De dos lastres que ha padecido Colombia, la corrupción y la impunidad, no se ha salvado ni siquiera en un momento tan crítico como es el de la pandemia. Los entes de control tienen puesta la lupa sobre contratos de suministro de implementos para las instituciones de salud y sobre los mercados que se entregan a los hogares, adquiridos con recursos públicos.
Por primera vez actúan como una unidad la Contraloría, la Procuraduría y la Fiscalía para hacerle frente a la corrupción rampante, que sin escrúpulos se mueve a sus anchas en algunas entidades del ámbito nacional, departamental, territorial y municipal, buscando apropiarse de los recursos del erario público. Estos organismos de control han examinado cerca de ocho mil contratos, la mayoría celebrados bajo la figura de urgencia manifiesta.
Dentro de este contexto, el Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) destaca la labor que desarrollan periodistas en todo el país, denunciando estos hechos de delincuencia, trabajo que adelantan con rigor y ética periodística y que, en buena medida, sirven de base a las autoridades para iniciar sus procesos de investigación.
Fueron los periodistas quienes en forma reiterada, al poco tiempo de que se iniciara la cuarentena, empezaron a denunciar el abuso de contratistas que pretendían hacer su agosto con la entrega de los kits de alimentos a las poblaciones vulnerables. Demostraron mediante una detallada y rugidora comparación de precios los sobrecostos. Fue así como se evitó la peor de las bajezas y abusos por parte de personas sin escrúpulos. Hoy los mercados son mejor monitoreados, sin embargo, no hay que bajar la guardia.
De igual forma, son los periodistas quienes están sirviendo de canales, de voz de los que no tienen voz, para las denuncias del sector de la salud sobre anomalías en la entrega de suministros médicos por parte de algunos contratistas.
También por los periodistas conocemos las cruzadas y acciones de colombianos solidarios, que durante este difícil
momento, han dado muestras de gran solidaridad para ayudar a los más vulnerables.
Medios grandes, medianos, pequeños, alternativos, comunales e independientes, con sus periodistas, han asumido como propias las campañas y medidas de seguridad que han expedido el gobierno nacional y los gobiernos departamentales y municipales, para transmitirlas a la comunidad una y otra vez, de modo que la pandemia cause el menor estrago posible a la población.
El CPB al tiempo que destaca la importancia del trabajo del periodista en la sociedad y la valentía para desenmascarar a los corruptos, en muchos casos arriesgando su vida, lamenta que buena parte de los temas de corrupción denunciados en Colombia se encuentren en la más absoluta impunidad.
Es apremiante que este cerco que ha tendido la Contraloría, la Procuraduría y la Fiscalía, para darle caza a los corruptos no sea flor de un día, sino una acción sostenida y continuada, que arroje resultados y pueda el país por fin creer en la efectividad de sus instituciones y que el esfuerzo del periodismo porque se conozca la verdad no sea en vano. Gloria Vallejo, presidenta CPB.
Ser colombiano también es un riesgo laboral para los periodistas, valientes hasta donde los nervios aguanten en un Estado que hostiga a sus vigías, que aprovecha esta especie de estado de sitio para hacer lo que le apetece, que estira su sombra cuando las luces bajan.
En las últimas semanas, tres noticias especialmente relevantes y unidas por el azar de todas las cosas hicieron que algunos volviéramos a hablar de periodismo, de sus matices en estos días, de sus riesgos, condenas y virtudes en un escenario que amenaza la libertad de expresión — otra vez— y la estabilidad del negocio —otra vez—.
La primera fue la revelación para nada sorprendente de que el Ejército continúa con su infame tradición de desviar los recursos que tanto servirían para otros asuntos y usarlos para crearles carpetas de seguimientos a opositores, defensores de derechos humanos, pero sobre todo a periodistas, a varios periodistas. La segunda es la decisión de la Corte Constitucional de impedir que los jueces nieguen la entrada de los periodistas a una audiencia preliminar y levantar la reserva de estos procedimientos. Y la tercera es el nombramiento de la profesora Catalina Botero, decana de la facultad de derecho de la Universidad de los Andes y ex relatora especial de libertad de expresión de la Cidh como miembro del nuevo Consejo Asesor de Contenido de Facebook, una iniciativa de Mark Zuckerberg para mejorar la regulación de contenidos en su plataforma.
Fue una buena oportunidad para plantear — otra vez— los temas que casi siempre se discuten cuando el periodismo es noticia. La posverdad y la falta de rigor. El maridaje entre conglomerados económicos y medios de comunicación. Los dilemas de contenido y las líneas tenues de la censura. Detrás de la mayor crisis social de las últimas décadas, el trabajo periodístico carga, a veces con más silencio del deseado, el peso de su condena de hace años y, además, el de su responsabilidad pública.
Este oficio que se reconoce en la adversidad y entiende que la crisis es un escollo previsible frente a esa otra gran crisis previa de la que no se para de hablar en foros y charlas, en facultades y seminarios: la crisis de los despidos, de los lectores que bajan, de la amenaza de la pauta oficial, de la violencia en las regiones, de la censura y la autocensura. “En un país como Colombia, la importancia del periodismo se redobla pues la emergencia del coronavirus se superpone a otras dinámicas que, al parecer, ni la peor pandemia lograría detener”, escribió el documentalista y periodista Ramón Campos Iriarte en un artículo reciente para El Espectador. La importancia del periodismo se redobla, sí, pero el riesgo y el abandono siguen siendo la norma. Como si nada cambiara.
Y como si persistiéramos en las lógicas que tanto manchan el oficio. Quizá ese sea el mayor riesgo del periodismo en estos días: el de caer, deliberadamente o no, en los vicios de la masividad a toda costa, a veces incluso de la verdad misma, en los excesos de la “dictadura del clic” de la que hablaba Yolanda Ruiz en El filo de la navaja. En un escenario ideal, y por lo mismo imposible, no deberían existir tantas secciones en los medios dedicados a apagar los incendios de la mentira y la distorsión que van de pantalla en pantalla sin demasiado tiempo de margen, y el fact-checking sería una herramienta de uso extremo.
Pero no, todavía no: muchos periodistas siguen invirtiendo tiempo valioso para hacer buen periodismo en desmentir lo que a otros les pareció bien echar a andar como un hecho real, cuando se trataba de falsedades. Le llaman “un reto”, “un desafío”: combatir la desinformación y defender la verdad es una obligación del periodismo, su llamado moral, así como ofrecer una perspectiva de los hechos alejada de los lugares comunes, consciente de los matices y recelosa de los absolutos.
Se sabe ya que, como dicen quienes conocen, vivimos tiempos paradójicos, complejos: lo último que se necesitaría ahora es darles vueltas a las mismas generalizaciones, a las mismas esquinas de los hechos. “Es importante que los periodistas adopten la complejidad y se resistan a comprender instintivamente la explicación obvia”, dijo Craig Silverman, el editor de BuzzFeed, en un artículo de la revista de periodismo de la Universidad de Columbia.
El riesgo aquí se multiplica y toma formas tan ligeras como indignantes: el contexto cede ante el conteo diario de contagios, muertos y recuperados, la línea que separa la información del amarillismo ramplón se disuelve sin muchas dificultades, y el trabajo sobre el terreno sigue siendo una confirmación del relato oficial que poco trasciende. Además de enfrentarse a sus propios lugares comunes, y de paso al virus que debe cubrir con nuevas medidas, movilizando nuevas formas del ingenio y cambiando las maneras de asomarse a los hechos, el periodismo se encuentra con criticas diarias y columnas como esta que por lo general desconocen el movimiento subterráneo. No hay llamados morales ni reflexiones deontológicas: el riesgo en este punto se asume con la vida misma, con el vértigo diario de encontrarse en un negocio vulnerable y sujeto a todo tipo de chantajes, de presiones y de bolsillos.
En Colombia la crisis fue analizada por las academias, puesta en práctica por los medios casi al mismo tiempo, y ahora se subrayan más sus golpes: la prensa regional agoniza y alarga sus esfuerzos con la amenaza de los cierres en la nuca, desde el inicio de la cuarentena, la Flip ha contado cerca de cuarenta violaciones a la libertad de prensa que van desde el acoso hasta el espionaje, los despidos que se contaban mes a mes ahora son rutina, las estrategias se desmoronan y las plantillas y colaboradores se reducen, como sucedió con el despido reciente de tres caricaturistas de Vanguardia. Ser colombiano también es un riesgo laboral para los periodistas, valientes hasta donde los nervios aguanten en un Estado que hostiga a sus vigías, que aprovecha esta especie de estado de sitio para hacer lo que le apetece, que estira su sombra cuando las luces bajan y nadie ve: el Conde Orlok de Nosferatu que tanto atemoriza.
A pesar de las ligerezas, de las agendas dictadas por los poderosos de todo tipo, de los reveses del rating y las presiones de la viralidad, es justo reconocer la valentía y la resistencia de los periodistas. Pero no basta con las buenas intenciones, ni con la solidaridad efímera de los tweets y los mensajes: hay que protegerlos. Por principio y por lógica: porque los beneficios son mutuos, pero sobre porque no hay de otra. Salvo la oscuridad, claro, y la incertidumbre, que hasta donde se entiende nadie quiere. ¿O sí?
