya, al norte; la generosa vegetación tropical del sur, el pujante tablado industrial del este, o las privilegiadas playas occidentales sobre el mar Arábigo.
La propuesta turística brota por todos los poros de su territorio. Un recorrido irrenunciable debe hacerse por el llamado “Triángulo Dorado”, cuyos vórtices los conforman Nueva Delhi, Agra y Jaipur, tres ciudades con definidas particularidades. Nueva Delhi, centro del poder político y administrativo, es abrumadora, la más poblada del país y la quinta del mundo, con 28 millones de habitantes. Como las grandes urbes indias, es un caótico pero cálido hormiguero humano, donde el tráfico no respeta reglas, el sonido de las bocinas de los autos resulta una práctica común e incomprensible, las vacas —sagradas y por lo general famélicas— se toman las calles y deambulan sin afanes, y los monos se divierten en los parques públicos, saqueando de sus pertenencias a los transeúntes despistados.
Sin embargo, esta monstruosa capital sobrepasa las anécdotas cotidianas, las mezquitas, los monjes, los turbantes, los saris y los populares carruajes (tuk-tuk) de tres ruedas. Su amplio centro urbano refunde un colosal patrimonio arquitectónico, histórico y cultural, en el que se hallan enclavados templos hinduistas, palacios, añejas murallas, museos, mercados ambulantes, embajadas y lujosos hoteles y edificios comerciales. Dispone de vistosas avenidas, como la plácida Rajpath, el bulevar ceremonial que atraviesa la residencia presidencial y el estadio nacional para rematar en la India Gate, concurrido monumento de mármol negro que rinde homenaje a los soldados fallecidos en la Primera Guerra Mundial.
Su mayor atractivo es el imponente entramado de templos hinduistas de Swaminarayan, especie de parque temático religioso que deslumbra por su combinación de arquitectura india e hindú. La monumental obra fue construida en tiempo récord y puesta al servicio hace una década. Es lugar obligado para el turista por su diversidad de actividades y su concentrada atmósfera de espiritualidad y de cultura tradicional.
A un par de horas, por amplia carretera, se encuentra la pequeña ciudad de Agra, a orillas del Yamuna, principal afluente del Ganges, el río de aguas sagradas, en cuyas corrientes se sumergen millones de devotos en busca de la salvación. Allí se reverencia el Taj Mahal, la Corona de los Palacios, el más vistoso ejemplo de la arquitectura mongólica, declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad e incluido dentro de las “Siete Maravillas del Mundo”. Se trata de un hermoso y gigantesco mausoleo de mármol blanco, erigido a mediados del siglo XVII por el emperador musulmán Shah Jahan, fruto del amor por su esposa favorita, y por el que cada año se pasean diez millones de viajeros.
Jaipur, conocida como la Ciudad Rosa, por el color del estuco de las viviendas que simboliza la hospitalidad de sus gentes, es una pequeña localidad premoderna, que se destaca por la regulación de sus calles, la uniformidad de sus edificios y su complejo palaciego del Fuerte de Amber, al que se conecta a través de pasajes fortificados. Dentro del fascinante caleidoscopio de matices indio, esta emblemática población es una verdadera rareza por su monocromático diseño.
Dos destinos adicionales obligados son Varanasi y Mumbai. La primera, al sureste, en los bancos del Ganges, es una de las ciudades más antiguas del mundo y centro sagrado de peregrinación, con profundo hálito de espiritualidad. Mumbai, por su parte, es la segunda en población, con 22 millones de habitantes, y el puerto más importante del subcontinente. Se extiende sobre siete islas en el mar Arábigo, a dos horas en avión de Nueva Delhi, con la que conjuga sus mismos contrastes arquitectónicos y sociales, pero donde se acentúa esa paradójica mezcla de tugurios y rascacielos voluptuosos. En sus bulliciosos suburbios se descubren los artesanales estudios cinematográficos de Bollywood, una inmensa llanura de 521 acres, convertida hoy en día en la mayor industria cinematográfica del planeta y en lucrativa máquina para generar divisas, gracias a la producción anual de un millar de películas populares.
Detrás de su indescifrable telón de penurias y ostentaciones, este país complejo, heterogéneo, diverso y desigual es un envidiable remanso de paz, tolerancia y misticismo, ejemplo para el mundo. Para el turismo resulta, a todas luces, una apuesta seductora por su decorado de contrastes y esa formidable riqueza visual que se recrea con la calidez de sus mil colores.
Tomada: El Espectador
Esta opinión es responsabilidad única del autor, y no compromete al Círculo de Periodistas de Bogotá.