Revista Anfibia y Cosecha Roja se unieron para crear la Beca Cosecha Anfibia, un programa de formación para periodistas con experiencia, directores, editores de medios y líderes de equipos de comunicación de América Latina. La iniciativa promueve un espacio para repensar el periodismo con el aporte de los principales exponentes del pensamiento contemporáneo.
Durante cuatro meses, quienes resulten seleccionados participaán en espacios de reflexión y recibirán marcos teóricos de vanguardia y herramientas prácticas para la escritura. El programa parte de la experiencia de la Beca Cosecha Roja, que formó a más de 120 periodistas a lo largo de los últimos cuatro años, y los Talleres de Revista Anfibia, que fueron un prisma por donde pasaron muchos de los temas abordados en la publicación.
La Beca también ofrecerá conferencias magistrales sobre futuros, crisis ecológica, feminismos y periodismos.
“La pandemia transformó nuestras vidas, nuestras formas de trabajo, las economías, los vínculos, las formas de la democracia y del ejercicio del control. ¿Qué futuros posibles imagina la filosofía contemporánea? ¿Cuál es la ceguera epistémica que se oculta detrás de la pandemia? ¿Cómo administra el poder las fronteras entre la vida y la muerte? ¿Y qué relatos construye a partir del nuevo rol del estado?”, son algunos de los interrogantes que abordará el programa.
Participarán del espacio numerosos intelectuales de renombre; algunos han producido materiales considerados clásicos en sus disciplinas, mientras que otros son jóvenes figuras emergentes del pensamiento contemporáneo. Ellos son: Vandana Shiva (filósofa, activista y escritora), Sayak Valencia (filósofa, poeta y perfomer), Jaime Abello (director de la Fundación Gabo), Paula Sibilia (antropóloga y ensayista), Gabriel Markus (doctor en Filosofía y ensayista), Yuk Hui (doctor en Filosofía), Mara Viveros Vigoya (antropóloga y economista), Silvio Waisbord (teórico y académico), Cristina Rivera Garza (escritora y académica), Helen Hester (ensayista y profesora), Inés Camilloni (directora en Ciencias de la Atmósfera), Anabella Rosemberg (experta en crisis climática) y Srecko Horvat.
Los organizadores de la beca resaltaron a su vez que la actual crisis sanitaria, económica y social provocada por el coronavirus representa un gran desafío para directores, editores y líderes de grandes equipos de la región: “No sólo cómo narrar, investigar e informar sobre lo que está pasando sino hacerlo con nuevos marcos interpretativos. La Beca Cosecha Anfibia construye un recorrido posible por las grandes ideas contemporáneas, un modo de habitar el presente en diálogo con el conocimiento para producir transformaciones futuras. No sólo se trata de sobrevivir o de resistir, se trata también de crear una nueva conciencia para producir nuevos sentidos con más libertad”.
También habrá un encuentro semanal coordinado por Cristian Alarcón, el director de Revista Anfibia y Cosecha Roja. El acrónimo del formato es SPA (Sensaciones Periodísticas Anfibias) y tendrá como objetivo reflexionar sobre los contenidos incorporados para plasmarlos en la redacción de un ensayo sobre el futuro del periodismo: “Ha sido concebido como un espacio de relax intelectual en el que la circulación de las ideas y el compartir las experiencias posibiliten la reflexión crítica y la escritura. En la selección de los 16 becarios del programa será clave la propuesta temática para crear un ensayo narrativo sobre el futuro del periodismo en el contexto de una pandemia eternizada. Semejante desafío requiere mínimamente de confort, hedonismo y disfrute”.
“Los periodistas no necesitamos discursos de autoayuda ni de salvación individual. Necesitamos aclarar cuáles son las peleas fundamentales, que debe preocuparnos más allá de la noticia urgente y el agotador conteo de muertos”, dice Alarcón. Y agrega: “A la reconversión de los medios ante la crisis global debemos nutrirla con la profundidad del conocimiento contemporáneo: la filosofía, las ciencias sociales, la ecología, los feminismos son la proteína de este alimento deseado”, agrega la descripción de la iniciativa.
Los ensayos del SPA serán publicados en diversos medios de América Latina, Revista Anfibia y un libro editado en 2021. Al término de la cursada se entregará una certificación del programa Lectura Mundi de la Universidad Nacional de San Martín.
El jurado, que tendrá la misión de seleccionar a los 16 becarios, está integrado por Rossana Reguillo (México), Mónica González (Chile) y Mario Greco (Argentina).
La Beca nació en 2016 como un proceso de formación teórico-práctica para periodistas de América Latina sobre tres ejes: juventud, desigualdad y pobreza; feminismos, violencia contra las mujeres y crímenes de odio, y narrativas. En estos cuatro años participaron más de 100 periodistas de Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Perú, Venezuela, Uruguay, Panamá, Paraguay y España.
Los historiadores han rastreado el origen de este género que propone ir más allá de la cobertura simple y rutinaria para descubrir –y luego mostrar con detalle– vidas, lugares e historias que resultan invisibles ante los ojos de los lectores habituados a los resúmenes informativos.
Entre los pioneros de este tipo de búsquedas está nada menos que el célebre Charles Dickens quien, en 1836, con solo 21 años, recibió el encargo de The Morning Chronicle de abandonar las coberturas políticas para buscar historias en la sordidez del Londres desconocido. Sus relatos tuvieron gran éxito y es probable que fueran la semilla de sus posteriores novelas.
A partir de entonces la lista de reporteros que lograron fama por sus trabajos de “inmersión” es larga, aunque es necesario decirlo, tenemos referencias amplias del periodismo norteamericano, pero escasas del europeo.
Por ejemplo conocemos los casos de Nellie Bly, reportera del World, de Pulitzer, que logró hacerse pasar por demente, ser internada en un manicomio neoyorkino y luego publicar una demoledora serie denunciando las terribles condiciones de los enfermos mentales.
Dos periodistas que andando los años se harían famosos tuvieron experiencias parecidas en los bajos mundos de Londres y París. En 1902, el entonces reportero Jack London pretendía viajar a Sudáfrica para cubrir la guerra de los bóers. Llevaba varios meses varado en Londres, sin ninguna posibilidad de viajar, hasta que se le ocurrió la idea de hacerse pasar por marinero desempleado y vivir como mendigo.
La experiencia fue contada en el libro El pueblo del abismo (The People of the Abyss) y provocó gran conmoción. En su introducción London escribió: “Viví las experiencias recogidas en este volumen en el verano de 1902. Bajé a los submundos de Londres con una actitud mental propia de un explorador. Estaba abierto a ser más convencido por lo que vieran mis propios ojos que por las enseñanzas de esos que fueron y vieron antes que yo”.
El otro caso es George Orwell, el célebre autor de 1984. Orwell (cuyo verdadero nombre era Eric Blair), pasó penurias de mendigo en París y Londres, en 1931. Dos años tardó en escribir y finalmente publicar una larga crónica-testimonio sobre esta experiencia. La tituló Down and Out in Paris and London (en la edición en castellano se llama Sin blanca en París y Londres. Al final de su relato escribió: “A pesar de todo, algo he aprendido. Nunca volveré a pensar que los vagabundos son malhechores borrachos, ni esperaré que un mendigo se sienta agradecido cuando le dé un penique, ni me sorprenderá que a los desempleados les falten energías, ni haré donativos al Ejército de Salvación, ni empeñaré mi ropa, ni rechazaré un folleto por la calle, ni disfrutaré de una comida en un restaurante pequeño. Por algo se empieza”.
Otro relato famoso de periodismo gonzo es el del norteamericano Hunter Thompson, quien se infiltró en la temible banda de motociclistas Ángeles del Infierno y compartió con sus miembros una vida de alcohol, drogas y latrocinio para luego contarla en crónicas que le costaron, como represalia, una terrible paliza de sus antiguos compañeros de ruta.
De Europa debemos destacar al alemán Günter Wallraff, quien ha acuñado esta fórmula de hacer periodismo: “Hay que enmascararse para desenmascarar”, la cual practica desde los años sesenta. Quizá su libro más conocido sea Cabeza de turco. Allí cuenta cómo se disfrazó para conocer y luego contar las penurias de los migrantes turcos en Alemania: “Encargué a un especialista que me fabricara dos finas lentillas de contacto, de color muy oscuro… me encasqueté una peluca negra para mis entonces ya ralos cabellos, lo que me hizo parecer varios años más joven”. Luego se lanzó a buscar trabajo recogiendo información que se publicaría en el diario Bild.
