Valentía: cuando el periodismo es un acto de valor civil

27 abril 2020 –

Por: Luis Guillermo Restrepo – director de Opinión de El País Cali – 

A través de su vida, Gerardo Bedoya Borrero predicó con su ejemplo. Su trayectoria pública y el ejercicio del periodismo de opinión le sirvieron para demostrar que sí es posible destacar lo que hace posible vivir tranquilos, y cómo es de necesario enfrentar con decisión aquellos males que desmoralizan y destruyen las sociedades.

Gerardo Bedoya fue asesinado el 20 de marzo de 1997. En ese momento ocupaba el cargo de subdirector de Opinión de El País.

Nunca se conocieron la causa ni los autores materiales ni intelectuales de su muerte. Pero sabiendo la templanza de Bedoya Borrero y su inclaudicable vocación por denunciar a los corruptos, a los mafiosos y a todo aquel que le hiciera daño a la sociedad, es seguro que esas balas fueron disparadas por alguien a quien le incomodaban las denuncias de Gerardo.

Su mundo intelectual no tenía límites. Fue un devorador de la literatura, un poeta capaz de recordar todos los versos posibles y apasionado lector de la filosofía.

En esa insaciable necesidad de aprender y entender el pensamiento humano en todas sus facetas está la explicación de su personalidad, difícil sin duda, pero amplia y profunda.

Fue un apasionado de la historia y la política, a lo cual dedicó su trayectoria vital. Su formación de gran influencia conservadora lo llevó a participar como servidor público, en la Secretaría General de Bogotá, en la de Gobierno del Departamento del Valle, como encargado de negocios ante la hoy Unión Europea y como Representante a la Cámara.

Toda esa trayectoria, que completó como escritor y periodista, le formó una poderosa conciencia de servicio, la cual volcó en bien del periodismo que inició con algunos textos y columnas.

Y empezó a tener su desenlace cuando su maestro y amigo Álvaro Gómez Hurtado lo invitó a ser su director alterno en El Siglo. Fue su bautizo como periodista y allí debió enfrentar el secuestro de Gómez por el M-19 cuando los jefes de esa guerrilla pensaban que la importancia se adquiría secuestrando y matando la inteligencia.

Rodrigo Lloreda Caicedo lo trajo a El País para que dirigiera la opinión del diario. Esa tribuna consolidó en Gerardo su vocación como periodista y su compromiso con los principios que constituyen la civilización, con la defensa de esos valores que hacen posible superar la barbarie y el atraso que pretenden imponer quienes usan las dignidades públicas o privadas para corromper y las armas para amedrentar y arrodillar a las sociedades.

Su misión fue entonces enfrentar el desafío de la violencia, la corrupción y el abuso de poder que se presentó en Colombia y en especial en el Valle durante las décadas del 80 y del 90.

Sus armas eran la máquina de escribir, su inteligencia y su compromiso con la verdad. Su instrumento, los editoriales y las páginas de Opinión de El País, desde donde defendió hasta su muerte sus creencias, a Colombia y al Valle, de la depredación y la inmoralidad.

Nunca buscó un reconocimiento. Hablar con él era encontrar la fuerza y las razones necesarias para enfrentar esa oscura noche que transitamos entonces y aún nos hace daño. Era como tener un faro que permitía ver más allá del infierno que manipulaban con desfachatez la mezcla del narcotráfico y el poder político y del Estado puestos al servicio de la inmoralidad.

Eso se llama Valor Civil.

5 años trabajó en El País Gerardo Bedoya, como subdirector de Opinión.

Cuando a Gerardo Bedoya lo asesinaron, los autores de su crimen, aún desconocidos por la justicia formal pero bien conocidos por la opinión pública, pensaron que con su muerte y la de Álvaro Gómez tenían la impunidad que buscaban y podían actuar como a bien tuvieran.

No fue así, por fortuna para Colombia y para el Valle.

Desde El País, la lucha contra esos males continuó, y puede decirse que se ha superado el imperio del mal que en la primera década del presente siglo se abatió sobre nuestra región.

Es el legado de quien nos mostró el compromiso con la defensa de los valores que nos hacen libres y decentes. Aunque subsistieron vicios y aparecieron nuevas amenazas, el legado de Gerardo ha servido de guía para combatir lo que sigue siendo la peor amenaza contra todos nosotros, vallecaucanos y colombianos.