El que ha sido durante los últimos cuatro años CTO de The New York Times, Nick Rockwell,
abandonaba el mes pasado su puesto para emprender nuevas aventuras, no sin antes dejar escritas cuatro claves que a su juicio son fundamentales para el desarrollo de un medio de comunicación en la era digital.
1.- Las métricas por las que se debe evaluar al área tecnológica deben ser las mismas métricas comerciales del periódico (en el caso del NYT, las suscripciones)
Las organizaciones tecnológicas deben evaluarse por las mismas métricas comerciales por las cuales se evalúa a la empresa. Esto es, las secciones de tecnología de los periódicos deben evaluarse por las métricas comerciales de los periódicos. En muchas ocasiones encontramos equipos de tecnología en los medios de comunicación cuyo desempeño se mide con parámetros propios de rendimiento, pero ajenos a los objetivos del periódico.
Según Rockwell, si bien las métricas intermedias, como las de productividad o rendimiento, pueden ser diagnósticos útiles, “al final los resultados comerciales, en nuestro caso, el crecimiento de las suscripciones, es lo que importa. Y centrarse en los KPI fundamentales del negocio obliga a pensar mucho sobre cómo vincular esas métricas intermedias, y el trabajo en sí, con un impacto real”.
Aunque Rockwell se centra sólo en la parte tecnológica, su comentario es perfectamente trasladable a otras partes de los medios, que establecen unas métricas que no están alineadas con los objetivos comerciales o estratégicos. Hay equipos de contenidos, redacciones centrales, etc., que fijan sus propios objetivos y son evaluados con la producción de un número determinado de noticias al día, de lanzamiento de nuevos productos, de especiales y otros elementos, cuando en muchas ocasiones, sobre todo en los medios con suscripción de pago, la métrica principal que hay que medir es cuál es la tasa de conversión de esos contenidos que producen, qué lealtad generan y qué valoración tienen esos contenidos para los lectores, etc.
2.- No vale la gloria del equipo si sus objetivos están desalineados
La segunda clave que destaca Rockwell es la necesidad de que todo el mundo trabaje de manera alineada. “La alineación es oro, y no estar alineados, un veneno. Un equipo técnico que se desempeña magistralmente pero cuyos objetivos no están alineados con los objetivos comunes lleva simplemente a una situación terrible. Sacrificar la alineación al servicio de la gloria funcional nunca es la respuesta”.
Según Rockwell, “nosotros hicimos eso. Y fue duro. Probablemente pasé más tiempo definiendo, alineando y midiendo objetivos que cualquier otra cosa en el Times. Esto incluía construir una estructura de equipo descentralizada y multifuncional, con un programa OKR completo que se ajustara a los objetivos empresariales establecidos a nivel estratégico”.
(OKR son las siglas en inglés de Objectives and Key Results, que en español traduce como objetivos y resultados clave. Es decir, objetivos que se ponen las personas para lograr crecimiento y mejora en los diferentes ámbitos de la vida: personal, laboral, económico, profesional, etc. Los OKR se diferencian de herramientas de productividad como los TODO’s (lista de cosas por hacer) porque los segundos son acciones, mientras que los primeros son los resultados obtenidos por estas acciones”.
Según Rockwell, crear el programa OKR “llevó mucho tiempo y mucho trabajo. Pero finalmente, muchísimas personas en toda la empresa contribuyeron a esos resultados, e incluso la contribución tecnológica fue en todos los casos el trabajo de equipos, no de individuos.Todo el crédito es ampliamente compartido”.
Otras dos claves relevantes en el área de tecnología
Rocwell, en su artículo de despedida y explicación del trabajo de estos cuatro años, también da otras claves para que los medios puedan alcanzar mayores cotas de éxito.
Formación y asesoramiento externo. Rockwell reconoce que una de las claves del éxito fue la Consultoría, en este caso, con los programas de formación externos que se contrataron para el área de tecnología. Brian Balfour y Andrew Chen fueron dos de las personas que más ayudaron.
Invertir en plataformas de tecnología de marketing. En el caso del NYT, crearon una plataforma de datos del cliente (CDP) para incrementar el conocimiento del usuario. Con la inversión en esas plataformas, se pudo también reescribir todo el muro de pago del New York Times, que databa de 2011. Uno de los objetivos era que no podía haber interrupción del servicio. La reescritura de todo el código del muro de pago fue un éxito y se relanzó el paywall sin que ningún usuario se diera cuenta.
El periodismo se ha visto afectado por la pandemia de la desinformación, lo que algunos llaman fake-news. La pregunta que nos podemos hacer es cómo y de qué forma se puede combatir esa desinformación, bulos y manipulaciones.
Dos Nobel, Albert Camus y García Márquez, consideraban que el periodismo era el mejor oficio del mundo. Eso fue ayer, hoy el periodismo se ha visto afectado por la pandemia de la desinformación, lo que algunos llaman fake-news. La pregunta que nos podemos hacer es cómo y de qué forma se puede combatir esa desinformación, bulos y manipulaciones. La respuesta es fácil, con más formación de los profesionales (nuevas técnicas) y verificación (fact-cheking) de la información que publicamos «para que no te la cuelen», como mantiene Maldita.es.
Para que este oficio continúe siendo el mejor del mundo también hay que recuperar otros pensamientos, prácticas y reflexiones de profesionales de largo recorrido. Ryszard Kapuscinki argumentaba que para ser un buen reportero se tenía que aplicar los cinco sentidos del periodismo: «Estar, ver, oír, compartir y sentir». Plàcid García-Planas, referente del periodismo español, mantiene que el reporterismo es la esencia del periodismo y que los periodistas somos como los taxistas de los lectores: «Los llevamos y le mostramos». Andy Young, editor del The New Yorker, planteó en el Congreso de Periodismo Digital de Huesca que «hay que verificar todos los datos que se publican». Hay dos elementos más que intento que apliquen mis alumnos, tanto en los másteres que dirijo como en los postgrados donde imparto docencia: «Citar y memoria periodística (contexto)«.
La combinación de todos esos preceptos es lo que necesita el periodismo de hoy. Al «estar, ver, oír, compartir y sentir» de Kapuscinski hay que añadirle «verificar, citar, documentar, acreditar y editar» del Máster de Periodismo de Investigación y Datos. Es decir, más formación, más tecnología para hacer que el periodismo consiga un «valor añadido» que podamos apreciar cuando leamos, veamos y escuchemos las informaciones e historias que nos ofrecen los medios de comunicación.
También necesitamos lectores, radioyentes y televidentes más críticos y exigentes con lo que se le ofrece. Pues en Periodismo no vale todo. En el Máster de Periodismo de Investigación, Datos y Visualización de El Mundo y la Universidad Rey Juan Carlos trabajamos para que el periodismo siga siendo el mejor oficio del mundo y para ello, desde su fundación en 2012, damos formación sobre cada uno de los módulos reseñados y sobre otros dos que consideramos fundamentales para los periodistas del presente y el futuro: verificación (fact-cheking) y transparencia.
LA IMPORTANCIA DE LA VERIFICACIÓN
La verificación (fact-cheking) corre a cargo de la asociación Maldita.es que dirigen Clara Jiménez y Julio Montes. Casi un tercio de su plantilla lo integran ex alumnos del Máster. En los Trabajos Fin de Máster (TFM) que elaboran los alumnos del postgrado y que después publican en los diferente medios donde hacen sus prácticas se aplica la filosofía de Andy Young, el editor de The New Yorker: «Todo lo que se publica es verificado». Y las técnicas de Maldita.es: «Periodismo para que no te la cuelen. A través de técnicas de verificación, periodismo de datos, investigación de hemeroteca, herramientas tecnológicas y educación creamos contenido que permite a los ciudadanos tener una mayor seguridad sobre lo que es real y lo que no».
Ignacio Calle, coordinador de la redacción de Maldita.es y de Maldito Dato -uno de los proyectos de este medio- es el encargado del programa de fact-cheking del Máster. Calle fue alumno de la segunda edición del postgrado y hoy es uno de los referentes nacionales e internacionales en esta modalidad periodística que combate la desinformación. Calle recuerda que «en la actualidad Maldita.es es una asociación sin ánimo de lucro que en fechas próximas se convertirá en fundación».
Desde junio de 2017 Maldita.es forma parte del International Fact Checking Network y fue el único medio español del Grupo de Alto Nivel sobre ‘fake news’ y desinformación que creó la Comisión Europea en 2018.
Se da la circunstancia de que las nuevas tecnologías, las que le dan «valor añadido» a las informaciones» y ayudan al lector a saber de dónde y cómo les llega la información todavía no ha entrado de lleno en los grados académicos de la mayoría de las facultades de Periodismo y Ciencias de la Información de España.
Junto al dominio de las técnicas propias del oficio de periodista y las nuevas herramientas es muy importante tener en cuenta un hecho que cada día se trabaja menos: la cita. El lector, el consumidor de información tiene que saber cómo, de qué forma y de dónde procede la información que se le facilita.