Pero no avanzaremos ahora en esta apasionante forma de hacer periodismo, de la que hay abundante bibliografía, para dar paso a las tres historias que habían sido olvidadas y que hemos recogido aquí.
Bibliografía consultada
Brincourt, Christian y Leblanc, Michel. Los Reporteros. Noguer. Madrid. 1973.
London, Jack.El pueblo del abismo. Valdemar. Madrid. 2003.
Montoro, Isaac Felipe.Yo fui Mendigo. Impresora y Editora POPULAR. 2da. Edición. Lima. 1974.
Orwell, George.Sin blanca en París y Londres. Debate. Barcelona. 2015.
Salcedo, José María.El vuelo de la bala. Arte&Comunicación. Lima. 1990
Wallraff, Günter.Cabeza de Turco. Círculo de Lectores. Barcelona, 1987.
Wallraff, Günter.Con los perdedores del mejor de los mundos. Anagrama. Barcelona. 2010.
Weingarten, Marc.La banda que escribía torcido. Una historia del Nuevo Periodismo. Libros del K.O. Madrid. 2013.
Periódicos y revistas
Expreso. 18, 19, 20 y 21 de noviembre de 1961
La Tercera. 18, 19, 21, 22, 23, 24, 25, 26 y 27 de agosto de 1992
Descubre los reportajes en profundidad de Muy Historia. Nuestros expertos, historiadores y periodistas te contarán los enigmas y leyendas más increíbles de la antigüedad, la historia detrás de las batallas y guerras más sorprendentes, el apasionante retrato de los personajes que cambiaron el rumbo de la historia y mucho más.
Nadie podría negar que el presidente Duque ha tenido afortunadas iniciativas ante la gravedad de la pandemia que tiene arrodillada a Colombia. Pero eso no implica que nos callemos frente a los graves errores, fallas y mentiras, del gobierno durante esta terrible emergencia.
Incitados por la magia de un Iván Duque, que se convirtió en Emperador y en presentador de televisión, mediante el indebido uso de miles de millones de pesos que eran para la paz, y de la apropiación abusiva de los canales de la TV, al estilo de algunos tiranos gobernantes de izquierda y de derecha, de algunas naciones, para imponer mitos, supuestas verdades que no lo son, y cuanto quieren mostrar, como acierto. Pocos se atreven a denunciar, a confrontarlos, o a desmentirlos, por compromisos, o porque falta carácter crítico y de fiscalización, propio del periodismo independiente.
Nunca, jamás, en los 66 años que tiene nuestra televisión, un presidente cometió tamaño abuso y atropello; ninguno se atrevió a adueñarse dictatorialmente de todos los canales de la televisión. ¡Tamaño abuso, tamaña osadía!
Sirva de ejemplo de respeto por los colombianos, que, siendo yo director de Inravisión, durante el gobierno del Presidente Belisario Betancur, cuando él tenía algo muy importante que informarle al país, me, insistía: “Gustavo, esté atento a que este mensaje se emita solo por un canal, para no incomodar a los televidentes, ni dañarles sus programitas”. Esto lo puede atestiguar el periodista Fernando Barrero Chávez, que era su Jefe de Prensa.
Pero hoy no hay respeto, ni decoro, ni delicadeza, ni dignidad, y sí un tremendo abuso de autoridad para poder falsear las cosas desde el alto gobierno, donde hay ministros mentirosos, como los de Salud y Comercio, que además, manipulan la información para “vender” unas supuestas maravillas del régimen.
El hecho vergonzosos ya pasó, pero es bueno recordar que aunque al presidente y al ministro de “la Feria del IVA”, les aconsejaron y les insistieron públicamente, (en especial los médicos y los alcaldes), que en lugar de sacar “por decreto” a la gente a la calle a tirarse sus ahorritos o a endeudarse, Más bien, para no dañar la cuarentena y no poner a la gente en riesgo de contagio, les pidieron que redujeran reducir la “Feria del IVA”, a una ronda de compras virtuales.
Pero “no les pararon bolas”; es bien conocida ya la terquedad presidencial en contra de lo obvio, demostrada hasta en que no quería ordenar el cierre de los aeropuertos y las fronteras, ni la cuarentena, que a regañadientes ordenó por pocos días, porque tampoco quiso entender que los Médicos y algunos alcaldes y columnistas le advertían que el fenómeno iba para largo. Y entonces, de tumbo en tumbo, fue extendiendo el confinamiento ciudadano, y ahora dice que esto va a durar años. A reconocer todo esto lo obligó la consciente y decidida presión de médicos, periodistas, empresarios, agremiaciones de varios sectores, congresistas, y de la opinión pública en general, como consta en los archivos de periódicos y noticieros de abril y marzo pasado.
Lo cierto es que, pese a las advertencias por riesgo de contagio, el presidente y sus ministros de Comercio y Salud, irresponsablemente incitaron a la gente a salir de sus casas a comprar lo que fuera. A gastarse sus ahorros, en electrodomésticos, y cachivaches de toda índole, o a que se endeudaran, lo cual a muchos les va a pesar pues lo de la pandemia, como ya se sabe va muy para largo, lo que ya aceptó el gobierno.
Es bueno recordar cuánto refunfuñó el presidente, cuando en abril le decían que había que declarar la cuarentena por lo menos hasta finales de junio. Luego de que este, hasta cuando la víspera de “La Feria del IVA” y durante los largos meses de su abuso con la televisión, el. Noche a noche le rogaba a los niños, los jóvenes las madres y a “los abuelitos”, (hoy indignados), que se lavaran las manos, y que no salieran a la calle porque era un riesgo para su vida.
Y el día de “La Feria de IVA”, hordas de gente incivilizada, afloraron en toda la geografía nacional, como lo registraron los noticieros de televisión y radio con informes desde Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga, Cúcuta, Pereira, Soledad, Valledupar, Soacha, Santa Marta, y muchas otras ciudades, para comprar y “ganarse” lo de un IVA que para muchos fue un engaño, porque algunos comerciantes inescrupulosos, abusaron sin que la hoy ineficiente Superintendencia de Industria y Comercio lo evitara. Además, el incumplimiento de las medidas de bioseguridad de algunos comerciantes, y la irresponsabilidad de miles personas sin tapabocas que se empujaban, gritaban, insultaba, y hasta se agredían, mientras compraban compulsivamente. ¡Qué exitazo de contagio!
Hipócritamente, todo esto siguen intentado minimizarlo y desmentirlo, (sin lograrlo, claro está), el Primer Mandatario, el “ministro de La feria del IVA”, y algunos “negacionistas” de la realidad que actúan como rescatistas de la desquebrajada imagen del hoy mandatario “presentador de televisión”, pretendiendo tapar el sol con “un dedo”, y convencernos de su autoengaño, pues como “El Pibe”, repiten: sin cesar: “¡Todo bien, todo bien!”…Pero la verdad se impuso ya, pues andan buscando cómo cambiar las reglas del juego para que los colombianos se gasten hasta lo que no tienen, pero de otra forma, tal vez virtualmente. Pero: ¿si lo del 19 de junio, “fue todo un éxito del que nos sentimos orgullosos”, ¿por qué cambiar?
Lo han dicho ya profusamente los médicos: “muy pronto se verá el contagio por la terrible testarudez de no haber limitado el día sin IVA, al comercio virtual, en lugar de sacar a la gente de sus hogares a que se infectara. El Ministro y los fanáticos limpiadores de imagen, pareciera que ven el asunto con la lógica inglesa de la ubicación del timón de los carros “a la derecha”; o como la de los espejos, o las cámaras digitales que muestran la cara de la gente, al revés.
Quedan solo dos cosas pendientes, una: ¿Será que alguien se va a responsabilizar de la muerte de quienes se “envenenaron” ese deplorable día en que los medios colombianos mostraron el caos de “la feria del IVA” en todo el país, criticada por muchos columnistas; y lo peor, hazmerreir de muchos medios internacionales de comunicación que hasta se burlaron de Colombia y su “Covid Friday”; entre ellos: El emblemático Bloomberg, The New York Times, The Financial Times, BBC Mundo, France 24, y otros menos importantes.
