Este 17 de abril se cumplen seis años del fallecimiento del Premio Nobel de Literatura 1982.
Se conmemora la vida y obra del escritor, guionista, editor y periodista colombiano.
Creador del realismo mágico, máximo representante del boom latinoamericano, renovador de la literatura hispanoamericana de mediados del siglo XX, Gabriel García Márquez (1927-2014) se reafirma, pese a su ausencia, como el gran contador de historias noveladas.
Elena Poniatowska, su amiga “cronológica”, conoció el antes y el después del autor de Cien años de soledad (1967), obra que junto con el resto de su producción literaria le mereció a Gabo el Premio Nobel de Literatura en 1982: “Acabó con todo. Él se sentó sobre el mundo entero. Ningún libro de autoayuda ha logrado el cambio de hábitos y de fe en sí mismo como esta novela”, afirmó en 2015 durante un simposio dedicado a García Márquez en la Universidad de Austin Texas, en Estados Unidos.
En entrevista, la autora de La noche de Tlatelolco (1971) recordó con cariño a su amigo, a quien conoció durante su participación en el noticiero cinematográfico Tele Revista, conducido por el escritor y cineasta Manuel Barbachano.
“Lo quise mucho, fui su amiga. Lo conocí cuando empezó a trabajar con «Manolo» Barbachano en Tele Revista. Lo más importante es que (García Márquez) puso a todo el continente de América en el mapa del mundo, nadie lo había hecho hasta entonces. Bueno, había libros importantes sobre la situación de América Latina o lo que significaba, pero él fue el que logró este reconocimiento con Cien años de soledad.
“Es una presencia en el mundo que nos favorece mucho, que nos da gran alegría y que nos pone como seres excepcionales, como es la familia Buendía”, reconoció la escritora de origen francés y nacionalizada mexicana.
Para Poniatowska, el autor de obras memorables como El coronel no tiene quien le escriba (1961) y Crónica de una muerte anunciada (1981), no sufrió transformación ni personal ni literaria luego de recibir el Nobel: “Lo volví a ver después, ya con el Nobel y de que sus libros se empezaran a vender como locos en todos los países del mundo, y lo vi igual, ‘no se le subió’. Después de Cien años de soledad escribió la novela El amor en los tiempos del cólera (1985) y tampoco sufrió cambio alguno”, expresó la ganadora del Premio Cervantes 2013.
La también periodista entrevistó en varias ocasiones al oriundo de Aracataca, a quien consideró en su momento “el periodista más brillante de Colombia”. Y es que en su visión del periodismo latinoamericano, la realidad “ahorca” al escritor, ya que le exige escribir sobre lo que sucede afuera; una enseñanza que, asegura, dejó García Márquez a la posteridad”, agregó.
De oficio periodista
García Márquez nació en Aracataca, Colombia, el 6 de marzo de 1927. Estableció residencia en México desde 1975. Aunque cursó estudios de Derecho en la Universidad de Bogotá, emprendió labores periodísticas en diarios como El Espectador, El Nacional, El Universal (columna Punto y aparte) y El Heraldo (columna La Jirafa), en Colombia; además de corresponsal en Ginebra de El Espectador y, en Colombia, de Prensa Latina.
Fue director de las revistas Sucesos para todos y La familia; fundador del Grupo de Barranquilla, de escritores, y de la revista Alternativa, en Colombia; así como director de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba. Escribió reportajes novelados, cuentos, novelas y fungió como colaborador de Cromos, México en la Cultura, Momento, Proceso y Revista Mexicana de Literatura, entre otros.
En su carrera obtuvo diferentes reconocimientos: Premio Mundial de Periodismo de la Organización Internacional de Periodistas (1977); Legión de Honor, en grado de Gran Comendador, por el Gobierno de Francia (1981); Premio Nobel de Literatura (1982) y la Orden del Águila Azteca (1982). Fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Columbia, en Estados Unidos. Diversos premios llevan su nombre como el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez y el Premio Gabriel García Márquez de Periodismo.
Este viernes 17 de abril se cumplen seis años de la muerte del Nobel de Literatura colombiano. EL HERALDO hace una recopilación de varias imágenes del escritor de ‘Cien Años de Soledad’.
La circulación permanente de especulaciones sobre un mundo agobiado por el Covid-19 reclama que la profesión de comunicar la verdad sea tan necesaria, exigente y delicada como si de una situación de guerra se tratara.
Perseguí las noticias del conflicto armado en Colombia por más de 25 años y creo que el desafío que le plantea al periodismo la pandemia que vivimos es el equivalente a otra guerra. Amerita que reflexionemos sobre cómo ejercemos la profesión a partir de los cambios sociales que ha producido en todo el mundo el nuevo coronavirus.
Desde hace un mes la propia Organización Mundial de la Salud incorporó el término infodemia para describir el exceso de rumores sobre el Covid19, la mayoría noticias falsas que circulan a través de casi 8.000 millones de teléfonos móviles que hay en el planeta, más aparatos de intercomunicación que seres humanos según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), agencia de la ONU. De ese tamaño es la responsabilidad actual del periodismo: informar sobre una guerra global contra una enfermedad desconocida en medio de una guerra contra la información verídica.
Sabiendo de la complejidad del trabajo de un corresponsal de guerra, pienso que la situación actual es más compleja porque no podemos estar cuando y como quisiéramos en el frente de batalla. Los periodistas del siglo XXI, con toda la tecnología a disposición y toda la voluntad de trabajar, nos sentimos impotentes como nunca antes por no poder acceder a plenitud a hospitales, unidades de cuidado intensivo, morgues, crematorios, cementerios, laboratorios científicos, incluso ancianatos. Entre más se expande el coronavirus, las autoridades intensifican las medidas de aislamiento social. Asumimos la responsabilidad que nos corresponde a todos para evitar más contagios, pero al tiempo queremos y necesitamos estar más cerca de los enfermos, de las familias de las víctimas, de los investigadores. En este momento la mayoría de la interacción con las fuentes la hacemos de manera virtual y eso debemos compensarlo con otros tipos de investigación de campo.
El periodismo ha enfrentado transformaciones históricas, desde la invención de la imprenta hasta la del cine, la radio, la televisión, la internet. Ahora la metamorfosis informativa se da por la sumatoria de todos los factores que están poniendo en riesgo a la especie humana, como la crisis climática y la sobreexplotación de los recursos naturales -no olvidemos que el Covid19 surge en una plaza de mercado y por el tráfico animal en China-. Eso, sin olvidar potenciales guerras médicas -ya hay amagos por las vacunas contra el coronavirus-, nucleares y por recursos vitales como el agua.
Y para informar sobre un mundo en ese nivel de riesgo, más que volvernos activistas del llamado “periodismo de soluciones”, debemos reivindicar los valores esenciales del oficio que nos enseñaron en el diario El Espectador maestros como don Guillermo Cano, don José Salgar, Gabriel García Márquez: investigar, ir al lugar de los hechos, confrontar todas las versiones, cuestionar al poder y acercarnos lo más posible a la verdad siempre al servicio de los ciudadanos.