Los lectores no tienen que ser personas de fe. Los lectores (me refiero a radioyentes, televidentes y todo tipo de consumidores de información periodística) tienen y deben saber que grado o porcentaje de fiabilidad (verdad) hay en lo que le ofrecen y, sobre todo, quién se lo ofrece: qué medio y qué profesional. No vale aquello de «lo han dicho en la tele, en la radio…». El lector también es responsable de la desinformación. Ellos, en muchas ocasiones, son los propagadores de ese virus llamado desinformación o fake news. La mascarilla también sirve para no propagar cosas que simplemente son bulos, virus maliciosos que matan al buen periodismo.
LA FALTA DE CITAS REDUCE EL TRABAJO A LA FE QUE EL LECTOR TIENE SOBRE EL MEDIO O PERSONA QUE FIRMA
En noviembre de 2016 participé en el «III Congreso Latinoamericano de Defensorías de las Audiencias» y allí desarrollé y presenté la ponencia «Fuentes informativas. Falta de transparencia e indefensión del lector» como representante de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE). Pedía más claridad en las citas. Hoy me voy a permitir auto citarme.
La ponencia arrancaba con «Periodismo y verdad» y después pensaba en el lector: «Desde hace un tiempo observo, recojo y estudio diferentes informaciones que aparecen en los medios de comunicación españoles donde el concepto «fuente» o «fuentes», base de la información que nos traslada o aporta el periodista/comunicador para su compresión y credibilidad, se reduce a un simple: «Según fuentes solventes…según fuentes consultadas…según fuentes fiables…según fuentes de máxima credibilidad…según varias fuentes…».
Y continuaba: «Eso significa que los únicos que saben de dónde procede la información es el propio periodista y reducen todo el trabajo/credibilidad a la «fe» que el lector tiene sobre el medio o la persona que firma esa noticia».
Y acababa pidiendo, exigiendo más datos, más verificación, más documentación para recuperar la credibilidad ante el lector: «La información, y sobre todo la información sensible o que pretende ser intencional (la que intenta cambiar algo), necesita del mayor número de datos, documentos o aportaciones que explique de dónde procede y cómo se ha conseguido para que sea «transparente, creíble» y que los «lectores o audiencia» sean «más libres e iguales».
Lo dijo Camus, lo mantuvo García Márquez y nosotros, como formadores y docentes, tenemos que trabajar para que el Periodismo siga siendo el mejor oficio del mundo y que los periodistas aporten contexto (memoria periodística).
Tu teléfono móvil te vigila. O te cuida, según por donde lo mires.
Lo mismo ocurre con tus vecinos y los sistemas de control por complejos residenciales, o con las miles de cámaras que pueblan la ciudad y que ahora también son capaces de tomar tu temperatura corporal a la vez que caminas.
Son algunas de las herramientas clave que ha utilizado China en su lucha contra la covid-19 y que desde hace pocos meses forman parte de la vida cotidiana de sus habitantes.
Michael Zárate lo sabe bien: este periodista peruano de 41 años, con casi 7 en Pekín, ha sido testigo directo de los recientes cambios tecnológicos y sociales en el país, al que hoy se mira en busca de respuestas.
Su vida en la megalópolis china, asegura Zárate, «es una ventana al futuro».
Aquí lo explica él mismo, en un relato en primera persona.
Mi vida ha cambiado bastante.
En Pekín no ha habido una orden para permanecer en las casas. Nunca hubo una cuarentena como lo que se está viviendo en Perú, por ejemplo.
La gente, por su propia voluntad, decidió permanecer en las casas, pero yo pude salir todos los días y ser testigo de cómo fue cambiando el panorama de la ciudad en los meses de febrero, marzo y abril, y eso ha sido uno de los recuerdos que se van a quedar en mí para siempre.
Pekín es una ciudad en la que nosotros hemos vivido prácticamente con la conciencia de saber que estamos siendo observados por numerosas cámaras que hay en toda la ciudad.
Lo curioso es que, conversando con la gente en Pekín, mi percepción es que la mayoría está de acuerdo con eso.
A diferencia de nuestros países, donde un sistema de vigilancia a ese nivel generaría por lo menos polémica y protestas en ciertos o muchos sectores de la población, creo que aquí la población china está bastante dispuesta a aceptar eso y más aun por la situación que hemos vivido.
De hecho, la tecnología ha sido uno de los factores decisivos para que China, por lo menos en esta primera fase, haya logrado superar esa peor parte de la pandemia.
Lo de los códigos QR ha sido el mayor cambio que he podido sentir.
Para mí, básicamente ha habido dos esenciales.
Uno de ellos creo que ya está desfasado: es un código que se puede activar con el WeChat [el WhatsApp chino] y demuestra que has estado en Pekín los últimos 14 días, que son esos 14 días donde los síntomas del covid-19 pueden aparecer.
Como forma de protección, en algunos locales o restaurantes, sobre todo hace un mes, te lo pedían para poder ingresar.
Pero digo que ya podría quedar desfasado porque en los últimos días se han levantado algunas alertas en China y gente de otras provincias ya puede venir a Pekín sin necesidad de pasar una cuarentena de 14 días, que era la situación por la cual se había estipulado este código.
La tecnología ha sido uno de los factores decisivos para que China haya logrado superar esta primera fase de la pandemia»
El segundo código, que ya lo veo mucho más establecido en muchos restaurantes en los últimos días e incluso para yo poder ingresar a mi centro de trabajo, es un mini programa que se llama health kit [kit de salud], que también se puede activar en WeChat.
Es muy fácil. Han creado una aplicación en chino y en inglés.
En él, aparece la página principal de mi pasaporte y hay un mensaje que ahora dice «no abnormal conditions«, que quiere decir que no tengo ninguna condición anormal.
Significa que no he estado en contacto con personas que han presentado síntomas.
Todo funciona a través del teléfono móvil.
Si, por ejemplo, has estado en contacto con personas que han presentado síntomas de covid-19, el sistema lo va a saber. Si has estado en un lugar donde ha habido un brote de covid-19, el sistema lo va a saber, precisamente porque tu teléfono ha estado ahí.
Ese es el código que están pidiendo ahora en muchos de los restaurantes. Si no, no puedes entrar.
Y ya te digo que para poder ingresar a mi oficina también tengo que presentarlo, además de otros requisitos como la toma de temperatura, rellenar siempre los datos en un registro…
Eso pasa también en los supermercados… Siempre hay quien te toma la temperatura con esas pistolitas y tú tienes que escribir tu nombre, tu pasaporte, tu teléfono móvil y el grado de temperatura que te han sacado.
La relación con los vecinos
Otro de los aspectos que más ha cambiado en Pekín es el de los condominios.
Acá en este compound no podemos recibir visitas, o sea, solamente ingresan las personas que viven en mi edificio.
Más o menos a mitad de febrero distribuyeron a todos los residentes una tarjeta para ingresar.
Tú muestras esta tarjeta al guardia y el guardia la ve y te toma la temperatura.
Luego te muestra la temperatura y tú entras al compound. Porque si tienes fiebre, ya se entera todo el mundo.
Por esa y otras razones es que es muy usual que a mí me tomen la temperatura ocho o nueve veces al día, porque entre que voy a dos o tres supermercados, entre que me veo con un amigo para tomar un café o almorzar en un restaurante, entre que voy a la oficina y entre que regreso a mi condominio, pues ya te imaginarás…
El asunto de los condominios es muy interesante porque no hay una norma para todos.
Hay una suerte de federalismo: cada condominio aplica las normas que cree conveniente. Y eso ha sido caóticamente interesante.
El mío, por ejemplo, es un condominio severo, pero, por ejemplo, yo tengo una amiga mexicana en cuyo edificio incluso han impuesto un toque de queda a las 10 de la noche.
Tienes que ingresar antes de las 10 de la noche al condominio, porque si no, tienes que llamar a un teléfono móvil para que alguien venga y te abra la reja.
Pero también conozco el caso de otra amiga, cuyo comité vecinal son personas mucho más amables y aceptan visitas.
Te hacen registrarte y la toma de temperatura, pero incluso te reciben con una sonrisa. A diferencia de otros condominios, donde te ven con cara de pocos amigos cuando no eres residente.
Uno puede tener una opinión válida a favor o en contra del sistema chino, pero yo como habitante, como testigo acá, si tengo que sacarme el sombrero por alguien es por la gente, por los comités vecinales.
Según lo que he visto, ha habido un trabajo, una organización, una meticulosidad y una preocupación que la verdad me ha sorprendido.
M.Z.
Los comités vecinales han sido y son una base fundamental de lo que hemos vivido en China»
Cada vez que uno va a un compound no solamente está el guardia, hay voluntarios y personas mayores que están ahí conversando. Siempre ves en cada compound mucha gente, más de tres personas reunidas, conversando, jugando.
Entonces se originan unas pequeñas cofradías. En todos los compounds ves un paisaje similar.
Otros tiempos, más control
Es lógico sentirse más controlado, cuando te toman ocho veces la temperatura y cuando tu teléfono móvil está en varios registros.