Finalizo con esta, a tiempo juiciosa reflexión de Juan Camilo Restrepo: “No deja de tener un sabor chocante la profusa campaña para que se compren cosas suntuarias de alto valor en el día del IVA. Qué pensarán los millones de hogares que esta crisis ha dejado sin con que comprar siquiera un mercado ante esta invitación al consumismo elitista?
El 25 de junio 2020 se presentó ante el Senado de Brasil un proyecto de ley para luchar contra la difusión de información falsa, que contempla medidas que amenazan gravemente la libertad de información y el derecho a la privacidad de los ciudadanos. Reporteros sin Fronteras (RSF) recomienda que se retire este proyecto de ley y se realice una amplia consulta pública para que se elabore un nuevo texto que respete los estándares internacionales de libertad de expresión.
El proyecto de “Ley Brasileña de Libertad, Responsabilidad y Transparencia en Internet (proyecto de Ley 2.630/2020- Lei Brasileira de Liberdade, Responsabilidade e Transparência na Internet), debatido apresuradamente y en condiciones inusuales debido a la pandemia de coronavirus, propone luchar contra la “industria de las fake news” en el país.
La votación de este proyecto fue pospuesta dos veces consecutivas en junio pasado, bajo la presión de numerosas organizaciones de la sociedad civil –entre ellas RSF– y tras varias divergencias entre los parlamentarios. El texto sometido a votación en el Senado el 25 de junio de 2020 incluye medidas muy preocupantes, como el establecimiento de un sistema de vigilancia masiva de los internautas. Asimismo, prevé sanciones desproporcionadas que amenazan directamente la libertad de expresión y de opinión, así como el respeto de la privacidad de los ciudadanos en internet.
Estos son algunos de los elementos más preocupantes del texto:
Todos los usuarios de las redes sociales y de las aplicaciones de mensajería instantánea se verán obligados a presentar sus documentos de identidad y a contar con un número de teléfono móvil activo, lo que de hecho equivale a privar a miles de brasileños del acceso a estos servicios básicos.
Las plataformas de almacenamiento de datos y las aplicaciones de mensajería instantánea deberán conservar los registros, durante al menos cuatro meses, de todos los mensajes compartidos e intercambiados. Esto significa que cualquier persona (periodista, investigador, parlamentario, etc.) que comparta y/o denuncie un contenido sospechoso deberá probar después que no tiene ninguna relación con las organizaciones o individuos que difunden información falsa de forma masiva e intencionada.
El objetivo de estas dos obligaciones es poder rastrear el origen de las campañas de desinformación, para identificar y sancionar a los autores. El rastreo de información compartida a través de aplicaciones de mensajería privada atenta gravemente contra el derecho a la confidencialidad de las fuentes periodísticas.
Asimismo, la instauración de este mecanismo de vigilancia obligará a las empresas a adoptar disposiciones que limiten la protección de la privacidad de los usuarios de sus servicios, sin garantías de que quienes han generado las campañas de desinformación no puedan eludir estos dispositivos.
El endurecimiento de las penas para sancionar a quienes propaguen información falsa.
Los criterios elegidos para identificar la información falsa son ambiguos a propósito y se basan en conceptos demasiado amplios, como “las preferencias políticas”, o las amenazas para “la paz social” y “el orden económico”. Esto deja la puerta abierta a interpretaciones y, por tanto, a imponer sanciones desproporcionadas a personas que toman partido y a publicaciones legítimas.
El bloqueo generalizado y nacional de las redes sociales y de los servicios de mensajería instantánea que no respeten las nuevas obligaciones.
En Brasil, recientemente las autoridades judiciales suspendieron plataformas y servicios como Whatsapp y Youtube. Se trata de una solución inadecuada y contraproducente, que podría equipararse a un intento de censura y que afecta a todos sus usuarios, privándolos del acceso a la información.
Por otra parte, el bloqueo de servicios de mensajería dificulta el trabajo de los periodistas, sobre todo de aquellos que, para proteger a sus fuentes, emplean tecnologías de cifrado.
“Un asunto tan importante como la desinformación no puede debatirse de forma precipitada, sino que requiere una amplia consulta en la que participen todos los actores de la sociedad. Los parlamentarios brasileños no pueden ignorar la amenaza que representa este proyecto de ley para el futuro de las libertades en línea y para la democracia en general”, señaló Emmanuel Colombié, director del Despacho América Latina de RSF. “Es muy preocupante la insistencia del Senado para que se apruebe esta ley mientras Brasil se ve duramente golpeado por la pandemia de Covid19 y los ataques a periodistas se agravan en el país. RSF pide que se retire este texto y que se lleve a cabo un verdadero debate sobre el tema, a fin de que se elabore una nueva propuesta legislativa que respete las normas de libertad de expresión y el derecho a la privacidad de los internautas”, añadió.
Este tipo de regulaciones pueden tener consecuencias nefastas. A escala internacional, RSF registra cada vez más casos de periodistas perseguidos en nombre de la lucha contra la desinformación en línea, cuando lo único que hacen es su trabajo.
Por otra parte, castigar la difusión de “noticias falsas” equivale a suprimir el derecho de rectificación de los periodistas. Algunas leyes prevén penas muy severas sin tomar en cuenta la intención de los reporteros, que a veces simplemente se equivocan. En cualquier caso, existe una desproporción entre la información, incluso aunque resulte falsa, y la sanción.
Para luchar contra la desinformación en línea, RSF recomienda a las autoridades brasileñas que promuevan mecanismos de autorregulación que fomenten el respeto de las normas y la ética periodísticas, como la Iniciativa de Confianza en el Periodismo (Journalism Trust Initiative, JTI).
Esta iniciativa, lanzada por RSF y sus colaboradores, busca ser una referencia para un periodismo confiable, por lo que ofrece indicadores de fiabilidad e independencia de la información. Asimismo, permite a los medios de comunicación autoevaluarse, adherirse a estas normas y publicar voluntariamente los resultados. Entre los indicadores se incluyen la transparencia de la propiedad de los medios de comunicación y sus fuentes de ingresos, así como otras buenas prácticas.
Las plataformas también pueden emplear estos estándares como “factor de integridad” de sus algoritmos. La indexación de contenidos se basa en numerosos elementos, pero hasta ahora, no se había hecho según procesos editoriales y principios periodísticos básicos.
Brasil se encuentra en el lugar 107, entre 180 países, en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa publicada en 2020 por RSF.
BUENOS AIRES — Me espiaron. La justicia federal argentina ya confirmó que agentes de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) me tuvieron en la mira al menos durante 2018. Me fotografiaron y me grabaron en la vía pública.
Me espiaron mientras trabajaba una investigación que incomodaba al poder político y empresarial. Ahora sé que, mientras buscaban identificar las fuentes periodísticas que me ayudaron a revelar cómo fue el capítulo argentino del Lava Jato, una pesquisa sobre la corrupción en el país, me siguieron, analizaron dónde vivo, en qué automóviles me muevo, cuál era mi nivel de vida y hasta fueron a la casa de mis padres —dos jubilados por arriba de los 70 años—. Queda más por salir a la luz; por ejemplo, si evaluaron colocar una bomba en la puerta de mi casa.
El espionaje en la Argentina —como en otros países de América Latina— poco y nada tienen en común con las películas de James Bond. Y sí tienen mucho que ver con el debilitado estado actual de la libertad de prensa y de la democracia en nuestro hemisferio.
Este proceso me ha enseñado por lo menos cinco lecciones.
1. El espionaje es un atajo para los tramposos
Me enteré de que me espiaban de manera ilegal por un expediente que impulsa la justicia argentina. No fui el único objetivo. Las tareas de inteligencia indebida también alcanzaron a la expresidenta —y actual vicepresidenta— Cristina Fernández de Kirchner, a otros políticos —incluidos algunos del mismo bando político que el entonces presidente Mauricio Macri (como el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta)— y a sindicalistas, jueces, obispos, líderes sociales y otros periodistas.
Los espías querían acceder a lo que de otro modo no tenían forma de saber de sus “objetivos”. Se trata de la tentación de obtener beneficios, muy rápido, por la vía de un atajo. Si sos un político, una escucha telefónica clandestina, te permitirá conocer y contrarrestar los planes del candidato rival en la campaña. Si sos un empresario, te dará la oportunidad de saber cuánto ofertará un competidor, presentar un valor más bajo y derrotarlo en la licitación. Y si la prensa te investiga, acaso encuentres la fórmula secreta para amedrentar o silenciar a ese periodista tan molesto.