La tecnología, las redes sociales, los documentos o testimonios audiovisuales de los que hay que dudar hoy más que antes hasta constatar su veracidad, no son más que sismógrafos que nos envían alertas instantáneas sobre el volcán en el que estamos parados. Los vulcanólogos se valen de todos los medios científicos y no por eso dejan de caminar la montaña, de la falda hasta el cráter, antes de dar un diagnóstico. En el largo plazo los periodistas podremos informar desde el planeta Marte. ¿Con qué herramientas? ¿No sabemos? Aprenderán a manejarlas los profesionales de ese momento, pero el tema de fondo siempre será lo que hay en el cerebro de ese comunicador para que un habitante de la tierra le agradezca por mantenerlo bien informado.
Uno de los problemas de hoy en las redacciones de los medios de comunicación ultradigitalizados es que abundan noveles periodistas idóneos en tecnología, que hablan varios idiomas y, sin embargo, no dominan su idioma nativo ni hablado ni escrito, no leen buena literatura, consumen pero no aprenden de otras formas de narración -televisión, series, cine, música, artes plásticas- para ser mejores intérpretes de una realidad agobiante. Sacrificio, persistencia, la experiencia de los años ellos las quieren reemplazar por fama y dinero rápido. Reporteros de trayectoria han caído en la trampa. En cambio de revisar cada hora cuántos seguidores tienen en redes sociales deberían preguntarse cuánto tiempo se les va en ese narcisismo que podrían dedicar a la reportería. Los veteranos tenemos la responsabilidad de guiar las redacciones hacia una madurez más acorde con un punto de quiebre como el que afrontamos.
En el Consultorio Ético de la Fundación Gabo leo esta pregunta que recobra sentido: ¿Debería reformarse la comunicación para el siglo XXI? Y cito la respuesta que dejó el año pasado el maestro Javier Darío Restrepo (1932-2019): “La comunicación en el siglo XXI se debe orientar de modo que cumpla efectivamente con la función que le señala su naturaleza: la de acercar y unir para propiciar el intercambio de bienes, de toda clase de bienes. Es de observar que mientras crece la acumulación de bienes en pocas manos, crece la incomunicación entre los humanos. La tecnología digital ofrece todas las posibilidades para hacer una comunicación así, de modo que un uso positivo e inteligente de sus aplicaciones, puede obtener los cambios que requiere la sociedad, entre otros, el cierre de la brecha que separa a los info-ricos de los info-pobre, tarea que corresponde a los poderes públicos. También será necesaria una revisión de los usos que se hacen, individual y socialmente, de la tecnología digital: por ejemplo, el uso de las redes sociales para el aprendizaje del diálogo democrático y del intercambio civilizado de las ideas; o para ampliar las oportunidades de conocimiento de los avances de la ciencia y de la técnica alcanzados en materia de comunicaciones y que pueden aplicarse o para el progreso o para la degradación humana. Se convierte así, en responsabilidad de los humanos, la dirección que se les dé a los progresos en tecnología”.
En los años 60 del siglo pasado se habló del nuevo periodismo, porque admirables escritores como Truman Capote, Tom Wolfe o Norman Mailer encontraron otras formas de narrar nuestra existencia. Hoy, más que técnicas innovadoras de contar, que renovamos día a día gracias a la era audiovisual, convoco al periodismo humanitario, mucho más humanitario que antes, más preocupado por acercarse y darle voz a las personas de carne y hueso que a esta hora piden auxilio por que algo no funciona bien y nuestro deber es acudir a investigar y denunciar.
A los lectores de El Espectador les digo que completamos un mes trabajando desde casa, siendo responsables con las medidas de confinamiento y también pensando en estrategias de investigación para que ustedes se sientan los mejor informados desde el nivel científico hasta las páginas de opinión. Estamos contentos porque muchos de ustedes han refrendado la confianza en nuestra marca a través de suscripciones y, con esa ayuda, seguiremos trabajando sin pausa para no traicionar su confianza.
Tratar de ponerse al día con las últimas cifras de víctimas del coronavirus ya parece haberse convertido en parte de la rutina de muchos: el mapa que muestra el número de contagiados y muertos con covid-19 lleva semanas en la lista de artículos más leídos en BBC Mundo.
Son cifras que se actualizan periódicamente gracias al trabajo del Centro de Recursos sobre el Coronavirus de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos, que utiliza para ello los datos hechos públicos por numerosasfuentes oficiales.
Es información útil y valiosa, pues al igual que la transmitida en ruedas de prensa cotidianas por funcionarios de todo el mundo, ayuda a darse una idea del rápido avance de la pandemia de covid-19.
Pero como autoridades y expertos han reconocido en numerosas ocasiones, la misma nada más muestra la punta del iceberg: el coronavirus avanza a una velocidad que supera tanto las capacidades de diagnóstico como a los sistemas de registro, los que además no necesariamente están contando a todas las víctimas.
El problema ya había sido admitido, en circunstancias muy dolorosas, por el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, y el país sudamericano ahora incluye en sus estadísticas oficiales la categoría «fallecidos probables por COVID-19» para dar cuenta de los fallecidos sin diagnóstico confirmado.
Y también volvió a ponerse de manifiesto en los últimos días, con Reino Unido sumándose a la lista de países señalados por no estar incluyendo en su conteo diario a numerosos ancianos muertos por fuera del sistema hospitalario, Nueva York actualizando sus estadísticas para incluir posibles víctimas a las que nunca se les practicó la prueba del coronavirus y hasta Wuhan revisando sus datos.
De hecho, el problema de la calidad -y credibilidad- de las cifras sobre la pandemia se metió incluso en la polémica por la suspensión de las contribuciones estadounidenses a la Organización Mundial de la Salud, pues fue uno de los argumentos esgrimidos por el presidente Donald Trump para justificarla.
«Su confianza en los datos de China quizás causó un incremento de 20 veces más en el número de casos en el mundo», fue una de las críticas de Trump a la OMS.
Subregistro generalizado
Sin embargo, como sugiere una investigación reciente de ProPublica, todo indica que incluso en EE.UU. el número real de muertes vinculadas al covid-19 es mucho más alto que el oficialmente reportado.
Según la organización periodística, en las últimas semanas ciudades como Boston, Detroit, Nueva York, Seattle y otras áreas metropolitanas del país han registrado muchos más fallecimientos de lo habitual.
Y los muertos oficialmente identificados como víctimas del coronavirus solo dan cuenta de parte de ese aumento.
«El conteo oficial de muertos con covid-19 parece estar, al menos por el momento, obviando fallecimientos que se producen fuera de los hospitales», se concluye en el reportaje, que también cita a un experto que admite que en el inicio de la pandemia «el subregistro (de muertes) siempre va a ser muy elevado».
El problema de una altísima sobremortalidad no explicada por los fallecimientos atribuidos a la pandemia también ha sido observado en algunas de las zonas de Europa más afectadas: Bérgamo, en Italia; Haut-Rhin, en Francia y las comunidades de Madrid, Castilla-La Mancha y Castilla y León en España.
Y esta semana las autoridades ecuatorianas reconocieron que lo mismo pasa en la provincia de Guayas, la más afectada por la pandemia.
Ahí, durante los primeros 15 días de abril se registraron unas 6.700 muertes, cuando normalmente hay 1.000 fallecidos por quincena.
Pero hasta este jueves las cifras oficiales nada más daban cuenta de 402 muertos con covid-19 en todo el país y 632 «fallecidos probables».