Yo no lo tomo tan mal porque, repito, es una situación de emergencia en la que estamos acá y la tecnología es uno de esos factores que ha permitido superar lo peor hasta el momento. Siempre incido en «hasta el momento».
Pero claro, la vida pues cambia.
Ahora, por ejemplo, cuando me reúno con algunos amigos, ya sea para comer en un restaurante, hay que tener un poquito de paciencia porque los restaurantes están a un 30 % o un 40 % de su capacidad. No aceptan un gran número de comensales.
Muchas veces hay que esperar el turno.
Hay restaurantes que son mucho más rigurosos en las medidas. Pero en líneas generales diría que la gran mayoría aplica medidas de prevención contra el covid-19: el distanciamiento social, todos los camareros con mascarillas, te ofrecen gel o líquido desinfectante…
Hace hace dos semanas, estaba en un restaurante de hamburguesas, tuve que esperar unos 15 minutos para poder ingresar después de haber activado el código QR que mencionaba.
Cuando me sentaba a la mesa -yo estaba con otra persona más- vi que era cuatro. Las mesas para cuatro debían ser para dos personas; las mesas para seis, eran para tres. Más o menos esa era la proporción.
Y en esta mesa para cuatro nos dijeron que no podíamos estar uno mirando al otro, sino que debíamos sentarnos en las esquinas opuestas de la mesa, como en diagonal.
O sea esos almuerzos donde podíamos reunirnos 10 ó 12 personas… ahora es impensable.
Todos los supermercados y todos los espacios públicos tienen además una línea amarilla, que es para que tú hagas la fila a la respectiva distancia. Esa fue una de las cosas que también aprendimos a respetar.
La primera vez que me pasó fue en el zoológico, donde estaban muy claras las líneas tanto para pagar el billete de ingreso como para ingresar a cada ambiente o cada espacio.
Hemos estado ya incorporando algunos hábitos que nos permiten sentirnos un poco más seguros.
Si bien es cierto, como decíamos al inicio, [que te sientes] mucho más observado, a la vez también [sientes] la sensación de seguridad y de ir cambiando algunos hábitos, al menos hasta que se halle una vacuna…
Volver al transporte público
Recuerdo el mes de febrero cuando todos los amigos me decían ‘no vayas al metro’.
Todo el mundo tenía miedo de subirse al metro. Y bueno, sabes que cuando te dicen no a algo, lo haces… Eso es lo que nos pasa a nosotros, los periodistas.
Parecía una escena de película: todos los guardias y el personal del metro ataviados como si fueran caminantes lunares.
M.Z.
Me decían ‘no vayas al metro’, así que lo primero que hice fue ir… Parecía una mezcla de thriller con ciencia ficción»
Ahora, por ejemplo, en las estaciones de metro, hay una gran cámara infrarroja que a medida que te vas acercando a pasar la tarjeta ya va tomando tu temperatura.
El transporte público en febrero fue verdaderamente una aventura. Recuerdo también haber subido a los buses.
Estos han funcionado siempre. Desde febrero veías a los buses pasar, pero todos estaban vacíos. Solamente veías al conductor del bus y al guardia, porque en Pekín todos los buses tienen un guardia adentro.
Una vez subí con una compañera de trabajo. Y como era la primera vez que subíamos a un bus, nos quisimos sentar juntos y el guardia del bus nos dijo: ‘No, no pueden’.
Nos separó, éramos los únicos pasajeros en ese bus y teníamos que estar distanciados.
Ahora el transporte es casi normal, en afluencia.
Lógicamente nada es como antes. Ya las personas se pueden sentar de a dos, pero, eso sí, todos con mascarillas.
El retorno a la oficina
La oficina y la revista para la que trabajo nos da una cuota de mascarillas y de guantes, pero los guantes no los he usado.
Si te soy sincero, porque me pareció un poco mucho y la verdad para el quehacer periodístico usar guantes es un poco incómodo.
He usado siempre mascarilla. Llevo siempre el gel y me he preocupado por mantener sobre todo la distancia.
En febrero y marzo, básicamente iba a la oficina a tener reuniones de editores y se hacían en un auditorio grande donde nunca habíamos hecho una reunión; esos auditorios donde se celebraban festividades, inmensos, donde estábamos separados. Teníamos 5 ó 6 metros el uno del otro.
Recuerdo que el fotógrafo de la revista para el que trabajo estaba muy ataviado, muy escrupulosamente protegido contra cualquier posibilidad de ser infectado. Me llamó mucho la atención. Parecía casi un astronauta.
Estaba el diseñador porque estábamos viendo la última edición de la revista. En un PowerPoint nos iba explicando la revista y el diseño… Tratamos de hacer la reunión lo más corta posible.
Ese fue más o menos el protocolo.
Para reuniones como a las que acabo de asistir, ya las medidas fueron mucho más relajadas.
Pero eso también estuvo acompañada por las cifras, por la situación de mejora que se pudo percibir aquí en Pekín. Volvimos a hacer las reuniones en una sala grande también, pero todos con mascarilla.
Obviamente, la distancia de un metro, metro y medio entre cada persona, y lo más corto posible.
Una ventana al futuro
China tiene una ventaja, que es el comercio electrónico, el pago por teléfono móvil.
Todo lo hacemos con el teléfono: pagar absolutamente todo, desde lo más barato hasta hasta los pedidos más exorbitantes.
El comercio electrónico está tan avanzado acá que no fue un problema establecer en algunas regiones del país, no en Pekín, un periodo de cuarentena, porque la gente podía hacer sus pedidos online y el kuaidi,, que es el repartidor, llevaba los productos a la puerta de tu casa.
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La epidemia ha fomentado mucho más el comercio electrónico en Pekín»
De hecho, es un hábito muy arraigado en el consumidor chino. Cada vez son más las personas que prefieren pedir lo que aquí se llama waimai, que es comprar el platillo del restaurante y comerlo en casa.
Yo pienso en mi país, en Perú, donde el comercio electrónico no está tan desarrollado como aquí en China, y entonces hacer que la gente pase una cuarentena encima severa como lo que está pasando ahora en Perú, creo que origina problemas, porque la gente no está habituada a hacer compras por internet y eso es clave para una situación de emergencia como ésta.
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[La vida en Pekín] es como una ventana al futuro que nos espera. Al futuro inmediato.
Todas estas medidas que se están tomando es lo que de alguna manera se aplicara en otros países en mayor o menor medida.
El asunto de las mascarillas es una muestra de eso. ¿Recuerdas cuánto debate se originó en nuestros países sobre si era conveniente o no era conveniente, sobre si era exagerado o no servía el uso de las mascarillas?
Y ahora en muchos de nuestros países es obligatorio.
De alguna manera tenemos que ser conscientes de que ahora vamos a tener que tomarnos mayores tiempos para prever todos estos pasos que vamos a tener que ir adoptando…
Imagina todos los controles que tendremos que pasar de ahora en adelante para abordar un avión.
Yo ahora puedo salir de China porque no todos los países han cerrado sus fronteras, sobre todo aquí en Asia. Pero no puedo ir a Estados Unidos, no puedo ir a Perú.
No puedo ir a muchos países de América Latina. Entonces no es muy sensato por ahora abordar un vuelo.
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Para mí, la situación ahora es de atención y preocupación por lo que está pasando en el otro lado del planeta.
Recuerdo que en febrero más bien la preocupación era de mi familia por mi situación en China. De hecho, mis padres alguna vez me sugirieron que viera la posibilidad de regresar a Perú.
El alto tribunal aseguró que para poder cerrar una audiencia a medios de comunicación, los jueces deben hacer un análisis en cada caso sobre si hay un motivo legal para hacerlo (se trata de menores de edad o son casos de seguridad nacional) y si la medida es idónea, necesaria y proporcional.
La Sala Plena de la Corte Constitucional zanjó una polémica que se había generado entre periodistas y jueces por las decisiones que se toman -en algunos casos- impidiendo el acceso de los medios de comunicación a audiencias preliminares en casos penales de interés nacional. Esta discusión se originó en que el 31 de enero de 2019, la Jueza 22 de Control de Garantías declaró reservada la audiencia en la que se le iban a imputar cargos por corrupción al coronel César Augusto Ceballos, exdirector de la cárcel La Modelo.
Al estudiar una tutela que presentó un grupo de periodistas, la Corte Constitucional aseguró que la decisión de los jueces de impedir el ingreso de medios a audiencias no puede ser discrecional ni arbitraria, sino que debe seguir unas pautas en aras de no vulnerar las libertades de expresión, información y prensa. En ese sentido, la Sala advirtió a los jueces del país que, en adelante, cuando declaren reservada una audiencia, deben demostrar que la decisión se funda en una causal de reserva legal, que persigue el logro de objetivos constitucionalmente imperiosos y que es idónea, necesaria y proporcional.
La Corte explicó que la orden de declarar reservada una audiencia a medios debe estar «justificada en la existencia de un “riesgo de afectación cierto y actual» y que el juez deberá tener en cuenta, a su vez, el grado de afectación a las libertades de expresión, información y prensa, y, en particular, al derecho fundamental a obtener información sobre asuntos de interés público. Además, indicó que la solicitud para que una audiencia sea reservada solo podrá ser presentada por las partes e intervinientes en el proceso penal exponiendo el riesgo que implicaría hacer la diligencia abiertamente para el caso, la idoneidad de la misma y que definitivamente no hay otras alternativas.