2. El espionaje es sistemático, no un simple caso aislado
Este mecanismo delictivo integra una investigación de la justicia que lleva ya meses y se inserta dentro de un rompecabezas más amplio que incluye varios expedientes judiciales y una investigación bicameral del Congreso nacional y que evidencia los métodos antidemocráticos a los que ha recurrido la inteligencia argentina. Combinados, permiten vislumbrar que el espionaje ilegal no se acotó a unos pocos casos aislados, propios de algún funcionario desquiciado, sino que resultó una operación sistemática.
3. Promesas de cambio para que nada cambie
Políticos de todos los partidos que llegaron a la Casa Rosada durante los últimos treinta años han tropezado con la misma piedra. Desde Carlos Menem, cuyo servicio de espionaje (conocido entonces como Secretaría de Inteligencia del Estado, SIDE) le pagó 400.000 dólares a un sospechoso para que incriminara a otros en tribunales y terminó arruinando, quizá para siempre, la investigación sobre el atentado contra la sede de la AMIA, a Cristina Fernández de Kirchner, quien disolvió la SIDE para recrearla como Agencia Federal de Inteligencia en los días que siguieron a la muerte del fiscal Alberto Nisman en 2015. El resultado ha sido el más puro gatopardismo: los gobiernos anunciaron reformas más o menos profundas, pero los problemas de fondo de la inteligencia argentina siguieron sin resolverse.
4. El espionaje es anárquico
El espionaje argentino está disperso. Ni todos los que trabajan en la AFI son espías, ni todos los espías que deambulan por las calles o el ciberespacio trabajan para la AFI. Hay quienes husmean o han husmeado durante los últimos tiempos para otras fuerzas de seguridad —sea la policía federal, la Gendarmería, la Prefectura o las policías provinciales—, los que fisgonean para las fuerzas armadas —Ejército y Armada, en particular— y los que ofrecen sus servicios en el sector privado. Prácticas de las que han dado cuenta varias investigaciones.
5. Es mejor prevenir que lamentar
Si el espionaje es sistemático, recurrente y anárquico, entonces la opción más sensata para una figura pública es moverse dando por sentado que lo espían. No para sumirse en las fauces de la paranoia, pero sí para redoblar los recaudos. Y en el caso de los periodistas, para proteger a sus fuentes y encriptar sus teléfonos y computadoras.
Semejante panorama explica por qué Alberto Fernández anunció la intervención y reforma de la AFI cuando asumió la presidencia en diciembre de 2019. “Tomamos la decisión de terminar con los sótanos de la democracia”, dijo cuando inauguró las sesiones del Congreso, el 1 de marzo, para ponerle “fin al oscurantismo”. Es hora de hacerlo.
De las cinco enseñanzas de este proceso, acaso la más difícil es que tenemos pocas herramientas legales para proteger la privacidad, libertad de expresión y el Estado de derecho. La prensa independiente y el disenso político son indispensables si queremos un mejor país.
El presidente enunció lo que organizaciones de la sociedad civil nucleadas en la llamada “Iniciativa Ciudadana para el Control del Sistema de Inteligencia (ICCSI)” reclaman desde hace muchos años: profesionalizar e institucionalizar la inteligencia argentina, establecer “mecanismos efectivos de control democrático” sobre sus acciones y su presupuesto, transparentar sus acciones todo lo que sea posible y acotar al mínimo indispensable la autonomía de los espías. Tomará años, acaso décadas, pero hay que dar el primer paso.
Eso, en la práctica, implicará depurar la nómina de espías, quedarse con los mejores, capacitarlos, limitar sus competencias, instaurar controles de vigilancia en el Congreso para evaluarlos de manera periódica, auditar sus gastos, reformar las leyes que regulan su trabajo y reforzar y potenciar las herramientas de quienes estén a cargo de su vigilancia, interna y externa.
Será difícil, pero es indispensable. Ningún periodista, opositor, juez o ciudadano debe mirar por encima del hombro para hacer su trabajo en plena vigencia del Estado de derecho. La inteligencia argentina debe servir a fortalecer la democracia y los derechos y garantías constitucionales, no a erosionarlos. Si no emprendemos esta reforma pendiente, tropezaremos con la misma piedra, otra vez.
Por: Gonzalo Silva Rivas, Socio del CPB – El Espectador –
Este 2020 pintaba ser el superaño de Airbnb, el gigante de las plataformas de hospedaje en internet, muy utilizado en nuestro país. El positivo arranque del primer trimestre y el anuncio de su debut en bolsa, con una valoración superior a los US$50.000 millones, presagiaban que su explosivo crecimiento no tendría freno en el corto plazo. Pero las cosas se dieron al contrario. La prohibición de alquileres, vigente en muchos destinos hasta tanto no se resuelva la prolongada crisis sanitaria provocada por el coronavirus, puso en la cuerda floja su andamiaje empresarial y financiero.
Como sucede con la hotelería y en general con todos los actores de la economía global, la start-up, una de las empresas tecnológicas más valiosas de EE. UU., enfrenta la fuerte sequía de estos tiempos y sufre el impacto de las pérdidas experimentadas en el último cuatrimestre. En días pasados, el CEO, Brian Chesky —después de enviarles a sus empleados una sentida carta en la que les anunciaba la decisión de despedir al 25% de su plantilla, unos 1.900 trabajadores de los 7.000 que tiene en el mundo—, aseguró que la exitosa construcción empresarial, levantada en 12 años, se había desbaratado en tan solo seis semanas.
Las plataformas de hospedaje en internet irrumpieron en la última década y se convirtieron en una revolucionaria herramienta de la economía colaborativa, gracias a su rápido crecimiento y aceptación. Pero todas ellas, algunas dueñas de grandes tajadas del mercado, como HomeAway, FlipKey, Wimdu, Couchsurfing o OneFineStay, hoy día experimentan los sinsabores de la emergencia.
Airbnb no solo es la pionera, sino la de mayor expansión, extendida por casi todos los rincones del mundo, con un mercado de cuatro millones de viviendas y más de 500 millones de arribos de huéspedes. Su oferta habitacional supera en varios millares la de las cuatro cadenas hoteleras más importantes del mundo sumadas juntas —Marriott, Hilton, IHG y Wyndham—, gracias a un modelo de servicio que le ha permitido llegar a millares de anfitriones, propietarios de casas, apartamentos, bed and breakfast y hoteles boutique, quienes —desde que se fundó la start-up— han recibido más de US$65.000 millones por concepto de alquileres.
La aplicación es un promisorio negocio comercial. En 2019, su año de mayor crecimiento, la cantidad de habitaciones disponibles en hoteles boutique y bed and breakfast aumentó un 160% y su oferta habitacional en otros espacios, como complejos y hostales, se duplicó. Su revolcón a las bases del hospedaje lo muestran las cifras: cada medio segundo tres personas hacían check-in en un alojamiento de la plataforma.
Sin embargo, el arranque de este año, con seis millones de anuncios de alojamiento antes de la pandemia, se frenó ahí, desencadenando la incertidumbre que se proyecta en toda la industria del turismo, la más afectada en el mundo, cuyo desenvolvimiento será lento y tardará un par de años en recobrar la normalidad. Durante un buen tiempo muchos usuarios no querrán subirse a los aviones, ni cruzar fronteras y preferirán quedarse en casa o viajar en automóvil cerca a su residencia.
Siguiendo la Ley de Murphy, la Corte de París acaba de emitir un veredicto que compromete su responsabilidad editorial en relación con el contenido publicado en su web y le impone una multa económica por no verificarlo, en razón a que fue utilizado por uno de sus usuarios, quien durante año y medio subarrendó un piso, sin permiso de sus propietarios. El hecho no fue ajeno a las principales asociaciones hoteleras del mundo, que replicaron la noticia para reforzar sus cuestionamientos a este tipo de hospedaje, que en muchos países funciona sin estar regulado ni pagar impuestos.
Las acusaciones de comercializar decenas de miles de camas turísticas sin conocimiento o sin permiso de autoridades locales ha enredado a la plataforma en pleitos jurídicos, y en Colombia enfrenta fuerte cuestionamientos de Cotelco, gremio que la acusa de fomentar la ilegalidad en el sector hotelero nacional. “No pretendemos que desaparezca, sino que genere competencia justa dentro de la formalidad”, ha dicho su presidente ejecutivo, Gustavo Toro.
