18 agosto 2020 –
Por:
– Razón Pública – Colombia –Periodistas amigos de las fuentes, directivos de medios con puestos en juntas directivas y otros problemas de ética periodística que explican la crisis.
La crisis
El silencio del gremio periodístico y de sus voces colectivas frente al aumento de las prácticas deficientes, las rutinas contaminadas y los malos ejemplos de propios y extraños hiere al ejercicio del periodismo en Colombia.
Bien sea por esa vieja manía del corporativismo, por una confusa interpretación de la libertad de expresión, o por la conveniencia y el amiguismo, hoy se imponen las voces de quienes al defender pretendidas formas de periodismo únicamente protegen su posición o su puesto.
Junto con ellos están quienes introducen cargas de profundidad para minar la credibilidad, confianza y ánimo de los reporteros y las audiencias, arrasando de paso con los principios que rigen y orientan el oficio desde hace décadas.
Hemos perdido los acuerdos fundamentales del periodismo sin advertirlo. Por eso y parafraseando simultáneamente a García Márquez y a Álvaro Gómez Hurtado, es el momento de recostar un taburete y debatir, antes de que lleguen los advenedizos que preconizan sobre lo que es y debe ser el periodismo para justificar sus carencias o sus excesos.
Habida cuenta de las malas experiencias, aquí no se trata de defender una escuela o una época en particular. En el pasado se debatió entre una prensa fundamentada en los fríos hechos y una partidista o ideológica, que bebió de los orígenes de la escuela europea y la llevó hasta el extremo, convirtiéndola en una prensa guerrerista o concubina de los poderes.
Ese dilema cedió paulatinamente hasta que se dejó de concebir al periodismo como un contrapoder y se pensó como otra ficha clave en la política, con los riesgos de supeditar la información que necesitan las audiencias al interés ideológico de quienes financian los medios, convirtiendo a los periodistas en agitadores y a los medios en esclavos de la mercadotecnia.
Actualmente los ‘periodistas’ personalizan sus contenidos, los medios emplean herramientas para facilitar su trabajo, aumentando sus ganancias, deteriorando su calidad y mezclando los roles sociales.
Personalización
Después del Plebiscito por la Paz muchos medios y periodistas convirtieron sus espacios en tribunas donde se mezclan la información, la opinión y la propaganda política, invocando el ya maltratado derecho a la libertad de expresión, que aparece confundido con tendencias partidistas, populistas o mesiánicas de las políticas extremas.
Como decía Miguel Ángel Bastenier, se autoproclaman “periodistas defensores de causas perdidas, pastores de almas, pedagogos de mentes y activistas sociales, sin que esos buenos sentimientos tengan nada que ver con el periodismo”.
Esa personalización crea problemas porque se basa en simpatías, percepciones, prejuicios y supuestos que no deben sobrepasar el umbral de lo privado, pero que al final afectan al periodista con el llamado síndrome del poseedor de la verdad.
Llamar periodismo a esa labor de estar a favor o en contra de caudillos, bancadas o gobernantes, es una patente de corso que se alimenta de la credibilidad, el prestigio y la supuesta inmunidad del oficio para maquillar las apariencias, en vez de para torcerle el cuello al cisne, como le recomendaba el recordado periodista José Salgar a Gabo, para que fuera más allá de las apariencias.
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Algunas prácticas mecanizadas y aprendidas eluden los hechos y las pruebas para darle lugar a los vicios legitimados. Entre aquellas prácticas resaltan:
- dar prioridad al periodismo de reacciones,
- presentar como un enemigo a vencer a las declaraciones que están en polos ideológicos opuestos,
- preferir las voces de los políticos más activos y afines con el sesgo editorial del medio, sobre las voces de los expertos, investigadores, académicos voceros de comunidades y minorías,
- abusar del periodismo de denuncia; y,
- preferir la disputa por la palabra y el debate agresivo y sin argumentos, tal como sucede en las redes sociales.
En primer lugar, el periodismo de reacciones es la opinión espontánea y fugaz sobre los acontecimientos, incluso antes de haberlos relatado a las audiencias, lo que contamina su percepción sobre la base de lo que dicen algunas figuras con agenda propia y a veces oculta.
Esa preferencia por las voces ajenas a veces denota falta de solidez en los argumentos propios y acaba exaltando versiones cambiantes, opiniones interesadas y modos de decir caprichosos, volátiles e irresponsables.
En segundo lugar, el dualismo ideológico alterna la condición de buenos y malos con el abuso de la adjetivación y las emociones, mediante una narrativa maniquea donde el periodista supone que él y su empresa forman parte de los primeros.