En todos estos casos, el principal problema es que las primeras cifras oficiales sobre el coronavirus solamente incluyen a las víctimas que habían sido diagnosticadas con covid-19 antes de su muerte, dejando por fuera a los muertos a los que nunca que les practicó la prueba.
Y como destaca el profesor Dietrich Rothenbacher, director del Instituto de Epidemiología y Biometría Médica de la Universidad de Ulm, en Alemania, la mayor parte de los países no está realizando estas pruebas de forma generalizada y sistemática, lo que obviamente aumenta las posibilidades de un subregistro.
«También hay grandes diferencias en la forma en cómo se obtienen los datos, por eso las cifras tampoco son directamente comparables», le dice a BBC Mundo.
Alemania, por ejemplo, se ha destacado por el elevado número de pruebas realizadas, que incluyen a potenciales pacientes asintomáticos, mientras que en Italia la orientación oficial es que «en ausencia de síntomas… la prueba no se justifica desde el punto de vista científico».
Y mientras que en EE.UU. la realización de pruebas post-mortem es dejada a criterio de los forenses, las mismas están prohibidas en España.
Diferentes sistemas, diferentes ritmos
Otro buen ejemplo de esas diferencias es Francia, que desde el pasado 2 de abril empezó a incluir en sus reportes periódicos a los fallecidos en residencias de ancianos cuando antes solamente reportaba- como todavía hacen muchos países- a los muertos en hospitales.
Y la cosa se complica todavía más porque, como explica Sarah Caul, directora de análisis de mortalidad de la Oficina Nacional de Estadísticas británica, ONS, hay otras razones por las que las que incluso dentro de un mismo país hay diferentes cifras oficiales.
En Reino Unido, por ejemplo, las estadísticas más conocidas son las del informe diario publicado por el Departamento de Salud y Asistencia Social en el portal GOV.UK, el que da cuenta de las muertes de pacientes diagnosticados con covid-19 reportadas por los hospitales.
Pero la ONS elabora sus propios reportes con base en los certificados de defunción en los que se menciona al covid-19, aunque sea a nivel de sospecha, y por lo tanto también incluye muertes acaecidas fuera de los centros hospitalarios, lo que arroja una cifra mucho más elevada.
«¿Quién tiene el número de muertos correcto? En realidad no se trata de tener o no la razón, sino que cada fuente de datos tiene sus propias fortalezas y debilidades», explica sin embargo Caul en un artículo sobre el tema.
«Los números publicados en GOV.UK son valiosos porque se obtienen muy rápidamente y dan una idea de lo que ocurre día a día. Su definición también es clara, así que se sabe cuáles son las limitaciones de esos datos», valora la experta.
En contraste, «los números recopilados por la ONS toman mucho más tiempo, pues tienen que haber sido certificados por un doctor, registrados y procesados. Pero una vez listos ofrecen información más precisa y completa», destaca.
De hecho, cada vez más países están orientando incluir en los certificados de defunción la sospecha de presencia del coronavirus. Pero no todos cuentan con buenos sistemas de registro de defunciones.
E incluso en los países más desarrollados se trata de un proceso lento.
Por ejemplo, a este 15 de abril el conteo provisional de muertes con covid-19 del Centro Nacional de Estadísticas en Salud de Estados Unidos solamente arrojaba 9.861 defunciones, por las 24.582 registradas a esa fecha por los Centros de Control de Enfermedades, CDC.
Y a pesar de las indicaciones de los CDC, en el país conviven estados que ya han empezado a registrar defunciones donde se cree hubo infección por coronavirus aunque esta no fuera comprobada por un test -por ejemplo en Connecticut, Ohio y Delaware-, con otros donde solamente se cuentan los casos debidamente diagnosticados, como ocurre en California y Seattle.
Muertes con vs. muertes por
Pero, ¿no se corre el riesgo de sobrestimar el número de muertes por covid-19 al incluir en ese conteo a casos sin diagnóstico confirmado por una prueba?
La respuesta es sí, pero ese riesgo existe incluso si solo se consideran los fallecimientos de pacientes diagnosticados con covid-19, pues eso no garantiza que la infección haya sido la causa de la muerte.
De hecho, si se fijan bien, en toda esta nota se habla de muertos con covid-19, no de muertos por covid-19, pues eso es lo que reportan esas estadísticas.
«Actualmente solo contamos el número de personas que han dado positivo (casos) y registramos las muertes de esos casos. No se hace una estimación causal», explica el profesor Rothenbacher sobre el caso de Alemania.
Y de Italia a Hong Kong, pasando por Reino Unido y Estados Unidos, lo mismo hace la mayoría de países, a pesar de que -como recuerda Martha Henriques, de BBC Future- la mayoría de los fallecidos son personas con otros problemas médicos.
La razón es que durante una epidemia los doctores son mucho más propensos a atribuir las muertes por causa complejas a la enfermedad en cuestión, lo que se conoce como «sesgo de verificación».
Y el Dr. Carl Heneghan, director del Centro para la Medicina Basada en Evidencia de la Universidad de Oxford, hace notar que a menudo esto se traduce en una sobrestimación inicial de la letalidad: en el caso de la gripe H1N1, por ejemplo, las primeras estimaciones la inflaron por un factor de 10.
«Hay una tendencia a enfocarse en el peor escenario posible», le dijo Heneghan a la BBC.
Pero el epidemiólogo, quien se está recuperando de una posible infección de covid-19, advierte que esa no debe ser causa para la complacencia.
Y la mayoría de los expertos coincide en que, en el caso del nuevo coronavirus, la sobrestimación de las muertes no es para nada el principal problema, con Marc Lipsitch, profesor de epidemiología de la Universidad de Harvard, considerando que el riesgo está «opacado por el problema opuesto: muertes causadas por la covid que no son atribuidas, de forma que se subestima el número de muertos».
Cuestión de tiempo
Todo eso, sin embargo, no significa que nunca tendremos cifras creíbles de los muertos por covid-19.
«Eventualmente podremos estimar la sobremortalidad por covid-19 de forma retrospectiva, como se hace con la influenza», le dice el profesor Rothenbacher a BBC Mundo.
Por: Gonzalo Silva Rivas, Socio CPB – El Espectador –
Desde los albores de los años 90, el mercado mundial de los aviones comerciales está en manos de dos constructoras, que —como sucede con toda la industria de la aviación— enfentan una crisis sin precedentes por culpa del coronavirus. Boeing, estadounidense, y Airbus, de la Unión Europea, llevan el control de la torta, de la que se proyectan ventas por US$4.600 billones para los próximos 15 años y en la que un puñado de compañías chinas y rusas —dispuestas algún día a romper el duopolio— también aspiran a mejorar tajada.
Pero el cierre de fronteras, la paralización de las actividades aéreas y el desplome en las reservas de liquidez de las aerolíneas les están apretando el cuello a los dos gigantes constructores, sumado a una mala racha que les comenzó a abrir boquetes un año atrás. Una y otra vienen de sortear tragos amargos, entre ellos, la baja en ventas de aeronaves debido al descenso en el crecimiento del transporte aéreo en 2019, catapultado ahora, consecuencia de los estragos de la epidemia.
