Destacada reseña de El Espectador a la obra de Patricia Suárez, socia del CPB, consistente en la pintura de 50 rostros que la autora tituló »Anónimas».
Por: Manoëlle Wasseige y Fabrice de Kerchove
La figura humana, el ser humano en todas sus dimensiones, en todas sus contradicciones y su complejidad están en el centro del trabajo de Patricia Suárez. En particular, en su obra plástica, como lo ilustra la serie de 50 rostros femeninos, pintados con acrílico sobre lienzo libre, que va a exponer en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño del 11 de octubre al 15 de noviembre.
Esta expresión polimorfa caracteriza precisamente la práctica artística de Patricia Suarez, traduciendo una comprensión amplia y detallada del humano a través de la pintura, la poesía, el bordado, el tejido en telar, también a través de la música…
Formada, entre otros, en los Países Bajos y en Cuba, Patricia Suarez es seguramente una artista completa y comprometida. En éste sentido, los rostros de mujeres, que nos comparte para su exposición “Anónimas”, constituyen el hilo conductor y, quizás, la culminación de un planteamiento plural.
Si el resultado es abundante y cautivador – cada mirada sorprende, nos detiene por un instante, instante que a veces se prolonga – la técnica es sencilla. Las caras están esbozadas con una trazo continuo y seguro, los colores dispuestos en planos a veces vivos y contrastados, otras, suaves y matizados, dependiendo de las emociones que quiere expresar.
El hilo, que era su principal material cuando estaba creando tapices o bordados figurativos, permanece presente de manera sutil en su pintura para destacar los contornos de estas obras delicadas, como una línea clara que delimita las formas, moldea los rostros.
La sobriedad que caracteriza la pintura de Patricia Suarez también se encuentra en su poesía: unas palabras acá, unos trazos allá, evocan un universo escondido que transciende la realidad.
De establecer un paralelismo en la Historia del Arte, pensaríamos primero a Modigliani o Matisse por la sinuosidad de las líneas y por la sutileza de los planos de color. Sin embargo, la intensidad de las miradas y la frontalidad de los rostros evocan también los retratos funerarios de El Fayum que se remontan a la tradición pictórica griega de la Escuela de Alexandria (I – IV siglo de nuestra era).
Como escribió en “Las Voces del Silencio” André Malraux, quien veía en las miradas de estas personas ausentes a través del retrato que ornaba las momias, una “luz de vida eterna”, una “ternura difusa”. Si las Anónimas de Patricia Suárez comparten con estos últimos una cierta universalidad, de representación arquetípica de la vida, sus «rostros” son imaginarios y se alejan de esta “pesquisa de la inmovilidad” que evocaba Malraux. Los rostros en la pintura de Patricia Suárez no representan a nadie en particular, o mejor decir representan a todo el mundo. Exaltan una gran diversidad de sentimientos, de expresiones, humores terrestres, de tormentas interiores, de desesperaciones mudas o de alegrías sinceras, un abanico de serenidad, de orgullo, de angustia.
Toda la paleta humana desfila en estas caras incógnitas, productos de la imaginación de la artista quien, en lugar de inspirarse en personas existentes, nos comenta haber encontrado la fuente de su trabajo en las expresiones y gestos de las pasajeras en el metro de Madrid, en las calles y pueblos de México, allí donde percibía y sentía la dificultad, el dolor de vivir…
En concordancia con la universalidad de su trabajo, dice Patricia Suarez se encuentra con estos mismos rostros, después de pintarlos, ahora encarnados en la multitud anónima de su barrio de la Candelaria, en Bogotá, o a las orillas de los canales de Ámsterdam. Así se cierra el círculo, donde “no se trata de pintar la vida, se trata de hacer viva la pintura”…
Tomado por: El Espectador