En ese proceso de formalidad entró en febrero pasado, después de meses de negociaciones, al lograr un acuerdo con el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y la DIAN para su inscripción en el Registro Único Tributario y el tributo efectivo del IVA. Este primer paso le permite obtener mayor legitimidad en su operación en el país y equilibrar las responsabilidades y cargas con el turismo tradicional.
Las plataformas digitales, ha dicho el viceministro de Turismo, Julián Guerrero, son bienvenidas como herramientas de promoción del turismo nacional y la comercialización de productos y servicios asociados a los viajes, pero siempre y cuando cumplan con la normatividad del país y se garantice el ejercicio de la sana y leal competencia en toda la cadena de valor del sector.
La recuperación y el desarrollo del turismo en Colombia requerirán de la presencia y el compromiso de todos los actores del comercio y de los servicios en la economía digital, y esta start-up sería una aliada necesaria en la promoción del segmento turístico vacacional, donde ejerce fuerte competencia, siempre y cuando —una vez sorteada la tempestad— se acomode a una política socialmente responsable, en un país en el que la hotelería se caracteriza por el “todo incluido” y donde bien vale la pena ponerles el tatequieto a hospedajes de mala muerte.
Posdata. En el sector de la hotelería formal en Colombia, como consecuencia de la parálisis de operaciones, cerca del 50% de los hoteles han cerrado de manera temporal, 1.100 empleos están en riesgo y las pérdidas sobrepasan los $2 billones.
Por: Arturo Guerrero, Socio del CPB – El Colombiano –
Un tercio de marzo, todo abril, mayo, junio, primer día de julio, comienzo de semestre. Cinco meses sumergidos en pandemia y encierro. Y “faltan dos semanas para que nos digan que faltan dos semanas para decirnos que faltan dos semanas”, como ironiza un meme.
Si se mira hacia atrás del tiempo, ya perdimos el año. Hacia adelante, el horizonte es nube de polvo con íntegras las arenas del Sahara. Nadie otea nada, la ciencia no sabe no responde, Nostradamus se echó a hibernar. La humanidad es isla en el tiempo. La historia, un paréntesis.
Ningún ser vivo guarda memoria de un lapso similar. Las pestes antiguas, medievales o menos funambulescas, son argucia de diarios o novelas resucitadas como muestras de la eficacia de la guadaña.
En las calles golpean los avisos de “Se arrienda” en locales náufragos. Los transeúntes hacen cábalas: quién se asfixió pagando el arriendo del negocio, quién se arriesgará a tomar el relevo en ese Titanic. Cada cual tiembla palpando su bolsillo, cualquiera podría ser protagonista de la quiebra.
Por los micrófonos noticiosos discurren los gremios afectados, suplicando las insignificancias del Gobierno y limosneando entre sus antiguos clientes hoy vedados. Teatreros, mariachis, ambulantes, chefs, cineastas, hoteleros, choferes, baristas.
Jadea el vasto hormiguero de esforzados que no han tenido patria. Los que en la noche saben cómo pagaron los veinte mil del cuarto, pero ignoran cómo se les aparecerá la Virgen mañana. Aquellos cuyo estómago se hace nudos, pues ante todo está el de los cinco niños ventrudos.
Así pasan los días que uno tras otros no son la vida, para contradecir a Aurelio Arturo. Son más bien una escaramuza para no volverse loco. Porque los colombianos andamos entre el vapor de una olla a presión. En la pitadora.
Uno a uno va pifiándose por el eslabón más débil de su temperamento. Alguien saca a flote el pequeño Hitler que se agazapaba detrás de su candor cotidiano. Alguien reduce su sueño nocturno a tres horas, porque la cabeza va a mil, y así prepara las condiciones para el bombazo del sistema nervioso.
La sociedad toma facha de zoociedad, como la anticipó Jaime Garzón. La envanecida “reinvención”, cantaleteada para después de la pandemia, parece cristalizar más bien en una orwelliana Rebelión en la granja.
Por: Juan A. Castellanos, Socio del CPB – El Nuevo Siglo –
Bogotá y Cundinamarca comienzan a armar maquinaría ajustada para el plano que seguirán, una vez consoliden integración, la alcaldesa Claudia López de la capital y Nicolás García, en Gobernación de Cundinamarca. Ojalá se entiendan.
Estaba cantada la unión cuando se planteó en el Congreso la importancia que tendrán las Regiones Autónomas Territoriales, para agilizar esfuerzos y obtener resultados comunes, entre ciudades y periferias en sus respectivas zonas.
Esta Región Metropolitana, sin duda tiene coincidencias para desarrollar sus prioridades inaplazables. Fortalecimiento en salud, cubrimiento en educación básica y superior, agroindustria, transporte zonal, turismo y deportes.
La movilidad significará vuelco para buen servicio mediante: RegioTram de Occidente, el Tren-Sur Universitario a Chía y el Industrial de plantas, entre Bogotá y Tocancipá, donde están las grandes productoras.
Se puede afirmar que los habitantes de 116 municipios cundinamarqueses y los más de 8 millones de personas en Bogotá, tendrán nuevo aire social y laboral, siempre que haya organización con calidad en servicio.
Eso equivale a la formación de un eje de vida en desarrollo para trabajo, con creatividad y visos atractivos en beneficio de la población central de país.
El ideal es que se centre en nuevas generaciones, quienes al ver a la alcaldesa y al nuevo gobernador, ‘con las pilas puestas’, reaccionarán con propuestas para la fusión de sociedad, en orden e iniciativa, como empresa humanitaria.
Es como si dos familias se acercaran para tener colaboración sana, con convivencia social en trabajo, comercio organizado y vida con calidad humana.
No pasa inadvertido el desarrollo productivo con escala de valores, toda vez que se animará inversión atractiva y promoción cultural, con trabajo de los pobladores de Cundinamarca y localidades distritales.
La integración tendrá además luz verde al potencial exportador, gracias a la territorialidad del aeropuerto El Dorado, aprovechando con las normas los trámites comerciales al exterior de productos industriales y manufacturados elaborados en la Región, entre otros.
Cuánto en menos tiempo se acerque la fecha de arranque de la Ley, le dará vigor a esta unión territorial y, abrirá clima de actividad con brazo funcional en labores conjuntas con el Gobierno Nacional.
La Región requiere presencia legal de Fiscalía, Contraloría y Procuraduría, así tanto más, se ganará en responder al amenazante desempleo que agobia al país por épocas, y del que ahora se espera, que este gancho, integre fuerza laboral de hombres y mujeres de capital y periferia.
Además, la justicia enarbola la bandera Constitucional contra toda clase de delitos y lucha contra corrupción. Es razón para que Bogotá y Cundinamarca sean, en breve, Región productiva con futuro.
Febrero de 1980. Mañana gris en el barrio Quinta Camacho de Bogotá y el profesor Élker Buitrago observa el paseíllo de unos 20 jóvenes estudiantes de Comunicación Social-Periodismo del INSE, Instituto precursor de la Universidad de La Sabana.
Toma una tiza blanca –de esas redondas y de completa cal—y escribe, de lado a lado en el tablero de madera y pintado de verde: Legislación de Prensa.
De inmediato les lanza una pregunta: ¿Saben ustedes qué es Libertad de Expresión?
Ante ese primer muletazo, alguno responde: “poder decir lo que quiera”. Otro más, “hablar sin restricciones”.
“Muy bien, comenta el catedrático. Como decía Suetonio, en un Estado verdaderamente libre, el pensamiento y la palabra deben ser libres”.
–Me imagino que deben saber quién era Suetonio, les pregunta a los nóveles estudiantes.
Silencio en el aula.
–Suetonio era un historiador romano, conocido por sus libros sobre los emperadores y por sus frases. Pero hoy vamos a iniciar esa clase analizando la Ley 51 de 1975.
Abre uno de sus tres libros que lleva para la clase y les lee:
ARTÍCULO 1º. Reconócese como actividad profesional, regularizada y amparada por el Estado, el ejercicio del periodismo en cualesquiera de sus formas. El régimen de la profesión de periodista tiene, entre otros, los siguientes objetivos: Garantizar la libertad de información, expresión y asociación sindical; defender el gremio y establecer sistemas que procuren al periodista seguridad y progreso en el desempeño de sus labores.