Esa decisión debe haber contemplado medidas menos lesivas para la libertad de prensa, como la posibilidad de desconcentrar las audiencias; permitir acceso a las grabaciones de las diligencias -salvo que su reserva sea estrictamente necesaria-; la publicación de comunicados de prensa que contengan “información completa y suficiente acerca de las decisiones adoptadas en las audiencias, por ejemplo, hechos, consideraciones y órdenes”; la celebración de ruedas de prensa en las cuales el juez informe acerca de las actuaciones adelantadas; y permitir el acceso para que los medios tomen imágenes.
“El derecho de la sociedad a estar informada acerca de las actuaciones penales adquirirá un mayor peso en procesos adelantados en contra de funcionarios y personajes públicos y relacionados con asuntos de interés general (v. gr. delitos contra la administración pública), en especial, cuando la información que se debate en el proceso incide en el ejercicio del control político por parte de los ciudadanos”, señala la decisión que tuvo como ponente al magistrado Carlos Bernal Pulido.
La Sala tomó esta decisión con una votación 6-3, luego que no tuviera acogida una propuesta inicial del magistrado Bernal para que se hiciera una mesa de trabajo entre periodistas, jueces, fiscales y la Procuraduría, entre otros, para fijar un protocolo de ingreso a las audiencias. Tras varias discusiones, la Sala optó por dejar clara la necesidad de motivación que cada juez deberá hacer en el entendido que no puede ser una decisión arbitraria.
La Corte además declaró que la decisión de reserva de la audiencia del coronel Ceballos, que tomó la Jueza 22 Penal con Función de Control de Garantías, Claudia Viviana Riveros Rojas, “vulneró las libertades de expresión, información y prensa de los accionantes”. Y dispuso que los periodistas pueden solicitar ante el juez de conocimiento del caso copias de las grabaciones y registros magnetofónicos de las audiencias.
El humilde apretón de manos abarca desde lo mundano a lo potente: desde un simple saludo entre extraños que nunca se volverán a encontrar hasta el cierre de acuerdos por miles de millones de dólares entre titanes de los negocios.
Hay varias ideas sobre cómo se originó el apretón de manos. Puede haberse originado en la antigua Grecia como un símbolo de paz entre dos personas, al mostrar que ninguna llevaba un arma.
La parte de agitar las manos durante un apretón puede haber comenzado en la Europa medieval, cuando los caballeros sacudían la mano de los demás en un intento de soltar cualquier arma oculta.
A los cuáqueros se les atribuye la popularización del apretón de manos después de haberlo considerado más igualitario que inclinarse.
El apretón de manos es un «gesto literal de conexión humana», un símbolo de cómo los humanos han evolucionado para ser animales profundamente sociales y táctiles, dice Cristine Legare, profesora de psicología de la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos.
Con una historia que se remonta miles de años, el apretón de manos podría estar demasiado arraigado como para dejar de hacerlo fácilmente.
«El hecho de que optáramos por realizar un golpe de codos como alternativa muestra cuán importante es el contacto, no queríamos perder esa conexión física», dice la profesora Legare.
No solo los humanos
Ese impulso biológico de tocar y ser tocado también se encuentra en otros animales. En la década de 1960, el psicólogo estadounidense Harry Harlow demostró cuán vital era el contacto y el afecto para el desarrollo de los jóvenes monos rhesus.
Otros ejemplos del reino animal incluyen a nuestros primos más cercanos: los chimpancés suelen tocarse las palmas, abrazarse y, a veces, besarse como una forma de saludo.
Las jirafas usan sus cuellos, que pueden alcanzar los dos metros de longitud, para participar en un tipo de comportamiento llamado «necking» (apriete), en el que los machos de la especie se entrelazan entre sí, se balancean y se frotan para evaluar la fuerza y el tamaño del otro y así establecer quién domina.
Dicho esto, existen numerosas formas de saludo humano en todo el mundo que evitan el riesgo de la transmisión.
Alternativas
Muchas culturas se saludan presionando las palmas de sus dos manos juntas con los dedos apuntando hacia arriba, mientras realizan una leve reverencia, siendo el saludo tradicional hindú de Namaste uno de los más conocidos.
En Samoa existe el «flash de cejas» que consiste en levantar las cejas mientras le sonríes a la persona a la que estás saludando.
En los países musulmanes, una mano sobre un corazón es una manera respetuosa de saludar a alguien a quien no estás acostumbrado a tocar.
Y está el signoshaka hawaiano, adoptado y popularizado por los surfistas estadounidenses, hecho al curvar los tres dedos medios y extender el pulgar y el dedo más pequeño mientras agitas la mano hacia adelante y hacia atrás para enfatizar.
El contacto físico no siempre se ha considerado tan vital. Durante la primera mitad del siglo XX, muchos psicólogos creían que mostrar afecto a los niños era simplemente un gesto sentimental que no tenía ningún propósito real, incluso advirtiendo que las muestras de afecto conllevaban el riesgo de propagar enfermedades y contribuir a problemas psicológicos en los adultos.
En su libro «Don’t Look, Don’t Touch» (No mires, no toques), el científico del comportamiento Val Curtis, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, dice que una posible razón por la que los apretones de manos y los besos en las mejillas han durado como forma de saludo, es porque indican que la otra persona es de confianza suficiente como para arriesgarse a compartir sus gérmenes.
De ahí que estas prácticas hayan entrado y salido de estilo dependiendo de los problemas de salud pública.
Desaconsejado
En la década de 1920, aparecieron artículos en el American Journal of Nursing (Revista estadounidense de enfermería) que advertían que las manos son agentes de transferencia bacteriana y recomendaban a los estadounidenses adoptar la costumbre que se usaba en China en ese momento: apretar tus propias manos cuando saludabas a un amigo.
Ha habido objeciones más recientes a los apretones de manos, anteriores al brote de coronavirus: en 2015, un hospital de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) estableció una zona libre de apretones de manos en su unidad de cuidados intensivos (política que solo duró seis meses).
Mientras tanto, muchas mujeres musulmanas en todo el mundo se han opuesto a los apretones de manos basándose en motivos religiosos.
Pero a pesar de tales reservas y objeciones a los apretones de manos, a medida que avanzaba el siglo XX, el gesto se convirtió en un símbolo casi universal e inexpugnable de saludo profesional.
Los estudios científicos del ritual han identificado cómo un buen apretón de manos activa la misma parte del cerebro que procesa otros tipos de estímulo de recompensa, como la buena comida, la bebida e incluso el sexo.
¿Un futuro sin apretones de manos?
A medida que algunos estados en EE.UU. comienzan a aflojar sus restricciones, el futuro del apretón de manos sigue siendo incierto.
«No creo que debamos volver a estrecharnos la mano nunca más, para ser honesto», dijo en abril el doctor Anthony Fauci, un miembro clave de la unidad especial de coronavirus de la Casa Blanca.
«No solo sería bueno para prevenir la enfermedad por coronavirus; probablemente disminuiría dramáticamente los casos de influenza en este país».
Es probable que las pautas de distanciamiento social se mantengan vigentes durante mucho tiempo, de acuerdo con las pautas del gobierno estadounidense para reabrir el país, especialmente para las personas vulnerables como los ancianos y las personas con comorbilidades médicas, como enfermedades pulmonares, obesidad y diabetes.
Esto podría llevar a lo que Stuart Wolf, presidente asociado de Integración Clínica y Operaciones en Dell Medical, llama una «distopía de ciencia ficción» donde la sociedad se dividiría entre aquellos que pueden tocar y ser tocados, y aquellos que deben permanecer aislados.
Eso podría generar graves consecuencias psicológicas, señala el doctor Wolf.
«Ya le damos tanta importancia a la juventud y al vigor en nuestra sociedad, y esta distinción artificial forzada entre los ancianos y los enfermos, y los jóvenes y sanos probablemente golpeará muy duro a algunas personas».
La necesidad de tener contacto físico está profundamente arraigada en nosotros. Hay una razón por la cual se estima que un presidente de EE.UU. se da la mano con 65.000 personas por año.
«Los hábitos son difíciles de desarraigar», dice Elke Weber, profesora de psicología y asuntos públicos en la Universidad de Princeton, quien estudia cómo las personas toman riesgos.
«Por otro lado, los hábitos y las costumbres sociales pueden cambiar, y lo hacen, cuando cambia el contexto social y económico y, en este caso, de salud. [Piensen en] el vendaje de pies en China, que también era una antigua costumbre».
Yaexisten muchas opciones de saludos sin contacto. La reverencia, por ejemplo, se practica ampliamente en todo el mundo, y a ella se le atribuye menos muertes por coronavirus en Tailandia.
También se puede mover una mano de un lado a otro, asentir con la cabeza, sonreír, y realizar todo tipo de señales con las manos que no requieren contacto físico.