El fabricante europeo, por ejemplo, por primera vez en su historia terminó un año financiero con abultadas pérdidas, causadas por el pago de multas millonarias a Estados Unidos, Reino Unido y Francia, por casos de corrupción y por los malos resutados de su programa comercial con el A400M, un avión cisterna y de transporte militar de largo alcance, que ha ido en contravía de lo esperado, exigiéndole inyectar cuantiosas cantidades de euros. Además, para este año las ventas pintaban lentas. En el primer trimestre formalizó 290 pedidos y solo pudo entregar 122 aeronaves.
La situación de Boeing es mucho más complicada y la ha lanzado también a la búsqueda afanosa de apoyo federal por US$60.000 millones para obtener liquidez y cancelar, entre otros, servicios a proveedores, a fin de mantener la salud de la cadena de suministros. Su crisis corporativa es compleja, provocada por una acumulación de problemas, el principal de ellos, el fracaso de su programa 737 MAX.
Este modelo de aviones —su apuesta, entonces, para revolucionar el mercado de la aviación— terminó siendo su peor fracaso y el mayor de los escándalos en su historia reciente, luego de los dos accidentes mortales que el año pasado acabaron con la vida de 346 personas en Indonesia y Etiopía, lo que obligó a suspender su fabricación y a poner en tierra toda la flota vendida.
El coste ocasionado por la tragedia impactó las finanzas de la empresa, puso en entredicho su reputación y la sometió a una investigación judicial y a un juicio político. Hasta el momento, el golpe financiero supera los US$19.000 millones. Mantener en hangares los 371 aparatos que habían sido vendidos a las aerolíneas implicó compensarlas con más de US$4.900 millones al cierre de 2019. Por su parte, la indemnización a las familias afectadas le cuesta un equivalente de US$145.000 por cada una de las víctimas.
Para apuntalar su liquidez, ante la necesidad de asumir las millonarias pérdidas y los abultados pagos y reestructurar el modelo de avión en procura de solucionar sus falencias y recuperar los permisos de operación, que todavía no se han dado, la empresa había obtenido en febrero un crédito de bancos por US$13.800 millones.
Boeing es jugador de primera clase en la industria del transporte aéreo mundial, pieza clave en la economía estadounidense y su mayor exportador. De ahí que el presidente Trump esté dispuesto a ayudarle a solventar la finanzas en la medida en que la suspensión de los viajes aéreos afecte la fabricación de los aviones. El apoyo estatal beneficiaría a 160.000 empleados directos y a 2,5 millones indirectos.
Por efectos de la pandemia, generadora de una crisis que no es sectorial sino sistémica, Boeing y Airbus perderán miles de pedidos y estarán lejos de cumplir la previsión de cerrar un año con récord en entrega de aviones, como se perfilaba meses atrás. Las ventas se reducirán a mínimos y las compras acordadas previamente serán diferidas o suspendidas por las aerolíneas, urgidas de capotear la cruda realidad. Compañías de leasing, como la irlandesa Avolon, se suman a la cancelación de compra de aviones, porque no tienen a quién alquilarlos.
Las constructoras, que en sus buenos tiempos no daban abasto para entregar aviones, ahora no tienen compradores. Nadie se hubiera podido imaginar que una empresa como Boeing tuviera que rogar apoyos financieros e incluso que el presidente de su junta directiva, Larry Kellner, tuviera que renunciar al salario por el resto del año. Y aunque sigue siendo difícil determinar hasta dónde llegarán su profundidad y su duración, lo más seguro es que los ritmos de actividad aérea no se recuperarán en corto tiempo.
El mayor impacto que la aviación global ha sufrido en toda su historia se presenta en este 2020, cuando un diminuto David, simbolizado en un minúsculo pero letal virus, estremece a los dos gigantes de esta industria. Quién iba a pensar, en consecuencia, que ese insignificante germen de menos de 200 nanómetros que devasta a la humanidad también pondría a tambalear, de un solo golpe, a los dos colosos pájaros voladores.
Posdata. Tras salir avantes de otros trances de enfermedades infecciosas, en menos de un año, los dos principales fabricantes de aviones en el mundo pasaron de la estabilidad de una estructura oligopolísitica, a un estadio de incertidumbre, de agitación sin tregua y de riesgo de quiebra.
La alcaldesa de Bogotá Claudia López afirma en entrevista para El Tiempo del domingo pasado que luego del coronavirus “vamos a salir siendo mejores seres humanos y mejores ciudadanos”.
El historiador israelí Yubal Harari en entrevista de hace una semana para Efe es más arriesgado: “estamos reescribiendo las reglas del juego económico y político… las decisiones que tomemos tendrán un impacto durante años y décadas y reconfigurarán el planeta”.
Cuando la dirigente y el pensador desmenuzan sus palabras sobre la pospandemia, se enfocan en medidas de sustento a familias vulnerables, ayuda a la clase media, suministro de dinero a los ciudadanos durante la crisis, el futuro del empleo ante la competencia de los robots, el peligro de que se implanten regímenes totalitarios y la competencia egoísta entre países.
Economía y política, salpicadas de disposiciones sociales. En general estos también son los horizontes vislumbrados por políticos, empresarios, analistas, academia, en una palabra, por la intelligentsia. El hombre, proveedor del hombre.
Es como si la gente viviera de puertas para adentro con el fin de llenarse el estómago, y de puertas para afuera preocupada porque sus gobernantes no sean como Trump. Nada más.
De ahí que solo interese que el virus traiga mercados básicos incesantes, respiradores para hospitales, rápida resurrección de las empresas, ah y claro, que la polución ambiental y las quemas desaparezcan como por hechizo. El hombre, mejor amigo del hombre.
En medio de esta fertilidad de horizontes materiales, palpables, pocas voces anotan que los seres humanos no son solo fríjoles y buen resuello. Son también conceptos e imaginación, sueños y temblores, atrevimientos y amores. Y que la reconfiguración del planeta y la emergencia de mejores seres humanos dependen de algo sutil, más allá del bolsillo contento.
Ese algo está encerrado en una palabra: cultura. Antanas Mockus hace veinte años asomó la cultura ciudadana a la capital de la República y todo el país comprendió los gestos de sus mimos callejeros. Les dieron sentido de pertenencia a los ciudadanos, que respetaron las cebras aunque no hubiera cebras pintadas en todos los asfaltos.
Y eso que la cultura ciudadana era apenas una prueba de la cultura. Una muestra gratis. La puntica no más .
Por: Juan Álvaro Castellanos, Socio del CPB – El Nuevo Siglo –
Familiares y amigos colombianos, de personas residenciadas en el exterior, tienen la pregunta válida alrededor de la identidad de los caídos bajo la sombra siniestra del Covid-19, en distintos lugares del mundo.
El hecho de citar únicamente la nacionalidad no agrega claridad, porque desconoce la identidad y, por el contrario, angustia más a sus congéneres residenciados aquí en Colombia.
Si bien las características de la emergencia siguen dentro del marco de una guerra violenta, en la que el contendor no deja ver su cara, sino la herida y su nombre -coronavirus- como autor original, transformado en pandemia mundial.
La inquietud, ha tomado fuerza, en mayoría de ciudades y poblaciones del país donde sin duda, hay quienes conocen a una persona, o varias, en Italia, España, Francia, Estados Unidos y Brasil, que suman a diario, cientos de muertos por contaminación.