Proseguía así su clase, entre preguntas, charlas, anécdotas.
Unas semanas atrás, Eugenio Gómez, profesor y decano en ese momento de la Facultad de Comunicación del INSE, se lo encontró en la Avenida Chile, conversaron varios minutos y le propuso dictar clases. Élker había estudiado Periodismo en la Universidad América y ahora estudiaba Derecho en la Universidad Santo Tomás.
Le pareció interesante el ofrecimiento y la aceptó de inmediato. Ese encuentro le cambió la vida. La materia propuesta por el profesor Eugenio, Legislación de Prensa, le caía muy bien. Unos meses atrás había presentado su tesis de grado sobre “La situación jurídica de la prensa en Colombia”.
Era una oportunidad y una expectativa para combinar la Comunicación Social, el Periodismo y el Derecho. Era recibir la alternativa.
Muy pronto comprendió que mientras preparaba la clase, podía ir escribiendo libros al tiempo y de allí la vasta experiencia sobre Derecho a la Información, Legislación de prensa, Derechos de Autor y Libertad de Expresión.
Años después, cuando laboraba en el Ministerio de Comunicaciones como jefe de prensa, en el gobierno de Virgilio Barco, el entonces titular de la cartera Pedro Martín Leyes, lo destituyó por haber permitido la publicación de un expediente en el cual se investigaba al Ministro de Desarrollo, Carlos Arturo Marulanda Ramírez por tener una emisora clandestina.
“Yo demandé y gané. Me tuvieron que reintegrar al Ministerio. Yo ya pertenecía al Círculo de Periodistas (CPB) de Bogotá y Germán Santamaría, presidente en ese momento del CPB generó una circular donde me calificaba, por esos hechos, como defensor de la libertad de expresión.
SEGUNDO TERCIO
Julio de 1994. Tarde soleada en el barrio la Soledad y el profesor Élker Buitrago es decano de la Facultad de Comunicación Social del Inpahu y catedrático.
Con un marcador con tinta negra escribe, de lado a lado, en un tablero de acrílico blanco: Derecho a la Información.
Les habla entonces de los derechos fundamentales; los sociales, económicos y culturales; los colectivos y de ambiente; los complementarios y los de aplicación inmediata.
“No se pueden confundir –eso sí– los derechos fundamentales con los principios fundamentales. Entre estos últimos se encuentran, por ejemplo: la primacía del interés general sobre el particular; el respeto por los credos y la pluralidad ideológica; el respeto por el manejo y buen uso del idioma castellano en los medios de comunicación, entre otros”.
Luego toma la Constitución y les lee el Artículo 20: “Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios masivos de comunicación. Estos son libres y tienen responsabilidad social. Se garantiza el derecho a la rectificación en condiciones de equidad. No habrá censura”.
Élker –bautizado así por el amor que le tenía donPedro Buitrago Franco a la milicia prusiana—tiene, además del Derecho y las Comunicaciones, varias pasiones: el deporte, la música y el arte de cuchares.
Sus clases llevan el ritmo que le indica una partitura. Es un cultor del acordeón de piano. Tiene tres Honner, porque “a veces se desafinan y se debe tener un reemplazo, explica. Se sabe de memoria unas 17 canciones y con pentagrama podría desarrollar un concierto.
Le encanta ejecutar melodías francesas, italianas, vals, polkas y pasodobles.
Lleva diez años en esta labor porque “es una manera de oxigenar el cuerpo y la mente. Con un instrumento musical se hace una catarsis para obviar dificultades, quitar el estrés, contribuir con la concentración y ayuda a la esencia del alma”.
–¿Por qué un acordeón y no una trompeta o una guitarra?
–El acordeón es muy versátil, es casi una orquesta, da una cantidad de notas al piano, a la trompeta, al clarinete o al saxo.
–¿Cuál tema ha practicado más?
–Son varias. Ondas del Danubio de Johan Strauss, Bajo el cielo de París y pasodobles del maestro español Luis Morales.
Los vecinos de la Alambra en el norte de Bogotá le escuchan en las mañanas cuando interpreta esas melodías. “Hasta el momento no se han quejado, lo que indica que lo debo estar haciendo bien”, cuenta y suelta su carcajada.
Pero claro, escuchar los pasodobles le trae incontables recuerdos de su niñez, cuando acompañaba a su padre a la plaza de Toros La Santamaría. De allí también su amor por la tauromaquia.
Son años de tardes arreboladas viendo chicuelinas, gaoneras, verónicas, revoleras y maestría de personajes como Paco Camino, Francisco Rivera, El Viti, Manzanares, Teruel, Pepe Cáceres –y su inmortal cacerina—Jairo Antonio Castro, El Cali, Antoñete, El Juli, el Puno, Gitanillo, decenas más y desde luego el maestro de maestros César Rincón.
Es tal su pasión por el toreo que en una oportunidad se vistió de luces y se le enfrentó a un astado. Estar allí frente a un miura no le hizo perder el miedo y de allí su experiencia de centenares de clases y de enfrentarse a juzgados, conferencias y clases.
Cuentan que una vez quedó en medio de una manifestación de muchachos que pedían acabar con la tauromaquia porque sacrificaban a los animales. Se quedó mirando a un joven que golpeaba con tesón un tambor de cuero, miró su chaqueta de piel de ternero…No entendió y prosiguió su camino.
Una vez puso su nombre a consideración para el Concejo de Bogotá, pero no obtuvo las mayorías. Donde sí ganó fue en el Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) donde fue elegido como presidente. “Manejar al gremio trae satisfacciones y tristezas. Se aprende bastante, pero hay que entender también los pensamientos de todos los colegas”, cuenta.
TERCER TERCIO
Mayo de 2020. Noche nublada en La Alambra y el profesor Élker Buitrago se reúne con alumnos que investigan el tema de Comunicaciones. La clase es virtual. Hoy, por medio de Zoom se dirige a unos 45 expectantes aprendices de sus conocimientos.
Son más de 40 años de pedagogía, que empezara en el INSE, luego fueron 17 años en la Universidad Pontificia Javeriana, ocho años en el Externado de Colombia e igual número en la Universidad del Rosario. Decano del Inpahu. Asesorías empresariales, conferencias aquí y allá. “He pasado por casi todas las universidades”, dice ahora.
Autor de varios libros sobre el tema, como Derecho de las Comunicaciones, Derecho Intelectual, Derecho Publicitario, Derecho de la Información en
Iberoamérica; El Periodismo y su Régimen Legal; Legislación de Medios de Comunicación Social en Colombia, entre otros. Es asesor y consultor de Jurídica, un bufete de abogados especializados en el tema de la Legislación de medios.
–¿Gratas impresiones de la cátedra?
–Una vez estaba en Madrid, iba caminando por La Castellana y se me acercó un señor, gordito y de barba, no lo reconocí, pero me dijo que yo le había dictado clases en Bogotá. Ellos si me identifican, pero hay montones que se pierden en el horizonte de la enseñanza. He visto a muchos como directores de noticieros, grandes investigadores, profesionales a carta cabal. Me gusta que se acuerden de la Libertad de Expresión.
–¿Cuáles han sido las estocadas que le han dado al Periodismo colombiano?
–El periodismo está en crisis. Primero, el exmagistrado Carlos Gaviria le dio un puntazo de muerte que fue terminar con la Tarjeta de Periodismo. Se perdió el estatus. Fue un cambio para mal. Fue fatal. Le dio un giro radical al dejar esta profesión como un simple oficio. Este tratamiento dejó sin buenos salarios ni prestaciones a los Periodistas. La segunda estocada ha sido la tecnología con el internet que dejó sin trabajo a cientos y la tercera, que es la más fuerte, la utilización de los bots para originar noticias.
–¿Cuál es el futuro, profesor?
–El Periodismo es el mejor fiscal que tiene la sociedad, por medio de esta profesión se pueden descubrir las anormalidades. Es, desde luego, una tarea altruista de alto riesgo, que se debe tener vocación para sacar la verdad y denunciar. Se debe trabajar más en el tema de Derechos de Autor. La noticia no se concibe como un derecho autoral, se vive “fusilando”, copiando tanto textos como fotos.
Acaba de leer “Ser feliz en Alaska” de Rafael Santandreu. “Es un libro que hace una reflexión a la paz interior, es recomendable para adquirir fortaleza en la parte emocional. Enseña, en definitiva, a no amargarse en la vida”, explica el catedrático que ha formado a varias generaciones de periodistas.