Pero la profesora Legare señala que una de las ironías crueles del covid-19 es que es precisamente cuando los humanos se enfrentan a circunstancias estresantes cuando más dependen del contacto humano.
«Piensa en las formas en las que respondemos cuando las personas están afligidas por una muerte o algo malo que sucedió, es con un abrazo o podría simplemente ser sentándote a su lado y tocando su hombro».
Las formas de saludo que hemos adoptado durante la crisis sanitaria, como los golpes de puños o de codos, simplemente no alcanzan cuando se trata de conectividad humana.
Cada vez que los realizamos existe un conocimiento cómplice internalizado de cómo van contra la corriente de la amistad intuitiva, señala Steven Pinker, profesor de psicología en la Universidad de Harvard, en un artículo que escribió para The Harvard Gazette, el sitio web oficial de noticias de la universidad.
«Eso explica por qué, al menos en mi experiencia, las personas acompañan estos gestos con una pequeña carcajada, como para mostrarse mutuamente que las exhibiciones superficialmente agresivas son nuevas convenciones en un momento de contagio y se ofrecen en un espíritu de camaradería», dice Pinker.
Momento incómodo
Debido a su trabajo en salud pública, incluidas las enfermedades infecciosas, Deliana García ya estaba dejando de usar los apretones de manos con la mayoría de las personas. Pero algunos hábitos son más difíciles de romper que otros.
«Soy una fanática de los abrazos», dice García, señalando que el distanciamiento social con su madre de 85 años ha sido particularmente difícil.
«Ella está muy cerca, y solo quiero acercarme a ella, tomar su carita y darle un beso y decirle que la amo».
Este poderoso impulso choca con las preocupaciones sobre la transmisión, lo que resulta en un «baile incómodo» entre los dos, dice.
«Incluso mientras se acerca puedo sentir mi ansiedad… ¿y si la enfermo?», dice García. «Así que me retiro, pero si ella comienza a alejarse, la sigo. Necesito el tacto para sentirme segura y, sin embargo, no puedo dejar que se acerque. Nos repelemos unos a otros como dos imanes del mismo polo».
Por más difícil que sea un futuro sin apretones de manos o caricias, es mejor que la alternativa, dice la profesora Weber. «No creo que la gente esté exagerando en este momento, todo lo contrario».
«La supervivencia o el intento de mantenerse con vida es otro impulso humano básico importante. La alternativa es volver a la vida tal como la conocíamos e ignorar el hecho de que un gran número de personas mayores, con sobrepeso y personas con comorbilidades morirán hasta que establezcamos la inmunidad colectiva, lo que llevará un tiempo considerable».
Pero todavía no descartes al humilde apretón de manos.
Si bien evitar la enfermedad es una parte esencial de la supervivencia humana, también lo es vivir una vida social plena y compleja, dice Arthur Markman, profesor del departamento de psicología de la Universidad de Texas en Austin.
«Tal vez comencemos enfocándonos en un lavado de manos más rutinario, desinfectantes de manos y estrategias para evitar tocarse la cara, en lugar de dejar de tocar a otros por completo», dice.
«La verdadera preocupación es que desarrollaremos una nueva normalidad en la que no hay contacto, por lo que no nos daremos cuenta de lo que nos estamos perdiendo al no tener ningún contacto táctil con las personas en nuestra red social».
EL PASO — El otro día, armado con un cubrebocas, recorría a toda prisa los pasillos de un supermercado orgánico, evaluando los productos, apretando las naranjas y los tomates, cuando me vino un recuerdo.
Yo, a los 6 años, agachado para recoger estas mismas frutas y verduras en el Valle de San Joaquín, en California. Pasé los fines de semana de primavera y los abrasadores veranos de mi infancia en esos campos, bajo la mirada vigilante de mis padres. En mi adolescencia, mis padres, hermanos, primos y yo trabajamos como eslabones esenciales en una cadena de suministro que mantenía a Estados Unidos alimentado, pero siempre estuvimos a un paso de la burla, la detención y la deportación.
En la actualidad, cientos de miles de migrantes mexicanos y centroamericanos hacen ese trabajo. Según cálculos del Departamento de Agricultura, cerca de la mitad de los trabajadores agrícolas del país —más de un millón de trabajadores— son indocumentados. Los productores agrícolas y los contratistas de mano de obra estiman que el porcentaje real se acerca más al 75 por ciento.
De repente, ante la pandemia del coronavirus, estos trabajadores “ilegales” han sido considerados “esenciales” por el gobierno federal.
Tino, un trabajador indocumentado de Oaxaca, México, está cortando espárragos con un azadón en la misma granja donde mi familia trabajó alguna vez. Recoge tomates en verano y melones en otoño. Me dijo que su empleador le ha dado una carta —que guarda en su cartera, junto a una foto de su familia— para que cualquiera que lo interrogue sepa que él es un trabajador “crítico para la cadena de suministro de alimentos”. La carta fue autorizada por el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, la misma agencia que ha pasado diecisiete años tratando de deportarlo.
“No creo que esta carta impida que la migra me deporte”, me dijo Tino. “Pero me hace sentir que tal vez tenga una oportunidad en este país, aunque los estadounidenses pueden cambiar de opinión mañana”, agregó.
Fiel a las formas, Estados Unidos todavía lo quiere todo: quiere que se le alimente, pero también quiere satanizar a los inmigrantes indocumentados que lo hacen posible.
Recientemente, el presidente Donald Trump tuiteó que “suspendería temporalmente la inmigración en Estados Unidos”, una amenaza consecuente con la política de golpear al inmigrante como una piñata que promovió en su campaña de 2016. Menos de 24 horas después, el mandatario se echó para atrás ante la presión de grupos
empresariales temerosos de perder el acceso a la mano de obra extranjera y anunció que mantendría el programa de trabajadores invitados.
En el pasado, Estados Unidos ha recompensado a los soldados inmigrantes que han luchado en nuestras guerras con una vía hacia la ciudadanía. Hoy en día, los campos (junto con las plantas empacadoras de carne, los camiones de reparto y los estantes de las tiendas alimentos) son nuestra vanguardia, y la seguridad fronteriza no puede desvincularse de la seguridad alimentaria.
Es hora de ofrecer a todos los trabajadores esenciales un camino hacia la legalización.
Puede parecer difícil imaginar que esto suceda durante la presidencia que ha hecho suyo el lema “Construyamos el muro” y cuando el Congreso estadounidense apenas puede acordar medidas de emergencia para otorgar estímulos. Muchos miembros del Partido Republicano ya ni siquiera apoyan el DACA, el programa que protegía a los dreamers que crecieron en el país y que podría ser revocado por la Corte Suprema esta semana. Sin embargo, la pandemia pone de cabeza nuestra política normal.
“Hemos comenzado a hablar sobre los trabajadores esenciales como una categoría de superhéroes”, comentó Andrew Selee, presidente del Instituto de Políticas Migratorias, una organización apartidista, y autor de Vanishing Frontiers. Si la pandemia continúa durante un año o dos, dijo, debemos pensar “de manera audaz sobre cómo tratar a los trabajadores esenciales que han arriesgado su vida por todos nosotros, pero que no tienen documentos legales”.
Por supuesto, Estados Unidos siempre ha sido un país voluble. Aprendí esa lección cuando mi tía Esperanza, quien dirigía el equipo de peones entre los que se encontraban mi madre, mis hermanos y mis primos, gritaba: “Háganse arco”. ¡Agáchense!
Los trabajadores sin documentos dejaban el azadón y se dispersaban. Corrían, si no por sus vidas, casi con toda seguridad por sus medios de subsistencia. Mirábamos cómo las camionetas de la Patrulla Fronteriza se detenían de manera abrupta, levantando el polvo. Los trabajadores desafortunados se dirigían directamente a la zanja o canal más cercano. Algunos solo se tiraban al suelo, con la esperanza de encontrar refugio entre los surcos de betabel, tomate o algodón. A veces, los agentes los perseguían. Nosotros siempre estábamos a favor de la presa.
En más de una ocasión, los agentes se llevaron a mi madre y a mi tía Teresa y las encerraron en las jaulas de la parte trasera de la camioneta porque no tenían sus green cards. Corríamos a casa, buscábamos los documentos y nos dirigíamos a las oficinas de inmigración en Fresno, a unos 95 kilómetros de nuestro campo de cultivo en Oro Loma, rezando para llegar antes de que las deportaran.
Estábamos desesperados por probar que tenían todo el derecho de estar en esos campos desolados, como si le estuvieran quitando un trabajo soñado a otra persona.
En una ocasión, la tía Teresa parecía realmente decepcionada al ver nuestras caras sonrientes. Estaba enojada porque no la habían deportado.
“Extraño a México”, dijo.
A veces, la noche después de esas redadas, ocurría algo desconcertante. Algún contratista o productor agrícola llegaba en su coche hasta donde estábamos reunidos para cenar carne de res con papas en salsa verde acompañada de tortillas. Nos felicitaba por el duro trabajo que habíamos hecho ese día y luego nos preguntaba si sabíamos de alguien que quisiera venir a trabajar con nosotros.