En tercer lugar, optar por los políticos con ideas afines a las del medio, en detrimento de las personas autorizadas es una práctica excluyente y ‘unifuentista’, ya que aquellos con el poder de decidir pueden aparecer en las franjas institucionales y revalidar sus elecciones en los medios informativos y en los programas de debate, donde encuentran un marcado tono machista y centralista.
Por su parte, como dice Alma Guillermoprieto, el periodismo de denuncia está basado en voces y acusaciones sin pruebas o sustento. Este se ubica tramposamente del lado más débil y en detrimento del trabajo de reportar e investigar, alude a las emociones de las audiencias, las cuales se sienten impelidas a convertirse en jurados y tomar partido en el tribunal mediático.
Por último, a la elección del lenguaje del odio sobre los argumentos se suma la falsa creencia de un nuevo escalafón fundamentado en medidas en desuso como el número de seguidores o de likes.
Con estas medidas se etiquetan como supuestos influenciadores a quienes aparentemente son más visibles, sin importar si sus contenidos tienen un alcance reducido, para después graduarlos de periodistas, aumentando la confusión entre las audiencias.
Facilismo
El mal llamado periodismo ciudadano se suma a esta serie de problemas. En este se les asignan a las audiencias sin preparación funciones reporteriles basadas en la instrumentalización del oficio, originando el facilismo y menoscabando el rigor, la formación y el trabajo responsable que debe acompañar al periodista, con el propósito de ampliar el marketing.
Otras veces son los mismos periodistas, que en ausencia de hechos y de trabajo reporteril, le venden el alma al demonio del clic y acuden al escándalo, al espectáculo, a la autovictimización o a los contenidos agresivos con tal de ganar vistas.
La fórmula mágica la replican los usuarios: virulencia, descalificación, violación de los derechos fundamentales o alusión al morbo citando a los personajes más controvertidos.
El uso indiscriminado de información dura, de opiniones y comentarios disfrazados de interpretación es otro factor que contribuye a la crisis del periodismo. Los jóvenes profesionales confunden la opinión privada expresada públicamente con el debate de temas de opinión de manera informada y sustentada. Eso explica su inclinación creciente por ser columnistas o analistas.
Papeles sociales
La excesiva cercanía de los periodistas con sus fuentes o con instancias de poder es un problema. Si bien es válido ganarse la confianza de quienes proveen la información, el riesgo de la distorsión aumenta cuando se pasa de una relación formal a una personal o privada.
El distanciamiento crítico es garantía de equilibrio en el quehacer y en el parecer periodísticos. Más aún si esa cercanía lleva o se da en contextos de relacionamiento familiar o sentimental.
Así como el periodismo le reclama a los funcionarios públicos la exposición de los conflictos de interés con el cargo que ocupan, asimismo, quienes informan u opinan tienen el deber moral de contarle a sus audiencias desde qué lugar hablan y qué vínculos tienen con los protagonistas de los temas a los que se refieren.
Lo mismo pasa con los relacionistas públicos o los asesores de los representantes del poder que simultáneamente ejercen el periodismo. No obstante, el faro ético recomienda evitar la puerta giratoria o por lo menos, la actuación simultánea en los dos frentes.
La lista de contaminantes se extiende a:
- la tensión entre el activismo y el equilibrio en el periodismo,
- la información fragmentada o compartimentada por sectores poblacionales,
- la asepsia extrema de cifras sin rostros o efectos, pero también la excesiva humanización que puede derivar en el sensacionalismo,
- la obnubilación por cercanía al poder; y
- la pauta o los porcentajes por ventas, como formas de pago o complementos salariales para reporteros, y en particular para los directivos de medios.
No les hace bien a los medios ni a los reporteros la usurpación de quienes con otros papeles sociales se creen tanto o más periodistas que los que se formaron para el oficio, y que además quieren sentar cátedra sobre cómo ejercerlo.
Pero tampoco es saludable para la democracia que los trabajadores de los medios, presos de la vanidad, el sectarismo, el oportunismo o el fanatismo, se sientan con la autoridad moral para fungir como activistas, jueces, políticos o relacionistas públicos.
Hace falta más periodismo de resistencia, como lo llama el académico Felipe Peña de Oliveira. Un periodismo que sea contrapoder, pero que también se oponga a la tiranía del periodismo de mercadotecnia, del clic y del escándalo, al periodismo servil y rápido.
Al fin y al cabo el periodismo no se trata de falsos heroísmos que suplanten a la justicia en todas sus acepciones. Como decía Bastenier, sería más que suficiente con que hiciera bien su trabajo.