Basta con imaginar el crudo impacto para los padres con hijo o hija, colombianos, instalados en alguno de los países mencionados; al preguntarse en casa, crecerá la confusión; si A o B, estaban contaminados y, ellos los padres, no estaban enterados.
La escena puede haberse repetido entre familias residentes en Colombia, y, sin ver a los suyos del exterior, durante largo tiempo, por alguna razón de comunicación o cambio de residencia.
No puede esperarse que el mismo día, puedan conocer los nombres de los colombianos muertos y, menos en clima de emergencia en las respectivas ciudades de los países sacudidos por el detestable virus.
La iniciativa tiene fondo y techo, con exigente responsabilidad, para proceder a armar un registro con los nombres de los ciudadanos muertos, con nacionalidad colombiana.
Y la idea precisa que, la base del sistema sería el Gobierno colombiano, desde Bogotá, a quien le correspondería subrayar interés, por sus ciudadanos y de manera esencial, nombres completos y documentos de residencia, actividad laboral o estudiantil.
La estrategia debe tener como cabeza al Ministerio de Relaciones Exteriores para que haya una indagación diaria de las embajadas colombianas o de consulados, en los países, donde han muerto nacionales nuestros.
Es entendido que cada informe no se podrá elaborar a la velocidad del rayo, si se tiene en la cuenta el tiempo requerido por las dos mencionadas oficinas (embajada y consulado), representantes de Colombia en cada país.
Así este columnista propone un requerido -Directorio de los Colombianos Muertos en el Exterior, durante la pandemia– para que se incluya página diaria o interdiaria, con nombres y país, donde hayan fallecido. Es necesaria información pública.
Si familias y amigos desde Colombia confirman qué pasó con los suyos, según nombres de familiares víctimas del Covid-19, agradecerán el cumplimiento humano y solidario de compatriotas.
Podrán participar medios de diferentes países para recibir apoyo económico, y las postulaciones estarán abiertas hasta el 29 de abril.
En medio de las complicaciones que ha generado el Covid-19, Google News Initiative, un proyecto de Google en colaboración con importantes editoriales de medios europeas, anunció la creación de un Fondo de Ayuda de Emergencia para el periodismo.
Con esta iniciativa, el gigante tecnológico busca apoyar a las redacciones locales ante la crisis generada por la pandemia, que cuenta entre sus efectos un mayor auge en las audiciencias digitales, que demandan mayor cantidad de información, pero también disminución de la pauta y problemas de distribución para el caso de los impresos.
Según informó Google, dicho fondo «está abierto a organizaciones de noticias locales pequeñas y medianas con presencia digital y tamaño de equipos de redacción entre dos y 100 periodistas, en algunos países elegibles a nivel mundial».
La empresa también aclaró que para medios locales que empleen a más de 100 periodistas a tiempo completo también hay posibilidad de postulación, y teniendo presentes las diferentes necesidades por país y región Google considerará la candidatura.
Si bien la convocatoria no establece un monto exacto para el benficio, el equipo de Google News Initiative aclaró que «la financiación se utilizará para proporcionar apoyo en dólares, que va desde los miles para equipos de redacción hiperlocales pequeños hasta decenas de miles para equipos de redacción más grandes, con variaciones por región».
Las solicitudes serán aceptadas desde este 16 de abril, hasta el 29 de abril a las 11:59 p.m. PT, y las condiciones para la postulación estarán disponibles en la página web del Fondo de Ayuda de Emergencia para el Periodismo.
«Con estos fondos de ayuda, esperamos apoyar a miles de redacciones en todo el mundo durante este momento difícil», concluyó la compañía.
La crisis originada por el coronavirus ha multiplicado el número de bulos y desinformación que circula por redes sociales, plataformas de mensajería e incluso webs de clickbaiting que se autodenominan periódicos y causan un enorme daño en muchos lectores que desconocen la falta de ética de estas webs y caen en sus titulares-trampa.
¿Cuál es la tipología de bulo o desinformación que más se está dando estos días? Según un estudio del Reuters Institute, la que más prolifera es aquella que parte de algún dato verdadero, pero es descontextualizada o se le agregan otros datos falsos.
El informe indica que no son las informaciones falsas que se construyen desde cero las que más se propagan, sino que gran parte de la información errónea en la muestra que han analizado abarca varias formas de manipulación, donde la información existente y a menudo verdadera es modificada con otros datos falsos, recontextualizada o reelaborada.
El análisis ha detectado diferentes subtipos de información errónea que modificaron la información existente.
1.- Información verdadera mezclada con otra que no lo es
La forma más común de información errónea, el ‘contenido engañoso’ (29%), contenía cierta información verdadera, pero los detalles fueron reformulados, seleccionados y recontextualizados de manera que los hicieran falsos o engañosos.
Una publicación muy compartida ofreció consejos médicos, combinando información precisa e inexacta sobre cómo tratar y prevenir la propagación del virus. Si bien algunos de los consejos, como lavarse las manos, se alinean con el consenso médico, otras sugerencias no. Por ejemplo, la pieza afirma: ‘Este nuevo virus no es resistente al calor y se puede eliminar por una temperatura de solo 26/27 grados”.
2: Fotos reales de otros años o lugares pero que tratan de hacer pasar por lo que no son
Una segunda forma común de información errónea es la que se da en imágenes o vídeos etiquetados o descritos como algo diferente de lo que son (24%). Por ejemplo, una publicación muestra una imagen de una selección de alimentos veganos en un supermercado, que nadie ha tocado y está llena, y sugiere que por el pánico al coronavirus “nadie quiere comer comida vegana.”
AFP Australia comprobó que esta imagen es de un estante de una tienda de comestibles en Texas en 2017, antes del huracán Harvey. Todos los ejemplos de contenido manipulado que analiza el informe emplearon técnicas de edición de fotos o videos simples y de baja tecnología. Un video editado sobre bananas sugiere que pueden prevenir o curar el COVID-19.
A pesar de la gran preocupación reciente sobre uso de tecnología punta para generar desinformación, el informe no ha detectado ejemplos que empleen deep fakes u otras herramientas basadas en inteligencia artificial. Más bien, el contenido manipulado son “‘falsificaciones baratas’ producidas usando técnicas que han existido desde que hay fotografías y películas”, indican.
Otros datos de interés
La información errónea se mueve de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba
Políticos de alto nivel, famosos u otras figuras públicas prominentes produjeron o difundieron solo el 20% de la información errónea en la muestra, pero esa información errónea creó un gran engagement (retuits, me gusta, comentarios, etc.) en las redes sociales en la muestra.
A pesar de esto -advierte el informe- es importante no subestimar la cantidad (o influencia) de la información errónea de abajo hacia arriba producida y difundida por el público en general. Este contenido no solo constituye la gran mayoría de la muestra en términos de volumen, sino que algunas piezas individuales, como una sobre saunas y secadores de cabello que previenen el COVID-19 , también generan grandes volúmenes de engagement.
¿Qué lleva a la gente a crear bulos?
Sobre las motivaciones a la hora de difundir los bulos, hay distintos motivos. Los que crean o difunden los bulos parecen tener muchas razones para compartir información errónea, incluido el deseo de “trolear”, la creencia de que lo que dice es verdadero o el partidismo político.
