Por: Carlos Piñeros, socio CPB.
La multa de $ 800.000 por comprar una empanada callejera es buen ejemplo de la estulticia legalista que muchos pretendemos aplicar, como supuestos ciudadanos rigurosamente respetuosos del orden y la ley, basada en que ello cohonesta la ocupación del espacio público. Mera apariencia, pero vale ahondar en el origen del problema, en la búsqueda de correctivos.
El primer llamado a hacer respetar el espacio público es la policía. Si es así, ¿no es el primero a ser sancionado por incumplir su deber? ¿Y qué sanción se le aplica?
El segundo llamado a respetar el espacio es el vendedor. ¿Por qué no se lo llamó? ¿Por qué transferir la responsabilidad del policía y del vendedor a un tercero: el comprador?
El vendedor no ocupa el espacio público por capricho. Necesita sobrevivir y, ante la falta de empleo, genera su propio puesto de trabajo. Sin costo relativo para nadie. Genera, además, producción y consumo: estimula la economía. Mejora su ingreso y, con ello, su capacidad de gasto, la demanda, tras la cual también hay empleo.
¿Dónde queda el deber del Estado de velar por la educación y el trabajo de los asociados? ¿Quién y cómo sanciona al Estado por no cumplir su deber? El vendedor y el comprador de la empanada están supliendo la falencia laboral del Estado.
Sobre el respeto del espacio prima el derecho a la vida. Es lo que hace el vendedor: sobrevivir, cubriendo la irresponsabilidad del Estado. Y el comprador, por natural solidaridad con su conciudadano en esa condición de precariedad, ayuda a que la situación no sea peor: le ayuda a sobrevivir y, a la vez, atenúa la irresponsabilidad del Estado de no asegurar los planes de estudio y trabajo que le garanticen estos derechos a la comunidad.
Si la corruptela no tumbara tanto al erario, demostrando así su «amor de patria», con certeza habría recursos de sobra para planear y ejecutar la educación y el trabajo que una sociedad seria, organizada y responsable debe facilitar a la comunidad para salir del atraso.
Las soluciones están inventadas. Así lo prueban las naciones que han abandonado el subdesarrollo. ¿Por qué nosotros somos incapaces de hacerlo? Dos razones básicas: una, porque la mayor parte de los líderes nacionales que estudian y se forman en el exterior, regresan al país con el “amor de patria” animado para llenarse los bolsillos, no para importar conocimiento y actividades que estimen el progreso colectivo, y dos, porque así se mantiene nuestra precaria educación y, por eso, la gente no protesta para reclamar sus derechos.
Si no hay líderes con sentido de pertenencia patriótica que piensen y trabajen por el bien común, como prioridad, difícilmente podremos avanzar. Algo ayuda ahora internet, a los pocos inquietos por el conocimiento y no por el morbo y fotos y videos y babosadas que solo generan gasto y pérdida de tiempo.
El deseo de conocer los conduce a ver cómo otras naciones han tratado diversos problemas, de qué manera han salido de ellos; cómo se han desarrollado. Así obtienen información para reclamar el respeto de sus derechos aquí. Sin dejarse dividir entre izquierda y derecha, azul o rojo, blanco o negro. Protestar contra el atropello. Y reclamar soluciones. Soluciones.
Urge un plan de desarrollo a largo plazo: formar los ingenieros, agrónomos, arquitectos, economistas, en fin, que requiere el aprovechamiento de nuestras ventajas comparativas: país agrícola, industrial, maquila, cruce comercial internacional en la mitad de las américas, etc.
Parte de la corrupción está en el cambio de plancito cada cuatro años: no me gusta lo del gobierno anterior, luego hago el mío. No se construye sobre lo construido. Así la administración pasada haya hecho los mejores estudios para el Metro, yo contrato los míos, porque ahora soy el que gobierno y hago lo que se me dé la gana. Y repito los mismos gastos de otros gobiernos, sin necesidad, porque no hay quién me reclame. Por Dios, ¡no más estulticia.-