Las instrucciones eran simples: correr la voz y difundir la petición del productor en nuestros pueblos en México, ya que había caído tanta lluvia ese invierno que en el verano todo lo que nos rodeaba estaba maduro, anhelando el toque humano. La temporada parecía prometedora, con mucha cosecha por recoger.
Hoy no ha cambiado mucho. Los vulnerables —los dreamers que prestan servicios para el cuidado de la salud; las mucamas de los hoteles; los empleados de las plantas lecheras y agrícolas; los meseros, los cocineros y los garroteros en la industria de los restaurantes, con un valor de 900.000 millones de dólares― siguen trabajando para alimentar a sus familias mientras se sienten desechables, sujetos a la deportación por una nación ingrata.
Tino, el campesino del Valle de San Joaquín, está preocupado por el coronavirus. Se pregunta si, después de haber pasado diecisiete años ocultándose de las autoridades de inmigración, no sería mejor regresar a Oaxaca, “donde preferiría morir”.
Sin embargo, los sueños de Tino superan sus miedos. Quiere lo mejor para su familia, incluyendo a su hijo nacido en Estados Unidos, quien está decidiendo en qué universidad estudiará en California. Por eso sigue con su trabajo, por el que le pagan 13,50 dólares la hora.
Entre otros, trabaja para Joe L. Del Bosque, de Del Bosque Farms, uno de los productores más grandes de melones orgánicos del país. Del Bosque emplea a casi 300 personas en cientos de hectáreas, y sus frutas y verduras se venden en casi todos los supermercados orgánicos de Estados Unidos, incluida la tienda donde ahora hago mis compras en El Paso.
“Tristemente, se ha requerido una pandemia para que los estadounidenses se den cuenta de que los alimentos en sus tiendas de abarrotes y en sus mesas están ahí en gran medida gracias a los trabajadores mexicanos, la mayoría de ellos sin documentos”, me dijo Del Bosque. “Son los trabajadores más vulnerables. No se están ocultando detrás de la pandemia en espera de un cheque de estímulo”.
Junto con otros agricultores, ha estado pidiéndole al Congreso durante los últimos años que legalice a los trabajadores del campo, si no como parte de una reforma migratoria integral, entonces como un proyecto de ley enfocado en los campesinos, dado que “se necesitan esos trabajadores hoy, mañana y durante mucho tiempo”.
“Con o sin el coronavirus, debemos reabastecer constantemente nuestra fuerza de trabajo para asegurar el suministro de alimentos”, agregó.
Algunos legisladores del Partido Demócrata, entre ellos la representante Veronica Escobar de El Paso, están ejerciendo presión para incluir la legalización en cualquier paquete actualizado de ayuda por el coronavirus. “La hipocresía en Estados Unidos
es que queremos el fruto de su labor como indocumentados, pero no queremos darles nada a cambio”, dijo.
Incluso ahora que el desempleo tiene una proyección del quince por ciento o más, Del Bosque me dijo que duda que algún día vea una fila de estadounidenses buscando trabajo en sus campos. Los pocos que han llegado a las 5:30 a. m. no regresan. Algunos, dijo, renuncian a este arduo trabajo antes de su primera pausa para el almuerzo.
Le teme a una inminente escasez de mano de obra. Una que no se debería a la reanudación de las redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos ni a un muro que pudiera mantener alejados a los trabajadores. Desde luego, le preocupa un posible brote de coronavirus, pero su preocupación más inmediata es que sus campesinos están envejeciendo. Su edad promedio es de 40 años. Mi vieja escuela, la Primaria Oro Loma, que alguna vez estuvo llena de niños mexicanos, cerró en 2010.
Los mexicanos son cada vez más escasos en los campos, pues menos hombres y mujeres migran cada año, ya sea porque encuentran mejores trabajos en México o debido a cuestiones demográficas. La tasa mexicana de natalidad cayó de 7,3 niños por mujer en la década de 1960 a 2,1 en 2018. Los que sí vienen quieren empleos mejor pagados en otras industrias.
La mejor manera de garantizar la seguridad alimentaria en el futuro es legalizar a los trabajadores actuales con el fin de mantenerlos aquí, además de ofrecer una vía hacia la legalización como incentivo para que lleguen más trabajadores agrícolas. Atraeríamos a personas no solo de México, sino cada vez más de Centroamérica y Sudamérica.
Del Bosque Farms ha dependido de los trabajadores mexicanos desde que los padres de Del Bosque, también inmigrantes mexicanos, comenzaron a contratarlos en la década de 1950 a través del Programa Bracero, que comenzó durante la Segunda Guerra Mundial. Ese programa emitió cerca de cinco millones de contratos para mexicanos, y los trajo a Estados Unidos como trabajadores invitados para que no hubiera escasez de mano de obra y los estadounidenses pudieran irse a combatir al extranjero.
Cientos de trabajadores que han laborado en Del Bosque Farms a lo largo de los años se han vuelto residentes legales, y muchos más han obtenido la ciudadanía, como mi padre, Juan Pablo.
Durante muchos años, mi padre pasó las primaveras y los veranos trabajando en Estados Unidos, pero todos los noviembres regresaba a su pueblo en México, donde tocaba en una banda llamada Los Pajaritos con sus cinco hermanos. No confiaba en que sus jefes estadounidenses fueran a aumentar su salario, y todo el tiempo le preocupaba la posibilidad de que lo deportaran de pronto, así que no se comprometía con ellos. Creía que los texanos eran los más prejuiciosos con los mexicanos.
Los chicos mexicanos trabajaban tan duro, argumentaron rancheros texanos durante uno de los periodos antinmigrantes cíclicos de Estados Unidos, que la contratación de mexicanos no debería considerarse un delito. Así, se adoptó en 1952 la disposición
texana conocida como Texas Proviso, la cual declaraba que emplear a trabajadores no autorizados no equivaldría “a albergarlos ni a ocultarlos”. Eso ayuda a explicar por qué los estadounidenses dicen que los inmigrantes son “ilegales”, pero no describen de la misma manera a los negocios que los contratan.
Cuando terminó el Programa Bracero en 1964 en medio de acusaciones de malos tratos a los mexicanos, mi padre pensó que ya se había hartado de arar la tierra con un tractor y cavar zanjas. Soñaba con administrar una tienda de abarrotes en México y criar a sus hijos en un paisaje rodeado de cerros. Sin embargo, era un trabajador tan esmerado que su jefe no podía concebir la idea de perderlo. Así que ayudó a mi padre a obtener una green card para cada uno de los miembros de su familia, incluyéndome. Más adelante, comenzó a trabajar para los Del Bosque.
Sin la legalización, se habría ido y probablemente jamás habría regresado.
Como inmigrante de 6 años, yo lloraba de noche bajo las estrellas de California, anhelando a México y estar con mis amigos y primos. Después, una noche, mientras mi madre me acomodaba las cobijas en la cama, acarició mi rostro: “Shhh, todos están aquí ahora”, susurró. Y tenía razón.
Ahora mis hermanos son un abogado, un contador, un conductor de camión y gerente de vantas, un guardia de seguridad, un procurador de fondos para la educación y un especialista en prótesis. Mis primos fueron a combatir en las guerras de Irak y Afganistán o a ayudar a dirigir centros médicos y empresas, incluyendo Walmart en Arkansas. Otros todavía trabajan en los campos de California, en las plantas cárnicas de Colorado, en asilos de ancianos o limpiando casas de gente rica. Muchos de nosotros hacemos un peregrinaje anual a nuestro pueblo de origen en el desierto mexicano, pero ya echamos raíces aquí.
Sin que nos lo agradezcan, estamos reabasteciendo a Estados Unidos.
La dureza de muchas de las situaciones que se han vivido con el coronavirus ha causado al final cierto cansancio psicológico, que se ha traducido en un incremento en la búsqueda de noticias positivas en los medios de comunicación.
Desde hace unas semanas, cuando la curva de contagiados y fallecidos empezó a remitir, muchos medios de comunicación se han lanzado a publicar más contenido positivo y optimista, al comprobar que había un incremento en la lectura de este tipo de noticias.
Algunos especialistas consideran que va a ser una tendencia que quedará fijada y que el incremento de consumo de noticias con final feliz y que irradien optimismo, va a incrementarse, y que por tanto los medios van a dar también más espacio a noticias de este tipo.
En algunos casos, incluso, se están creando secciones específicas de noticias positivas. Lo han hecho, por ejemplo, diarios como el Sydney Morning Herald, que puso en marcha una categoría para centralizar todas las noticias positivas; lo ha hecho el propio MSN (el agregador de noticias de Microsoft), The Washington Post, con The Daily Break, National Geographic, etc.
En todo caso, aunque la búsqueda expresa y la elaboración de este tipo de noticias se está incrementando por el horror que se ha vivido con la pandemia (y que sigue en parte), ya hay iniciativas de hace tiempo que han tratado de asentarse, como es el caso de Positive News, de Gran Bretaña, Yes Magazine, en EEUU, o En Positivo, en español, a las que se han sumado ahora otras, incluso de empresas, como el caso de La Luz al final del Túnel, de Renfe.