En general, no parece que haya detrás un motivo comercial. Pocas piezas de información errónea en la muestra parecían tener la intención de generar ganancias. Solo seis (3%) piezas de contenido estaban vinculadas a supuestas curas, vacunas o equipos de protección para la venta, y ocho (4%) se publicaron en sitios web con mucha publicidad y estaban destinadas a generar clics.
Por Guillermo Romero Salamanca-Comunicaciones CPB.
Cuando el periodista, historiador, escritor, ensayista y poeta polaco Ryszard Kapuscinsky dijo que para ser buen periodista hay que ser buena persona, de seguro, no conocía a Héctor Téllez Luna, de lo contrario, siempre lo hubiera puesto como ejemplo en sus entrevistas.
Héctor Téllez Luna es periodista, publicista, creativo, hombre de márquetin, relacionista, economista sin título, poeta, declamador, actor, animador, cantante, profesor, contador de historias, conferencista, sembrador de sueños, lector consumado, estudioso de comunicaciones, diseñador, humorista, servicial, benevolente, generoso y más.
Con una vida apasionante que lo ha llevado a mantener conversaciones como las del cura guerrillero Camilo Torres, ministros, presidentes de diversos gremios, rectores de universidades, decanos de facultades de Comunicación Social, embajadores, obispos -hasta con el mismísimo san Juan Pablo II-catedráticos y un sin número de pelafustanillos.
Recorrió los campos boyacenses, estuvo en manifestaciones con bastante tropel, pero también ha recitado poesías propias y ajenas, ha sido actor, ha sido presentador de figuras de la canción en conciertos, pero, sobre todo, les ha colaborado a miles de personas.
Ahora está en cuarentena obligada por la pandemia, situación que lo ha calmado un poco y por ello, se levanta tarde. Rocío Restrepo, su esposa, está pendiente de sus citas, se acuerda de fechas, datos y sabe dónde están las fotos.
Le fascina la crónica como género periodístico. A él se le escuchó hablar por primera vez de Periodismo Empresarial, que luego lo convertiría en Comunicación organizacional. Dentro de sus dones figura la pedagogía. Gastó arrobas de tiza en tableros negros y verdes, millares de marcadores se esfumaron en las cartulinas de los papelógrafos dando sus instrucciones en universidades como la América, Central, Javeriana, Externado, Tadeo y La Sabana.
Desde 1980 es socio del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) y ha participado encantado como pre-jurado del Premio Nacional de Periodismo. Revisa las tesis de grado que envían estudiantes y universidades que buscan el galardón. “Tengo el honor, dice ahora, que en los años en los cuales he sido integrante de los calificadores de tesis, las que yo he recomendado, han sido las ganadoras”.
–Rocío, le pregunta a su esposa ¿Cómo era el título de la tesis que ganó este año?
— La política exterior estadounidense a través de la Twiplomacy de Trump, le contesta ella, rápidamente.
–¡Qué machera de trabajo!, agrega él.
DE LAS VEREDAS DE CÓMBITA A LAS LUCHAS SOCIALES EN BOGOTÁ
Aunque nació en Bogotá, su padre, el ingeniero civil Miguel Téllez, constructor de vías, se llevó a su familia para Boyacá cuando comenzó en los años cuarenta a construir carreteras como las de Güepsa, Vélez, Landázuri, Moniquirá. Le tocó el 9 de abril en Tunja, encerrado, en cuarentena, mientras los liberales gritaban en la Plaza de Bolívar y se amenazaba de muerte al que saliera a la calle. Vivió su adolescencia entre Tuta, Cómbita y Sotaquirá, donde aprendió a comer platos típicos como mazamorra, cuchuchos y los incomparables indios.
Sus recuerdos de infancia pasan por entre los campos y las faenas en lafinca Las Mercedes donde consumió cuanto durazno, pera, ciruela amarilla o roja, mora de castilla, pepino silvestre, papayuela, piñuela y cerezas encontró en el camino.
Estudió en el colegio La Presentación de Tunja con la famosa hermana Susana María y luego se trasladó a Bogotá al Salesiano León XIII, en el centro de Bogotá.
Cuando terminó el bachillerato, con un grupo de compañeros, ingresó a la Universidad Nacional a estudiar Economía. “Yo no sabía qué era eso, no me gustaba y no me gradué porque me rajé en Matemática Financiera. Me aburrí y no volví más”, relata ahora su desencanto.
En la universidad, entabló amistad con uno de los personajes más populares en esa alma máter en esos años sesenta: el cura Camilo Torres.
–Yo estuve en decenas de manifestaciones, tiré piedra…
–Pero no mató policías, interrumpe doña Rocío y se ríen.
“Camilo era bien recibido en mi casa. Yo lo acompañaba a sus encuentros con la clase trabajadora en Tunjuelito donde se pegaba unos discursos inolvidables. Él hablaba mucho, pero con gran contenido. No era enfermo, pero no era amante de los trabajos pesados. A tal punto que mi mamá, doña Victoria Luna Serrano le pedía que no se fuera para la guerrilla”.
“Si usted no es capaz de alzar una garlancha, ¿cómo será con una ametralladora?”, le preguntaba a cada rato”, le insistía.
“Cuando vino de Lima, nos dejó plantados en el aeropuerto Eldorado a donde fuimos a recibirlo. Ese día se subió a una volqueta, le tomaron incluso varias fotos y marchó para el monte. Fue la última vez que lo vi”, rememora suspirando el maestro Héctor.
POR LAS CALLES LO VÍ PASAR
Tanto en su adolescencia como buena parte de su juventud, Héctor encontró en la calle un motivo más para servir. Pasaba horas con niños de la calle, que llamaban en esa época gamines y las señoras encopetadas los designaban como “pelafustanes”. Los convencía para que se fueran a estudiar y a vivir a las Granjas del Padre Luna, una fundación que orientaba su tío, el sacerdote Joaquín Luna Serrano.
“Eran unos chinos jodidos, pero muy buenas personas. Muchos de ellos se hicieron mis amigos personales. Nos tocaba empezar por decirles que se bañaran. Vivían todos cochinos, pero una vez uno de ellos casi se nos muere. Se tragó un jabón y se intoxicó. ¡Qué susto tan verraco!”
La comunicación social le llegó en esas calles y con esa labor social.
En su casa había reuniones con música, poesía, gente, charlas, tertulias y ese ambiente de comunicación, le llamó la atención.
“Yo acompañaba a mi tío Joaquín a los programas en la Emisora Mariana, en Caracol y en Radio Sutatenza. Allí tenía la oportunidad de cantar, animar, hacer entrevistas y escribir los libretos.
Los domingos era el recreacionista. Había que distraer a esos muchachos.
Era chistoso entrevistar a los chinos de la calle.
–¿Quién es su papá?, les preguntaba.
–Ummm, yo no sé.
–¿Quién le puso su nombre?
–Yo qué voy a saber.
–¿Dónde vive?
–Donde me coja la noche, eran sus respuestas.
Iba también los domingos a la Granja de Albán donde estaban las niñas que adelantaban sus cursos. “Claro, todo este trabajo era ad honorem”.
CON EL PRIMER COMPUTADOR DEL PAÍS
Ingresó a trabajar al Banco Central Hipotecario (BCH), mientras estudiaba Publicidad en la Universidad América, en los salones contiguos al Teatro Colón, en puro centro de Bogotá.