–¿Cómo le ha ido en temas de cocina en esta pandemia?
—Jajajajajajaja. Muy mal. No sé hacer un tinto. Gracias a Dios que me dio un ángel, Luz Stella Forero. Si no fuera por ella, graves.
Fue una interacción breve, durante las primeras semanas de mi carrera. Hubo un apuñalamiento y me enviaron a una cuadra en Roxbury, una sección predominantemente negra de Boston, para obtener citas de cualquiera que pudiera saber algo sobre lo que había sucedido.
“¿Dónde trabajas?”, preguntó la primera persona a la que me acerqué, un hombre negro de unos 50 años. “¿The Globe?”, exclamó tras escuchar mi respuesta. “The Globe no tiene reporteros negros. ¿Qué haces aquí? ¿Estás perdido? Ustedes no escriben sobre esta parte de la ciudad”.
Sus quejas y su escepticismo eran familiares, expresados durante décadas por personas negras tanto fuera de las redacciones como dentro de ellas: que la mayoría de las organizaciones de medios estadounidenses no reflejan la diversidad de la nación o de las comunidades que cubren y que demasiado a menudo limitan su cobertura de los barrios en donde viven personas que no son blancas al crimen del día.
Ahora, casi una década después, mientras las manifestaciones toman las calles de las ciudades estadounidenses para condenar el racismo y el imparable asesinato policiales de personas negras en todo el país, la industria del periodismo aparentemente ha llegado a un punto de quiebre: los periodistas negros hablan en público de quejas acumuladas por años y exigen un ajuste de cuentas atrasado en una profesión cuya corriente principal ignora repetidamente sus preocupaciones; en muchas redacciones, escritores y editores ahora también exigen abiertamente un cambio de paradigma en cómo nuestros medios definen sus operaciones e ideales.
Si bien estas dos batallas pueden parecer superficialmente separadas, en realidad, el fracaso de la prensa dominante en cubrir con precisión las comunidades negras está intrínsecamente relacionado con su incapacidad para emplear, retener y escuchar a las personas negras.
Desde el giro del periodismo estadounidense hace muchas décadas de una prensa abiertamente partidista a un modelo de profesada objetividad, la corriente principal ha permitido que lo que considera una verdad objetiva sea decidido casi exclusivamente por periodistas blancos y sus jefes mayoritariamente blancos. Y esas verdades selectivas han sido calibradas para evitar ofender la sensibilidad de los lectores blancos. En las páginas de opinión, los contornos del debate público aceptable se han determinado en gran medida a través de la mirada de editores blancos.
Las opiniones e inclinaciones de la blancura son aceptadas como el objetivo neutral. Cuando los reporteros y editores negros y morenos desafían esas convenciones, no es raro que sean expulsados, reprendidos o despojados de nuevas oportunidades.
El periodista Alex S. Jones, quien se desempeñó durante mucho tiempo como director del Centro Shorenstein de Harvard sobre Medios, Política y Políticas Públicas, escribió en Losing the News, su libro de 2009: “Defino la objetividad periodística como un esfuerzo genuino de ser un intermediario honesto cuando se trata de las noticias”. Para él: “Eso significa jugar directamente sin favorecer a un lado cuando los hechos están en disputa, independientemente de tus propios puntos de vista y preferencias”.
Pero la objetividad, escribió Jones, “también significa no intentar crear la ilusión de justicia al permitir que los defensores finjan en tu periodismo que hay un debate sobre los hechos cuando el peso de la verdad es claro”. Criticó la reportería del “él-dijo/ella-dijo, que solo enfrenta una voz contra otra”, como el “rostro desacreditado de la objetividad. Pero eso no es auténtica objetividad”.
Es sorprendente leer la objetividad definida de esa manera, no porque sea objetable, sino más bien porque apenas se parece a la forma en que el concepto se discute comúnmente en las redacciones de hoy. Las conversaciones sobre la objetividad, en lugar de suceder en un vacío virtuoso, habitualmente se enfocan en predecir si una oración dada, un párrafo inicial o un artículo completo parecerá objetivo a un lector teórico, quien invariablemente se supone blanco. Esto crea la ilusión de justicia sobre la que Jones, y otros, advierten específicamente.
En vez de decir verdades crudas en este entorno polarizado, las redacciones de Estados Unidos a menudo privan a sus lectores de hechos claramente establecidos que podrían exponer a los periodistas a acusaciones de parcialidad o desequilibrio.
Durante años, he estado entre un coro de periodistas convencionales que han pedido a nuestra industria que abandone la apariencia de objetividad como el estándar periodístico aspiracional y que, en su lugar, los reporteros se centren en ser justos y decir la verdad, lo mejor que se pueda, basados en el contexto dado y los hechos disponibles. No es un argumento novedoso —decenas de periodistas de varias generaciones, desde los reporteros gonzo como Hunter S. Thompson a voces más tradicionales como Bill Kovach y Tom Rosenstiel— han defendido el mismo enfoque. Kovach y Rosenstiel lo exponen en detalle en su texto clásico The Elements of Journalism.
Aquellos de nosotros que promovemos este argumento sabemos que un enfoque de justicia-y-verdad tendrá interpretaciones distintas y saludables. También sabemos que el “periodismo objetivo” neutral está construido sobre una pirámide de toma de decisiones subjetiva: qué historias cubrir, qué tan intensamente cubrir esas historias, qué fuentes buscar e incluir, qué piezas de información se resaltan y cuáles se minimizan. Ningún proceso periodístico es objetivo. Y ningún periodista es objetivo, ningún ser humano lo es.
Y así, en lugar de prometer a nuestros lectores que nunca, en ninguna plataforma, revelaremos un solo sesgo personal —sometiéndonos a una cadena perpetua de irresponsabilidad pública— una mejor promesa sería la garantía de que nos dedicaremos a la precisión, que buscaremos diligentemente las perspectivas de aquellos con quienes personalmente podemos estar en desacuerdo y que estaremos seguros de hacer preguntas difíciles a aquellos con quienes estamos de acuerdo.
Los mejores de nuestra profesión ya lo hacen. Pero necesitamos ser honestos sobre el abismo que hay entre los mejores y la mayor parte.
Es posible construir un periodismo consciente de sí mismo para cerrar esa brecha. Pero hará falta claridad moral, que requerirá que tanto editores como reporteros dejen de hacer cosas como esconderse detrás de eufemismos que ocultan la verdad, simplemente porque siempre lo hemos hecho así. La deferencia al precedente es una excusa pobre para seguir tomando decisiones que potencialmente liberen a los malhechores poderosos y perjudiquen al público al que servimos.
La objetividad neutral se tropieza sobre sí misma para encontrar formas de evitar decir la verdad. La objetividad neutral insiste en que usemos eufemismos torpes como “tiroteo con agentes involucrados”. La claridad moral, y una adhesión fiel a la gramática y la sintaxis exigirían que usemos palabras que signifiquen de manera más precisa lo que intentamos comunicar: “la policía le disparó a alguien”.
En la cobertura de la vigilancia policial, los partidarios al modelo de objetividad neutral crean un periodismo tan respetuoso con la policía que artículos completos no tienen sentido. De hecho, la verdadera justicia llegaría a requerir que los editores consideren seriamente no publicar ningún informe significativo de un tiroteo policial hasta que el personal haya rastreado la perspectiva —el “lado”— de la persona a la que la policía le disparó. De esa manera, los reporteros especializados no se quedarían simplemente reescribiendo un boletín de prensa de la policía.
La claridad moral insistiría en que los políticos que trafican con estereotipos y tropos racistas —aunque inteligentemente— sean etiquetados con lenguaje claro y evidencias expuestas. El racismo, como sabemos, no se trata de lo que se encuentra en las profundidades del corazón humano. Se trata de palabra y obra. Y un compromiso más agresivo con la verdad por parte de la prensa empoderaría a nuestra industria para finalmente admitirlo.
Los fracasos del periodismo objetivo neutral a través de varias especializaciones en los medios de comunicación son innumerables. Y estas deficiencias tienen consecuencias reales para los lectores a los que hemos jurado servir, particularmente a los lectores negros, de quienes sabemos que tienen más probabilidades de interactuar con el sistema de justicia penal (a cuyos líderes cortejamos), tienen más probabilidades de ser objetivos de los supremacistas blancos (a quienes comúnmente complacemos) y más probabilidades de que les hagan más difícil la vida los políticos racistas y las políticas implícitamente racistas que nos negamos a nombrar en voz alta.
