NOTAS AL VUELO
Por: Gonzalo Silva Rivas, socio CPB
La huelga decretada por el principal sindicato de pilotos de Avianca se veía venir de tiempo atrás, como epílogo del fuerte pulso laboral que desde hace años sostienen la empresa y la Asociación Colombiana de Aviadores Civiles, Acdac. Las relaciones entre ambos bandos entraron en etapa conflictiva desde la pasada administración, luego del fracaso de varias rondas de negociaciones —con tribunales de arbitramento incluidos—, en torno a la definición de una convención colectiva presentada por estos últimos, y cuya dilación terminó en un cruce de denuncias penales y de acciones judiciales ante los altos tribunales.
La luna de miel que en 2004 permitió sacar a la compañía de su profunda crisis, cuando su nuevo propietario, Germán Efromovich, metió la mano y de paso el dinero para evitar su bancarrota, con el apoyo solidario de los trabajadores, se fue tornando amarga con el paso del tiempo. Las fuertes medidas de choque impuestas por Avianca le permitieron resurgir y consolidarse como una de las principales aerolíneas del continente, pero de igual manera fueron perturbando su panorama laboral, que desde entonces se ha visto alterado en un par de ocasiones.
Los pilotos agremiados en Acdac, algo menos de la mitad de los que integran la nómina de Avianca, pelean desde hace casi un quinquenio su propio pliego de peticiones, con el que buscan el retorno de beneficios a sus esfuerzos por contribuir a sacarla a flote de la ley de quiebras. En él se incluyen ciertas aspiraciones relacionadas con salarios, seguridad y mejoras de carácter laboral, a las que aceptaron renunciar y se han venido acumulando desde aquella época de vacas flacas, cuando era urgente apretar el cinturón financiero de la empresa.
Avianca dispuso manejar sus negociaciones con los trabajadores mediante la firma de pactos colectivos, distantes de las pretensiones de la Asociación. Puso en marcha una política de Planes Voluntarios de Servicios que fue acogida por la mayoría de los empleados, pero condujo a la deserción de pilotos sindicalizados en Acdac, quienes ante la falta de soluciones a su convención colectiva, y para aliviar la larga sequía en los resultados, se fueron plegando a los pactos.
Esta estrategia fue calificada de antisindical y denunciada por sus directivas ante el Ministerio de Trabajo, que determinó que la convención de la Acdac es un estatuto válido para regular las relaciones entre pilotos y empresa, y que su dilación vulnera el derecho de asociación sindical. La sentencia conmina a celebrar pactos y convenciones que regulen las condiciones laborales tanto para trabajadores no sindicalizados como para sindicalizados, y alerta sobre los riesgos de discriminación contra estos últimos y sobre la adopción de políticas que desestimulen el ingreso o la permanencia de trabajadores a los sindicatos.
Igual respuesta tuvo un fallo de la Corte Constitucional, en 2015, al considerar que la compañía utilizaba un pacto colectivo superior a la convención firmada con Acdac. Advirtió que ofrecer mejores prerrogativas salariales a quienes no estuvieran afiliados al sindicato o se retiraran de él violaba la ley y el derecho de asociación de los pilotos. La OIT, incluso, cuestionó los pactos colectivos por la inestabilidad que su práctica produce en las organizaciones sindicales.
El último intento de negociación de la convención —de los tres que suman sin que salga humo blanco— se inició a finales de agosto, con una mesa de arreglo directo que se levantó el 20 de septiembre, y que dio paso al gravoso cese de actividades que no solo afecta a la compañía, a los trabajadores y a los pasajeros, sino que tiene enormes repercusiones en diversas áreas de la economía, entre ellas el sector turístico.
Avianca es un admirable ejemplo empresarial para el país, con una larga trayectoria de servicio e innovación. En su momento más difícil, cuando nadie daba un peso por ella y se presumía que formaría parte de la larga lista de aerolíneas fracasadas y desaparecidas, la mano salvadora de Efromovich la sacó a flote, la puso en orden, le renovó la flota y le recobró su espacio en el mundo aéreo, catapultándola en poco tiempo como la segunda más importante de la región y en un orgulloso emblema de Colombia.
Las protestas laborales, paros y huelgas de aquellos tiempos caóticos que amenazaron con sepultarla y con minar la confianza de los usuarios son recuerdo umbroso que la empresa debe evitar que se reviva, mediante la irremediable armonización de sus conflictivas relaciones con un sector de sus trabajadores, sin darle alargues a su convención colectiva. La historia reciente demostró que lejos de la soberbia, la buena actitud con los pilotos fue garantía para su éxito, y será necesario contar con su apoyo para aterrizar pretensiones, que sin duda son excesivas, pero negociables.
Avianca deberá retomar la velocidad de la liebre y no el fatigoso ritmo de la operación tortuga, pues de lo contrario los pasajeros terminarán saltando en paracaídas a otras aerolíneas.
Tomada: EL ESPECTADOR
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