Después fue director de comunicaciones del BCH y comenzó, con Adolfo Sanclemente, a conversar sobre un tema muy especial: Comunicación Organizacional.
Comenzó a dictar clases en la Universidad América, donde lo expulsaron por respaldar al profesor Luis Carrera, en una protesta que se le hizo al rector.
Pasó por el Fondo Nacional del Ahorro y regresó al Banco Central Hipotecario a la dirección de comunicaciones.
“Yo trabajé con gente muy inteligente, capaz, con gerentes constructivos y futuristas. Una vez, por ejemplo, en el congreso de Camacol de 1968, el doctor Roberto Rosero Hinestroza, salió con una idea que la gente le pareció difícil de creer. Dijo que el negocio del futuro era el agua. Lo trataron de loco. Al año siguiente Postobón sacó el Agua Cristal”.
Héctor seguía estudiando y analizando el tema de las comunicaciones. Entre otras, hizo un curso de auditoría de sistemas y participó en el BCH en el montaje de uno de los primeros computadores que tuvo el país. “Era un aparato de 18 metros de extensión, 250 centímetros de alto y un metro con 50 de ancho. Era un espectáculo ver ese aparato. Además, el salón tenía aire acondicionado. Yo llevaba a los estudiantes para que miraran ese armatoste. No lo podían creer. Ahora un computador se carga en un bolsillo”.
Andrés Samper Gnecco –padre de Daniel y Ernesto—le dio clases de Relaciones Públicas. Adelantó también estudios en las Naciones Unidas. Fue al Ecuador al Centro Superior de Estudios de Periodismo y allá fue presentador del cantante Raphael en un concierto que ofreció en Quito. Hizo allá también radio y televisión.
El centro de Bogotá lo conocía paso a paso. Calle a calle. Hablaba con los “chinos” de la calle, al mismo que sostenía reuniones luego con gerentes de empresas. De pronto se topaba con un ministro caminando por la séptima. Esa vía era gran parte de su vida. Allí, por ejemplo, degustó por primera vez un bom bom bum, una colombina con chicle. Cuando los bancos determinaron hacer una jornada continua laboral, descubrió los sabores de los restaurantes San Francisco, debajo de las instalaciones de El Tiempo, en el hotel Continental o en el Club de Banqueros.
La mañana del 23 de julio de 1973 le quedó en el recuerdo. En el piso 14 de la torre de Avianca, comenzó un incendio. Él quiso cooperar con unos compañeros suyos, pero no les permitieron el ingreso.
CON JUAN PABLO II
Como director de comunicaciones del BCH planeó con gerentes como Jorge Cortés, Mario Calderón Rivera, Javier Ramírez Soto, Roberto Rosero Hinestroza, la construcción de gigantescos proyectos urbanísticos más grandes de Colombia como Niza y Tunal en Bogotá, la Nueva Villa de Medellín, Villas de Armenia y otras en Cali, Barranquilla, Bucaramanga.
“Cuando se anunció que vendría a Colombia el papa Juan Pablo II yo me dije: él tiene que ir al Tunal para que se encuentre con el trabajo que hace el banco allá y para que esté con la gente de ese sector. Fue una labor muy bonita, convencer a medio mundo y estar al lado de él”, comenta orgulloso ahora.
Después de los desastres naturales en Popayán, Armero y Armenia, Héctor debió visitar esas regiones y organizar procesos de comunicaciones para las soluciones de vivienda que se les dieron a las familias damnificadas.
“Otro de sus casos de éxito fue “Plan Terrazas” con el cual miles de familias ampliaron sus viviendas. Fue una bonita experiencia, desde la organización de los comerciales, como los de convencer a las personas y luego ver las construcciones”, cuenta ahora.
TRABAJO DE BANCO Y EDUCACIÓN
Aceptó las invitaciones, por ejemplo, de José de Recasens para organizar la Facultad de Comunicación Social en la Universidad Externado de Colombia y luego pasó a la Tadeo Lozano y dar los primeros pasos de la Comunicación Empresarial.
La Universidad Central también lo quería y lo convenció. Lo mismo le sucedió cuando Octavio Arizmendi lo llevó a la Universidad de La Sabana.
Era, en su momento, el hombre que más sabía de comunicaciones, publicidad, márquetin y pedagogía.
No descansaba casi nunca.
ESPECIALIZADO EN TESIS
Desde 1980 es socio del Círculo de Periodistas de Bogotá. “Me ha encantado la tarea de analizar las tesis que envían los estudiantes de Comunicación Social. El Periodismo de ahora es investigativo y con profundidad. Los periodistas de antes éramos muy superficiales. Ahora vienen con un marco teórico. Han hecho unos trabajos sensacionales sobre la violencia, por ejemplo y el de este año de Daniela Abisambra, fue excelente”.
–Rocío… ¿te acuerdas de la otra tesis que nos impactó?
–Claro, la de la resiliencia.
–Si señora. Gracias. Yo no sabía qué era eso. Hasta ese momento no había escuchado esa palabra y qué maravilla. Fue una gran lectura”.
–¿Volvería a ejercer el Periodismo?
–Desde luego compañero. Gracias al Periodismo, he sido un hombre feliz y buena persona. Conocí y tengo amigos incomparables: de la calle, de las empresas, del gobierno, de la vida y a Rocío, mi compañera inigualable.
«Los periodistas que por décadas se han jugado la vida para informar al país, parece que estuvieran dormidos, como esperando que resucite Guillermo Cano para salvarlos»
Los virus son entidades peligrosas; pequeños, silenciosos y mortales. Su único objetivo: replicarse infinitamente. Éstos microorganismos entran en su huésped y de forma sigilosa destruyen todo lo que tocan. Cuando la víctima se da cuenta de la infección, ya suele ser demasiado tarde. Algunos, como el coronavirus, tienen una especial promiscuidad y unas víctimas predilectas: se esparcen rápidamente y al encontrarse con los ciudadanos que ofrecen resistencia o que son especialmente vulnerables, enfilan sus maquinarias para doblegar y destruir.
Pues bien, asistimos en estas semanas al cruel espectáculo de dos pandemias: el COVID-19 y la crisis del periodismo independiente. La primera tiene todos los reflectores encima, es omnipresente, es imposible no intoxicarse con la avalancha de información sobre el virus de Wuhan y no conmoverse con relatos de Italia, España o Guayaquil. La segunda, que también ocurre día a día frente a nuestras narices, no genera extensos cubrimientos y titulares amarillistas, pero igualmente transformará para siempre la sociedad en la que vivimos.
El virus llegó a Colombia hace unos 15 meses, enquistándose en un anciano de 74 años que, a pesar de su edad, era vigoroso y bastante combativo: la revista Semana. La víctima empezó a toser a los pocos días del contagio, primero pequeños carraspeos de censura (el caso del retorno de los falsos positivos y el primer despido a Daniel Coronell) y después, la falla total de algunos de sus órganos vitales como Fucsia y Arcadia. “Periodismo con Carácter” dice su eslogan, y el carácter fue lo primero que el virus le arrebató a la revista.