Los periodistas negros están hablando porque uno de los principales partidos políticos de la nación y el gobierno actual están dando refugio a la retórica y las políticas de la supremacía blanca, y los guardianes de nuestra industria están preocupados por parecer equilibrados, incluso comisionando perfiles brillantes de actores cómplices. Todo el tiempo, las vidas y el sustento de personas negras y morenas permanecen en peligro.
Idealmente, el grupo de periodistas que tiene el poder de decidir a qué y a quién dar una plataforma en este momento entendería la gravedad de esta era y reflejaría la diversidad del país. Desafortunadamente, muy a menudo ese no es el caso.
Quizás la controversia más reciente que surgió debido a tal desconsideración y falta de inclusión fue proporcionada por la sección de Opinión de The New York Times, cuando publicó un ensayo del senador Tom Cotton, republicano de Arkansas, que pedía, entre otras cosas, una “muestra abrumadora de fuerza” por parte de los militares estadounidenses para calmar los disturbios civiles en las protestas que, aunque a veces violentas, han salido de manifestaciones en buena medida pacíficas.
Un método de claridad moral habría requerido que el liderazgo lo pensara muy bien antes de proporcionar una plataforma profundamente influyente a cualquier funcionario electo, permitiéndole opinar sin el regulador de las preguntas de seguimiento de un reportero, y usar retórica incendiaria. Requeriría, como mínimo, que dicho artículo de opinión no contenga varias exageraciones y afirmaciones sin fundamento.
“Consideramos que la publicación de este ensayo es una elección irresponsable”, dijo en un comunicado el NewsGuild de Nueva York, un sindicato que representa a muchos empleados del Times. “Su falta de contexto, un escrutinio inadecuado por parte de la administración editorial, la difusión de información errónea y el momento de su llamada a las armas socavan gravemente el trabajo que hacemos a diario”.
Tomemos un momento para ser honestos sobre lo que realmente sucedió en este caso: una sección de opinión aceptó un ensayo de un senador incendiario. Publicó esa columna sin una línea adecuada o edición conceptual. Luego la criticaron por eso, lo que condujo a la renuncia de un hombre en el liderazgo superior y la reasignación de otro.
Era un caso raro de rendición de cuentas, pero aún está por verse si los cambios en el Times incluirán abordar agresivamente una cultura que deja a los propios miembros de su personal tan impotentes de manera interna que tienen que luchar en público contra su propia publicación.
A pesar de las sugerencias de un conjunto cada vez más histérico de eruditos, estas consecuencias no fueron un ataque al concepto mismo del debate público. Es la historia de un grupo de miembros del Times que concluyeron que una pieza específica de contenido y el proceso por el cual fue publicada estuvo por debajo de los estándares que se les pide que mantengan y luego tuvieron la audacia de decirlo.
Los periodistas —los periodistas negros— que rechazaron con más fuerza el ensayo de opinión de Cotton no pedían el fin del discurso público o la censura de opiniones con las que no están de acuerdo. Estaban respondiendo al manejo particularmente pobre de un caso particularmente descabellado durante un tiempo particularmente sensible. La agitación en el Times y las erupciones simultáneas dentro de otras redacciones en todo Estados Unidos son el resultado predecible del rechazo laborioso de los principales medios de comunicación a integrarse racialmente.
Han pasado más de 50 años desde que el primer periodista negro apareció en una de las principales redacciones estadounidenses. Durante todo ese tiempo, los periodistas negros han hecho demandas exiguas: por favor, contraten a más de nosotros. Por favor, páguenos igual que a nuestros colegas. Por favor, permítanos ascender a puestos de liderazgo. Por favor, tengan en cuenta nuestras opiniones sobre lograr una cobertura más precisa y justa sobre todas las comunidades, en especial la nuestra.
Colectivamente, la industria ha respondido a generaciones de periodistas negros con indiferencia en el mejor de los casos y con hostilidad abierta en los peores y más frecuentes.
A los periodistas negros se nos contrata y se nos dice —algunas veces de forma explícita— que podemos prosperar solo si no nos atrevemos a ser nosotros mismos. Con frecuencia, cuando hablamos sobre una cobertura que es inexacta o deficiente de alguna otra manera, somos expulsados de las redacciones, lo que resulta en menos candidatos negros con experiencia cuando llega el momento de contratar directores de alto nivel. Eso, a su vez, da como resultado una cobertura que aún no da en el blanco, lo que deja a las filas, cada vez más reducidas, de periodistas negros marginados y luchando para hablar. Experiencias negativas similares también han sido compartidas por periodistas hispanos, asiáticos, nativos estadounidenses, inmigrantes (tanto con documentos como indocumentados), musulmanes, gays y lesbianas, trans y no conformes con su género.
Lo que es diferente ahora, en este momento, es que los editores ya no tienen el monopolio del poder de publicación. Los reporteros ahora tenemos seguidores en nuestras propias redes sociales, lo que nos permite hablar directamente al público. Entonces, no es casualidad que después de décadas de suplicar a la gerencia, los periodistas negros ahora estén presentando sus demandas en Twitter.
Si los últimos años han enseñado algo a los periodistas negros, es que pasar vergüenza en público parece lograr que nuestros jefes nos escuchen mejor. Pero la humildad y la atención no tienen que estar restringidas a las crisis. En lugar de intentar constantemente censurar al personal crucial de color en su propio equipo —que constantemente entrega los mejor de su periodismo— los líderes de las redacciones estadounidenses podrían considerar escucharlos realmente.
Mientras estaba parado en esa esquina en Roxbury como un reportero novato hace tantos años, el hombre al que me acerqué me dijo que años atrás un miembro de su familia había sido arrestado injustamente. Me dijo que el periódico publicó toda la historia criminal de su pariente, así como una foto policial de un incidente no relacionado. No hubo seguimiento cuando su ser querido fue absuelto del crimen.
Le dije que entendía por qué seguía molesto y que sonaba bastante mal, antes de meter mi libreta en mi bolsillo trasero y darme la vuelta para irme.
“¡Chico! ¿Qué es lo que querías saber?”, preguntó. “¿El apuñalamiento?”.
Por años, había esperado la oportunidad de regañar a un periodista del Globe. Y ahora que lo había hecho, y había sido escuchado, quería ayudarme a contar la historia, y a hacerlo bien.
Mediante un grupo en redes sociales, propuesto por el director del Noticiero 90 Minutos, Guido Correa, se propone reflexionar sobre las nuevas circunstancias que rodean el ejercicio del periodismo.
La reflexión surgió ante las ‘aglomeraciones’ que se presentan en las conferencias de prensa en la alcaldía de Cali y la Gobernación del Valle del Cauca.
La petición de los comunicadores se refiere a que se disponga de espacios adecuados y se mantengan distancias que son diferentes a cuando no se había poresentado la pandemia.
El periodista Guido Correa expresó su preocupación ante el desorden de las últimas ruedas de prensa de Alcaldía y de Gobernación y ante la elevación de la curva de contagios y la indisciplina de los colegas. «Para eso hay protocolos».
El alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina, se declaró de acuerdo con la observación para garantía de todos los que participan en las ruedas de prensa.
El tema ha sido analizado por gremios periodísticos y existe el Protocolo divuklgado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Organización Mundial de la Salud (OMS) y Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).
En el Protocolo se plantea que «de manera temporal, mientras duren las medidas de distanciamiento social para evitar la aglomeración de personas y así la propagación del coronavirus, las conferencias de prensa deben realizarse a distancia a través de herramientas como Zoom, Webex, Skype y Slack».
El documento dice que «estas herramientas permiten la participación de entre 50 y 100 personas a través de un link. Los periodistas podrán realizar preguntas verbales a través del micrófono o escritas a través del chat, ambos incorporados en las propias plataformas. Se deberá contar con un moderador que habilite los micrófonos por turno, o lea las preguntas en voz alta.Estas herramientas permiten la participación de entre 50 y 100 personas a través de un link. Los periodistas podrán realizar preguntas verbales a través del micrófono o escritas a través del chat, ambos incorporados en las propias plataformas. Se deberá contar con un moderador que habilite los micrófonos por turno, o lea las preguntas en voz alta».