Los lectores se estaban desconectando completamente desanimados por las malas noticias
En el caso del Sydney Morning Herald, la editora Lisa Davies y la jefa de desarrollo de audiencia, Aimie Rigas, explicaban en la Internacional News Media Association (INMA), que habían notado que parte de su audiencia estaba tan desanimada por las noticias que se desconectaban por completo.
“Queríamos asegurarnos de que estas historias -indican las dos directivas- no se perdieran en la avalancha de noticias, por lo que creamos una etiqueta de Good News para reunir fácilmente las historias en un índice que se pudiera resaltar a través de las Notas del Editor a los suscriptores, en nuestro boletín COVID-19 y mediante cajas específicas en nuestras páginas de artículos. Esto también permitió encontrar y distribuir fácilmente las historias de Good News en nuestras páginas de inicio, ediciones impresas, ediciones de iPad, boletines, correos electrónicos de suscriptores y páginas sociales”.
Aparte de producir más noticias positivas y agruparlas bajo una categoría, para distribuirlas en todos los canales, tomaron otras iniciativas:
Se creó un grupo en Facebook de Good News, que redistribuía estas noticias. En pocos días había ya más de 3000 personas participando activamente en la redifusión de las noticias del periódico y la localización de otras.
También han creado una etiqueta de contenido “Life in Lockdown”. Incluye historias constructivas sobre lo que las personas pueden hacer durante este tiempo.
El Sydney Morning Herald también está ejecutando una columna diaria, Pandemia en Primera Persona, tanto impresa como en línea, brindando a los lectores la oportunidad de compartir sus historias conmovedoras o humorísticas del encierro
Las historias de Good News y Life in Lockdown tienen una página impresa dedicada en el periódico. Esto está proporcionando buenas imágenes para la edición impresa.
Las historias de Good News y Life in Lockdown se presentan en una sección titulada “Bright Spot” en el newsletter del Coronavirus y debajo de Another Thing y en Editor’s Picks en el boletín de la edición de la mañana.
El Papa ha pedido oraciones por los periodistas de los que ha dicho que en «este tiempo de pandemia arriesgan mucho y el trabajo es mucho» durante la misa que ha celebrado como cada día en Casa Santa Marta, donde vive en el Vaticano.
«Oremos hoy por los hombres y mujeres que trabajan en los medios de comunicación.
En este tiempo de pandemia arriesgan mucho y el trabajo es mucho. Que el Señor los ayude en este trabajo de transmitir, siempre, la verdad», ha pedido en la misa que ha sido retransmitida en directo en el portal de noticias del Vaticano ‘Vatican News’.
En su homilía, Francisco ha comentado el Evangelio del día y ha recordado que Jesús se presenta como la luz que ha venido al mundo «no para condenar, sino a salvarlo».
«De aquí deriva la misión de Jesús que es iluminar: Él es la luz del mundo. La misión de los apóstoles también es llevar esta luz, la luz de Jesús, porque el mundo está en la oscuridad», ha dicho el Papa.
De este modo ha señalado que el drama de la luz de Jesús es que fue rechazada ya que «su pueblo no lo acogió» porque «amaron más las tinieblas que la luz».
Y ha añadido: «Este también es nuestro drama, porque el pecado nos hace vivir en la oscuridad y no nos gusta ver la luz porque nos hace ver las cosas como son, nos hace ver la verdad. Precisamente la luz de Jesús nos hace ver la libertad, y la verdad» .
Por: Juan Carlos Martínez R – Director TNN@News -Socio del CPB –
«Círculo de Periodistas de Bogotá califica de vergonzosos perfilamientos del Ejército Nacional». Hasta ahí está bien. Y seguramente aplicarán todo el peso de la Ley si se demuestra que los oficiales caídos en desgracia y retirados de la institución violaron juramento «Honor, Patria, Lealtad», que ha publicado en varias ediciones la revista Semana. Es decir, es repetitivo el comportamiento de las agencias de inteligencia de Colombia. Inaceptable.
Otra cosa es que activistas económicos, políticos y sociales se filtren en el periodismo para sus ganancias personales y lo utilicen como ‘trampolín’ de contratar millones de pesos con el Estado, frecuencias de emisoras, noticieros de televisión, pauta publicitaria y negocios que pueden ser legales sino es porque se rasgan las vestiduras cuando no consiguen nada de lo anterior y utilizan micrófonos y cámaras de video que de una manera desenfrenada y descarada denuncian agresión a la libertad de prensa. Doble moral.
Sin embargo, otra cosa se piensa en el periodismo puro: se afecta la libertad de empresa camuflada de periodismo y se defienden con una cadena de nombres solidarios de comunicadores y otros que son activistas en el periodismo.
Qué pena que no manifiesten la misma reacción con los periodistas, reporteros, camarógrafos, fotógrafos, auxiliares, asistentes que graneados mes a mes son echados de los medios de comunicación. Ni una lagrima, voz de aliento o ayudita solidaria reciben los despedidos a la calle que terminan desfilando por el Capitolio de Bogotá, la Casa de Nariño o los ministerios en busca de algún ‘contratico’ para sobrevivir en el ‘canibalesco’ periodismo del país americano.
Estos activistas en los servicios de noticias son los mismos que por años han sonado con espectacularidad en grandes reportajes con guerrilleros de las Farc en campamentos transitorios sobre la extensa manigua del país y, una vez adquirida la fama, aparecen encabezando lista de los mismos movimientos con ideología a los que entrevistó, para cargos de elección popular -concejo, alcaldía- y, una vez más, el electorado engañado por activistas metidos en el periodismo.
Ahí vemos casi todas las noches en la televisión y oímos en una emisora periodista que fungió en el gobierno pasado como activista de los fallidos acuerdos de paz con las Farc contratada con cerca de 500 millones de pesos por pocos meses. Y también departiendo en el Capitolio con los líderes de esos movimientos que en el pasado llevaron en la cintura granadas, en el pecho cananas llenas de balas y en los hombros el fusil AK-47 con los que mataron a miles de colombianos y volvieron cenizas sus casitas y parcelas. Seguramente ahora más enamorada del ‘abuelito’ millonario porque ‘el palo no está para cucharas’.
Esos son algunos de los motivos por los cuales revistas, periódicos, noticieros ya no interesan a los ciudadanos. Se ‘fosilizan’ en los kioscos. Perdieron credibilidad. Las encuestas revelan que la imagen del periodista como formador de la realidad de lo que sucede en Colombia apenas pasa del 50%. Las redes sociales con sus defectos y muchas veces reportando ‘FakesNews’ llenaron ese espacio perdido por las empresas de noticias ‘invadidas’ de activistas y mercantilistas que se reinventan para intentar recuperar los negocios perdidos.
Los teléfonos inteligentes y las redes sociales, están destruyendo los formatos de noticias universales.
Es una verguenza. Mientras periodistas puros en las salas de redacción, algunos utilizados como idiotas útiles, estan asustados porque en cualquier momento les notifican que el contrato de uno o dos salarios mínimos, se cancela, activistas que claman solidaridad, no la expresan con los comunicadores parados que hacen fila para matricularse en el SISBEN.
Periodistas puros, no se dejen adoctrinar.
Es bien sabido de periodistas presuntamente simpatizantes de las Farc o de grupos criminales que debieron huir hacia otro país que financian a estos grupos terroristas y una vez obtenido el asilo político, fueron abandonados por sus ‘camaradas’. La pobreza, la soledad, el hambre los obligó regresar a su patria que los vio nacer.
Hay centenares de casos que por ahí caminan sin que nadie se apiade de su situación mientras los mandatarios regionales y locales reparten el presupuesto para los llamados ‘pulpos’ que son los finalmente favorecidos con la ‘torta’ para adular y ocultar la realidad en tiempos de coronavirus chino.
Están equivocados quienes creen que a la masa de colombianos les importa el alarido de los activistas vestidos de periodistas. No. Están ocupados es en sobrevivir a la pandemia.
Ojalá, a los organismos de control no les tiemble la mano para esculcar la ‘vulgar’ contratación publicitaria y encuesta alcaldía de Bogotá denunciada por el concejo mientras la población vulnerable llora de hambre y se levanta para protestar.
Los amoríos furtivos sexuales deben ser cosa del pasado. Prima el buen uso del erario.
* No se citan nombres porque es dar ‘munición’ para que griten en cada esquina que se les puso la soga en el cuello o la lápida en la espalda y cualquier cosa que les pase es reponsabilidad de quien los mencionó en el artículo, y no faltará perversamente quien haga el mandado.
PD- El autor de esta columna lleva 47 años en los medios de comunicación, 38 en el periodismo, 34 socio CPB, periodista del área política en casi todos los medios de comunicación nacionales e internacionales, estudios de Derecho y Ciencias Políticas (NT) Universidad Autónoma de Colombia, profesor Introducción a la Comunicación Universidad ‘Sergio Arboleda’, Premio Nacional de Periodismo ‘Antonio Nariño’, fundador y director TNN@News 14 años.
El CPB lamenta profundamente la muerte por COVID del periodista Paco Lasso, en Leticia. Pide al gobierno nacional extremar la atención al Amazonas, donde sufren lo indecible por los estragos que está causando la pandemia.