Pero la enfermedad no terminó ahí. Posterior al contagio, y al igual que con el coronavirus, llegaron un par de afectaciones: el amarillismo de Salud Hernández y el arrodillado gobiernismo por cuenta de Sandra Suárez. Al mismo tiempo, conectaron al moribundo paciente a una máquina para que respire por él, una mutación denominada “Semana TV” que desde el canal UNO (otro contagiado), procurará dar de que hablar, por encima de hacer periodismo con altura.
Ya habiendo invadido a la revista, el virus comenzó a replicarse exponencialmente, que es lo único que le importa. Vicky en las tardes y Salud en las noches, los “periodistas” replican sin filtro información dudosa todas las mañanas y los editores le lavan la cara al Presidente cada fin de semana. ¿Todo para qué? ¡Pues para triplicar el tráfico! ¡Ser virales es la orden! ¡La decencia es cosa del pasado! Mientras tanto, los médicos que deberían estar tratando esta enfermedad, los periodistas que por décadas han puesto en juego su vida para informar heroicamente al país, parece que estuvieran dormidos, como esperando que resucite Guillermo Cano para salvarlos. Parece que no se dan cuenta que el virus es el enemigo de todos, y que ahora, por extensión, Semana es el enemigo de su profesión.
Yo no soy periodista. Soy un ciudadano que observa como agonizan los medios, como si estuviera viendo a un ser querido en una UCI luchando contra el COVID-19. Impotente veo que el paciente no tiene salvación. Que lo único que nos queda es ver morir a Semana, por lo menos la Semana que conocíamos, y esperar que como RCN (que ya falleció hace rato), la revista de Felipe López se reduzca a un pasquín viral que nunca más le hablará al oído a los líderes de opinión, despojada totalmente de su credibilidad.
La pregunta que mucha gente se hacía tras el segundo despido de Daniel Coronell de Semana y la renuncia solidaria de su tocayo Samper Ospina, era para cuál medio iban a agarrar con sus respectivas columnas.
La incertidumbre quedó resuelta en entrevista de Coronell con El Espectador el domingo pasado. Ante la pregunta de si algún medio colombiano lo había contactado, respondió que “he tenido satisfactoriamente contacto con dos medios escritos de Estados Unidos y un medio digital. Pero, de momento, me la voy a jugar en nuestro proyecto con Daniel Samper”.
Muchos daban por hecho que ambos estarían recibiendo variadas ofertas de medios nacionales, y hablaban con insistencia de El Espectador porque ha acogido a columnistas censurados en otros medios (Yohir Akerman, Reinaldo Spitaletta o el suscrito) y es de los pocos que se mantienen en la misión suprema del periodismo, la búsqueda innegociable de la verdad.
La respuesta de Coronell nos ubica en la cruda correlación de fuerzas actual, pues no recibió ninguna oferta de un medio nacional. ¿Y esto qué significa? Que asistimos a la prostitución del periodismo en manos del gran capital, donde la polarización ha terminado por ubicar a los medios en dos bandos: los amigos del gobierno (o sea los prostitutos) y los otros. Hoy los más importantes medios están en poder de empresarios afectos al “chan con chan”, y en tal medida tienen claro que contratar a cualquiera de estos dos reconocidos antiuribistas conllevaría enemistarse con el que maneja la chequera de la pauta oficial.
Así las cosas, la urgencia reside en fortalecer la independencia, a sabiendas de que un periodismo dependiente de los poderes económicos o políticos no es periodismo, sino relaciones públicas. ¿Qué hacer, entonces? Independizarse. ¿Y cómo? Juntándose con los demás independientes para hacerse fuertes y resistir los embates de la censura, cada día más asfixiante.
Llegados a este punto, confieso que quedé sorprendido con el anuncio de la creación de la página Losdanieles.com, pues parecería apuntar hacia el andamiaje de una “isla para dos” estrellas del periodismo, en lugar de convocar a algo más amplio. Sea como fuere, es apenas comprensible que ante la urgencia de publicar sus columnas el domingo siguiente, hayan armado a las volandas un espacio virtual en cuya hoja de presentación advierten que son “columnas sin techo”.
En columna anterior titulada ¡Coronell, salve usted la causa!, a raíz de su primer despido preguntaba si sería posible que Daniel aprovechara la crisis que se presentó y la convirtiera en oportunidad para “crear bajo su dirección un medio virtual cuya única consigna sea la búsqueda de la verdad, sin contemplaciones”.
Es la ocasión para retomar el tema, partiendo de asumir como premisa básica que se trata de unir esfuerzos entre pares, agruparse en torno al mismo propósito, armar un bloque de resistencia periodística lo más sólido posible, porque lo que nos corre pierna arriba es el control de los medios bajo un esquema similar al que implantó Benito Mussolini durante su régimen fascista, como también he mencionado en otras columnas.
En esta convocatoria de ‘alternativos’ tendrían cabida los Danieles, por supuesto, a sabiendas de que no han sido los únicos columnistas defenestrados, más bien son el continuóse del empezóse que condujo al acabose actual. Están además los cinco independientes que Gustavo Gómez quiso incorporar a Caracol Radio pero no duraron ni dos meses, por críticos o por antiuribistas: Sandra Borda, Gustavo Duncan, Esteban Carlos Mejía, Daniel Pacheco, Yohir Akerman.
Y faltan datos de otros municipios, como El Heraldo de Barranquilla de donde recién echaron a un lúcido Jorge Muñoz Cepeda, y desde la misma curramba bulliciosa pide pista una punzante Nany Pardo, sin duda muy buena, aunque falta ver si es posible complacerla en sus exigencias.
Una segunda premisa reside precisamente en que a la gente hay que pagarle por su trabajo, y se ha vuelto costumbre que lo único que reciben a cambio es el prestigio del medio que los acoge. La ocasión exige montar un esquema de negocio que permita que a todos se les pague, desde lo administrativo y lo comercial hasta lo periodístico, partiendo de una tercera premisa: la pauta publicitaria no puede condicionar los contenidos.
Es aquí donde eldiario.es llega en nuestro auxilio con una entrevista a su director Ignacio Escolar, quien considera que “si el primer cliente es el lector, el periodismo gana”. ¿Qué significa esto? Que se trata de lograr que sea el “socio lector” quien pague por apoyar el proyecto, sin que por ello se le vaya a cerrar el contenido si no paga. O sea: el lector no paga para leer el medio, sino para que siga viviendo.
Y con esto no estamos inventando el agua tibia, es el mismo modelo que comenzó a aplicar con rotundo éxito Noticias Uno desde que fue desplazado del Canal 1 y se pasó a Cable Noticias. Según La Silla Vacía, “con el apoyo de miles de usuarios ha recaudado a la fecha 1.178 millones de pesos”.
Dejo entonces estas ideas al garete, que se iban alargando más de la cuenta. Casi sin querer queriendo, no sobra mencionar que ya existe un medio virtual conocido como El Unicornio, que nació en octubre del año pasado con el mismo propósito de resistencia y en torno al cual quizá pudiera haber alguna confluencia de voluntades.
Dinos, Daniel y Daniel: ¿os resistiríais…?
DE REMATE: Según un estudio de la ONG Transparencia Internacional y publicado por el sitio web U.S. News, Colombia lidera el top 10 de los países más corruptos en 2020. Dice la información que “en los últimos tres años Colombia había ocupado los puestos 90, 96 y 99 entre 180 países. Sin embargo, en 2020 el país saltó al primer lugar”. Con esto les digo todo.